domingo, 3 de junio de 2012

Carlos Robledo Puch: El Angel de la Muerte






Su juvenil aspecto ocultaba a uno de los peores asesinos.







Esta foto muestra su envejecimiento a causa de una larga prisión.








El joven criminal recapturado tras su breve fuga.








Carlos Eduardo Robledo Puch Habendank recibió por cuenta de la prensa y del público el alias criminal de "El Angel de la Muerte" o "El Angel Negro" (conforme se titula un reciente libro que le dedicó el periodista Rodolfo Palacios (Editorial Aguilar, Buenos Aires, Argentina, 2010).

Hizo honor a esos lúgubres apodos, pues ya antes de cumplir sus veinte años había asesinado a once personas, aunque es posible que su cuenta mortuoria devenga aún más elevada.
Nació el 22 de enero de 1952 en Olivos, Buenos Aires, Argentina, en el seno de un hogar de clase media, siendo sus progenitores Víctor Elías Robledo Puch y Aida Josefa Habendank.

"A los veinte años no se puede estar sin coche y sin plata", se excusaría el muchacho ante el juez instructor de su causa penal, explicando las motivaciones que lo indujeron a consumar sus homicidios.
No constituyó esa la única muestra de desparpajo exhibida por el matador múltiple a lo largo de su proceso. Preguntado por el magistrado sobre el motivo por el cual acribilló a balazos a dos cuidadores mientras éstos dormían cuando -junto con un cómplice - irrumpió para robar en un club nocturno, contestaría:
"¿Y qué quería Ud que hiciera? ¿Que los despertara?

Cinismo, desprecio por la vida humana -salvo por la suya propia-, desconcertante sangre fría y distanciamiento total con respecto a sus salvajadas, caracterizaron la conducta de este joven delincuente.
Y que su existencia era la única que le preocupaba quedó patentizado en más de una ocasión. La única oportunidad en que, tras su primera detención, logró escaparse, eludió durante dos días la búsqueda policial.
Sin embargo, dio pruebas de paupérrima organización y cautela.

Un grupo de agentes, previamente alertados por una denuncia anónima, localizaron al prófugo quien -aparentemente ajeno al riesgo que corría- se hallaba sentado terminando su almuerzo en un coqueto restaurante de comidas alemanas emplazado en Olivos.
Al ver ingresar a los uniformados que se dirigían rumbo a su mesa sintió miedo por su vida.
Levantó sus brazos, al tiempo de muy agitado exclamaba: "¡No me tiren. Soy Robledo Puch!", luego de lo cual se entregó mansamente. Sabía que la fuerte difusión mediática que había adquirido su nombre lo protegía.
Continúa confinado en el presidio de Sierra Chica hasta el instante en que se escriben estas líneas.

No se ha arrepentido, y protesta alegando que la notoriedad alcanzada lo perjudica.
También se queja de su juicio, al cual califica de ilegal.
"Conmigo no hubo una prueba, una huella ¿Cristo fue culpable de algo? ¡Si no pecó nunca! Ahora, si lo dice Robledo Puch, es un cínico que no está arrepentido. Yo no digo que soy inocente. Soy un condenado, pero quisiera saber algún día en qué se basaron aquellos que me juzgaron", declaró el recluso en una entrevista.

Este chico perteneciente a la clase media, cuyo padre fungía de gerente en la fábrica General Motors, y que desde sus quince años asistía con regularidad a misa, y tomaba clases de piano y solfeo, no parecía en absoluto destinado a erigirse en un despiadado y prematuro homicida. No obstante, la providencia tendría para él otros planes y adoptó, a manera de hado fatídico, la encarnación de una mala compañía: Jorge Antonio Ibañez.
Este último muchacho era un ladrón profesional algunos años mayor que Carlos Eduardo.
Fue él quien le impartió sus primerizas clases prácticas de malviviente despertando en el jovencito el gusto por el dinero fácil, y la enfermiza pasión por el peligro que una vivencia al margen de la ley es capaz de provocar sobre las personalidades no consolidadas.
Junto a su maestro en el delito emprendió una secuencia de robos de escasa magnitud, destacándose en esta etapa el atraco a una joyería, donde por vez inicial esgrimió un arma de fuego con la cual amenazó a los empleados, mientras su socio vaciaba la caja fuerte.

El 14 de febrero de 1969 hurtó una motocicleta estacionada en la escuela de Artes y Oficios de la Plata. A causa de este incidente sus padres se enteraron de las inclinaciones delictivas de su hijo, dado que resultó detenido durante tres semanas en un establecimiento destinado a menores infractores.
Al salir del correccional prosiguió con sus actividades ilícitas, y en compañía de Ibañez perpetró varios asaltos, donde su socio llevó la voz cantante en base a su mayor experiencia como "levantador" de los automóviles que emplean para darse a la fuga luego de consumar cada acto criminal. Ocasionalmente, el propio padre de Ibañez los asiste en sus incursiones, al punto tal de que este hombre devendría procesado en la misma causa criminal.

En la noche del 9 de mayo el dúo de atracadores escaló por la pared lindera de una estación de servicio.
Acto seguido, saltaron hacia el techo de un negocio de venta de repuestos automotrices desde donde sorprendieron al encargado de apellido Bianchi y a su cónyuge, los cuales -por entero ajenos al peligro- dormían separados sobre sendos catres. En una cuna ubicada entre ambos lechos descansaba la hijita del matrimonio.
Sin mediar palabra, ni aguardar a que sus víctimas despertaran, Robledo Puch les disparó a quemarropa dos tiros en la cara a cada uno. El hombre falleció al instante y la esposa quedó agonizante. En tal estado Ibañez procedió a violarla. Los agresores se dieron al escape creyendo que el infeliz matrimonio había muerto, pero la mujer sobrevivió.
A pesar de sus graves heridas, se arrastró por el piso unos cuarenta metros hasta llegar a la estación de servicio donde pudo dar aviso a la policía.
Ya en el hospital, brindó una descripción de sus atacantes señalando que uno de ellos era un joven con cabello largo, rubio y ondulado.

El 15 de mayo de 1971 la peligrosa pareja de ladrones incurre en un nuevo atentado, ahora contra la boite "Enamour" sita en Olivos. A los fondose de ese boliche bailable discurría un jardín aledaño al río y por allí, en esa desapacible noche otoñal, los delincuentes entraron a través de una ventana.
Una vez adentro, comprueban que yacen dormidos los encargados del lugar, Pedro Nastronardi y Manuel Godoy.
Nuevamente, a traición y haciendo gala de impresionante sangre fría, el juvenil psicópata acribilla a los durmientes con una ráfaga de explosivos que atraviesan sus cráneos. Ambos agredidos expiraron de inmediato.

Otro delincuente novato se une a la pequeña y mortífera banda.
Se trata de Héctor Somoza, de diecisiete años, ladrón ocasional que, a su vez, laboraba de cadete en la panadería de su madre. Ahora fue Carlos Eduardo quién se encargó de iniciar en el delito al bisoño compinche, y lo adiestró en el uso del revólver.
La pandilla prosiguió concretando hurtos y rapiñas de menguado importe.

El 24 de mayo de 1971 copan el supermercado "Tanty". En este caso, el sereno -de nombre Juan Scattone- estaba despierto y salió al cruce intentando ahuyentar a los intrusos. Pero no iba armado, y fue presa fácil para la frialdad vesánica de Robledo Puch, quién le descerrajó dos disparos que le perforaron la mejilla izquierda eliminándolo en el acto.
Consumada la agresión fatal, los criminales abrieron la caja registradora repartiéndose el dinero. Antes de huir destaparon una botella de Whisky y brindaron en festejo por su sangriento éxito.

El 13 de junio de aquel año, mientras los delincuentes circulaban por la avenida del Libertador en un automóvil marca Dodge, modelo Polara, de color amarillo, avistaron a una llamativa prostituta callejera.
Ibañez pidió a su socio que frenase la marcha para abordar a la joven Higinia Eleuteria Rodríguez. Se bajó del rodado y, pistola en mano, obligó a la chica a subir. Tomaron rumbo hacia la avenida Panamericana hasta arribar a la localidad de Pilar, y se detuvieron en la banquina. Arrojaron a su víctima sobre la acera donde el socio la agredió sexualmente. Finalizado el violento coito Robredo Puch la ejecutó a mansalva mediante disparos con su revólver calibre 22.
Al alejarse sufren una colisión, tras la cual descienden raudamente dejando el coche abandonado. El vehículo nunca fue recuperado y se piensa que acabó en un desarmadero.
Los matadores retornaron tranquilamente a su barrio de Olivos tomando un colectivo.

El 24 de junio vuelven a atacar, ahora en la zona de Vicente López.
Frente al club nocturno "Katoa", y bajo amenazas con sus armas de fuego, conminan a subir a su coche a una atractiva modelo de veintitrés años llamada Ana María Dinardo, la cual recién salía de visitar la casa de su novio. La muchacha se resiste a la violación intentada por Ibañez, y termina siendo ejecutada por los dos asesinos, quienes le disparan simultáneamente con sus pistolas y se dan a la fuga.
El 5 de agosto de ese año, un automóvil hurtado por los criminales padece un accidente al estrellarse violentamente en la provincia de Entre Ríos. Se localizó el cadáver de Ibañez dentro del vehículo, con el cráneo destrozado, y se llegó a sospechar que, por razones desconocidas, Robledo Puch habría segado la vida de su socio y fingido el accidente.

El 15 de noviembre de 1971 Carlos Eduardo y su secuaz superviviente -Héctor Somoza- se introducen en un supermercado del barrio de Boulogne. Violentando la claraboya del techo, y sirviéndose de unas cuerdas, descienden hasta el interior del negocio y se dirigen hacia el dormitorio ocupado por el sereno Raúl del Bene. El depredador dispara con su pistola calibre 22 a la cara del empleado provocándole el deceso de manera instantánea.

En la noche del 17 de noviembre del mismo año, el dúo se abre paso a la fuerza en la agencia de automotores "Pasquet" sita en la avendida del Libertador.
Allí Robledo Puch finiquita a balazos al sereno Juan Carlos Rosas.

El 25 de noviembre, el victimario y su cómplice penetran en la automotora Puigmartu y Compañía situada en la calle Santa Fé de la localidad bonaerense de Martínez.
Ambos atracadores, muñidos con sus consabidos revólveres calibre 22, ingresan al salón donde -tras aporrearlo ferozmente a golpes con las culatas- dejan exánime al sereno Bienvenido Serapio Ferrini, al cual el ejecutor remata a balazos.

El 3 de febrero de 1972, abordan la ferretería industrial Masseiro Hermanos en la localidad de Carupa.
A tal fin escalaron por una ventana y, al estar dentro, encuentran al sereno haciendo uso del baño.
El implacable ultimador acciona dos veces el gatillo y le dispara a quemarropa en el cráneo asesinando al trabajador, que fallece de forma inmediata.

Pero la mayor novedad consistió en qué al día siguiente, cuando los policías arribaron al local, se llevaron la sorpresa de hallar el cuerpo de una segunda víctima desconocida.
Esta vez el verdugo también había acabado con la vida de su cómplice, a quien le descerrajó un balazo en pleno rostro.
La cara y las manos del muchacho aparecieron con terribles quemaduras causadas por el fuego del soplete que Robledo Puch utilizó a fin de forzar la caja de caudales. Valiéndose de la misma herramienta quemó a su cómplice, mientras éste estaba todavía con vida, según determinó la autopsia.
En un bolsillo del pantalón del muerto se localizó la cédula de identidad de aquél, que su asesino había olvidado quitarle.
Así fue que, prontamente, el desconocido cadáver resultó identificado como perteneciente a Héctor Somoza, de sólo dieciocho años, y con antecedentes penales por ilícitos menores.

Este descuido terminó siendo fatal para el asesino en serie, porque se indagó a los compañeros habituales del fallecido, los cuales aportaron los datos que delataron a su compinche y jefe.

Cinco días después del doble crimen, los agentes policiales rodearon la finca donde moraba el joven criminal de cabello rubio ondulado y, a través de un altavoz, le impartieron la orden de entregarse.
Carlos Eduardo, de veinte años recién cumplidos, salió con sus manos en alto y fue capturado sin ofrecer resistencia.
Lo trasladaron por orden judicial al penal de Sierra Chica, establecimiento penitenciario desde donde protagonizó una evasión en el mes de junio de 1973.

Se mantuvo suelto únicamente durante un par de días. Fue aprehendido -como ya señalamos- en un restaurante de Olivos, y se lo condujo de nuevo a la misma cárcel. En ella sigue confinado hasta el presente, y se encuentra alojado dentro del pabellón carcelario número siete, en un espacio reservado a los reclusos homosexuales.

Sólo se le conoció una novia durante sus días de libertad, y está comprobado que no participó activamente en las violaciones de las mujeres a las cuales implacablemente victimó.

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