martes, 26 de enero de 2016

Jack el Destripador: Historia de un alias criminal

                     JACK  EL  DESTRIPADOR:

DE CÓMO UN APODO SE CONVIRTIO EN UNA LEYENDA DEL CRIMEN

"Dear Boss": La carta más célebre en la historia del crimen
                                          "Jack the Ripper":  La firma que dio inicio a la leyenda


Desde el mes de septiembre de 1888, comenzó a arribar a la policía británica correspondencia remitida por sujetos que se identificaban como responsables de los homicidios del East End londinense. Por tales fechas, sólo se habían verificado dos de las muertes que tradicionalmente se le asignan al asesino; vale decir, la de Mary Ann Nichols y la de Annie Chapman.
Las autoridades no concedían difusión a estos comunicados, ya sea para evitar que cundiera el pánico en la gente o, sencillamente, porque estimaron que eran obra de bromistas.
El maníaco aún carecía del seudónimo que le valdría su renombre universal. La prensa, a falta de un calificativo mejor, se limitaba a referirse a él como el "Asesino de Whitechapel".
Pero llegaría el 27 de septiembre de 1888. Ese día la denominada “Agencia Central de Noticias de Londres” alegó haber recibido una carta firmada por el homicida anunciando nuevos crímenes, y el día 29 de ese mes la entregó a la policía.
El tenor de la extraordinaria epístola relacionaba:
"... Querido Jefe: Constantemente oigo que la policía me ha atrapado pero no me echarán el guante todavía. Me he reído cuando parecen tan listos y dicen que están tras la pista correcta. Ese chiste sobre "Mandil de Cuero" me hizo partir de risa. Odio a las putas y no dejaré de destriparlas hasta que me harte. El último trabajo fue grandioso. No le di tiempo a la señora ni de chillar. ¿Cómo me atraparán ahora? me encanta mi trabajo y quiero empezar de nuevo si tengo la oportunidad. Pronto oirán hablar de mí y de mis divertidos jueguecitos. Guardé algo de la sustancia roja en una botella de jengibre para escribir, pero se puso tan espesa como la cola y no la pude usar. La tinta roja servirá igual, espero, já, já. En el próximo trabajo le cortaré las orejas a la dama y las enviaré a la policía para divertirme. Guarden esta carta en secreto hasta que haya hecho un poco más de trabajo y después tírenla sin rodeos. Mi cuchillo es tan bonito y afilado que quisiera ponerme a trabajar ahora mismo si tengo la ocasión. Buena suerte. Sinceramente suyo. Jack el Destripador..."
Y en una especie de posdata impresa transversalmente, el redactor del comunicado se mofaba:
"... No se molesten si les doy mi nombre profesional. No estaba bastante bien para enviar esto antes de quitarme toda la tinta roja de las manos. Maldita sea. No ha habido suerte todavía, ahora dicen que soy médico, já, já..."
A esta comunicación se le adicionó muy pronto una postal, también recepcionada por la Agencia Central de Noticias, el 1 de octubre de 1888, donde su emisor, tras presentarse como "Saucy Jacky" (Jacky el Descarado), se manifestaba en los siguientes términos:
"...No estaba de broma, querido jefe, cuando le di la información. Mañana se enterará del trabajo de ese descarado de Jacky. Doble función esta vez. La número uno chilló un poco. No pude acabar enseguida. No tuve tiempo de cortar las orejas para la policía. Gracias por guardar la carta de mi último trabajo. Jack el Destripador..."

                                                                  Postal "Jacky el descarado"

Es un punto en discusión establecer si el verdadero criminal escribió algunas de aquellas misivas que llegaron a poder de los periodistas y de las autoridades. Esta incertidumbre parece imposible de despejar, y a más de ciento veinte años de los eventos la interrogante sigue en vigor.
En los archivos de la Policía Metropolitana y en los Archivos Generales de Londres se conservan más de doscientos mensajes vínculados al asunto. Pero sólo una ínfima proporción merecería que se les preste atención.
Una de las pocas comunicaciones considerada por los especialistas como eventualmente veraz devino la que el 16 de octubre de 1888 recibió en su domicilio el Presidente del Comité de Vigilancia de Whitechapel, empresario constructor George Akin Lusk.
La carta fue acompañada por una caja de cartón que contenía un trozo de riñón humano. Junto con el horrible obsequio iba un recado escrito con letra irregular, tosca y plagada de errores gramaticales -que en esta transcripción se obvian- cuyo texto decía:
"...Desde el infierno Mr. Lusk, Señor: Le envío la mitad del riñón que saqué de una mujer, lo guardé para usted, la otra parte la freí y me la comí, estaba muy buena. Puedo mandarle el cuchillo ensangrentado con el que lo saqué sólo si espera un poco. Firmado: Atrápame si puedes. Mister Lusk..."

                                                                   Carta "Desde el infierno"

La primera ocasión en que un ex periodista se habría incriminado admitiendo ser el emisor de misivas cursadas a las autoridades y a los medios de comunicación bajo el seudónimo Jack the Ripper, se registró en un relato publicado por la revista Crime and Detection en agosto de 1966. En dicho artículo, el profesor y grafólogo Francis Camps cuenta cómo fue que conoció a Frederick Best, antiguo reportero del diario Star.
Este último le refirió que, durante el tiempo de los asesinatos de Whitechapel, él en colaboración con un colega de provincias, fue el responsable de elaborar todas las cartas atribuidas al "Destripador", y que lo hizo motivado por el afán de "mantener con vida el negocio" de la venta de periódicos, notablemente incrementado por entonces merced al sensacionalismo generado por aquella ola de crímenes.
Añadió que, para concretar el plagio, se valió de una pluma marca Waverley Nib, la cual fue deliberadamente estropeada a fin de que su trazo diese la impresión de que las cartas eran obra de un sujeto semianalfabeto. Empero, esta versión no luce congruente, pues si algo destacaba en aquella célebre epístola trazada con tinta roja era la atildada caligrafía y correcta ortografía del guasón que la escribiera. Hoy día, sin embargo, se duda de esta versión, pues se da por descontado que la mayoría de los mensajes se debieron a ciudadanos impelidos por los más diversos intereses (no necesariamente periodistas).
La epístola que dio comienzo a la escalada de comunicados, y que hizo público el apodo Jack the Ripper, se supone que arribó el 27 de septiembre de 1888 a la Agencia Central de Noticias de Londres (estaba fechada al 25 de septiembre). Esa carta devino la primera firmada con el infausto sobrenombre delictivo.
Se especula fuertemente que el texto resultó redactado, no por el aludido Frederick Best sino por el reportero encargado de remitirla personalmente a la Policía británica un día antes del doble crimen de Jack el Destripador fue Thomas Bulling con la anuencia de su jefe de prensa, John Moore. Este periodista trabajaba para aquella agencia noticiosa, y fue el encargado de escribir la célebre misiva.
Cuando ese 29 de septiembre de 1888 el inspector Adolphus Williamson, que a la sazón oficiaba de jefe de prensa de Scotland Yard, leyó la carta que su amigo Thomas Bulling le trajo, no pareció especialmente impactado. Aunque la policía británica lo ocultaba, lo cierto era que ya tenían noticias sobre varios mensajes relacionados con los crímenes que se venían consumando en el East End de Londres. Por eso, al pesquisa esa nueva misiva no le generaba mucha emoción. Pero debía cumplir su trabajo y comunicó la novedad a sus superiores, quienes guardaron dentro de un cajón aquella letra. Probablemente no hubiera salido nunca de allí si al día siguiente no ocurriera lo imprevisto: el "doble evento"; vale significar: los dos homicidios perpetrados en la madrugada del 30 de septiembre que tuvieron por víctimas del maníaco matador de prostitutas a Liz Stride y Kate Eddowes. 
A la primera difunta la habían degollado pero no mutilado, y tampoco le sustrajeron órganos. Sin embargo el cadáver de la otra fallecida padeció una virtual carnicería: múltiples tajos asestados por un cuchillo frenético laceraban su faz, y uno de ellos le había rasgado el lóbulo de su oreja derecha. Cuando colocaron el cuerpo inerte en el féretro el lóbulo troceado cayó dentro.
Este truculento hecho bastó para que se considerase que el victimario que en aquella ocasión firmaba Jack el Destripador (o más exactamente "Jack el desgarrador" en inglés) fuese aceptado sin más como el genuino emisor de la amenazante epístola. Y es que en ella, entre otras jactancias y vanalidades, se proclamaba:
"...en el próximo trabajo le cortaré las orejas a la dama y las enviaré como broma a la policía..."
Este fue el inicio de un mito que pervive hasta el presente. Esos horribles crímenes suburbanos posiblemente hubiesen quedado relegados al olvido, o al menos minimizados, si el anónimo ultimador hubiese seguido siendo conocido como "El Asesino de Whitechapel", o por el nick name de "Mandil de Cuero", con el cual se lo designase mientras se pensó que el responsable era el zapatero judío John Pizer, luego exculpado.
Ninguno de estos seudónimos delictuales poseían el gancho mediático del que rubricaba aquella letra que la Agencia Central de Noticias de Londres, por medio del ya citado Thomas Bulling, hizo llegar a Scotland Yard; y que presuntamente la había remitido previamente el ejecutor serial a sus oficinas dirigiéndola a su jefe de redacción.

De allí el encabezado"Querido Jefe", pues a un jefe de prensa iba destinada la nota, en vez ser cursada directamente a las autoridades.
Muy curioso resulta que un asesino elija a una agencia noticiosa para promocionarse. Aunque parecería que en realidad sí trasmitió algunos mensajes a la fuerza policial, aunque sin lograr mayor eco. 
El 17 de septiembre de 1888 habría arribado a manos del responsable máximo de la Policía Metropolitana, el 
general Charles Warren, una epístola inculpatoria, y otra similar la recibió el Departamento de Investigación Criminal el 25 del mismo mes. Frente el silencio opuesto por los jerarcas el emisor optó por dirigirse a la prensa para ver si ahora lo tomaban en serio.
Luego de esto, los casi doscientos periódicos británicos compitieron en medio de una fiebre de tiradas dedicadas a las tropelías de Whitechapel. Entre los más furibundos resaltaba el Star de Frederick Best. Este rotativo, recién fundado en 1888, hizo su agosto gracias a la conmoción social que los asesinatos provocaron, pero ciertamente no constituyó el único medio de prensa favorecido. La palma al efecto se la llevó la Agencia Central de Noticias de Londres, que vendió a los diarios muchas copias de las epístolas que el criminal tan generosa, como sospechosamente, les obsequiaba en forma personal.
Muchos años más tarde –según antes señalamos- un anciano Frederick Best se inculpó reconociendo, en un artículo periodístico, que él en complicidad con otro reportero inventó a "Jack el Destripador".
Durante largo tiempo se reputó a este sedicente periodista como plausible responsable de forjar el mito sensacionalista de Jack the Ripper, e incluso en películas y miniseries televisivas (por ejemplo: en "Jack el Destripador", serial inglesa de 1988 con el eximio actor Michael Caine en el protagónico principal) veremos a ese inquieto periodista y al diario Star jugar un papel de gran fuste en la saga ripperiana.
No obstante, desde época relativamente reciente (año 2001) las cosas comenzaron a cambiar. En "Letters from hell", publicación española: "Jack el Destripador. Cartas desde el infierno" (ediciones Jaguar, Madrid. España, 2003), los especialistas Stewart Evans y Keith Skinner plantearon que el responsable no fue otro sino Thomas Bulling.
Sostienen que ese periodista fabricó (de su puño y letra) la carta, y también inventó el mediático apodo; contando para ello con el consenso de su jefe de prensa John Moore. La principal fuente que acusa a Bulling y a la Agencia Central de Noticias provino de John Litlechild, un inspector jefe de la Brigada Especial de Scotland Yard, el cual, en una misiva escrita en 1913, le confió a su amigo el dramaturgo y periodista George R. Sims sus sospechas de que las comunicaciones rubricadas con el infame seudónimo representaron un bulo fabricado por un sector de la prensa.

Al presente se sabe con certeza que hay homicidas en serie que remiten cartas a la policía, a la prensa y al público en general. Ejemplos notorios lo conformaron el aún impune «Asesino del Zodíaco» y el desenmascarado «Hijo de Sam»David Berkowitz–
Considerando la validez de este dato, no puede descartarse que el acechador de meretrices resultara ser el autor de algunas de las tantas epístolas que de él pretendían provenir. Y si así hubiere sido, esa conducta mediática devendría coherente con el poderoso afán de notoriedad y con el deseo de escandalizar, que tan dramáticamente caracterizara a sus homicidios con mutilación. Es un punto en discusión establecer si el verdadero criminal escribió algunas de aquellas misivas que llegaron a poder de los periodistas y de las autoridades policiales. 
Esta incertidumbre parece imposible de despejar, y a más de ciento veinticinco años de acaecidos los eventos la interrogante sigue en vigor. Los expertos Evans y Skinner se preguntan:
«… ¿Se detuvo alguna vez la mano sangrienta del verdadero asesino, a soste- ner la pluma, mientras su atribulada mente buscaba las palabras con las que plas- mar sus pensamientos en el papel? ¿Era cultivado, inteligente y capaz de escribir algo, alguna de las cartas que hemos visto? ¿Leyó alguna vez las palabras de una carta de “Jack el Destripador” en un periódico? Las preguntas aún flotan en el aire. La búsqueda de nueva información continúa…» 
En la hipótesis de que el ejecutor hubiese tenido la osadía y el cinismo de redactar cartas, todavía quedaría por establecer cuáles pertenecieron a su autoría. Diagramar un perfil psicológico del Destripador en función del contenido de tales documentos constituye una tarea extremadamente ardua, y de dudoso resultado. 
De los casi doscientos mensajes vinculados al asunto, que se conservan en los archivos públicos de la ciudad de Londres, sólo una ínfima minoría merecería que se le preste atención. Sin embargo, se han concretado estudios enjundiosos tomando en consideración las epístolas que contarían con más altas posibilidades de ser auténticas. Una de las reputadas como veraces, conforme antes indicáramos, arribó el 16 de octubre de 1888 al domicilio de George Lusk, comerciante de origen judío que oficiaba en calidad de presidente del llamado «Comité de Vigilancia de Whitechapel».
Este grupo tenía carácter no gubernamental y estaba compuesto por ciudadanos que de modo voluntario cooperaron con las fuerzas del orden en la infructuosa búsqueda, y se creó a instancias de comerciantes de la zona, preocupados por los efectos nocivos que los crímenes provocaban. 
Menudo sobresalto sufrió el buen señor Lusk cuando al abrir la caja de cartón vio que ella guardaba la mitad de un riñón humano conservado en glicerina. Junto con el horrible regalo iba un recado escrito con letra irregular, torpe y plagada de errores gramaticales –que en esta transcripción se obvian– cuyo texto mentaba: 
«Desde el Infierno: Sr. Lusk. Señor: Le envío la mitad del riñón que saqué de una mujer, lo guardé para usted, la otra parte la freí y me la comí, estaba muy buena. Puedo mandarle el cuchillo ensangrentado con el que lo saqué sólo si espera un poco. Firmado: Atrápame si puedes. Señor Lusk…»
Si bien el receptor de tan macabra misiva y obsequio tendió a restarle trascendencia y, al comienzo, se negó a dar cuenta del asunto a las autoridades, sus compañeros del Comité de Vigilancia finalmente lo persuadieron de la conveniencia de formular la denuncia policial. El sobre portador de la caja y del mensaje que pasaría a la historia como la carta «Desde el infierno» se hallaba muy borroso, por lo cual no pudo establecerse si el paquete fue remitido desde los distritos de Londres E o E.C; y mucho se discutió ya desde el comienzo acerca de la autenticidad y credibilidad que cabía concederle al tenor del recado y al trozo de víscera. 
Ante todo, se tuvo en cuenta la autopsia practicada sobre el cadáver de Catherine Eddowes. Pero incluso los doctores Frederick Gordon Brown y George Bagster Philips, que fungieran como médicos forenses encargados de dicha necropsia, opinaron que el órgano no pertenecía a la finada meretriz. 
El fragmento ulteriormente fue llevado para su análisis al patólogo Thomas Openshaw y este profesional ratificó el carácter humano del medio riñón en examen, concluyendo que había pertenecido a una mujer adulta de cuarenta años o más, afectada por enfermedades relacionadas con el exceso de alcohol. Más que un órgano extraído para su disección de un hospital, al especialista le pareció que le había sido extirpado a un cadáver no dispuesto para ese fin. A partir de aquel dictamen, prevaleció la idea de que el órgano podía haber sido obtenido de una persona muerta la que se le hubiere realizado una autopsia por cualquier razón, y del cual un estudiante de medicina, por ejemplo, podría haberse apropiado para llevar a cabo la desagradable travesura.
Contrario a esta posición fue el jefe de policía de la ciudad de Londres, comisario interino Henry Smith, quien se mostró a favor de que ese lúgubre remito lo había hecho el asesino, y así lo planteó en un libro editado en 1910 bajo el rótulo De Policía a Comisario, donde relacionó sus memorias. Allí destacó que el segmento de la arteria renal adherida a la mitad de aquel riñón concordaba con la porción de la arteria renal que exhibía el cadáver de Catherine Eddowes, según fuera advertido cuando se le practicó la necropsia, y que esa víscera denotaba secuelas de una dolencia designada «enfermedad de Bright», propia de los alcohólicos, mal que la fenecida padecía. 
No obstante, al parecer no quedaron registros en la aludida autopsia sobre la existencia de dicha arteria en el cadáver. 
El citado facultativo también fue objeto de la remisión de un recado que le llegó el 29 de octubre de 1888, la cual –aunque no era tan inquitante como la que le enviaron a Lusk– es conceptuada una de las pocas con posibilidades de ser genuina. Dicha carta, mucho tiempo después, fue objeto de meticulosos análisis para determinar el ADN de su emisor a cargo de peritos contratados por la novelista Patricia Cornwell, la cual postuló que podría haber sido escrita por el pintor Walter Sickert, a quien propuso como candidato de haber sido Jack el Destripador. 
El doctor Thomas Horrocks Openshaw representaba una víctima propiciatoria para los burlones, en la medida de que había adquirido bastante notoriedad por su actuación vinculada con los crímenes. Se trataba de un médico muy prestigioso que el año anterior había sido nombrado para el distinguido cargo de conservador del Museo de Patología del Hospital de Londres. A sus treinta y dos años su carrera era ascendente e integraba la connotada Sociedad Clínica londinense. Sus opiniones concernientes al examen que practicase sobre el trozo de órgano habían sido difundidas ampliamente por los periódicos. 
También aquí la epístola estaba colmada de errores ortográficos, y su caligrafía era tosca. En su dictamen, según vimos, se determinó que, en efecto, se trataba de un riñón izquierdo humano –y no de naturaleza animal, como inicialmente algunos especularon-, y ese parecer motivó el sarcarmo del emisión de aquella nota. Respetando los gruesos gafes del texto original, una posible traducción de aquel mensaje podría ser la que sigue: 
«Bien tío, haz “acertao”, era el “riñó” izquierdo “voi” a “operar” otra vez cerca de tu “hospital” justo cuando “iva” a probar mi “cuchiyo” en su floreciente cuello, los polis me estropearon el juego, pero creo que volveré pronto al trabajo y te mandaré otro pedazo de tripas. Jack el Destripador……O as visto al Diablo con su microscopio y el escalpelo mirando una rodaja de riñón prendida con su pasador…»
                                                    Misiva dirigida al patólogo Thomas Openshaw

El carácter artificioso de esta epístola deviene demasiado notorio, pues consigna con falta ortográfica la palabra riñón, la cual en otra frase aparece escrita en forma correcta. Se sospecha que el redactor buscó ocultar su condición de persona instruida. Como ejemplo de ello, se menciona que la posdata donde se alude al «Diablo con su microscopio y el escalpelo» fue casi seguramente extraída de un poema inserto en un cuento tradicional de la literatura de Cornualles, Francia, publicado en el año 1871, cuyo contenido refería:
« ¡Aquí está el Diablo! Con su pico de madera y su pala cavando por estaño en la fanega con la cola prendida con un pasador…»
 De cualquier forma, aunque el emisor del comunicado no fuese un bruto ignorante de los barrios bajos, sino alguien que por alguna razón fingiera que lo era, ese dato por sí sólo no acredita que ese texto lo escribiera el verdadero asesino serial tildado Jack the Ripper.


9 comentarios:

  1. DA PARA PENSAR....HABRIA TERNIDO TANTA TRASENDENCIA ESTE ASECINO SI NO FUERA POR SU MOTE ...QUE SIGAN SUS INVESTIGACIONES CON EXITOS

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    1. Muy amable por el comentario, gracias por comunicarse con este blog

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    2. siempre sigo sus investigaciones ,se cuestiono alguna vez si el mote dado a este personaje ,pudo haber desencadenado a uno o varios imitadores .o tal vez la prensa de la época magnifico los crímenes dándole poder a este seudónimo,me gustaría saber su opinión personal ,se que debe ser imparcial en su tarea de investigar ,pero habrá notado la trasendencia que tienen los seudónimos ,en este tipo de personajes saludo atte.

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    3. Sin duda este asesino serial debe su triste popularidad a su llamativo mote. Si los periodistas no hubiesen tenido ese golpe de inspiración por fines comerciales, no sería recordado. El hecho de mantenerse impune y anónimo también contribuyó a su difusión.

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    4. gracias por su gentil resdpuesta exitos..

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  2. mis mas sinceras y merecidas felicitaciones por el reconocimiento ,a su labor y dedicaciom
    que a tenido en los medios televisivos ,con respecto al caso pablo goncalves ,lo cual lo a hecho con el profesionalismo que lo caracteriza y la seriedad del tema ,me consta que son varios años de investigacion en la criminologia y en especial en el asesino serial ,unico en nuestro pais dedicado al tema .merecidas felicitaciones .saludos mecedes

    aciones

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    1. Muy gentil Mercedes por volver a ingresar a mi blog. espero tenerla como lectora de mi novela "El animal más peligroso" donde abordo el misterio de Jack the Ripper y del Asesino del Torso de Támesis desde la ficción. Saludos.

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    2. no dude a la brevedad tendre su novela ,y le dare mi humilde opinion buscare en las librerias saludos mercedes

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  3. Saludos señor Pombo. Al pendiente de sus trabajos, siempre excelentemente documentados. Me encuentro en el proceso de lectura de Jack ,un enigma con solución del profesor Cuitiño, el cual obtuve en Amazon. Me parecería buena idea que sus obras también estuvieran disponibles en dicha plataforma para una difusión más amplia. Saludos.

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Gracias por comunicarse con Gabriel Pombo.