

Imágenes: Los reyes de Inglaterra Jorge III (a la izquierda) y Jorge II. (abajo)
Aun cuando parezca extraño, a diferencia de otros países del continente europeo que disponían de policía en exceso, Inglaterra no contó con una fuerza policial estatal hasta bien entrado el siglo XVIII, pese a ser la nación más poderosa del orbe en esa época.
La custodia de los bienes y las vidas de los ciudadanos de Londres, por ejemplo, se encomendaba a agentes o detectives privados que ejercían su oficio en condiciones harto precarias. Eran conocidos como los "Carlitos", porque su existencia databa del antiguo tiempo de los reyes Carlos. Su cargo no era muy codiciado por el inglés medio, y únicamente aceptaban ejercer tal función de vigilancia ancianos cuya jubilación no les alcanzaba para sobrevivir o desocupados carentes de cualquier preparación.
No era de sorprender que frente a los embates de una delincuencia irrefrenable la ciudadanía clamara por verdadera protección.
No obstante, se siguió insistiendo con detectives o agentes particulares, tras leyes promulgadas durante los reinados de Jorge II (1737) y de su sucesor Jorge III (1777), monarcas que ordenaron la creación de una guardia nocturna destinada a patrullar la City de Londres y otras ciudades prominentes de Gran Bretaña con el objeto de evitar incendios, hurtos, homicidios, violaciones y desórdenes en general.
Pero esta legislación fracasó, pues los detectives que sustituyeron a los "Carlitos", aunque eran hombres jóvenes, duchos y mejor equipados, en muchos casos también eran corruptos y congeniaban con los bribones. Se generalizó y se tornó habitual por aquél entonces la práctica de la felonía y de los sobornos.
De hecho, los habitantes se veían forzados a acordar con los malhechores, entregándoles dinero para que aquellos accediesen a devolver los bienes y valores que previamente habían hurtado.
A veces, estos detectives impuestos por las leyes de los reyes Jorge intercedían entre el agresor y la víctima logrando un trato medianamente justo, actuando con probidad y eficacia, aunque tal conducta no constituía la regla sino la rara excepción.
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