viernes, 3 de febrero de 2012

Jack el Destripador y la conspiración monárquico masónica

LA TEORIA DE LA CONSPIRACION



























Imágenes: Al costado: la Reina Víctoria.
 Arriba a la derecha: Su nieto el Príncipe Albert Víctor.
Arriba a la izquierda: Lord Randolph Churchill.


                         Dr. William Withey Gull: considerado ejecutor en la teoría monárquico masónica.



La hipótesis de la llamada "conspiración monárquico masónica", presentada a modo de solución del enigma de Jack el Destripador, tuvo su punto de máxima divulgación desde el año 1976 merced al libro del escritor inglés Stephen Knigth con "Jack the Ripper. The final solution", pero fue experimentando elocuentes variaciones.

Antes del ensayo de Stephen Knigth, se postuló al Príncipe Albert Víctor como candidato a ser un desquiciado destripador, que asesinaba a las prostitutas para vengarse por haber sufrido un pretenso contagio venéreo.

Así lo sugirió el anciano  médico Thomas Stowell en un artículo editado por la revista The Criminologist en noviembre de 1970. Aunque en aquella nota no se nombraba directamente al príncipe (sino que el acusado era designado crípticamente como "Mr. S") los indicios netamente apuntaban al nieto de la Reina Victoria. Luego de esta publicación numerosas obras literarias, e incluso cinematográficas, tuvieron al joven aristócrata fungiendo en el rol reservado a Jack the Ripper.

No obstante, "JTR. The final solution" decantó esas ideas, y el heredero al trono pasó a ser sólo la causa de la conjura, pero no el asesino mismo. ¿El motivo? haberse casado clandestinamente con una plebeya que le daría una hija, y constituir presunto objetivo de chantaje a manos de las víctimas de Jack el Destripador.

¿Los conjurados? en calidad de autores intelectuales se acusó a altos cargos del gobierno, incluidos masones prominentes: Sir Charles Warren , Jefe de Policía de la Metro (encubridor), Lord Robert Salisbury , Primer Ministro (instigador), Lord Randolph Churchill (instigador y eventual co-ejecutor), Dr. William Gull (principal ejecutor).

La candidatura del médico imperial Sir William Withey Gull se va perfilando en libros del estilo de "Whitechapel Trazos Rojos" de Iain Sinclair (White Chappell, Scarlet Tracings, Londres, Inglaterra, 1987). Posteriormente el galeno cumplirá igual rol en la estupenda novela gráfica "From Hell", guionada por Alan Moore y con dibujos de Eddie Campbell. (aunque el propio autor aclara que su versión deviene sólo una ficción, pues él no cree seriamente que ese prestigioso cirujano fuese el homicida en serie del East End).

Sin embargo, Sir William tendrá el dudoso honor de ser encarnado como Jack el Destripador en la homónima película "From Hell" llevada al cine bajo la dirección de los hermanos Hugues en el año 2001, donde el papel de Dr. Gull/Jack el Destripador resulta magistralmente interpretado por el actor británico Ian Holm.

Y no bastaron con las acusaciones (supuestamente serias o declaradamente noveladas) contra el Príncipe Albert Víctor y/o el Dr. William Gull, sino que la hipótesis de la conspiración monárquico masónica siguió ganando terreno. Esta tan polémica hipótesis propone que el ultimador secuencial de Whitechapel estuvo conformado, de hecho, por un colectivo de matadores, actuando en forma mancomunada y participando activamente de un complot. 

En puridad, la propagación inicialmente masiva de tal idea se debió al aporte, en porciones semejantes, de las declaraciones formuladas en el mes de noviembre de 1970 por antes nombrado anciano médico Thomas Stowell a la revista The Criminologist, y a ulteriores comentarios vertidos, en el año 1973, durante un programa emitido por la cadena televisiva B.B.C de Londres por Joseph Gorman, pretendido hijo natural del aplaudido pintor Walter Richard Sickert.

La figura del Príncipe Edward interpretando al feroz criminal pudo haber visto su estreno incluso antes de ser publicitados los dichos de aquel facultativo, aún cuando su efectiva difusión mediática devino muy restringida. Acerca de este punto se ha advertido:
     «…Con respecto al Príncipe Alberto, la primera vez que se lo señala como sospechoso es en el libro Eduardo VII publicado en 1962 y cuyo autor es Philippe Jullién. Más tarde el Doctor Thomas Stowell publicó un artículo en 1970 acusando al Príncipe Alberto de ser Jack el Destripador, basando su teoría en algunos documentos de su médico personal, Guillermo Gull, quien habría estado tratando la enfermedad. En ellos se narraba que su paciente sufría una grave inestabilidad emocional por sus tendencias homosexuales y que se estaba volviendo loco, por eso, con la intención de vengarse, habría cometido los asesinatos de Whitechapel…»[2]

Pero lo cierto es que haya sido el galeno Thomas Stowell el precursor propagador de la teoría conspirativa, o tal mérito le cupiese al supra citado Philippe Jullién, lo relevante estriba en que en sus primigenios momentos no se hablaba de un equipo de victimarios conjurados, sino de la intervención fatal, como figura primordial y exclusiva, del Príncipe Albert Víctor; también poseedor del título nobiliario de Duque de Clarence y Avondale, nieto de la Reina Victoria y fallido aspirante a la corona anglosajona.

Tal vez fuera verídico que Eddy, según se lo apodaba a nivel popular, hubiere contraído de resultas de su trato sexual con meretrices una enfermedad venérea incurable –moriría a causa de ella en 1892–, y el afán de venganza lo cegaría en tan alto grado que se transformaría en exterminador de las responsables de su mal.

Ya se disponía de un culpable de sangre real. Pero la idea se iría perfeccionando hasta decantarse más adelante en la teoría de la conspiración monárquico-masónica, que llegó a incluir a variopintos personajes socialmente encumbrados, y cuyo máximo representante devendría el multicitado cirujano imperial William Whitey Gull.

Este verdugo estaría secundado, a la hora de emprender sus abominaciones, por un cochero cómplice llamado John Charles Netley, y contaría con la colaboración, y/o vista gorda, a cargo del máximo jerarca de la Policía Metropolitana, general Charles Warren, y de su inmediato segundo en el mando, el doctor –luego SirRobert Anderson. Igualmente, participaría en la trama el primer ministro de la corona británica, Lord Robert Salisbury e, indirectamente, hasta la mismísima Reina Victoria.

Debe subrayarse que la inclusión en la masonería del mayor exponente policial de la época de los crímenes, Sir Charles Warren, así como del médico de la Casa Real británica Sir William Gull, ha sido plenamente confirmada por fuentes masónicas que, lejos de negar la calidad de miembros que los mismos ostentaron, se refieren elogiosamente a las prendas personales y a las obras realizadas por ambos hombres.[3]

Empero, la pertenencia a esta logia no fue refrendada en el caso de Sir Robert Anderson, y quedó descartada respecto del entonces primer ministro inglés Lord Robert Salisbury, a quien sólo en la formulación originaria desarrollada por Stephen Knight se lo sindicó como masón, pero tal atribución no se corroboró en las posteriores ediciones del libro, donde hasta se admitió en forma expresa que ese dignatario no integraba dicha comunidad.

También se habló de la activa presencia de otro individuo que intervenía más o menos solapadamente. En general, el tercer participante directo en el presunto plan delictivo se entendió –por sugerencia de Stephen Knight– que era Walter Sickert, el ya mencionado esteta, quien por ese entonces contaba con sólo veintiocho años y aún estaba lejos de alcanzar la merecida fama artística que lo engalanaría tiempo más tarde.

En todas las emergencias se mantenía constante un núcleo temático en la narración. La trama consistía en que el Príncipe Albert Víctor –en estas versiones ulteriores a la obra de Knight– ya no era postulado como el siniestro perpetrador de los asesinatos. Únicamente sería propuesto para representar el rol de atolondrado e inexperto joven que se lió con una atractiva dependiente de comercio llamada Annie Elizabeth Crook, con quien se casó en secreto en una iglesia católica –en respeto a la fe que la chica profesaba–, la cual engendró una hija del futuro monarca; criatura con derecho a convertirse, andando el tiempo, en la reina de Inglaterra.

La difusión de tan bochornoso escándalo, y el correspondiente alboroto a que daría cabida su descubrimiento, debían ser evitados a cualquier precio y, por lo tanto, intervino la policía secreta separando por la fuerza a la pareja. Se enclaustró a la infeliz esposa del príncipe en un manicomio, pretextando que se trataba de una demente violenta.

A fin de no dejar testigos del peligroso secreto con vida– en tanto las víctimas del desmembrador eran amigas de la malograda Annie Crook– se las eliminaría, del modo tan cruel que la historia registra, inventando los conjurados la tenebrosa figura del Destripador, a quien presentaron como un único y desquiciado criminal. De tal manera burlaron a la opinión pública, que jamás llegó a enterarse de que Jack the Ripper no representó sino una falacia tras de la cual se encubría a un asesino inexistente.

Libros aún más posteriores, pretendidamente de no ficción, incluyeron -conforme se anticipase- dentro del elenco de homicidas conspiradores, además del doctor Gull y del cochero Netley, a personalidades del encumbrado calibre de los políticos Lord Randolph Churchill (padre del líder Winston Churchill) y Lord Robert Salisbury.

También se sumó al dudoso elenco el preceptor de facto del Príncipe Albert Víctor, un abogado y poeta que terminó sus días en un hospicio psiquiátrico: James  Kenneth Stephen.[4]

Y, en igual orden, creaciones declaradamente novelescas adoptaron como eje narrativo eventuales conjuras para explicar los asesinatos de 1888. Así, por ejemplo, la exitosa novelista notoria bajo el seudónimo literario de Anne Perry hará caudal de la manida teoría conspirativa:
      «…si era cierto que el duque de Clarence se había casado con Annie Crook, fuera cual fuera la forma que hubiere tomado la ceremonia, y había una hija de por medio, no era de extrañar que ciertas personas hubieran sentido pánico y tratado de mantenerlo en secreto. Al margen de las leyes de sucesión al trono, el sentimiento anti católico que se respiraba en el país era bastante intenso, y la noticia de tal alianza había bastado para sacudir la monarquía, ya frágil en esos momentos. Pero si salía a luz que los asesinatos más horribles del siglo habían sido cometidos por simpatizantes monárquicos, tal vez hasta con el consentimiento de la familia real, estallaría la revolución en las calles, y el trono sería arrasado por una marea de indignación que podría llevarse consigo también al gobierno. Lo que resultaría de ello sería extraño, desconocido y difícilmente mejor…»[5]

A su turno, el ya aludido escritor Iain Sinclair, en su pre mencionada novela surrealista "White Chappel. Trazos Rojos", retomó la idea de la existencia de un complot criminal en la concreción de los homicidios victorianos, y de la consiguiente multiplicidad de perpetradores fungiendo en la historia del Ripper:
     «…En nuestro estado desquiciado no estamos interesados en seguir detalles o en hacer conexiones lógicas. Lo sabemos todo. Cerramos los ojos: Masones, Clarence, Druitt, conspiración, asilo. Todo lo que importa es la metáfora básica: tres hombres. Sickert el pintor, Netley el cochero, Gull el doctor. Si la ecuación se resuelve, entonces es verdad. El pelo se eriza en el cuero cabelludo, una especie de reconocimiento, nombres conocidos. Simplemente se confirman. Nos obligamos a concentrarnos en las voces remotas y ridículas… Admitimos que hubo cinco prostitutas asesinadas por Sir William Gull, o por orden de él. Un carruaje se vio involucrado, y un cochero John Netley. El tercer hombre sigue siendo un enigma, una cara indefinida. Los hechos tuvieron lugar entre agosto y noviembre de 1888, en un escenario determinado, Whitechapel…»[6]

Ensayos ulteriores al fundacional libro de Stephen Knigth; por ejemplo, el de Melvin Fairclough, asesorado por el antes referido charlatán Joseph Gorman (también conocido como Joseph o Joe Sickert, en tanto alegaba ser hijo natural de aquel artista), en su libro publicado en 1991: "The Ripper and the royals", llevarían las cosas aún más lejos: la mismísima Reina Victoria operaría de instigadora, y el elenco de asesinos se integraría con los ya nombrados Lord Randolph Churchill, Dr. William Withey Gull y John Netley, a los cuales se sumarían el antiguo preceptor del Príncipe Albert Víctor, el abogado y poeta James Kennett Stephen y el pintor impresionista Walter Sickert.

En fin: tales proposiciones conspiranoicas -casi parece de más advertir- son desechadas enérgicamente por los especialistas sólidos en el caso.

Al decir de Alan Moore, en el apéndice gráfico de su celebrado comic "From Hell", pp. 615, 616:

"...Joe Sickert vuelve a salir a luz en 1991, ahora en compañía del escritor Melvin Fairclough. Esta vez jura que contará toda la oscura historia... Netley y Gull sólo eran la punta del iceberg. Aparentemente del Destripador era una sociedad que incluía a J.K. Stephen, Gull, lord Salisbury, Netley y lord Randolph Churchill. El asesinato en serie se convierte en un juego de equipo. Los relatos de Joe, que son claramente ridículos, comienzan a poner a prueba incluso la credulidad de los aficcionados a Whitechapel
..."
      
 Resulta indudable que en la hipótesis de la conspiración los elementos verídicos y los fabulados se entremezclan, y se torna harto engorroso separar los unos de los otros.

Como típico ejemplo de tal cruzamiento entre la realidad y la ficción, vale mencionar al destino final que habría padecido el facultativo sindicado de haber sido el anónimo aniquilador victoriano, de acuerdo con tales especulaciones: el tan mentado galeno de la Casa Imperial William Gull.
   
En la edición del periódico estadounidense Chicago Sunday Times-Herald correspondiente al 28 de abril de 1895, se difundió un relato atribuido a un cirujano de origen estadounidense que trabajaba en Inglaterra, Benjamín Howard, sobre la gestión que habría realizado un oficial del Scotland Yard en compañía del médium Robert James Lees personándose en la mansión de un connotado médico –aunque no aclaraba que se tratase del doctor Gull– a quien el psíquico acusaba de ser el Destripador en virtud de visiones experimentadas.
   
Pero el ítem más interesante de esta formulación reside en el presunto proceso que la orden masónica habría celebrado contra aquel miembro por haberse excedido en su celo, provocando las horribles muertes que ponían en peligro a dicha hermandad, en caso de descubrirse que un integrante de la misma era el responsable de la matanza.

Aunque el doctor Howard negó indignado haber facilitado la información, lo cierto fue que se extendió al público la especie de que efectivamente dicho profesional estuvo presente en el juicio secreto donde un jurado compuesto por ocho doctores francmasones decidió el destino de su correligionario.

Se pretendió que la drástica determinación consistió en forzar la reclusión del acusado en el hospital psiquiátrico de Islington, al tiempo que se anunciaba su fallecimiento y se fingía el sepelio del viejo cirujano mediante una discreta ceremonia fúnebre donde, en sustitución de un cuerpo, el ataúd cerrado que se sepultó portaba pesadas piedras en su interior. A su vez, el aún vivo Sir William resultaría enclaustrado, a la fuerza y guardándose el mayor silencio, en aquel manicomio bajo el falso nombre de Thomas Mason, quedando registrado como el interno número 124.

Se lo mantendría incomunicado hasta 1896, año en el cual acaecería su verdadero óbito. Su cadáver sería trasladado al cementerio familiar en la localidad de Thorpe Le Soken, bajo cuya cripta yacen -atento se aduce- tanto el féretro relleno con piedras, cual aquél que contiene los restos mortales del desquiciado médico que habría sido el nunca descubierto Jack el Destripador.




[1]    Knight, Stephen, Jack the Ripper. The Final Solution, Editorial George Harrap, Londres, Inglaterra, 1976.
[2]    Retamar Sala, Salvador, Grandes conspiraciones, misterios y asesinatos, Ediciones Lea S.A, Buenos Aires, Argentina, 2007, pág. 25.
[3]    Ridley, Jasper, Los Masones, La sociedad secreta más poderosa de la tierra, traducción de Eduardo Hojman, Ediciones B, Buenos Aires, Argentina, 2006, pág. 392.
[4]     Fairclough, Melvin, The Ripper and the royals, Editorial Dukworth, Londres, Inglaterra, 1991.
[5]     Perry, Anne, El complot de Whitechapel, traducción de Aurora Echevarría, Ediciones Debolsillo, Buenos Aires, Argentina, 2004, pág. 223.
[6]     Sinclair, Iain, White Chappel, Trazos Rojos, Editorial Sudamericana, traducción de Matías Serra Bradford, Buenos Aires, Argentina, 2004, págs. 61 y 65.


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4 comentarios:

  1. Excelente artículo, siempre me ha intrigado el enigma de Jack el Destripador... Misterioso asesino de la aristocracia que marcó a Londres!!!

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    1. Muchas gracias Alejandro por acercarte a mi blog. Si deseas más información escríbeme a gabpombo@gmail.com

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  2. El galeno al que se dirigió Robert James Lees, según Thomas Arnold fue Sir John Williams, que también trabajaba para la corte y su especialidad era la ginecología.

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  3. Hola amigo Maior Dundee, la versión que aquí refiero, sobre cómo habría "en verdad" fallecido Sir Willian la extraje de "From Hell" el gran cómic de Alan Moore, que a su vez tomaba fuentes anteriores, sobre todo "JTR The final solution" de Stephen Knight, el cual suponía que el medium Lees llevó al inspector Abberline al domicilio del Dr. William Gull fingiendo haber tenido"una visión" que le decía que allí vivía el asesino.

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Gracias por comunicarse con Gabriel Pombo.