martes, 13 de agosto de 2013

Jack el Destripador: 125 años de sangre y misterio





La "Némesis de la Negligencia": en la prensa se publicó esta alegoría de los asesinatos de Whitechapel


En este mes de agosto de 2013 se cumplen ciento veinticinco años exactos de uno de los fenómenos criminológicos más trascendentes e impactantes de la historia del delito: los brutales y extraños crímenes cometidos por Jack el Destripador.

Y es que agosto, a no dudarlo, configura un mes clave en aquella macabra trama. Ya sea que se entienda que el psicópata victoriano perpetró su inicial homicidio en la noche del 7 de agosto de 1888 contra Martha Tabram, o que su primera presa humana fue Mary Ann “Polly” Nichols, finiquitada en la madrugada del 31 del corriente, es en dicho mes cuando el horror principia a instalarse en los habitantes del bajo Londres.

La historia de aquellos desmanes se halla plagada de mistificaciones donde los datos reales, objetivos y verificables se confunden con las exageraciones, e incluso con las mentiras lisas y llanas.

Ha transcurrido ya un siglo y cuarto, lo cual implica demasiado tiempo. Se han extraviado para siempre registros fundamentales, y en este asunto criminal, como en pocos, se volvió cierto el adagio forense según el cual: “El tiempo que pasa es la verdad que huye”.1

Esa verdad escapada o desvanecida dejó un vacío que se ha querido llenar postulando hipótesis acerca de la plausible identidad del o de los asesino/s. En unos casos se trata de teorías formuladas de buena fe y con encomiable esfuerzo investigativo; pero en muchas otras ocasiones las conjeturas están motivadas por espuríos fines de lucro y sensacionalismo.

Existe una vasta biblioteca de libros serios elaborados por especialistas sobre el tema (autores, en general, británicos), a quienes se los denomina: “ripperólogos”.2

Algunos de esos manuscritos se limitan a desarrollar los hechos que gozan de adecuado respaldo documental, y describen el contexto social donde tuvieron cabida aquellos infelices acontecimientos.3 Otros libros, también creados por escritores de alto calibre, se aventuran a sugerir algún sospechoso, atribuyéndole al individuo en cuestión haber sido el misterioso victimario.4

Pero aún en estos últimos textos no se incurre en el exceso, y la nominación del candidato de turno se formula dentro del marco de una teoría y sin la pretensión de estar ofreciendo la verdad revelada.

A los ciento veinticinco años de los hechos: ¿Qué conocemos con algún grado de certeza? Es claro que no demasiado.

Parece incuestionable, empero, que fueron homicidios en serie, que siguieron una pauta establecida; lo cual sugiere una misma mano asesina,5 sin descartar que los agresores resultaran más de uno actuando coordinadamente.6 Sabemos que las muertes acaecieron en una región marginal de la capital inglesa: el distrito de Whitechapel, emplazado en el este londinense; y que las víctimas eran siempre mujeres de clase pobre dedicadas a la prostitución, ya fuese a tiempo completo o parcial.

Sabemos igualmente que el matador o los matadores estaban imbuidos de un afán mediático que los impelía a publicitar los crímenes. Este último dato deviene notorio pues, como bien nos advierte el experto Tom Cullen:

“…por qué, tras haber elegido a sus víctimas, procedió el Destripador a mutilar los cadáveres con tanta crueldad, dejándolos expuestos en la calle? De haberlos cargado de piedras arrojándolos al Támesis jamás se habrían recuperado los cuerpos o, en caso de reaparecer en la superficie del agua, habría sido muy difícil su identificación…La única conclusión posible es que el Destripador quiso deliberadamente que los asesinatos fuesen conocidos públicamente” 7

No tenemos certeza siquiera -tal cual prevenimos al comienzo de este artículo- si la primera presa humana fue Martha Tabram o si se trató de Mary Ann Nichols; aunque la mayoría de los investigadores clásicos se inclinan por reputar que Polly representó la inicial víctima canónica (o de segura ejecución) del infame perpetrador.

Respetando esa idea, presentaremos aquí en las próximas entregas de este blog una recreación de los asesinatos de Jack the Ripper.



Apéndice de notas:



1. Frase atribuida al criminólogo Edmund Locard.
2. Ripperólogos: estudiosos del caso de Jack the Ripper. Término de uso ya consolidado. Fuente: Casebook Jack the Ripper.
3. A vía de ejemplo cabe citar: Jack the Ripper. The definitive history, Paul Begg, The Ultimate Jack the Ripper Sourcebook, Stewart Evans y Keith Skinner, y traducidos al castellano: Jack el Destripador, Recapitulación y veredicto, Colin Wilson y Robin Odell, y Otoño de Terror, Tom Cullen.
4. Como ejemplo podría mencionarse a: Jack the Ripper. First american serial killer, Stewart Evans y Paul Gainey, donde se propugna la culpabilidad de Francis Tumblety, Jack the Ripper. The 21st. The century investigation, Trevor Marriott, en el cual se postula a Carl Feigenbaum, The trial of Jack the Ripper, Euan Macpherson, que propone a Henry William Bury, y From Hell. The Jack the Ripper Mistery, Bob Hinton, que sugiere a George Hutchinson.
5. Ressler, Robert, Dentro del monstruo, pp.78-80. Este célebre criminólogo y perfilador del FBI define a Jack el Destripador como un victimario secuencial desorganizado y psicótico, más que psicópata: “se trataba de un perturbado mental cuyo estado mental empeoraba progresivamente”, expresa.
6. Stephen Knigth con su ensayo de 1976: Jack the Ripper. The final solution, fue el propulsor de numerosas obras que siguieron la línea de la “conspiración monárquico-masónica”; por caso: The Ripper and the Royals, Melvin Faiglough, y El complot de Whitechapel, Anne Perry -esta última traducida al castellano-, y varias más.
7. Cullen, Tom, Otoño de Terror, p.11.


1 comentario:

Gracias por comunicarse con Gabriel Pombo.