¿LA ULTIMA VICTIMA?
Una de la fotografías más espantosas:
Mary Jane Kelly mutilada
Mary ingresando a la fatídica
habitación con su asesino
El pasado 9 de noviembre de 2014 se cumplieron ciento veintiséis años de aquél que se considera el último homicidio de segura autoría del victimario serial motejado "Jack the Ripper". Otros asesinatos de meretrices irían a verificarse en el distrito de Whitechapel y en otras zonas del este de Londres en los meses y años siguientes. Empero, los expertos no sitúan a esas posteriores occisas dentro del listado de las denominadas "Víctimas canónicas de Jack el Destripador".
Dicho elenco mortuorio quedó compuesto por Mary Ann Nichols (31 de agosto de 1888), Annie Chapman (8 de agosto de 1888), Elizabeth Stride y Catherine Eddowes (30 de septiembre de 1888) y, finalmente, Mary Jane Kelly (9 de noviembre de 1888).
Esta última, la más joven y bonita, también resultó la víctima más patética, pues´dada su juventud -sólo veinticinco años- aún abrigaba esperanzas de librarse del inframundo de la pobreza y el alcoholismo que había sellado la suerte de sus predecesoras. Todas ellas eran mujeres vencidas que - ya entradas en su cuarta década- malvivían sin ilusiones, enfermas, y destinadas a fallecer en hospicios y asilos algunos años más tarde.
Los próximos párrafos, extraídos de los libros que dediqué al asunto ("El monstruo de Londres. La leyenda de Jack el Destripador" y "Jack el Destripador. La leyenda continúa"), ilustran lo que se sabe acerca del trágico desenlace de esta "última víctima". Se mencionan anécdotas, curiosidades y rarezas que rodearon su cruel deceso; y también las sospechas recaídas sobre dos hombres que conocían íntimamente a la infortunada chica.
El monstruo de Londres y La leyenda continúa (primera edición).
Portada de la segunda edición actualizada de
"Jack el Destripador. La leyenda continúa"
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El monstruo de Londres y La leyenda continúa (primera edición).
Portada de la segunda edición actualizada de
"Jack el Destripador. La leyenda continúa"
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Thomas Bowyer, conocido como "Indian Harry",
por tratarse de un militar retirado del ejército inglés de la India, mejoraba
los ingresos de su magra pensión trabajando como cobrador al servicio de John McCarthy, dueño de unos miserables
cuartuchos en el edificio llamado Miller´s Court, cuyos ocupantes
en su mayoría eran mujeres que se ganaban la vida ejerciendo la prostitución.
Una de aquellas desafortunadas era Mary Jane Kelly, joven irlandesa pelirroja de veinticinco años que rentaba la habitación número 13.
En la mañana del 9 de noviembre de 1888 el casero mandó a su dependiente a que fuese hasta aquella covacha para tratar de cobrar la renta que la chica adeudaba. Afuera se oía el jolgorio de un día festivo para los londinenses, en el cual se celebraba la fiesta del Lord Mayor, título que recibe en el Reino Unido el Alcalde de Londres, York y otras ciudades importantes del país.
Bowyer llamó varias veces a la puerta. Como no obtuvo respuesta se dirigió hacia una ventana lateral que él sabía tenía una rotura. Cuidando de no lastimarse, introdujo su mano a través del hueco del vidrio y descorrió la cortina para escudriñar hacia el interior. Lo que vio le hizo proferir un grito de horror.
Sobre la cama empapada en sangre yacía el destrozado cuerpo de la desdichada inquilina. Su estómago lucía abierto en canal, y sus órganos internos se amontonaban en torno suyo, cual una masa informe, repugnante y sanguinolenta.
El cuadro era dantesco y el cadáver estaba irreconocible. Posteriormente, el ex novio de la víctima, el jornalero Joseph Barnett, aseguró en la morgue que se trataba sin duda de Mary Jane, pues la reconoció a causa de su cabellera rojiza, y por sus ojos y orejas, que era lo único que quedó intacto en aquel rostro desfigurado.
Lleno de espanto, Indian Harry volvió corriendo al bazar de su patrón y le comunicó sobre el terrible descubrimiento. El arrendador fue junto con su empleado a Miller´s Court y comprobó la escena mirando también él a través de la hendija. Llamaron a la policía, y pronto acudieron los inspectores Walter Beck y Frederick Abberline, y casi al mismo tiempo el médico forense George Bagster Philips.
¡Parecía más la obra de un demonio que la de un hombre!, exclamaría más tarde en los estrados un conmocionado John McCarthy, al deponer en la encuesta judicial instruida por motivo de ese crimen. Así dejaba constancia de la tremenda impresión que le produjo el monstruoso hallazgo, que estremeció incluso a los endurecidos pesquisas que concurrieron a aquella tétrica habitación.
El 8 de noviembre de 1888, penúltimo día en la existencia de esta mujer, su casi adolescente vecina Lizzie Albroock acudió hasta su pieza a visitarla, y allí emprendieron una animada plática que fue interrumpida bruscamente por Mary, quien le aconsejó a su oyente: "Hagas lo que hagas, no termines como yo", palabras sombrías y premonitorias si las hay.
Entre
la noche del 8 y la madrugada del 9 de noviembre la linda Kelly fue vista
mientras era abordada por hombres, cuando menos, en dos oportunidades. La
testigo que primero la avistó fue la viuda Mary Ann Cox, una prostituta de treinta y un años que residía en la
pensión de Miller´s Court.
Pero
posiblemente el más trascendente testigo que la habría observado en compañía
masculina, horas previas a su óbito, lo constituyó un individuo de nombre George Hutchinson. Se presentó tres
días después del crimen, el 12 de noviembre, en la estación de policía de la
calle Comercial, y su inicial deposición fue recogida por el sargento de
guardia Edward Badham.
Este informante, por medio de esa tardía denuncia, declaró haber visto a la muchacha caminando asida del brazo de un cliente muy peculiar. El deponente describió con minucia el aspecto de aquella persona, a quien calificó como "extranjero, posiblemente judío".
Tan
interesante pareció su testimonio que se llamó al inspector Frederick Abberline
para interrogarlo. El detective aseguró en un reportaje de prensa que aquellas
declaraciones le parecieron veraces y muy sugestivas. Señaló en concreto: «Lo
he interrogado esta tarde y tengo la opinión de que su declaración es
verdadera. Él me informó que en ocasiones le había dado unos chelines a la fallecida
y que la conocía desde hacía tres años. También me dijo que le sorprendió que
el acompañante de Kelly fuera un hombre tan bien vestido.»
Inspector Frederick Abberline
Inspector Frederick Abberline
Si
damos crédito a la especie que a la policía aportó el testigo, por aquel
tiempo se alojaba en el hogar Victoria de la calle Comercial y regresaba de
Romford, en Essex, cuando advirtió cómo un extraño se personaba a la moza que él conocía por el alias de “Ginger”.
Se trataba, a todas luces, de un posible cliente que requería los servicios de
la atrayente ramera.
De
acuerdo se conjetura, el mismo George también resultaba uno de los clientes
habituales de dicha joven. Declaró que hacia las 2 de la madrugada del día 9 de
noviembre, justo antes de arribar a la calle Flower and Dean, se encontró con
Marie Jeannette Kelly, la mujer asesinada. Eran amigos o, cuando menos, tenían
mucha confianza entre sí. De otra forma no se explica que ella le preguntara si
tenía algo de dinero para prestarle, de conformidad reportó Hutchinson. Él
estaba sin un penique, y así se lo dijo. Ella le contestó que debía conseguir
dinero para pagar la renta y prosiguió su camino.
En
la denuncia se relata de qué modo un sujeto que venía transitando en dirección
contraria a la de la joven le dio un golpecito sobre el hombro y le susurró al
oído unas palabras que la hicieron echarse a reír. Tras esto, el denunciante
habría escuchado que ella le decía: “De acuerdo”, a lo cual el presunto
cliente respondió: “Saldrás ganando lo que ya te he dicho”. Acto
seguido, le acomodó su brazo derecho por encima de los hombros y marcharon hacia a la pensión de Miller´s Court.
En
la mano izquierda el sospechoso aferraba: “Una especie de paquete sujetado
por una especie de correa”, atento indicó con lenguaje redundante el denunciante; quien añadió: “Yo estaba parado bajo la farola de la taberna
Queen´s Head y me quedé mirándolo”.
La
descripción suministrada prosigue dando cuenta de que el acompañante de Mary era
un hombre de cabellos negros y con apariencia de extranjero, posiblemente un
judío. En lo referente a su indumentaria, iba vestido con un gabán largo de
color oscuro con cuello y puños ribeteados en piel de astracán, su chaqueta y
sus pantalones eran de tono también sombrío, usaba camisa de cuello blanco y
corbata negra.
También
portaba un sombrero de fieltro opaco, el cual calaba tan hundido sobre la
frente que no permitía verle con claridad el rostro. Calzaba polainas
oscuras con botones claros sobre zapatos abotonados. Pendía de su chaqueta un
reloj de bolsillo asido por una gruesa cadena de oro que traía engarzado un
ostentoso sello con una piedra de color rojo. Un par de finos guantes de
cabritilla enfundaban sus manos completando su elegante atuendo.
En cuanto a su estatura, ésta oscilaba en torno al metro setenta, su edad entre
los treinta y cuatro y los treinta y cinco años, su tez era de tonalidad clara
tirando a pálida, y lucía un afinado bigote.
George Hutchinson espiando a Kelly y su cliente
George Hutchinson espiando a Kelly y su cliente
¿Por
qué razón demoró tres días George Hutchinson en personarse a la policía y
radicar su denuncia? Este atraso indujo
a especular que tal vez él era el homicida, y que se tomó ese tiempo para
buscarse una coartada. De acuerdo sugieren algunos escritores, este individuo
efectivamente era Jack el Destripador, y asesinó a Mary por frustración amorosa.
Aquella noche trágica se presentó ante la chica; pues al enterarse que ésta
había roto la relación con su concubino creyó que su oportunidad había al fin
llegado.
Esa
ocasión requirió los servicios de la mujer como un cliente más; pero una vez
dentro de la pieza, le manifestó su amor y le propuso que se fuera a vivir con
él. La muchacha lo despreció. Sobrevino una agria pelea y, enardecido de
despecho, la estranguló previo a inferir las salvajes mutilaciones en las
cuales esta vez, por el odio desatado, estaba ausente la precisión ginecológica
que caracterizó al resto de la matanza de Jack the Ripper.
Una
vez repuesto del éxtasis vesánico que lo invadiese comprendió que se había
arriesgado en demasía esa vez. Temió que lo hubiesen visto ingresar junto con su
víctima a la habitación del crimen, y salir después ensangrentado. El matador
necesitaba distraer la atención antes de que la policía lo detectara
sirviéndose de las descripciones que, a no dudar, irían a suministrar quienes
lo sorprendieron junto a Kelly aquella madrugada.
Esgrimió
la historia de haber observado a la occisa abordada por un extranjero rico.
Sabía que de ese modo las miradas apuntarían a un hebreo, y la xenofobia que
desde la acusación contra "Mandil de Cuero" - John Pizer - se venía
desatando haría el resto. No desconfiarían de que un decente trabajador inglés
como él era el verdadero responsable de la masacre.
Sin
embargo, la conjetura donde se lo acusa no parecería contar con base sólida; y
lo cierto es que obra prueba en apoyo de las afirmaciones de este informante. La
versión de aquel hombre fue convalidada por los dichos de la vecina Sarah
Lewis. Esta fémina,
tanto en la encuesta judicial como en deposiciones formuladas en los
periódicos, informó haber concurrido a Miller´s
Court entre las 2 y las 3 de la madrugada de la noche fatídica. Al ingresar
contempló a un tipo extraño, cuya fisonomía coincidía con la de Hutchinson,
rondando por la entrada del patio del edificio.
La
joven Sarah, de veintitrés años, alegó que había reñido con su esposo -luego se
supo que era su concubino del cual ya tenía un hijo y otro venía en camino,
pues estaba embarazada de cinco meses por entonces-, y haber ido a pernoctar al
hogar de una familia amiga que allí residía. La dama también contó haber
escuchado, cerca de las 4 de esa madrugada, el grito de "¡asesinato!"
prorrumpido por una voz femenina; pero adujo que no se molestó en
salir del apartamento a verificar de dónde procedía el llamado, debido a que
tales barullos eran frecuentes por allí, y porque no volvió a oír nada más.
Y no
sólo este presunto amigo y cliente sería reputado sospechoso de haber sido el victimario.
El último compañero sentimental de la finada también fue objeto de una
hipótesis inculpatoria desarrollada décadas más tarde.
Joseph
Barnett tenía treinta años, y estaba cesado de su trabajo habitual cuando fue
brutalmente masacrada su ex novia Mary Jane Kelly, ese viernes 9 de noviembre
de 1888. Su actividad usual consistía en trabajar como jornalero en el mercado
de pescado de Billinsgate, aunque ocasionalmente laboraba de peón en la
construcción.
Dibujo de Joseph Barnett
Dibujo de Joseph Barnett
Fue
el último concubino de la sensual irlandesa conocida como "Marie
Jeannette", "Fair Emma", "Ginger", y por varios otros
seudónimos; y hasta escasos días precedentes a la tragedia compartió con ella
la minúscula habitación número 13 del edificio de Miller´s Court, situado
frente al número 26 de la calle Dorset.
El
30 de octubre de 1888 se había separado de su compañera, tras protagonizar una
violenta pelea en cuyo transcurso los airados amantes se agredieron lanzándose
con cuanto objeto contundente tuvieron a mano y, de resultas de tal estropicio,
se rompió el vidrio de la ventana contigua a la puerta que daba ingreso al
modesto alojamiento.
Al
parecer, mientras el hombre se hallaba con empleo, ayudaba a la manutención de
la joven, y ésta no ejercía la prostitución ni se alcoholizaba durante esos
intervalos. El problema radicaba en que Joe solía estar desocupado, situación
que precipitaba las fricciones entre ambos provocando que, acuciada por la
necesidad, ella volviera a vender su cuerpo, recorriendo las callejuelas del bajo Londres en busca de clientes.
La
realidad era que la pelirroja no conocía otra forma de ganarse la vida para
afrontar el pago de la renta y mantenerse, y aún dedicada a su profesión las
ganancias obtenidas no le alcanzaban para saldar sus cuentas. Tanto era así que
a la fecha de su muerte, su retraso en el abono de los arriendos ascendía a una
libra y nueve chelines.
Ese
adeudo determinó que –atento ya se dijera- Thomas Bowyer, el dependiente
encargado de las cobranzas, aporreara su puerta a las 8 de aquella lúgubre
mañana y, tras correr la escuálida cortina que cubría el cristal roto, a fin de
averiguar si la mujer estaba dentro y fingía no oírlo, escudriñó por la
hendidura captando la conmovedora visión de aquel cuerpo irreconocible y
mutilado tumbado sobre el camastro tinto en sangre.
Joseph
Barnett dispuso de oportunidades más que suficientes para ser el homicida de su
amante, e igualmente para finiquitar a las precedentes víctimas. En la teoría
que lo postula como el culpable de las muertes se sindica que, dada su relación
sentimental con Mary, representaba una figura familiar para otras compañeras de
oficio de aquella, circunstancia que contribuyó a que éstas no estuvieran en
guardia cada vez que él procedía a agredirlas.
En
cuanto a las desfiguraciones que exhibían los cadáveres, se argumentó que la
destreza adquirida por este sujeto, gracias a su labor de cortador de pescado
en el mercado, le habría dotado de los rudimentos técnicos que el macabro
desmembrador victoriano acreditó poseer a la hora de diseccionar los
organismos. Este trabajador resultaba un joven carente de fortuna que, en
principio, no mostraba bastante inteligencia para hacer pensar que pudiese
salir bien librado. Sin embargo, evitó la segura ejecución que habría sido su
destino inexorable si era desenmascarado y aprehendido.
Conforme
se supo, un homónimo suyo falleció en 1926 en la localidad británica de
Stepney, a la edad de sesenta y ocho años; bien podría haberse tratado del
amante de Kelly, y haber constituido -ciñéndonos a esta propuesta- su bárbaro
matador. Enfermo de pasión por la cautivante pelirroja, Barnett la habría tratado de
persuadir para que abandonase su existencia promiscua y se comprometiese en
exclusiva con él.
A
tal fin, la emprendió contra las camaradas de oficio de su novia, eliminándolas de forma singularmente violenta y sádica. Si Mary creía que
podía transformarse en la próxima víctima de un implacable psicópata, era
factible que se convenciera de que lo mejor para ella consistía en renunciar
definitivamente a las calles, y pasar a vivir segura bajo la protección de su fiel
amante.
El
retorcido plan parecía ir transitando por exitoso camino. La moza transcurría
sus días sumida en el temor, tras enterarse de los espantosos homicidios que se
iban acumulando a su alrededor. Pero al descubrir el enamorado a su chica
compartiendo el lecho con otra prostituta llamada María Harvey -según una versión
las sorprendió en medio de una relación lésbica- se retiró de la vivienda,
humillado y derrotado en su afán reformador.
En
la madrugada del 9 de noviembre de 1888, Joseph habría arribado a la habitación
número 13 de Miller´s Court para ensayar un postrero intento reconciliador y
trató de hacer, de una vez por todas, las paces con su antigua concubina.
Sobrevendría el tajante rechazo de la mujer, otra virulenta disputa, y la furia
del individuo se dispararía como jamás antes ocurriera. Ello explicaría la
extensión y el salvajismo de las mutilaciones.
¿Fue
Joseph Barnett el asesino de su amada y, además, Jack el Destripador? Casi
seguramente no, atendiendo a la carencia de evidencias aptas para incriminarlo.
La hipótesis que lo pinta como un hombre que se abismó en los crímenes más
barbáricos cegado por el amor frustrado, aunque literariamente devenga
seductora, resulta demasiado artificiosa y forzada.
Poco
se sabe a ciencia cierta del gris cortador de pescado y peón de albañil
ocasional. Tal vez continuó residiendo en el este de Londres. Es posible que haya
contraído enlace o que se buscase una nueva concubina, tratando de olvidar la
tormentosa tragedia caída cual funesto rayo tan cerca suyo. Quizás -conforme se
especulase- se mudó del distrito y, sin llamar la atención, concluyó
oscuramente su existencia casi cuarenta años más tarde.
Tras
la defunción de Mary Jane Kelly otro de los testimonios reproducidos en la
encuesta judicial devino especialmente conflictivo. Se trató del vertido por un
sastre de la calle Dorset de nombre Maurice Lewis -sin ninguna relación parental con la
testigo homónima antes aludida-. Este caballero insistió que conocía muy bien a
la fallecida y al hombre que fuese su pareja
sentimental -Joseph Barnett- al
cual él identificaba por el apodo de "Danny".
Indicó que vio a ambos de jarana y bebiendo licor en la taberna "The
Horn o´Pienty" en compañía de su joven vecina Julia Venturney.
Lo preocupante de esa declaración se centró en la hora en que el testigo aseguró haber avistado al alegre trío, a saber: las 10 de la mañana del 9 de noviembre de 1888. Ocurre que -de atenernos a los reportes forenses- la infeliz ya había sido brutalmente masacrada horas atrás y, desde entonces, su destrozado cadáver debía irremisiblemente estar yaciendo encima del ensangrentado camastro de la habitación sita en el número 13 de la pensión donde moraba.
El testimonio del sastre se adicionó a otro que dio no pocos quebraderos de cabeza a los investigadores: el aportado por Caroline Maxwell. Pese a ser contradichas sus afirmaciones en la instrucción judicial, la mujer se empecinó en sostener que se había visto cara a cara con Mary Jane Kelly después de cuándo aquella debía estar muerta. El encuentro se habría producido entre las 8 y las 8,30 del mencionado 9 de noviembre en la esquina de Miller´s Courts. La deponente repitió que no abrigaba la más mínima duda acerca del horario porque su marido siempre regresaba de trabajar a las 8 en punto de la mañana.
A la testigo le llamó la atención comprobar que la bonita meretriz se hallaba con su ánimo sumamente decaído, acusando obvios síntomas de malestar; por lo cual, le ofreció ron a fin de levantar su espíritu en el curso de una breve conversación. También apuntó que, una hora más tarde, la volvió a ver hablando con un individuo en el club Britannia, popularmente conocido como el Ringers en honor al apellido del propietario de ese establecimiento.
Lo preocupante de esa declaración se centró en la hora en que el testigo aseguró haber avistado al alegre trío, a saber: las 10 de la mañana del 9 de noviembre de 1888. Ocurre que -de atenernos a los reportes forenses- la infeliz ya había sido brutalmente masacrada horas atrás y, desde entonces, su destrozado cadáver debía irremisiblemente estar yaciendo encima del ensangrentado camastro de la habitación sita en el número 13 de la pensión donde moraba.
El testimonio del sastre se adicionó a otro que dio no pocos quebraderos de cabeza a los investigadores: el aportado por Caroline Maxwell. Pese a ser contradichas sus afirmaciones en la instrucción judicial, la mujer se empecinó en sostener que se había visto cara a cara con Mary Jane Kelly después de cuándo aquella debía estar muerta. El encuentro se habría producido entre las 8 y las 8,30 del mencionado 9 de noviembre en la esquina de Miller´s Courts. La deponente repitió que no abrigaba la más mínima duda acerca del horario porque su marido siempre regresaba de trabajar a las 8 en punto de la mañana.
A la testigo le llamó la atención comprobar que la bonita meretriz se hallaba con su ánimo sumamente decaído, acusando obvios síntomas de malestar; por lo cual, le ofreció ron a fin de levantar su espíritu en el curso de una breve conversación. También apuntó que, una hora más tarde, la volvió a ver hablando con un individuo en el club Britannia, popularmente conocido como el Ringers en honor al apellido del propietario de ese establecimiento.
Caroline
proporcionó un minucioso recuento del aspecto que exhibía aquel hombre y de la
ropa que vestía la chica. La presunta Kelly lucía una falda oscura, corpiño de
terciopelo y un chal marrón. Maxwell expresó que dicha vestimenta era habitual
en la finada, y reiteró que en esa segunda emergencia tampoco se había
equivocado al identificarla. El inspector Frederick Abberline interrogó personalmente a esta
testigo, la cual se mantuvo inflexible en sus aseveraciones.
Estos curiosos aportes testimoniales dieron pie a los recelos. Por caso, en una vidriosa versión, se atribuyó al detective Abberline haber consultado con un médico de nombre Thomas Dutton si no era posible que Mary hubiese sido finiquitada por una mujer que escapó del teatro del crimen usando las ropas de su víctima para disimular, y que fuera a ésta a quien los deponentes confundieron con la occisa.
Otras
ideas más estrafalarias aún se formularon, aunque fueron postuladas a través de
obras de ficción. En "The Michaelmas girls" ("Las muchachas de San Miguel"),
publicada en 1975, el autor John Barry Brooks sustentó que aquellos testimonios no estaban
equivocados ni eran falsos. Efectivamente
fue Mary Jane Kelly la fémina a la cual vieron los testigos en horas tan
tardías de esa mañana.
¿La explicación? la muchacha no fue la víctima cuyo lacerado cuerpo halló la policía en la lóbrega habitación. Por el contrario, Kelly -con la asistencia de un cómplice masculino- constituía la victimaria, y el descarnado cadáver pertenecía a una pordiosera a la cual el perverso dúo atrajo con engaños. En consecuencia, Mary y su secuaz fueron los responsables de los crímenes atribuidos a Jack el Destripador.
En el mundo de los hechos reales la policía concluyó, sin embargo, que los testigos Lewis y Maxwell se habían confundido en cuanto al horario, o respecto a las personas que creyeron ver. No quedaba otra opción más que considerar erróneos estos testimonios. El informe de la autopsia redactado por los forenses doctores George Bagster Phillips y Thomas Bond precisaba con exactitud el tiempo en que acaeció el óbito el cual quedó fijado, como mucho, próximo a la hora 5 de la madrugada de aquel luctuoso 9 de noviembre.
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