lunes, 16 de febrero de 2015

Thomas Bond: el forense del Destripador

                                   
                          Doctor THOMAS BOND

                                  UN FORENSE EN LA HISTORIA 
                          DE JACK EL DESTRIPADOR
                                                  El doctor Thomas Bond según una 
                                                  presunta representación contemporanea
         
                                                   Representación imaginaria de la fisonomía
                                                       del brillante y pionero médico forense
            
                                                         Correspondió a este galeno la lúgubre
                                                      labor de practicar la autopsia de Mary Kelly
 Recreación del suicidio de Thomas Bond editada                                                                               en el Penny Illustrated el 15 de setiembre de 1901

          El inicial “perfilador” –cuando aún no se conocía ese término– contemporáneo a los trágicos acontecimientos de Whitechapel quien, a requerimiento de las autoridades de Scotland Yard, ofreciera un perfil psicológico sobre Jack el Destripador, lo constituyó el médico forense Thomas Bond; profesional que expuso su informe diagramando el primer contorno científico tendiente a predecir las claves íntimas del hombre que se ocultaba tras el anónimo criminal serial del este de Londres. 
         Este insigne médico nació en Somerset, en el seno de una familia británica que ya contaba con destacados galenos, como su tío materno el doctor Joseph McCann de Southampon. Comenzó su preparación en el hospital King College de Londres, donde ganó la medalla de oro de la universidad londinense al aprobar su examen final para obtener la licenciatura en cirugía. En 1864 fue nombrado como parte del equipo médico de la Cruz Roja de Myanmar, graduándose en el año 1865. En el siguiente año de 1866 se unió a las fuerzas de la Prusia Imperial, y sirvió a su ejército asistiendo a enfermos graves en un brote epidémico de cólera. Revistó para el Imperio prusiano en la guerra austro-prusiana, ejerciendo en hospitales de campaña instalados detrás de las líneas italianas durante el conflicto bélico. Participó efectuando labores similares en la guerra franco-prusiana de 1870-1871. (1) (2).
      Su intervención en calidad de cirujano en tales contiendas militares lo dotó de gran práctica, y coadyuvó a su destreza en la aplicación de técnicas de reconstrucción facial y anatómica. 
       A su retorno a Gran Bretaña, el doctor Thomas Bond accedió al cargo de Cirujano Asistente de la Policía Metropolitana en 1873, y el destino quiso que ya entonces se enfrentase a macabros sucesos. A principios de setiembre de ese año apareció en la ribera sur del río Támesis, en Battersea, un torso femenino seccionado y, días más tarde, emergieron otros fragmentos, entre ellos la cabeza que se hallaba muy deteriorada. 
         El joven galeno emprendió un encomiable y lóbrego trabajo y, junto con el cirujano policial Felix Kempster, fue reconstruyendo el cadáver cosiendo una por una las piezas. Recomponer el rostro de la finada significó un enorme desafío, pues la nariz y la barbilla estaban desolladas, y a la testa le había sido arrancado el cuero cabelludo. La piel de la cara de la víctima fue equipada de la manera más natural posible en esas horribles circunstancias. (3)
         Pese a que este pionero intento de reconstrucción forense se llevó a cabo con sumo "ingenio y habilidad"  -conforme manifestasen los periódicos- el cuerpo sólo podría ser reconocido por aquellos que estaban más: "íntimamente familiarizados con las características físicas de la persona fallecida". La policía rechazó a muchos sujetos que se acercaron para saciar su morbo de contemplar el cuerpo destrozado. Entre éstos estaban "los comerciantes de horrores" que trataron de obtener un esbozo de aquellos despojos.
       Pero la policía obró con celo profesional, y únicamente a quienes se consideró con legítimas razones para ver los restos les fue exhibida una fotografía de los mismos.
  Comentando aquellas lesiones, la revista médica The Lancet informó que: "Contrariamente a la opinión popular, el cuerpo no había sido troceado, pero era cierto que las articulaciones se han abierto con habilidad, y los huesos resultaron perfectamente desarticulados, incluso en las articulaciones complicadas del tobillo y el codo. A su vez, en la articulación de la cadera y del hombro los huesos fueron toscamente aserrados".
        Dado que devenía notorio que detrás del hallazgo se ocultaba una mano criminal, un veredicto de "asesinato con premeditación contra alguna persona o personas desconocidas" fue alcanzado por el jurado en la encuesta judicial.  El gobierno ofreció una recompensa de doscientas libras, y un perdón gratuito para cualquier cómplice que denunciara al ejecutor. A despecho de tal medida, jamás se supo la identidad de la víctima, no se practicaron aprehensiones, y el asunto quedó a fojas cero. 
      En el mes de junio del siguiente año de 1874 el organismo descuartizado de una fémina se extrajo de las aguas del Támesis, en la región de Putney. El rotativo News of the World del 14 de junio subrayó que el cadáver carecía de cabeza y de extremidades, salvo una pierna, y que el torso fue trasladado a la morgue de Fulham.
    Esos dos crímenes escalofriantes representaron un preludio de lo que ocurriría trece años más tarde cuando el cirujano ejercitó la autopsia sobre el cadáver de la mujer desmembrada en Rainham en mayo de 1887, homicidio atribuido al Descuartizador del Támesis. Y tras descubrirse el 2 de octubre del siguiente año de 1888 un torso femenino descompuesto dentro del sótano de la obra en construcción del Nuevo Scotland Yard ("El misterio de Whitehall"), también se le encargó la necropsia de esa nueva víctima del Asesino del Torso de Támesis.
                       Imaginaria recreación del Asesino del Torso de Támesis, 
    sobre cuyas desmembradas vìctimas practicó autopsias el doctor Thomas Bond.

      A vez, cuando a fines del verano y en el otoño de 1888 arreciaron los cruentos asesinatos de Jack el Destripador, otra vez le correspondería al doctor Thomas Bond desplegar una labor prominente.
      El forense colaboró en la autopsia de Mary Jane Kelly ultimada el 9 de noviembre de 1888 y también, de Alice McKenzie  victimada el 17 de julio de 1889. 
      Respecto de esta última occisa, el cirujano creyó que su deceso fue ocasionado por Jack the Ripper en virtud de la coincidencia entre las heridas sufridas por la difunta, y debido a otros datos recabados en la escena del crimen, los cuales estimó que eran muy similares a los hallados en los casos donde sin duda operó el asesino de Whitechapel. Su criterio fue resistido por sus colegas George Bagster Phillips y Frederick Gordon Brown, quienes no advirtieron ningunas semejanzas y les pareció disímil el modus operandi empleado en esa emergencia. El parecer de estos galenos prevaleció y, por lo general, se considera que la citada víctima no pertenece al elenco fatal provocado por el.monstruo de Londres.
      No obstante, la prueba de que la opinión de Thomas Bond era muy respetada por las autoridades británicas se refleja en el hecho de que el 25 de octubre de 1888, el jerarca número dos de Scotland Yard Robert Anderson envió al médico una carta pidiendo su ayuda en la investigación sobre los homicidios del este de Londres. Le remitió copias de las evidencias recogidas en las indagatorias en las muertes de Polly Nichols, Annie Chapman, Elizabeth Stride y Catherine Eddowes, con la solicitud de que le diera su opinión profesional acerca del asunto. Éste examinó los documentos durante dos semanas y entregó su respuesta el 10 de noviembre. Mary Jane Kelly había sido masacrada la mañana anterior, y el cirujano dedicó buena parte de ese día a la elaboración de la autopsia. Es probable que ese salvaje homicidio motivase al facultativo a apresurarse en concluir el reporte que venía preparando.
      Esencialmente dicho informe señalaba que los cinco asesinatos fueron, sin vacilación alguna, cometidos por la misma mano. En los primeros cuatro, las gargantas parecían haber sido segadas de izquierda a derecha. En el último trágico evento, debido a la tan extensa mutilación, era imposible asegurar desde qué dirección se asestó el corte fatal; pero se localizó sangre arterial salpicando la pared que daba hacia dónde yacía la cabeza de la extinta tendida.
    Las circunstancias que rodearon los homicidios lo llevaban a la opinión de que las mujeres debieron haber sido arrojadas contra el suelo cuando se las finiquitó, y en todos los incidentes el inicial corte de cuchillo se dirigió a cercenar la garganta. Respecto del tiempo transcurrido entre la muerte y el encuentro de cada cuerpo, el informante recalcó que en el caso de Liz Stride el hallazgo tuvo lugar inmediatamente después de producida la agresión. En las situaciones de Polly Nichols y Annie Chapman habrían discurrido entre tres y cuatro horas desde el fallecimiento hasta la ubicación de los cadáveres, Con relación a Kate Eddowes, su organismo sin vida se descubrió a los pocos minutos de ser eliminada.
     En el crimen de Mary Jane Kelly, en cuya autopsia intervino el mismo Bond, se halló su cuerpo inerte tumbado encima de la cama, medio desnudo y extremadamente lacerado. 
     Al arribar los forenses la occisa ya había ingresado al grado del rigor mortis, el cual fue en aumento durante el curso del examen clínico. Debido a tal circunstancia, se volvía difícil para el médico establecer con certeza el tiempo exacto transcurrido desde la muerte; pues tal período en una situación así varía de seis a doce horas antes de pasar a la fase de  rigidez cadavérica plena. Basado en que el cuerpo estaba ya bastante frío, y que al analizar el estómago y los intestinos percibió residuos de una reciente ingestión de alimentos, el galeno calculó que a la fémina deberían haberle quitado la vida entre la 1 o las 2 de la madrugada de ese 9 de noviembre.
   Cabe acotar que el doctor George Bagster Phillips contradijo en este punto a su colega, y determinó la hora del deceso entre las 4 y las 6 de la mañana; horario que, por lo demás, concuerda con los informes recabados en la investigación policial.
     El especialista asimismo mencionó que en ninguna ocasión pareció mediar indicios de lucha. De allí que dedujo que las agresiones resultaron repentinas y se infirieron desde una posición tal que las mujeres no pudieron resistirse. Advirtió que en el asesinato de Kelly la esquina derecha del colchón dónde yacía la fallecida estaba muy rasgada y saturada de sangre; lo cual sugería que el matador habría cubierto la cara de esta agredida con la sábana en el momento letal.
      En lo que atañe a la manera de matar, apuntó que en los cuatro primeros episodios el victimario debía haber irrumpido desde el lado derecho de la víctima. Con Mary Jane, por el contrario, habría principiado su acometimiento de frente o desde la izquierda, puesto que la estrecha habitación no dejaba espacio para accionar de otro modo. Si quería agredir de la misma forma que lo hiciera con las otras asesinadas, se hubiese chocado contra la pared y la porción del camastro sobre donde yacía la fémina. A su vez, la sangre había fluido hacia abajo manando a partir del costado derecho del cuerpo de esta finada, y al brotar mojó copiosamente la pared.
   Con relación al modus operandi utilizado recalcó que el homicida no quedaba necesariamente muy salpicado o anegado de fluidos sanguíneos, pero sus manos, sus  brazos y, al menos, un sector de su ropa, se debía manchar bastante. Señaló que en la totalidad de los sucesos las mutilaciones devenían en extremo semejantes, con la única excepción del óbito de Liz Stride. El móvil de todos los crímenes tenía por objeto, claramente, lograr la mutilación; la cual había siempre sido infligida por una persona que carecía de conocimiento científico y anatómico. El profesional ponderó que el ultimador ni siquiera poseía la destreza técnica de un carnicero, un matarife de caballos, o cualquier sujeto acostumbrado a trozar animales muertos.
        Sobre el arma esgrimida, estimó que se trataba de un cuchillo fuerte de por lo menos seis pulgadas de largo, y muy afiliado en su hoja, la cual era de alrededor de una pulgada de ancho. Se pudo tratar de una navaja, de un cuchillo de carnicero o del bisturí de un cirujano. De lo único que el informante se mostraba seguro era que el arma no era curvada, sino de hoja recia, punzante y recta.
         En cuanto al perpetrador, especuló que debía ser un varón de gran fuerza física, y de perverso y decidido atrevimiento. No encontró pruebas de que actuara junto con cómplices. Conjeturó que el criminal era un hombre sometido a periódicos accesos de manía homicida y erótica. El carácter de las mutilaciones sugería que aquel individuo podía padecer una enfermiza condición sexual llamada satiriasis.
       El experto no descartaba que el impulso vesanico hubiese tenido su origen y desarrollo en un afán de venganza o en una obsesión mental como, por caso, una manía religiosa. Empero, dejó constancia de que tal posibilidad le parecía improbable. Mostró menos dudas acerca de la conducta social del agresor, y evaluó que su apariencia externa, presumiblemente, sería la de un hombre inofensivo y tranquilo, de mediana edad, hábitos higiénicos, y que vestiría de manera decorosa. Creía que debía observar la costumbre de portar una capa o un abrigo largo; pues si así no lo hiciere difícilmente podría haber pasado desapercibido por las calles con rastros hemáticos cubriendo sus manos y la ropa que llevaba debajo.
     Nuestro perfilador suponía que el ejecutor devenía, además, un ser solitario y excéntrico. También reputaba probable que fuese un individuo carente de ocupación regular, pero con algún pequeño ingreso o pensión. Podía estar viviendo entre personas respetables que recelaban de él por conocer su carácter y sus hábitos extraños, y quizás presintiesen que no todo funcionaba bien en su mente. No obstante, esa gente no estaría dispuesta a comunicarle sus sospechas a la policía por temor a generarse problemas o a lograr así una notoriedad indeseada. El informante sugería que si los conocidos del homicida tuvieran la perspectiva de obtener una recompensa ese estímulo monetario podría hacerles superar sus escrúpulos.
        Cabe concluir, a partir de la labor e informes de este forense excepcional, que en las iniciales elaboraciones psicológicas sobre el criminal serial de Whitechapel, se reputó a éste como un asesino impelido por una sexualidad insana que, pese a ello, gozaba de suficiente autocontrol, al punto de conseguir engañar a su entorno y pasar por un ciudadano socialmente aceptable.
         Los victorianos intuían que las barbaries cometidas por Jack el Destripador estaban inspiradas en un ansia sexual irrefrenable, que eran los delitos de un perturbado que odiaba y que, al mismo tiempo, deseaba a las mujeres; y dado que no podía obtenerlas las mataba brutalmente.
         La imagen que el público se había formado coincide con el esquema que encontramos en la mayoría de los grandes crímenes sexuales del siglo XX. Un individuo tímido o nervioso que padece períodos depresivos cavila acerca del sexo hasta que el pensamiento de la violación lo llega a obsesionar. Los crímenes vienen luego; cada uno de ellos seguido por un período de depresión cada vez más profundo. Al final él mismo provoca su detención o se suicida. Todos estos casos tienen un poderoso elemento ilógico, de forma que una persona normal y equilibrada sólo advierte explicación en la locura. Pero no se trata de demencia; es únicamente “magia”, la confusión de un hombre que lanza una piedra contra un espejismo.
        Y es que ya en aquellos tiempos pretéritos hubo estudiosos que afirmaron que el motivo de esos asesinatos radicaba en un desenfrenado apetito carnal, a pesar de que las autopsias practicadas a las víctimas descartaban la presencia de fluidos seminales.
        Así lo sostuvo en forma pionera  -como hemos visto- Thomas Bond al informar a Scotland Yard.  Especulaba que el criminal tal vez era impotente o padecía dificultades para acceder al coito de manera normal, a pesar de obrar impulsado, paradojalmente, por un enfermizo frenesí sexual.
         A partir de datos recabados en la escena de los crímenes y del análisis de los cadáveres, el facultativo se animó –cosa insólita para aquella época– a exponer su parecer sobre cuál podría ser la personalidad del ultimador. A éste lo imaginó como un individuo de entre treinta y cinco a cuarenta y cinco años de edad, costumbres prolijas y temperamento sosegado, de quien sus vecinos jamás sospecharían nada malo. Debía disponer de considerables ingresos económicos y un trabajo estable que le impedía salir a cometer sus asaltos en los días hábiles, lo cual justificaba que éstos siempre tuviesen cabida durante los fines de semana o en fechas festivas.
         Tras la muerte de Mary Jane Kelly, la policía, que se sentía completamente perdida, dejó el problema en manos del doctor Thomas Bond, ya por entonces especialista en sífilis y experto en medicina forense, y le pidió que les proporcionara un perfil psicológico del asesino. En su respuesta a Scotland Yard, el consultado declaró que la serie de “cinco asesinatos”, empezando con el de Polly Nichols y terminando con Mary Kelly, eran “obra de una sola mano”. Descartó la posibilidad de que el culpable fuera un fanático religioso en busca de venganza, o que las mutilaciones demostraran “conocimientos científicos o anatómicos”.
        El victimario, explicó, sufría “satiriasis” (es decir, era un ser hipersexuado y recurría a la violencia para satisfacer su apetito sexual desmesurado). En apariencia podía parecer un hombre perfectamente tranquilo, educado, inofensivo, probablemente de mediana edad, vestido en forma limpia y socialmente respetable.
        Nuestro especialista ponderaba que los investigadores policiales que perseguían al asesino se enfrentaban a un delincuente de índole sexual, detentador de una doble personalidad, al más puro estilo del Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Y ciertamente  que no se trataba de un cirujano ni de una persona vinculada a la profesión médica.
     Aunque no lo manifestó en su estudio, el forense estimaba que Jack el Destripador y el Asesino del Torso de Támesis no podían ser el mismo sujeto, debido a la clara disimilitud en el modus operandi empleado para ultimar. Mientras el primero no mostraba sapiencia anatómica el segundo sí la poseía, aun cuando no necesariamente se tratase de un médico. 
     A este reporte se le ha criticado que contradijo los pareceres de otros facultativos intervinientes en autopsias de las víctimas de Jack the Ripper (forenses George Basgter Phillips, Sedgwick Saunders y Frederick Gordon Brown), y que dio cabida a especulaciones más propias de deducciones a lo Sherlock Holmes que de un dictamen clínico serio. (4) 
    Aparte de lo fundadas que pudiesen ser tales tachas, lo innegable es que dicha pericia constituyó un perfilamiento criminal o «profiling» muy avanzado para aquellos tiempos. 
    La perfilación criminológica es un método forense para aproximar las indagatorias policiales al esclarecimiento de los delitos. No establece la identidad del culpable, pero deja plasmadas sus características psicológicas y, de esa forma, los investigadores pueden focalizar su atención con eficacia sobre sospechosos plausibles.  
    Thomas Bond, hoy en día, es considerado un antecesor de los modernos estudios de perfilación criminal del FBI y de otras instituciones policiales y académicas, y un digno precursor de emblemáticos peritos en el estudio de los homicidas múltiples. 
El desarrollo de la técnica del profiling aplicada a los asesinos en serie es relativamente nuevo – década de 1970 – y contó con figuras cumbres de la talla de Robert Ressler, John Douglas y Roy Hazelwood, fundadores del programa para la aprehensión de criminales violentos del FBI, conocido como VICAP, por sus siglas en inglés. 
        Cabe concluir que el reporte del doctor Thomas Bond fue un documento muy excepcional, considerando la lejana época en que fue escrito, y que su autor se erigió en un pionero de los modernos estudios en perfilación criminal del FBI y de otras instituciones policiales y académicas; digno precursor de emblemáticos peritos en materia de perfilación de homicidas seriales de la talla de David Canter, Vicente Garrido y Robert K. Ressler. (5)
        Luego de padecer una larga enfermedad con períodos de depresión e insomnio donde se hizo adicto a la morfina, el insigne profesional se suicidó arrojándose desde una ventana el 5 de setiembre de 1901. Contaba con cincuenta y nueve años, y dejó tras sí una viuda y cinco hijos.
En su obituario se destacó: "El ilustrísimo señor Dr.Thomas Bond, miembro del Royal College of Surgeons y cirujano del Hospital de Westminster, se suicidó ayer por la mañana, en un brote de demencia, saltando por una ventana del tercer piso de su casa, en The Santuary N° 7 Westminster. El Dr. Bond estudió en el King´s College, y se convirtió en miembro del Real Colegio de Cirujanos en 1864. En 1865 se licenció en medicina por la Universidad de Londres, en 1866 se licenció en cirugía y fue medalla de oro, y el mismo año se convirtió en Miembro por examen del Real Colegio de Cirujanos. Después, durante un corto período, estuvo al servicio del ejército prusiano en la guerra austro-prusiana de 1866; y en la guerra franco-prusiana de 1870.-1871 volvió a servir para el ejército de Prusia. Tras regresar a Inglaterra fue designado como cirujano asistente y, en poco tiempo, médico y cirujano del Hospital de Westminster, y de la división A de la policía. Debido a este último nombramiento su atención se dirigió pronto hacia cuestiones médico-legales en las que enseguida se convirtió en un reconocido experto; ha participado en las investigaciones de casi todos los casos de asesinatos importantes desde hace muchos años. También fue requerida con frecuencia su experiencia en casos reales o supuestos de lesiones sufridas por pasajeros de tren, y tanto la Great Eastern como la Great Western Railway Companies contaron con él permanentemente en calidad de cirujano consultor. Escribió el artículo sobre "Lesiones Ferroviarias" para el Diccionario de Cirugía de Heath, y colaboró ocasionalmente con diversas revistas médicas. La salud del Dr. Bond se había estado deteriorando desde tiempo atrás, y se dijo que en los últimos meses sufría de melancolía, una forma de trastorno mental con depresión en la cual los intentos de suicidio no son infrecuentes" (6).
(1)  Obituario del Dr. Thomas Bond, año 1901, volumen I, pag. 1721 en revista médica "The Lancet"
(2)  Stewart Evans y Keith Skinner, The ultimate Jack the Riper Sourcebook, editorial Constable y Robinson Ltd, 2001, IBSN 1-84119-452-2, Londres, Inglaterra, pags.  482-485.
(3)  The Thames Torso Murders of 1887-1889, sección: Thames Mysteries of 1873 and 1874, reproducido en el sitio web Casebook Jack the Ripper.
(4)  Begg, Paul, Jack the Ripper. The definitive history, editorial Pearson Education Limited, Londres, Inglaterra, 2005, pag.304.
(5)  Ibañez Peinado, José, Métodos, técnica e instrumentos de la investigación criminológica, editorial Dikinson, Madrid, España, 2015, p.529.  
(6) Obituario, D. Thomas Bond, The Times of London, 7 de junio de 1901.

* Reproducido en "Jack el Destripador. La leyenda continúa", edición actualizada, Montevideo-Uruguay, 2015, editorial Torre del Vigía, ISBN. 978-9974-99-868-1, pags. 107, 108, 121, 241, 242 y 243. 
Nota: El texto integral de este artículo, queda liberado para su uso total o parcial bajo la licencia de documentación libre de GNU y la licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 3.0 Unported. Las imágenes insertas en este artículo también son de mi propiedad, y autorizo su publicación en cualquier artículo de Wikipedia o de otro proyecto de la Fundación Wikimedia, con la única obligación de citar la fuente. (licencia Creative Commons Attribution-ShareAlike 3.0 Unported)

3 comentarios:

  1. Excelente texto sobre el Dr. Bond, un precursor de lo que hoy dariamos en llamar un "perfilador criminal" cuando tal actividad a fines del siglo XIX ni siquiera existia como tal, ni con esa denominacion, el dr Bond delimito los parametros para encuadrar el perfil del afamado asesino del East End de Londres. Celebro dicho texto, por demas un acto de justicia y calidad.

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  2. Probablemente el Dr. Bond acertó en gran parte de su presentación del asesino, no obstante equivocó la hora de la muerte que sería muy cercana a las 4 de la madrugada lo que haría concordar los testimonios. Colegas suyos como Bagster Phillips defendían tras su examen que algún conocimiento anatómico tendría el destripador, también forenses actuales. Lo fundamental es que defendió que los cinco canónicos son obra de la misma mano criminal y que actuaba solo.

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  3. Curiosamente se suicidó tras tener depresiones, tal y como había señalado en lo concerniente a la descripción del criminal. Leyendo este gran artículo me viene a la cabeza la descripción del famoso inquilino que de él hiciera la casera. Se ajusta como un clavo a la madera. Además de que le visitaba un hermano que era médico bastante mayor que él, que no tenía dudas de que era inglés, que hablaba bien el francés y el alemán, que le gustaba pintar, que parecía tener dinero y vestía un traje diferente cada día, que había estado en Canadá y Estados Unidos y que era un hombre de mar.

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Gracias por comunicarse con Gabriel Pombo.