jueves, 26 de enero de 2017

El animal más peligroso. Preludio del thriller

                 
                                                              1

                                                     Preludio

                           Ribera del Támesis. Setiembre 1873
                                            
                                                       --------------
    
     La casucha de madera camuflada entre el follaje era un buen escondite. La patrulla policial del Támesis no solía allegarse hasta aquel territorio. Sólo se preocupaban por reprimir a los contrabandistas, y precaver que los trabajadores del muelle no robasen a sus patronos.
     El hombre corpulento había escogido hábilmente el lugar de la ceremonia. Luego lo incendiarían todo.
     Bastaría con conservar el altar de los sacrificios, la estatua del macho cabrío, la cruz invertida y, por supuesto, los disfraces.
     Eran necesarios para infundir terror. Ya habría tiempo para cambiarlos por ropa más tradicional: pantalones, camisas, levitas y gabanes corrientes. También suplantaría esas rústicas botas por zapatos de cabritilla, sus preferidos.
      Pero allí precisaba portar aquel atuendo; y así se había vestido, mientras aguardaba impaciente a sus acólitos, que ya no podrían tardar mucho más.     
     Afuera, la noche cerrada, sin luna, se cernía sobre la ribera sur del río, en Battersea. Un viento gélido silbaba agitando ramas y hojas.
      Adentro estaba él, encarándose a la imagen que le devolvía el espejo, antes de partir rumbo a la sala ceremonial.
      Su rostro tenso bajo el antifaz con largas ranuras ovaladas, tras las cuales destellaban sus pupilas enrojecidas. Aunque esta vez había inhalado poco opio, lo consumido alcanzaba para provocarle ese desagradable efecto.
      La cara era lo que más debía aterrorizar y, consciente de ello, ajustó sobre la mascarilla la piel de zorro moteado. El extremo puntiagudo del cuero cubría su nariz, imprimiendo a su fisonomía el aspecto de un ave rapaz.                      
       Sólo quedaban al descubierto sus mejillas mal afeitadas y su mentón cuadrado.
      Tapaba su testa una oscura capucha azulada que llevaba muy abierta, sujeta a la base del cuello mediante un tosco cordel anudado.
      Una larga capa de igual color y textura colgaba de sus hombros y, bajo ella, la chaqueta de paño opaco con una fila de redondos botones dorados, prendidos a sus ojales uno por uno.
Extrajo del cofre la daga de acero con empuñadura bronceada, tan filosa como para degollar venados, y otros animales. Por primera vez la utilizaría con humanos.   
                                     
       Dentro del habitáculo ritual se hallaba su muy joven ayudante. Cabeza rapada y toga marrón que le llegaba hasta los pies. Estaba encendiendo los cirios, e hizo una reverencia al advertir su ingreso.
        –¡A su servicio, mi Maestro! 
        Su superior se aproximó, y le musitó al oído la contraseña a tener en cuenta aquella ocasión.
      –«Baphomet.»
        El subalterno comprendió, y fue hacia la dependencia trasera. A través de la rejilla del portón de hierro ahí instalado, atisbó en espera de los cofrades. 
No transcurrió mucho. Ya venían. La mujer maniatada, con la prieta mordaza sellándole la boca, nada podía hacer frente a sus dos captores.
        Pese a que con toda evidencia éstos pertenecían a su clan, el discípulo debía obedecer la orden impartida.
      –¡La contraseña! – exigió, cuando se anunciaron desde fuera.
      –¡«Baphomet»!
        Les abrió y entraron. La cautiva cayó desvanecida. Se agachó para levantarla, y percibió el olor acre que despedían sus labios. El brebaje era muy potente y luego de tenerla dominada, como precaución extra, la habían obligado a beberlo.
        –¿Y los niños?, preguntó a los esbirros.
        –Escaparon. Tanto el chico como la niña.
       –El maestro se pondrá furioso, con este trabajo hecho a medias – los reprendió.
        Agacharon sus cabezas.
        El rapado de la toga marrón se desentendió de ambos. Agarró a la desvanecida por los tobillos pero, a despecho de su frágil apariencia, pesaba demasiado. Pidió ayuda para cargarla. El matón más robusto la izó desde los hombros, y entre ambos la transportaron hasta la antecámara.
       Aquel recinto resplandecía con fulgor infernal, por la llama de multitud de velas negras.
       Encaramado sobre la tarima, el amo presidía.
       Había también otra presencia humana: una mujer alta que lucía un atavío escarlata, y disimulaba su rostro con una careta.

       Depositaron a la prisionera arriba de la mesa de sacrificio, dejando que su cabeza colgase. Tras esto, los tres adeptos quedaron rígidos, paralizados ante la escultura del macho cabrío, que los contemplaba con semblante maligno y estúpido.                       
       Dio inicio a la liturgia. Voces guturales emergieron de la garganta del supremo jefe y de su cómplice femenina. Un lenguaje desconocido para los otros que, por incomprensible, más intimidante resultaba aún.
      Cuando cesó el cántico, la secuaz fue por un amplio cuenco color oro y lo ubicó en el piso, centímetros abajo del cuello de la víctima. Ésta comenzó a sacudirse de improviso. El sopor inducido por el narcótico se diluía.
       Debían apresurarse. Era una ofrenda al gran Satán, no una carnicería. Por lo menos no lo sería mientras la persona a inmolar estuviera con vida.               
       Luego habría que esparcir sus restos trozados por el río, conforme preceptuaba el libro sagrado.
       Pero ahora no había por qué infligir dolor inútil. La asistente rogó con su mirada al encapuchado que no se retrasase más. Los enrojecidos ojos bajo la máscara asintieron.
        Ya había aferrado por el cabello a la mujer tendida. Dirigió el filo de la daga a la vena yugular, y cortó.
                                  




2 comentarios:

  1. Excelente reseña de un thriller de magnífico nivel literario. La verdad es que El autor Gabriel Pombo se luce en esta novela victoriana. Los personajes están retratados con brillantez, siendo Arthur Legrand y Bárbara Doyle una pareja de detectives que hacen las delicias con sus pesquisas y su enfrentamiento contra dos asesinos seriales históricos terribles como fueron el Descuartizador del Támesis y Jack el Destripador.
    La trama es envolvente y el ritmo narrativo cautivante desde la primera página hasta el desenlace impactante e imprevisible. Se trata de una lectura adictiva, que nos da la oportunidad de aprender mucho sobre la época victoriana y acerca de estos dos casos criminales emblemáticos. Al pasar las páginas nos sentimos inmersos en la Inglaterra de fines del siglo XIX cuando gobernaba la reina Victoria. Las escenas nos atrapan en medio de las callejuelas neblinosas del este de Londres, transitadas por elegantes carruajes, con sus burdeles y sus tabernas a las cuales acudían prostitutas y personajes de mal vivir. Una novela que se lee de corrido en tres horas, o aun menos, plena en sobresaltos y de intriga, y que logra el objetivo de sacarnos de contexto durante un buen rato, proporcionándonos un intenso placer.

    ResponderEliminar
  2. En su impotencia por terminar con los homicidios de Jack el Destripador el barrio creó un Comité de Vigilancia, y sus integrantes contrataron detectives privados para realizar el trabajo duro. Arthur Legrand, francés culto y brillante, comanda las operaciones. Su pareja, la joven periodista encubierta Bárbara Doyle, es pieza clave del pequeño equipo. Pero no solo el tenebroso suburbio de Whitechapel debe ser vigilado. Pronto los investigadores comprenderán que más sucesos macabros castigan a la población británica. Desde el río Támesis y sus cercanías irán emergiendo trozos de cadáveres, y el "Asesino del Torso" es el responsable. En realidad, sus andanzas han precedido a las del Destripador y, aunque es casi desconocido para el público, rivaliza con este en atrocidades y horrores.
    Inspirada en hechos reales, y escrita a modo de thriller, "El animal más peligroso" narra la historia de esos crímenes, de aquellos asesinos, y del hombre y de la mujer que los enfrentaron.

    ResponderEliminar

Gracias por comunicarse con Gabriel Pombo.