EL PRIMER CRIMEN DE JACK EL DESTRIPADOR.
ASESINATO DE POLLY NICHOLS.
"El animal más peligroso".
Capítulo 19
Discurrió algo más de un año y tres meses desde ese encuentro que el doctor Thomas Bond y el detective Arthur Legrand sostuvieron en la morgue. No se conocieron en Gran Bretaña otros hechos criminales, con similares características, durante aquel período.Sería la calma que precedía a la tempestad. A las 2, 30 de la madrugada del 31 de agosto de 1888, en la esquina de las calles Osborn y Whitechapel Road, la prostituta Mary Ann Nichols, apodada Polly, dialogaba con su amiga Emily Holland. Desde la ventanilla, apenas descorrida, del elegante vehículo y a pesar de la distancia que separaba al observador de la pareja de mujeres, se revelaba una esencial diferencia entre ambas. Estaba claro que se trataba de trabajadoras sexuales. Ambas eran vulgares y de mediana edad. Pero la de complexión pequeña, que lucía un sombrerito de paja negro con ribetes de terciopelo, se veía notoriamente borracha. Constituía, por lo mismo, una presa fácil. El pasajero hizo una señal a su chofer, para que se mantuviese alerta. No bien las meretrices se separasen debía seguir a la más menuda. Así sucedió. Una vez que quedó sola, y cuando se aprestaba a cruzar la esquina, el vehículo interceptó a la ebria tambaleante. Desde la calle podía divisarse, sentado dentro de la cabina del vehículo, al hombre de treinta y cinco años, cabello renegrido, sombrero hongo y corto bigotillo. Enjuto pero fuerte. Las ruedas rechinaron sobre el empedrado, a raíz de la imperiosa frenada hecha a la vera de la caminante. Los caballos resoplaron. El inesperado ruido la sobresaltó. Al levantar su cabeza, que llevaba gacha, miró hacia esa dirección advirtiendo a aquel sujeto atildado y sonriente que le hablaba desde su trono.
–Hola querida. ¿Damos un paseo? – propuso.
La mujer se sorprendió. Ese tipo parecía ser un ca- ballero, pero era extraño que por esos andurriales apareciera uno de ellos realmente. Aun cuando sabía que, cada tanto, señoritos adinerados se escapaban de sus hogares burgueses del West End, y acudían allí en pos de diversión, no era frecuente que abordasen a una ramera veterana. Debido a tal rareza, más que por genuina desconfianza, fue que la interpelada contestó:
–Yo no me subo a tu carro. Si quieres tener algo conmigo, baja y ven a buscarlo.
Su tono vocal, pastoso a consecuencia de su lengua trabada por la ingesta de alcohol, trasuntaba un dejo de sorna. Sin embargo, bastaría muy escaso esfuerzo para persuadirla. Sólo algo de insistencia y habilidad. El oferente ni siquiera necesitó descender de su transporte. Tenían prevista una eventual resistencia fingida. Fue el cochero quien se apeó, y le cerró el paso a la requerida. No fue grosero. Se quitó el gorro haciéndole una reverencia, y empezó a conversarle. Usó el lenguaje propio de un obrero, al cual aquella estaba habituada. Le dijo cosas tranquilizantes: Su patrón era un hombre normal y saludable deseoso de compañía. Venía escapado de su copetuda esposa, le confió. No quiere tener problemas, ni te los va a traer a ti. Nada de gustos pervertidos ni de extravagancias. Únicamente busca un alivio rápido y te ofrece una generosa retribución a cambio. Llegado a ese punto extrajo ocho peniques, al tiempo de que le prometía entregarle un monto igual al finalizar el trabajo sexual. Ella recogió el dinero sin chistar. Ya no dormiría a la intemperie en lo que restaba de aquella madrugada. El chofer proseguía explicándose: su empleador resultaba un poco tímido, aclaró. Ya sabes cómo son estos señorones. Además, no debería hacerlo, en un sucio callejón. Se la trataría cual si fuese una dama. Primero darían un paseo saliendo del este de Londres hasta arribar a un hostal limpio y confortable. Una vez concluida su labor, se la traería de vuelta al distrito, a dónde ella quisiera que se la dejase. Y, tras un intervalo, a manera de argumento final que se le hubiese ocurrido de repente, comentó:
–En el interior del vehículo hay bombones y fino licor para que vayas disfrutando por el camino. Nada de ginebra barata.
Seguidamente, para ganar su confianza, el individuo le alargó una petaca llena hasta la mitad con whisky. La beoda no se hizo rogar. Aceptó ese convite llevando a sus labios el extremo destapado del recipiente y, dando un profundo sorbo, empinó todo el espirituoso contenido.
–Cómo se llama el tipo? – inquirió.
–James Smith – repuso el cochero. La buscona rio por lo bajo.
–Nombre y apellido demasiado corrientes para tratarse de un ricachón, ja, ja. Ya sé que me estás mintiendo, pero igual no me importa.
Nichols ya no recelaba. Vino junto al otro caminando rumbo al carruaje. Posó su pie en el pescante y, ayudada por aquel mozo, tomó impulso saltando hacia la cajuela. Allí su cliente la aguardaba. Cerró la cortinilla y, con ademán galante, le indicó que se acomodase a su lado. En su mano asía una copa rebosante de licor y se la ofreció. La mujer se sentó sin saludar. Tomó el cristal y escanció todo el líquido de un buche. Tragó sin paladear. Hubiese sido inútil que lo hiciera. De tanto alcohol trasegado, sus papilas gustativas ya no funcionaban a aquella hora. No logró darse cuenta si la bebida era de tan alta calidad, conforme se le había asegurado. Tampoco se percató que había ingerido algo más que licor. El narcótico mezclado en el aguardiente no la sedaría en forma instantánea. A la invitada le bastó con comprobar que era cierto que le daban de beber, tal cual le prometiesen. Tras ello, él depositó con delicadeza, sobre el regazo femenino, una cajita abierta conteniendo chocolates. Ese convite la puso de mejor humor aun. Ya era momento de dejar de hacerse la difícil.
–¡Hola cariño! – le saludó al fin –Prometo que te haré pasar un rato muy agradable.
Y sonriendo sin abrir casi la boca, para que no se le notasen los dientes faltantes, añadió.
–Pareces ser una buena persona, James Smith. Aunque estoy segura de que no te llamas así.
No podía imaginarse que aquellos sí representaban sus nombres y apellidos verdaderos. No se le había ocultado la identidad de su distinguido cliente. Ni siquiera se molestaron en mentirle al respecto. De cualquier forma, ambos hombres sabían que Polly no sobreviviría tras aquel viaje.
APÉNDICE:
Capítulo 19
La escena presentada se asienta en el último registro sobre las andanzas de Polly Nichols, y la ubica en la esquina de Osborn Street y Whitechapel Road a las 2 y 30 de la madrugada del 31 de agosto de 1888 cuando, muy ebria, dialogó con su amiga Emily Holland, tal como luce en el informe del CID del 19 de octubre de 1888, al que ya hemos aludido.
No se sabe dónde se hallaba ni que hizo Mary Ann Nichols (ni si aún estaba viva) entre el referido horario y el entorno de las 3 y 45 cuando apareció muerta.
Hay pues un intrigante vacío de, por lo menos, una hora y media.
En este contexto, se torna atractiva la idea de que, una vez de que Holland se despidiera de ella y quedase sola, la ramera beoda hubiese sido abordada por un chófer que requirió sus servicios para un cliente, el cual se dejaba ver desde la ventanilla de su carruaje, atento imagino en la carilla
El homicidio de Mary Ann Nichols contó con varias peculiaridades, y no únicamente por ser el precursor crimen de la serie endilgada a Jack el Destripador.
En cuanto a su consumación, se desconocen los eventos precedentes al óbito, pues ningún testimonio dio cuenta de aquel asesinato. La zona de Buck´s Row, distrito de Whitechapel, era muy transitada en ese momento y estaba próxima al matadero de caballos Barber sito en la calle Winthrop, en donde de continuo entraban y salían operarios. Había tres vigilantes de servicio, pero ninguno escuchó gritos ni sonidos de pisadas. Otros tres empleados del matadero testificaron de igual forma. Tanto el velador nocturno Patrick Mulshaw, que cuidaba un almacén a cien metros del escenario del crimen, como la señora Emma Green, quien residía aún más cerca, afirmaron no haber oído ruido alguno, a pesar de estar ambos en vigilia a esa hora. (1) (2)
Esta prueba induce a presumir que el organismo exánime fue trasladado por su asesino o sus asesinos hasta el lugar donde fuera hallado –conjetura que sugirió, entre otros especialistas, Alan Moore-. (3)
La víctima pudo ser acarreada en un vehículo y, aunque un sólo sujeto podría conducirlo, parece más plausible que como mínimo hubiesen dos cómplices actuando, a saber: el homicida custodiando el cadáver dentro de la cabina, y un cochero guiando a los caballos.
La prostituta podría haber sido subida a la fuerza en el transporte, quedando el agresor a resguardo de miradas, mientras su secuaz fungía de campana al igual que aconteciera en el crimen de Elizabeth Stride (si confiamos en el testimonio de que allí hubo los dos agresores, rendido por Israel Schwartz).
Después de atravesar un trayecto se retiró el cadáver, al cual ya se le habían practicado las incisiones, y se lo dejó expuesto a la vista en Buck´s Row.
La otra opción, por la cual me decidí en aras de la ficción, supone, tal cual cuento aquí, que la alcoholizada fémina ascendió por libre albedrío al vehículo, luego de ser engatusada tras el seductor convite del chófer cómplice, según se pretende en las páginas
Una vez dentro ingirió una bebida narcotizada, lo cual mermó aún más sus ya precarias fuerzas, pero no la desmayó, conforme propongo.
Obrando de esa astuta manera los perpetradores disminuían el riesgo de ser pillados in fraganti delito. A su vez, eliminaban a testigos que pudiesen salir en socorro de la víctima o denunciar la agresión, generando la persecución policial. Luego de segar el cuello a la mujer se le infligirían las mutilaciones, con tiempo y comodidad, usando un equipo de disección oculto a la vista de los peatones.
Un asesino novato preferiría que la mujer no diera pelea.
Empero, alguna mínima resistencia debió oponer porque en la autopsia, cuyo resultado sintetizó el doctor Rees Ralph Llewellyn en la instrucción, se sostuvo que se le propinó un golpe en el maxilar izquierdo y que apretaron su garganta dejandole magulladuras compatibles con la presión de un dedo pulgar.
En su cuello denotaba dos cortes trazados de izquierda a derecha. Una de las incisiones medía diez centímetros de largo y se había inferido dos centímetros y medio por debajo de la oreja. El segundo tajo era de longitud similar y se localizaba dos centímetros por debajo del otro. También exhibía rajaduras abdominales, pero estaba ausente la ablación de órganos que caracterizaría a los posteriores crímenes. (4)
La casi total ausencia de sangre en el área donde se ubicó el cuerpo avala la hipótesis del traslado. El desangramiento se habría originado dentro de ese vehículo, lo cual justificaría los exiguos rastros hemáticos percibidos.
Es plausible que las incisiones en el abdomen se ejecutaran dentro del carruaje y que, al bajar a la fallecida, se le acondicionase su vestido para esconder sus heridas. No se le quitó su grueso corsé, prenda que, atento declaró el inspector Joseph Helson, impidió que el cuchillo causara un grado mayor de mutilación. (5)
El uso de esta metodología explica que la occisa fuera descubierta en una postura recatada por los trabajadores de mercado Charles Cross-Lechmere y Robert Paul, quedando disimuladas las amputaciones que recién se constatarían en la morgue tras el examen del forense Llewellyn quien, pese a su dilatada práctica profesional, no se percató de las crueles laceraciones cuando revisó in situ el cadáver.
Un homicidio consumado de esta guisa vuelve comprensible, entre otras, la deposición testimonial atribuida al inspector John Spratling, de acuerdo a la cual:
«…había examinado Buck´s Row, pero no encontró ninguna mancha de sangre sospechosa…la zona aledaña fue investigada pero no se halló ninguna otra mancha de sangre ni el arma del asesinato». (6)
Capítulo 19
(1) Jack el Destripador. Recapitulación y veredicto, p.37.
(2) Otoño de terror, p.48.
(3) From Hell, Apéndice explicativo de viñetas de las páginas 154-155.
(4) The Times, 4 de septiembre 1888, p.8, citado en Jack the Ripper sourcebook an illustrated enciclopedia, ps.38-39
(5) Reporte MEPO 3/140, folio 237 del 7 de septiembre de 1888, citado en Jack the Ripper the definitive history, ps.119 y 126.
(6) Jack el Destripador. Recapitulación y veredicto, p.36.
Gabriel, es interesante, para el que escribe, añadir que el punto dónde se encontró el cadáver era más o menos el centro de una calle estrecha y grande sin puntos de intersección y en el parte oficial consta la presencia de un policía haciendo su ronda cada 15-20 minutos. Es tiempo suficiente para entrar y salir, sin embargo, es prudente añadir que pudo ser realmente visto algún carruaje por parte de uno de los policias, el otro algo más lejano también patrullaba, como se puede observar en el expediente Holmgren.
ResponderEliminarTambién tras leer un relato corto de Conan Doyle encontré ciertos paralelismos entre la historia oficial de los obreros que encontraron el cuerpo, más concretamente Charles Cross-Litchmere, y el relato del escritor. Fuente El Cazador de escarabajos, 1893, Sir Artuhr Conan Doyle.
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