CREARON A "JACK EL DESTRIPADOR"
La carta "Querido Jefe" que inició la leyenda de Jack the Ripper
El mito de Jack el Destripador se formó a partir de una sucesión de cartas creadas por bromistas ociosos y periodistas interesados. Cabe repasar
la cronología y las circunstancias en que esas misivas adquirieron notoriedad pública.
La exitosa escritora Patricia Cornwell hace referencia a que se descubrió la existencia de una primera carta atribuible a esta saga en cuyo texto literalmente se alude al “querido compinche Jacky”, expresión que la vincularía estrechamente con los mensajes remitidos manifiestamente bajo la rúbrica de “Jack el Destripador”.
Esta comunicación habría sido recibida por la policía el 17 de setiembre de 1888, y el texto completo de la epístola – respetando los gafes ortográficos del original- diría como sigue: “...Querido Jefe: Así que ahora dicen que soy judío ¿cuando aprenderan querido jefe? Uste y yo sabemos la verdad. Lusk puede buscarme eternamente que nunca me encontrará pero estoy ante sus narices todo el tiempo. Los veo buscarme y me dan ataques de risa ja ja. Amo mi trabajo y no pararé hasta que me pillen e incluso entonces cuidado con su querido compinche Jacky. Atrápenme si pueden...”
La popular autora de novelas policiales deja constancia de que dicha comunicación salió a luz recientemente porque no se encontraba en los archivos de la Policía Metropolitana sino en los Home Office -Archivos Públicos de Londres-.
Sin embargo, no se aclara de cuál fuente provino esta información, y la presencia de dicho recaudo no es referida en la notable obra “Jack el Destripador. Cartas desde el infierno”, elaborada en conjunto por los especialistas en la materia Stewart P. Evans y Keith Skinner, la cual comprende un largo apéndice donde se relaciona toda la correspondencia imputable al asesino que actualmente se conserva en la Oficina de Archivos Públicos y en la Oficina de Archivos de la ciudad de Londres.
Por lo general se especula que aquel instrumento supone una falsificación moderna que fue insertada en los expedientes de la policía británica ya entrado el Siglo XX en tanto sobre él no luce ningún sello oficial apto para corroborar la fecha de recepción ni se consignaron las iniciales del investigador que debía de haberla examinado si se la ponderaba como una evidencia potencial.
Por último, se destacó que para la confección de dicho remito fue utilizada una tinta de bolígrafo que recién se inventaría luego de transcurridos unos cincuenta años de cometidos los asesinatos.
Formuladas las precedentes salvedades cabría concluir que el primer mensaje veraz ligado con los crímenes –aunque no está firmado con el mote del Destripador– del cual se posee conocimiento cierto fue mandado al máximo jefe de la policía inglesa Sir Charles Warren.
Data del 24 de setiembre de 1888 y allí el emisor se describe anunciando que: “...soy el hombre que cometió todos esos asesinatos...”, y luego de aludir especialmente al último crimen perpetrado por aquellas fechas; es decir, el de Annie Chapman, sostenía que quería entregarse porque las pesadillas lo torturaban, puesto que: “...si alguien viene a prenderme me rendiré, pero yo no voy a ir a la comisaría por mi mismo...”.
Culminaba sus líneas el tosco dibujo de un cuchillo y debajo de éste se proclamaba: “...Este es el cuchillo con el que he hecho estos asesinatos, tiene una empuñadura corta y una hoja larga de doble filo...”.
No obstante, de la presencia de este primigenio comunicado sólo se tendría noticia en tiempos recientes.
Cuando acontecieron aquellos desgraciados eventos este hecho se mantuvo oculto al conocimiento de la opinión pública, tal vez porque las autoridades le restaron importancia creyendo que se trataba de una tosca chanza.
Cabe recordar que en el momento de estas iniciales misivas nada más se habían materializado dos de los crímenes clásicos que inequívocamente se imputan al Destripador -el de Polly Nichols y el de Annie Chapman- aunque se sospechaba que igualmente al menos las muertes de Emma Smith y de Martha Tabram habían sido provocadas por la misma persona.
El maníaco carecía aún del seudónimo que le valdría su renombre universal.
La prensa, a falta de otro nombre, se limitaba a referirse a él como el “Asesino de Whitechapel”.
Durante un breve lapso se lo designó bajo el mote de “Delantal de Cuero” mientras se creyó que el culpable era un hombre que respondía a una descripción semejante a la de John Pizer a quien ulteriormente se detuviera pero que fuera rápidamente sobreseído al esgrimir una sólida coartada.
Pero llegaría el 27 de setiembre de 1888.
Ese día la denominada “Agencia Central de Noticias de Londres” alegaría haber recibido una carta firmada por el homicida anunciando nuevos crímenes, y el día 29 de ese mes se la hizo llegar a la policía.
El tenor de la luego famosa epístola relacionaba: “...Querido Jefe: Constantemente oigo que la policía que ha atrapado pero no me echarán mano todavía. Me he reído cuando parecen tan listos y dicen que están tras de la pista correcta. Ese chiste sobre Delantal de Cuero me hizo partir de risa. Odio a las putas y no dejaré de destriparlas hasta que me harte. El último fue un trabajo grandioso. No le di tiempo a la señora ni de chillar. ¿Cómo me atraparán ahora? Me encanta mi trabajo y quiero empezar de nuevo si tengo oportunidad. Pronto oirán hablar de mi y de mis divertidos jueguecitos. Guardé algo de la sustancia roja en una botella de cerveza de jengibre para escribir, pero se puso tan espesa como la cola y no la puedo usar. La tinta roja servirá igual, espero ja, ja. En el próximo trabajo le cortaré las orejas a la dama y se las enviaré a la policía para divertirme. Guarden esta carta en secreto hasta que haya hecho un poco más de trabajo y después tírenla sin rodeos. Mi cuchillo es tan bonito y afilado que quisiera ponerme a trabajar ahora mismo si tengo la ocasión. Buena suerte. Sinceramente suyo. Jack el Destripador...”
Y en una especie de posdata impresa transversalmente el redactor del comunicado se mofaba: “…No se molesten si les doy mi nombre profesional. No estaba bastante bien para enviar esto antes de quitarme toda la tinta roja de las manos, maldita sea. No ha habido suerte todavía, ahora dicen que soy médico, ja, ja...”.
Estaba escrita con tinta roja y, en cuanto a su forma, en el mensaje aparecían patentes americanismos como “Boss”, “fix me” y “quit”.
El contenido de este recado sería crucial para cimentar y propalar la leyenda en tanto aportaría ante la opinión general el mote con el cual se había bautizado a la hasta entonces anónima y fantasmagórica figura del delincuente.
Ese alias lo haría tristemente célebre en todo el mundo.
Por primera vez tomaba estado público el cruel y burlón apodo: “Jack el Destripador”.
A esta comunicación se le adicionaría muy pronto una tarjeta postal también presuntamente recibida por la Agencia Central de Noticias el 1 de octubre de 1888 en donde su emisor se manifestaba en los siguientes términos: “...No estaba de broma querido jefe cuando le di la información. Mañana se enterará del trabajo de ese descarado de Jacky. Doble función esta vez. La número uno chilló un poco. No pude acabar en seguida. No tuve tiempo de cortar las orejas para la policía. Gracias por guardar la carta hasta mi último trabajo. Jack el Destripador...”
Pero probablemente muy poca publicidad hubiera merecido el alias que se suministraba al criminal de no ser porque presuntamente una amenaza de lo que el redactor le iba a hacer a sus futuras víctimas -cortarles las orejas- pareció haberse verificado exactamente tal como en la carta se predecía que se llevaría a cabo.
Aunque, ¿fue esto así en realidad?
Atendamos a los hechos: Para empezar resulta curioso que la primera carta de la cual se posee certeza documental de haberse suscrito a nombre del homicida bajo el luego afamado seudónimo fuera enviada a la Agencia Central de Noticias, la cual era un órgano de prensa muy importante de Londres, pero solamente una agencia informativa al fin y al cabo.
De la Agencia Central de Noticias se sabe que había sido creada en 1870 por el parlamentario William Saunders y constituía un servicio mediático que recogía reportajes enviados por telégrafo de corresponsales de todo el Reino Unido y del exterior.
Diez años luego de su fundación se convirtió en una compañía de responsabilidad limitada, se hizo de la reputación de conseguir exclusivas en las cuales se solía adelantar a las fuentes informativas de los otros medios, y tenía fama de disfrutar de una fluida vinculación con las fuerzas del orden.
Cabe especular que el creador de los mensajes elegiría aproximarse a los órganos de difusión privados porque ya anteriormente había mandado comunicaciones a la policía las cuales no alcanzarían a ver la luz pública.
El silencio opuesto ante misivas como la fechada el día 24 de setiembre de 1888 y, más dudosamente, la que figura hecha el 17 de ese mes y año arribadas a poder de la policía abona la referida posibilidad.
Entonces, en esta hipótesis, el criminal sería una persona sedienta de notoriedad, y como las autoridades no divulgaban sus reclamos optó por dirigirse a la prensa a sabiendas de que ésta sí le aseguraría la publicidad y la promoción que tan vehementemente anhelaba.
Sin embargo, la autoría de la carta que cobró renombre gracias a su encabezado “Querido Jefe” –“Dear Boss”- fechada el 25 de setiembre de 1888 que habría sido recepcionada por la Agencia Central de Noticias el 27 de ese mes y que el periodista Tom Bulling remitiese al Inspector Adolphus Williamson de Scotland Yard antes del 30 de setiembre en que se cometería el doble homicidio de la plaza Mitre contra Elizabeth Stride y Catherine Eddowes, así como la posterior tarjeta postal, son consideradas con profundo escepticismo y recelo por los especialistas en la cuestión.
De esta manera, Collin Wilson y Robin Odell en su muy documentado libro “Jack el Destripador. Recapitulación y Veredicto” harán notar: “...teniendo en cuenta la fecha de la carta, la referencia a “el próximo trabajo le cortaré las orejas a la dama...” parecía una amenaza. De hecho, las mutilaciones infligidas a Catherine Eddowes incluían una oreja rajada, si bien no había sido separada de la cabeza...”, y citando al diario The Times apuntan: “...no se dio a conocer el contenido de ninguna de las dos comunicaciones hasta el 2 de octubre. Los detalles del “doble acontecimiento” no se publicaron el lunes, primero de octubre, por lo que alguien que no fuera el asesino pudo haber escrito la tarjeta postal...”.
Lo cual implica que un sector de la opinión periodística contemporánea a los acontecimientos se inclinó por ponderar que un bromista podía haber tomado conocimiento sobre los detalles de los crímenes leyendo la prensa que se vendía al público desde la madrugada del 30 de setiembre y así dispuso del tiempo necesario para redactar la postal haciéndose pasar por el asesino.
Claro que la discusión dejaría de revestir sentido si la amenaza de arrancar orejas no se compadecía con las heridas infligidas a las asesinadas ya que si sus cuerpos no evidenciaran que sus orejas estuvieran mutiladas o, cuando menos, que su homicida hubiese intentado extirparlas esos infames comunicados hubieran pasado desapercibidos como una grosería más producto de dañinos ociosos.
La primera víctima de aquella noche, Elizabeth Stride, no había padecido otras mutilaciones con excepción del prominente tajo que seccionó su traquea y determinó su deceso.
Como ya se anotara, algo amedrentó al asesino y lo forzó a alejarse sin que pudiese dar rienda suelta a su peculiar ensañamiento.
La segunda muerta del doble acontecimiento, Catherine Eddowes, daba muestras de una rajadura en el lóbulo de su oreja derecha.
Aparentemente al colocarse el cadáver en su caja mortuoria fue que el lóbulo se desprendió, por lo cual ciertamente el agresor no pudo guardarlo para sí a fin de enviárselo a la policía según pretendiera.
Pero incluso el seccionamiento de ese trozo de órgano dio la impresión de no haber sido intencional sino la consecuencia de una de las tantas cuchilladas inferidas por el Destripador en su éxtasis frenético.
Por lo cual no existe evidencia sólida de que siquiera se intentara rajarle en forma deliberada las orejas a las víctimas.
De donde se infiere que la mención formulada en la célebre carta “Querido Jefe” a lo máximo podría reputarse como una mera coincidencia.
Al saberse de la existencia del lóbulo rajado, luego del reporte que la policía y los médicos forenses suministraran a la prensa, el emisor de la primera carta -o alguien que conocía el texto de ésta- podría raudamente haber confeccionado la tarjeta postal.
Y a partir de allí podía haberse adjudicado la presunta intentona de cortar orejas lamentándose de no haber dispuesto de tiempo suficiente para llevárselas consigo según amenazó.
Más incongruente aún deviene la referencia que se formula en la tarjeta postal consistente en que la “número uno” -Elizabeth Stride- “chilló un poco” y por ello fue que el perpetrador no pudo terminar pronto y quitarle las orejas a fin de guardarlas como macabro obsequio para la policía.
No había indicio de lesiones en el cuerpo de esta víctima a excepción del ya característico corte en su garganta.
Y en cuanto a la “número dos” asesinada aquella noche, Catherine Eddowes, cuyo cadáver fue sometido a una virtual carnicería, el Destripador contó con tiempo más que suficiente para seccionar sus orejas y asegurarse de sustraerlas si así lo hubiera querido, pero no lo hizo.
El rumor de que se trataba de un periodista o de un grupo de periodistas quienes estarían detrás de las cartas atribuidas a Jack el Destripador conformó una persistente sospecha en la época.
Así lo hicieron notar algunos de los principales investigadores que tuvieron relación con el asunto.
Por ejemplo, Sir Melville Magnahten en sus memorias se mostraba muy crítico y mencionaba que la carta que la conocida Agencia Central de Noticias remitiera a Scotland Yard se sacó a la luz, en su opinión imprudentemente, enviándose reproducciones de la misma a varias seccionales policiales concediéndosele de este modo el visto bueno oficial.
Insistía con que en esa espantosa obra siempre había creído poder reconocer la huella del dedo índice manchado del periodista y que tenía unas sospechas muy fuertes con respecto a quien era el verdadero autor.
Empero, advertía que quien fuera que redactase el truculento panfleto para él estaba claro que no era el rufián loco que cometió los asesinatos.
A su vez, Sir Robert Anderson, Comisario adjunto del Buró Criminal de la Policía Metropolitana, en sus memorias consignó que la carta que se encontraba en el Museo de Scotland Yard era la obra de un emprendedor periodista londinense, por lo cual considerando la expectación suscitada por el caso casi tenía la tentación de desvelar la identidad del asesino y del reportero que habría escrito la misiva, pero se excusó de hacerlo pretextando que si lo hacía vulneraría las tradiciones éticas de su Departamento de Policía.
Más concreto a la hora de presumir cual constituía la identidad del redactor de los mensajes que reputaba como apócrifos fue el Inspector John George Littlechild quien revistiera como Jefe de la Brigada Especial de la Policía Metropolitana desde 1883 hasta 1893.
Este último jerarca por medio de una carta de la cual se tuvo noticia en fechas relativamente recientes dejaba constancia: “...en cuanto al término “Jack el Destripador” en Scotland Yard se pensaba de un modo generalizado que Tom Bullen -Bulling- de la Central de Noticias fue el autor, pero es más probable que fuese Moore, que era su jefe, quien lo inventó. Fue un inteligente trabajo periodístico...”.
A esta altura se debe precisar que Thomas John Bulling era un periodista de mediana edad que estaba contratado en aquel entonces por la Agencia Central de Noticias dirigida por John Moore.
Bulling fue el encargado de reenviar a Scotland Yard la misiva “Querido Jefe” llegada a la agencia noticiosa el 27 de setiembre de 1888, y luego haría lo mismo con la postal arribada el 1 de octubre.
El reenvío de la carta se verificó el 29 de setiembre de 1888 y fue acompañado con un recado escrito a mano por Tom Bulling a Adolphus Williamson, Inspector en Jefe de Scotland Yard, donde se apuntaba: “...El editor presenta sus saludos a Mr. Williamson y ruega le informen que la carta que se adjunta fue enviada hace dos días a la Central de Noticias y fue tratada como una broma...”.
Después de la tarjeta postal habría sido enviada una tercera comunicación a la Agencia Central de Noticias por cuenta de quien pretendía ser el asesino, pero la policía no le otorgaría difusión.
Llamativamente la agencia noticiosa esa vez no reenvió el mensaje sino que Thomas Bulling reescribió el texto que tendría el presunto mensaje y fue esta transcripción manual la que finalmente se remitió a Scotland Yard.
Esta conducta extraña adoptada por el periodista pudo contribuir a tornarlo sospechoso de plagio a ojos de investigadores como Lithechild, según se desprende a partir de la lectura de las notas de este último.
No todos los medios de prensa victorianos se hicieron eco de fomentar las pretendidas cartas atribuidas al Destripador, e incluso algunos periódicos llegaron a fustigar a sus colegas reprobándolos por su ligereza informativa.
Tal el caso del periódico Star quien en su editorial del 4 de octubre de 1888 planteaba su crítica al Daily Telegraph, que fuera uno de los principales propagandistas de estas epístolas, manifestándose en los siguientes términos: “¿Por qué nuestro amigo el Daily Telegraph imprime facsímiles de las horribles pero muy tontas cartas de “Jack el Destripador”?. La Agencia Central de Noticias nos las ofreció pero rechazamos publicarlas. Estaban claramente escritas en lápiz rojo y no en sangre, por el obvio motivo de que el escritor era una de estas estúpidas y malas personas que se deleitan en insana notoriedad. Ahora, el asesino no es este tipo de hombre. Su deseo de publicidad está templado por un extraordinario y peculiar afán de intimidad y por una singular habilidad para conseguir lo que quiere. No hay ninguna prueba de conocimiento previo de los crímenes de la plaza Mitre, más allá de una predicción de que iban a suceder, que nadie podía haber hecho. La referencia a cortar las orejas puede ser una curiosa coincidencia, pero no dice nada de que la carta fuese enviada en domingo. Miles de londinenses conocen los detalles de los crímenes que proporcionan los periódicos del domingo...”.
Por ende, cabe inferir que, a pesar de que en su gran mayoría la prensa se aprovechó del fenómeno publicitario en rápida gestación, pocos se tomaron en serio que el aluvión de comunicados anónimos procediesen en verdad del responsable.
Gracias por un trabajo tan exhaustivo y tan bien detallado, un placer leerte Gabriel! cordiales Saludosbuhos.
ResponderEliminarMuchas gracias amigas por estar al tanto de mi blog. Saludos cordiales
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