sábado, 29 de febrero de 2020

James Maybrick: El hombre que no fue Jack el Destripador

JAMES MAYBRICK Y SU FALSO DIARIO. 
HISTORIA DE UN FRAUDE
                                                El falso sospechoso JAMES MAYBRICK

En el correr del año 1992, transcurridos ya más de cien años de cometidos los crímenes de Whithechapel, y cuando lentamente se iban extinguiendo los ecos producidos por un aluvión de publicaciones de libros y notas periodísticas que el centenario de aquel misterio concitara, otra noticia a su respecto vino a revolucionar el ambiente.
Se dio a difusión un diario personal adjudicado a la pluma del mítico asesino secuencial de postrimerías del siglo XIX: Jack el Destripador.
Este diario lucía escrito sobre las páginas de un álbum destinado a fotografías y postales al cual le faltaban varias de sus hojas iniciales.
Su posible redactor lo constituía un adinerado industrial algodonero quien en su época residiera en la ciudad inglesa de Liverpool y que había fallecido bajo circunstancias confusas en el mes de mayo de 1889.
Tan extrañas fueron consideradas las circunstancias que rodearon su deceso que Florie, su joven y bella esposa norteamericana, pasó varios años en la cárcel purgando condena bajo la acusación de haber sido la causante, al administrarle una forzada ingesta fatal de arsénico, del eventual asesinato de este hombre.
Su nombre: James Maybrick.
La credibilidad que merecía este presunto diario íntimo fue puesta en tela de juicio ya desde el comienzo de ser desvelado su texto.
Más aún, algunos estudiosos del tema no vacilaron en ridiculizar esta pretensión de autenticidad.
Al respecto, con elaborada ironía se consignó: “...No obstante, en 1992 todo se vuelve académico cuando se descubre el diario de Jack el Destripador. ¡Qué considerado por su parte dejar uno! El diario “encontrado” en Londres por un ex chatarrero, Michael Barrett, pertenece, supuestamente, a un comerciante de algodón victoriano llamado James Maybrick. La única aproximación a la fama por parte de Maybrick es como víctima en otro famoso asesinato de la época, cuando fue envenenado, posiblemente por su mujer. Es como decir que, en realidad el estrangulador de Boston era Sharon Tate. Mientras el arsénico lo mata poco a poco, Maybrick todavía encuentra tiempo para hacer safaris con prostitutas en el East End londinense. Como es comprensible, su estilo literario, a veces es un tanto forzado: “ja, ja, ja, ja, ja, ja. No paro de reírme. Qué gracia me hace”. Varios expertos en el Destripador testifican a favor de la autenticidad del descubrimiento de Michael Barrett en un programa televisivo especial. Al día siguiente, Barrett confiesa haber falsificado el diario. A algunas historias simplemente les falta algo. El relato que acaba sobreviviendo como histórico siempre lo acaba haciendo por una simple mecánica darwiniana...”.
Otros escritores se mostraron más benévolos con la historia contenida en aquel manuscrito y dejaron abierto un margen de posibilidades a su veracidad aunque no por ello olvidan anotar que se debe escrutar con un sano y legítimo escepticismo la abrupta aparición de un recaudo cuya pretensión consiste en nada menos que aportar la solución definitiva a un arcano con más de cien años de antigüedad.
Acorde con esta línea de pensamiento se hizo constar: “...El escepticismo cuando se habla de “Jack”, es perfectamente natural. Suena muy raro que cien años después, se revele información crucial... Pero nadie había relacionado, hasta ahora, la figura del marido desaparecido en condiciones misteriosas con el no menos misterioso “Jack the ripper”. Que un conocido empresario, casado con una atractiva mujer, mucho más joven que él, hubiera muerto envenenado, puede ser un caso típico dentro de la historia policial; pero que la víctima sea, a su turno, el más famoso asesino ... escapa a la lógica habitual. Estamos ante una extraña paradoja. Un monstruoso descuartizador de prostitutas, a quien imaginamos animado de furia diabólica, como si fuera “Mister Hyde”, muerto a manos de su mujer cuando creía encontrarse a salvo en la calidez de su hogar burgués. El traidor traicionado, el burlador burlado,...el cazador cazado. Estas cosas podrían reconciliarnos con la idea de que hay una justicia en el mundo que es superior, en su eficacia, a la humana. Pero la realidad es algo más compleja. La justicia natural, si es que existe, recorre caminos más tortuosos...”.
Aunque ya de por sí resultaba sumamente polémico el descubrimiento de un documento albergando la confesión del responsable de tan misteriosos y atroces crímenes que cargaban con más de cien años sin resolverse, la retractación que en 1995 hiciera Michael Barrett admitiendo, a su turno, haber inventado toda la historia, pareció ponerle punto final a la discusión.
Y es que este último había sido el ciudadano británico desocupado a cuyas instancias se sacó a la luz pública el diario mediante el cual el rico y malogrado comerciante de la ciudad inglesa de Liverpool James Maybrick le confesaría a la posteridad su terrible secreto.
No obstante, transcurrido poco tiempo más, Mike Barrett se retractaría de su anterior retractación alegando haberla realizado bajo la presión insoportable de los medios y, en suma, pretendió que con esa fingida confesión de haber cometido plagio sólo buscó que los órganos de prensa lo dejaran en paz.
En cuanto concierne a la errática conducta exhibida por este hombre se ha anotado: “...Barrett aseguró que le había dado el álbum un amigo suyo, Tony Devereux fallecido por aquel entonces ... se ha llevado a cabo una serie de pruebas para analizar el diario, a pesar de que Barrett afirmara haberlo elaborado el mismo para retractarse después ... Michael Barrett aseguró en su confesión que había comprado una libreta de la época victoriana y una botella de “tinta victoriana” para llevar a cabo su falsificación, que compuso con la ayuda de una minuciosa investigación en bibliotecas...” .
Como fácilmente se desprende de las precedentes transcripciones las opiniones en pro y en contra oscilan de una manera extremadamente pendular.
En definitiva: ¿Se trató de una burda falsificación? O, por el contrario: ¿Nos encontramos frente a documento atendible y –por tanto– sensacional?
Sea cual fuere la posición que se asuma nos parece indudable que meramente si atendemos a la ingeniosidad que reviste la propuesta bien se hace acreedora a disponer de un espacio destacado en la bibliografía alusiva a Jack el Destripador.
Se merece ese espacio, en especial, si tomamos en cuenta que, pese a que existen teorías fundadas y serias denunciando cual habría sido la identidad del criminal, la mayor parte de cuanto se ha escrito con referencia a este punto carece del menor asidero lógico y probatorio.
Respetando tal contexto quizás la pretendida confesión de James Maybrick no sea tan absurda como a primera vista pudiera aparentar.
Como introducción a esta historia parecería conveniente enfatizar que ya con anterioridad a 1992 se habían puesto al descubierto varios intentos de fraude en perjuicio de editores a quienes se les vendieran sensacionales, aunque falaces, auto designados diarios íntimos pretendidamente escritos por famosos personajes históricos.
Así ocurrió con el diario adjudicado a la creación de Adolf Hitler que se publicase en su edición en inglés por el periódico Sunday Times, propiedad del empresario de la prensa Rupert Murdoch.
En 1981 la editorial alemana Gruner und Jahr adquirió veintisiete volúmenes manuscritos de estos presuntos diarios, así como un tercer volumen aparentemente inédito del clásico “Mi Lucha”.
El importe de dinero pagado, de conformidad trascendiera, ascendió a la suma de dos millones de dólares.
La puja por conseguir los exclusivos derechos de estos documentos devino intensa.
El mencionado Rupert Murdoch ofreció a la revista Stern tres millones setecientos cincuenta mil dólares por los derechos de publicación exclusivos en lengua inglesa de tales recaudos.
Pero, más adelante, los exámenes periciales a que fueron sometidos estos instrumentos determinaron se trataba de una farsa, en tanto se detectó mediante luz ultravioleta que el papel sobre el cual se habían redactado esas notas incluía entre sus componentes a un blanqueador químico que recién se comenzó a emplear a partir del año 1955 y, asimismo, se determinó que los hilos que sujetaban los presumibles sellos oficiales lucientes en esos volúmenes se componían de poliéster y viscosa, sustancias ambas, que únicamente resultaron desarrolladas años después de terminada la segunda guerra mundial.
Salvo que nos suscribiéramos a la improbable hipótesis de que el líder nazi escapó con vida de su bunker a fines de abril del año 1945  se torna patente que la mera comprobación de esos datos objetivos devino más que suficiente para establecer la falsedad y ficción de estos pretendidos diarios personales.
Finalmente se supo que el ex presidiario Konrad Kujau había sido el responsable de fabricar la ingeniosa falsificación.
Otros casos de plagio resonantes los configuraron los diarios que se pretendieron redactados a su turno por Benito Mussolini y por Howard Hugues.
Con tan negativos antecedentes resulta más que entendible que los editores a quienes se ofreciera la publicación de este manuscrito asignado a Jack el Destripador debían por fuerza mostrarse sumamente precavidos.
No sólo perderían mucho dinero si se comprobaba rápidamente que el documento constituía un bulo sino que se desprestigiarían por difundir ante el público una obra presentada como verosímil y de la cual luego se descubría que había conformado un burdo engaño.
Así fue como la salida a luz del recaudo que nos interesa recién se pudo llevar a cabo tras operarse variadas marchas y contramarchas y la edición de aquellas notas cuyo parto fuera tan dificultoso supondría  sólo el preludio de los enconados debates que se  verificaron una vez que el diario se transformó en un libro y comenzó su circulación pública.
Lo antedicho debido a que estas letras fueron en un primer momento tomadas por auténticas por especialistas en el caso del Destripador y llegaron a dar origen a posteriores obras de investigación que ratificaron su valía.
En este sentido procede traer a colación el libro escrito por el experto en la materia Paul H. Feldman bajo el rótulo de “Jack el Destripador. Capítulo Final” el cual contiene una exhaustiva labor indagatoria.
Dicho investigador obtuvo copias del diario mientras se hallaba trabajando en una película documental concerniente a la vida y la época de Jack the Ripper y se puso en campaña para tratar de probar su autenticidad una vez que en 1993 el diario The Sunday Times catalogara a ese instrumento como un fraude.
El comentarista examina las refutaciones que las notas merecieron y contradice a cada una de ellas.
Su tarea le insumió arduas consultas a los archivos de Scotland Yard y del Ministerio del Interior británico, así como un escrutinio de diversas publicaciones impresas en revistas, periódicos y libros de aquel entonces.
Igualmente, entrevistó a descendientes actuales de varias de las personas que tuvieron participación en la añeja historia que se narra.
Su conclusión finca en que el manuscrito realmente fue creación de James Maybrick porque incluye datos que únicamente la policía y el propio asesino podían conocer en el tiempo en que éste fuera escrito.
Deduce que los datos obtenidos sobre la vida de James Maybrick concuerdan con lo sabido acerca de las actividades del Destripador.
Pero, por contra, también desde el comienzo estas notas resultaron duramente criticadas poniéndose en cuarentena su credibilidad.
Como viéramos, la actitud adoptada por el auto nominado descubridor del manuscrito al haber formulado su inicial retractación poco ayudó a concederle seriedad al asunto, a pesar de que luego se desdijera de tal confesión y fundamentara los motivos que le habrían llevado a efectuarla.
La primera empresa editorial que se echó atrás ante la propuesta de publicar las notas fue Warner Books.
Dicha compañía le encargó en el mes de agosto de 1993 al experto en documentología Kenneth Rendell que redactase, con la colaboración de otros peritos, un informe al respecto emitiendo sus conclusiones sobre la veracidad o no a otorgarle al álbum que fuera utilizado a modo de diario personal.
Este perito presentó su reporte en el mes de setiembre de 1993 deviniendo sus conclusiones netamente desfavorables a la credibilidad del documento.
Entre otros aspectos, el examinante advertía que la formación que en el manuscrito se daba a las letras no concordaba con la manera como se escribía a términos del siglo XIX y que se apreciaba uniformidad en el trazo de la tinta y en la inclinación de la escritura al pasarse de una anotación a la próxima.
Dado que lo lógico era suponer que tales anotaciones consignadas en el diario se habían formulado en ocasiones diferentes, forzosamente la letra tendría que delatar ciertas alteraciones aunque hubiera sido escriturada por la misma mano.
De aquí que la uniformidad en los trazos que, a su entender, denotaba el diario le parecía en extremo sospechosa.
Sin embargo, otras inferencias postuladas por este analista no parecerían, en principio, aptas para fundamentar conclusiones decisivas.
Por una parte, sentó su postura de que el examen de la escritura iría, sin necesidad de adicionarle otras pruebas, a devenir de importancia fundamental a la hora de establecer la veracidad o la falsedad del diario.
A tales efectos, Kenneth Rendell, con el auxilio de dos peritos calígrafos, cotejó los grafismos del manuscrito con la caligrafía que exhibía la carta remitida a la Agencia Central de Noticias fechada al 25 de setiembre de 1888, conocida como “Querido Jefe”, y partió de la suposición de que aquella misiva necesariamente había sido creada por el verdadero asesino al cual se le atribuyera.
Consideró, con el apoyó de los citados grafólogos, que la caligrafía de esa carta no había resultado falseada sino que era sincera y espontánea y, a su vez, todos concluyeron en que la letra contenida en el recaudo en nada concordaba con la grafía exhibida por esa misiva.
De todos modos, esta prueba reputada concluyente, tal vez no lo sea tanto si se atiende a que ni siquiera la carta “Querido Jefe” podría ser tajantemente ponderada como creación del verdadero criminal.
En torno al punto cabe tener presente lo indicado en el capítulo destinado al análisis de la correspondencia endilgada a Jack el Destripador, y recordar las serias vacilaciones y suspicacias que la totalidad de la correspondencia en cuestión despierta a los expertos en el asunto.
Por ende, si la letra referida no fuera facturación del homicida de muy poco serviría cotejar la caligrafía que la misma presenta con los grafismos insertos en el diario adjudicado a James Maybrick.
Si la caligrafía de ambos documentos no casa, esa discordancia deviene insuficiente de por sí para concluir en la falsedad del diario.
Otro punto interesante de este reporte estriba en que en el decurso de los análisis técnicos se materializó una prueba de transporte iónico sobre el papel y la tinta del manuscrito por medio de un microscopio de sonda escaneadora con el objetivo de determinar la fecha aproximada en que la tinta fue empleada al escribir encima de dicho papel.
Este peritaje, realizado por Rod Mac Neil, técnico contratado a tal fin, determinó que la tinta fue aplicada sobre el papel en fecha promedio establecida en el año 1921 con un eje de error de doce años.
Pues bien, si el informe que resultara crucial para desacreditar al diario concluyó, tras sofisticados exámenes, que el documento fue fabricado en una fecha aproximada al año 1921, ello quiere decir que su elaboración en tal época abona que no fue facturado entre 1888 y principios de 1889, como en el mismo se proclama, no pudiendo constituir obra de James Maybrick sino que sería apócrifo.
Pero, de hecho, el término promedial fijado en el año 1921 que esos análisis otorgan a la facturación del manuscrito descarta cualquier posibilidad de que el instrumento configure una falsificación de reciente data.
Por consiguiente, no lo habría podido inventar Michael Barrett.
Se ha enfatizado que aunque un plagiador actual hubiere encontrado un frasco con tinta de la era victoriana, dado el largo tiempo transcurrido dicha sustancia se hubiese evaporado si se pretendía utilizarla.
Esta opinión contradice la presunta confesión formulada por Michael Barrett adjudicándose haber falsificado el diario por el año 1991 gracias al auxilio de un frasco conteniendo tinta del siglo XIX.
Asimismo, se advirtió que, merced a los adelantos contemporáneos, un falsificador podría haber elaborado tinta con sustancias de aquel tiempo.
Pero el análisis de transporte iónico concretado a través de sonda escaneadora que midió la migración de los iones de tinta al papel, al cual hiciéramos alusión, estableció la ya destacada fecha promedio.
De donde se infiere que por más que un plagiador hubiese fabricado u obtenido tinta apta para pasar como producida alrededor del año 1888, no se trataría una adulteración reciente, lo cual descarta a Mike Barrett.
Todos los detalles a los cuales venimos refiriendo parecerían una pura discusión bizantina si no fuese porque en el manuscrito se incorpora información que resulta verdaderamente significativa y que no puede ser fácilmente explicada y descartada siquiera por los más escépticos.
Entre tales datos surge como principal ejemplo el de la letra “m” garabateada -aparentemente con la sangre de Mary Jane Kelly- encima de la pared interior de la habitación ocupada por aquella víctima, y que en algunas fotografías puede visualizarse con bastante precisión.
El diario de Jack el Destripador fue publicado finalmente por la editorial Smith Gryphon Ltda en el año 1993 con un extenso comentario de la escritora Shirley Harrison contratada al efecto.
En dicho libro se ofrece una ampliación de la espeluznante foto tomada al mutilado cadáver de la desgraciada joven meretriz donde un poco por encima del cuerpo yacente sobre la cama es posible apreciar con relativa nitidez una forma que semeja el perfil de una letra “m” mayúscula y a la izquierda de la misma, aunque ya no tan nítida, parecería haberse garabateado en ese interior una consonante “f” también mayúscula.
Según narra el diario, la esposa del presunto autor –la hermosa y casquivana Florence Maybrick– fue la causa de los celos que incitaron  la demencia homicida de James Maybrick. “F” y “M” constituían, pues, sus iniciales.
Y tales iniciales son las que se pretende que el asesino dejó pintadas en sangre en la pared de aquella habitación antes de huir.
En su supuesta confesión el hombre habría hecho constar que la infortunada Mary Jane Kelly le traía recuerdos de su adúltera esposa: “...Me recordaba a la puta. Muy joven a diferencia de mi...”
Y luego, en una especie de inconexo poema se alude:
“Su inicial allí
Una inicial aquí y una inicial allí
Hablarían de la madre putañera”.
La “puta” o “la madre putañera” constituyen algunas de las duras expresiones con las cuales el redactor del diario se refiere a Florence Chandler, la esposa de James Maybrick; aunque en otros tramos de la narración se la designará en forma cariñosa con el alias de “conejito”.
Y en lengua inglesa ese taco “fucking mother” -puta madre- lleva precisamente por iniciales a las consonantes “f” y “m”.
Así pues, que en la suposición de que James Maybrick verdaderamente hubiera sido el Destripador y lo que se cuenta en el diario resultase verídico, el perfil de dichas letras –que recientemente fueron por primera vez percibidas en fotos de la época– coinciden tanto con las iniciales del nombre y apellido de casada auténtico de su cónyuge como con las iniciales del humillante apodo con el cual la catalogaba en aquel documento.
En cualquiera de ambas hipótesis, los desconcertantes trazos sanguinolentos en forma de letras “F” y “M” estampados encima de aquel muro tras el despiadado crimen encartan una seria y válida interrogante: ¿cómo en el diario fue posible hacer mención a estas iniciales si ninguna información de la presencia de tales letras se poseyó sino después de realizada la publicación del manuscrito en el año 1993?
Lo más desconcertante sería que en ninguna de las ediciones conocidas de libros o publicaciones sobre Jack el Destripador se habían hecho alusiones a la localización de esas letras aparentemente dibujadas con sangre sobre la pared de aquel sórdido cuartucho.
Nos encontraríamos, en esta hipótesis, frente a la presencia de un dato inédito acerca de un hecho comprobable que únicamente deviene mencionado en el diario.
Ni Michael Barret –en la hipótesis de que él hubiese sido el plagiador– ni otro falsificador, por mucho que esculcaran en la literatura vinculada con aquellos crímenes, hubiesen podido dar con esa información, puesto que nadie antes habría advertido y divulgado la existencia de las sanguinolentas iniciales.
Podría tratarse de un dato que exclusivamente lo podía saber el verdadero asesino.
La letra “m” mayúscula sí había sido referida por diversos autores con respecto a otro acontecimiento ligado a los crímenes.
Hablamos de un sobre para cartas roto encontrado entre las pertenencias del cadáver de Annie Chapman en cuya parte exterior lucía dibujada una letra “m” mayúscula que se supuso había sido escrita por el victimario.
¿Se trataba de una críptica pista dejada burlonamente?
De la lectura del diario queda claro que su autor, si fuera James Maybrick, estaba obsesionado con su propio nombre y apellido.
La inicial de su apellido parecía significar mucho para él, y varios juegos de palabras mencionados en el escrito apoyan esta conclusión.
Si en verdad este hombre encarnara al escurridizo perpetrador podría haber elegido para su bautismo criminal el mote de “Jack” en honor a las dos primeras letras de su nombre –James- y a las dos últimas letras de su apellido -Maybrick- formando de ese modo un curioso acróstico.
Esta coincidencia destacada por Paul H. Feldman en su ya referenciado libro naturalmente que nada prueba aunque si respondiera a la realidad guardaría reminiscencias de una penetrante ingeniosidad típicamente británica.
Pero otros argumentos, en cambio, parecerían efectivamente resultar más consistentes en pro de la veracidad del instrumento.
Siempre atendiendo a la fecha promedio del año 1921 aportada por la prueba del perito Rod Mac Neil cabría tomar en cuenta que, si el documento fuera una falsificación ideada alrededor de aquellos años o aún en tiempos anteriores, sería lógico que el relato de los pretendidos crímenes abarcara a las muertes de Emma Smith y de Martha Tabram, ya que ambas mujeres fueron reputadas como genuinas víctimas del Destripador por aquel entonces, y sólo modernamente resultaron excluidas de la lista de los crímenes canónicos asignados a la obra del criminal.
No obstante, en el diario no se formulan alusiones a la existencia de estas infortunadas meretrices, y este extremo abogaría en pro de su veracidad.
En el manuscrito, al glosarse las ideas que pasan por la mente de su creador una vez cometido el homicidio de Catherine Eddowes se alude a una caja de cerillas vacía entre las pertenencias de esa occisa al tiempo del crimen.
Este nimio objeto solo constaría en la lista oficial de la policía, la cual no se dio a difusión por la época de los asesinatos sino que ha visto la luz pública únicamente a partir del año 1987.
Considerando lo precedente, en el caso de que el manuscrito se hubiese fabricado entre 1888 y 1921, no es entendible cómo fue que el eventual plagiador obtuvo esa información y la incorporó a su relato.
Deviene igualmente bastante novedoso el terrible dato de que el asesino le arrancó el corazón a Mary Jane Kelly.
Este hecho fue omitido en la lista interna confeccionada por la policía, y los médicos forenses actuantes fueron cautelosos al respecto y también lo callaron.
Aparentemente, por ningún conducto se podía haber sabido que el cadáver de aquella desgraciada difunta fue profanado de tan cruel manera pero, pese a todo, en el escrito se formula una clara mención al robo de ese órgano.
Al llegar casi al final de su redacción, y en uno de los escasos párrafos donde el fabricante del diario parecería mostrar arrepentimiento pidiéndole perdón a Dios por las aberraciones que infirió sobre el cuerpo de aquella joven –la única de las víctimas que designa por su nombre o, mejor dicho, por su apellido– se deja constancia: “…Esta noche rezaré por las mujeres que he asesinado. Que Dios me perdone los actos que cometí con Kelly, sin corazón sin corazón...”.
Luego cabría resaltar una circunstancia ajena a la redacción del documento pero que, en el caso de ser veraz, poseería indudablemente mucho peso.
En el epílogo del libro comentado por Shirley Harrison el editor mencionará el descubrimiento operado en junio de 1993 de un costoso reloj de oro de bolsillo con cadena, el cual en la parte interna de su tapa portaría grabada sobre el metal la firma “James Maybrick”.
El elegante artefacto ostentaba asimismo talladas las iniciales de los nombres y apellidos de las cinco mujeres cuyo asesinato se debió con seguridad al psicópata y, además, la declaración: “Yo soy Jack”.
De acuerdo a peritajes a cargo de expertos en metalurgia ese reloj habría sido elaborado por el año 1846 y la grabación ejecutada al imprimir las letras en el metal delataba poseer una vejez no inferior a los años 1888 o 1889.
Las pericias que se efectuaran ni bien se descubriera la existencia del reloj y su dueño lo hiciera llegar al editor del diario de Jack fueron presuntamente positivas, pero siempre quedaba lugar para la suspicacia considerando que habían sido realizadas a encargo y costo de la parte interesada.
Empero, más recientemente se habrían llevado a cabo nuevos análisis por cuenta de expertos de reputadas universidades británicas y sus resultados fueron concordantes con las primeras pericias practicadas, por lo que la antigüedad no sólo del artefacto sino, sobre todo, de las llamativas referencias talladas sobre el metal del mismo habrían quedado plenamente comprobadas.
Por consecuencia atendiendo al fruto de tales exámenes quedaría, en lo referente a este reloj, descartada la posibilidad de que los grabados supusieran una creación moderna.
Conforme se ha indicado: “…Aunque hasta ahora se creía que tanto el diario como el reloj eran una burda falsificación para sacar dinero, pero unos recientes análisis hechos por la universidad de Manchester ha revelado que el reloj podría ser realmente de la época en que Jack hacía de las suyas por Withechapel. La universidad de Bristol también lo analizó y certificó que los grabados tenían decenas de años de antigüedad...”.
De aquí que si el plagiador del diario fuese una persona actual –que gracias al estudio de la literatura sobre el Destripador incluyó datos en el manuscrito que eran impensables para un falsificador contemporáneo a los crímenes– no podría resultar el mismo que falsificó los grabados tallados en el misterioso reloj de bolsillo, ahora acreditadamente antiguos, si es que tales escrituraciones también fueran apócrifas.
Entonces, las más recientes conclusiones a que han arribado los técnicos de las citadas universidades habrían determinado, sin margen de dudas, la extrema antigüedad del reloj y también que podrían haber sido facturados por los años 1888 o 1889 los insólitos grabados estampando el nombre y apellido “James Maybrick”, la declaración “Yo soy Jack”, y las iniciales de las llamadas “cinco víctimas canónicas” del Destripador.
Todas estas comprobaciones dotarían de un renovado y brioso impulso a la conjetura de que el diario después de todo resultaría auténtico y que el extraño y problemático mercader algodonero de Liverpool en verdad fue el feroz asesino que la historia registró como “Jack el Destripador”.
Pero en contraposición a los datos, informes y análisis técnicos relativos a la llamada “agenda Maybrick” los cuales –como viéramos en nuestro anterior racconto– a pesar de estar divididos podría decirse que al presente se inclinan levemente por concederle veracidad al manuscrito, las conductas de los propulsores del mismo dejan mucho que desear y abonan el escepticismo.
Y no sólo el comportamiento del auto designado descubridor del documento ha sido poco transparente y para nada convincente sino que algunos de los escritores que apoyaran la tesis del diario han contribuido a fomentar ese descreimiento.
Como ejemplo de divulgación carente de prueba y sensacionalista vale resaltar la reciente publicación del segundo libro escrito sobre el tema por Shirley Harrison: “La conexión americana”.
Aquí se esgrime presunta evidencia de que James Maybrich se habría encontrado físicamente presente en la localidad de Austin, Estado de Texas de los Estados Unidos de Norteamérica durante las postrimerías de 1884 y a lo largo del ulterior año de 1885.
La noticia en sí misma muy pobre trascendencia revestiría si no fuese porque en la citada localidad norteamericana tuvo lugar una sangrienta retahíla de estremecedores crímenes que la posteridad designó como “La matanza de Austin”.
La historia nos cuenta que un homicida en serie deambuló por las calles de Austin al término de 1884 y durante el siguiente año dejando a su paso un reguero de horribles muertes.
 El arma homicida: un hacha.
En su mayoría las víctimas resultaron mujeres jóvenes de raza negra quienes trabajaban como sirvientas en fincas de los suburbios de aquella localidad aunque por excepción uno de los muertos lo constituyó un hombre, novio de una de ellas, el cual se conjetura que fue ultimado tras intentar salir en defensa de la chica.
La primera víctima fue Mollie Smith asesinada el 30 de diciembre de 1884, y a esta mujer le acompañaron en fatídico destino Eliza Shelley el 6 de mayo de 1885, y también ese mismo año las siguientes personas: Irene Cruz -23 de mayo-, María Ramey -29 de agosto- Gracie Vance y Washington Orange -27 de setiembre-, Susan Hancock y Eula Phillips -24 de diciembre-
Nunca se supo la identidad del despiadado victimario serial de Austin, Texas.
Se detuvo a tres sospechosos, pero sólo uno de ellos –William Sydney– fue llevado a juicio y al cabo del mismo sería exculpado por ausencia de pruebas.
¿Se trataba de “trabajos” tempraneros de Jack el Destripador?
Aunque publicaciones contemporáneas a aquellos crímenes sostuvieron que tal extremo en efecto era probable y que el asesino de Withechapel era idéntico en su accionar al que mató a siete mujeres y a un hombre en Austin desde finales del año 1884 y durante 1885, sin embargo, es casi seguro que ello no fue así.
Ni la elección de la clase de víctimas ni el modus operandi coinciden.
No obstante, el aludido libro de Shirley Harrison explora la eventualidad de que James Maybrick por razones comerciales hubiese viajado a esa ciudad norteamericana –punto no comprobado, sino que más bien se arguye como una posibilidad– y mezclando los negocios con la vesania criminal dedicase su tiempo libre entre una operación mercantil y otra para perpetrar, hacha en mano, estas crueldades.
Pero, en suma: ¿quién fue James Maybrick y que “méritos” ostentó para ser postulado –al menos a nivel popular– como un sospechoso muy potable?
Este hombre provenía de una antigua y respetable familia que a la fecha de su nacimiento –24 de octubre de 1838– llevaba sesenta años instalada en la ciudad de Liverpool.
 De hecho nuestro personaje fue el primogénito porque William, el primer hijo del grabador de metales William Maybrick y su esposa Susannah, falleció cuando apenas contaba con tres años de edad.
A James Maybrick le siguieron Michael, nacido en 1841, quien de adulto se convertiría en un famoso compositor, Thomas -1846-, y Edwin -1851-, estos dos últimos se inclinarían, al igual que James, por la actividad comercial.
El destino profesional de Maybrick sería el comercio algodonero notablemente incrementado en Inglaterra a raíz de la guerra civil norteamericana que provocó gran escasez de algodón lo cual volvió el negocio de compra venta abierto a los buenos especuladores, actividad en la que este hombre destacaba por condiciones innatas.
En 1868 se dio cabida en el Reino Unido a un sistema de ventas similar a la bolsa de valores el cual permitía vender el algodón que no se poseía con la expectativa de poder cubrir la venta comprando a un precio más bajo en el futuro, circunstancia que aumentó el aspecto azaroso de este rubro en el mercado.
En 1887 Maybrick se trasladó a Estados Unidos y fundó una agencia en el puerto algodonero de Norfolk, estado de Virginia.
Desde entonces dividía su tiempo en la atención de negocios en Gran Bretaña y Norte América.
 En 1880 durante uno de esos frecuentes viajes marítimos conoció a la joven Florence Chandler, de sólo diecinueve años.
Un dato relevante es que Maybrick tres años antes de ese hecho, en 1877 cuando contaba con treinta y nueve años, contraería malaria y su mejoría se debió a un tratamiento a base de estricnina y arsénico, y desde allí su organismo se fue volviendo adicto a estas sustancias.
Por su parte, aquella muchacha que resultaría su futura esposa había nacido el 3 de setiembre de 1862 en la ciudad de Mobile, estado de Alabama, procedente de una familia de alta alcurnia.
 Florie era huérfana de padre y su madre era la baronesa Caroline Von Roques.
La joven era por demás atractiva, de cabellera rubia y cautivantes grandes ojos azules.
Tras el casamiento la pareja pasó a residir a una mansión palaciega sita en la zona más coqueta y reservada de Liverpool a la cual llamaron “Battlecrease House”.
Su estandar de vida era propio de la clase alta inglesa de fines del siglo XIX y disfrutaban de múltiples comodidades dentro de las cuales se incluía el consabido servicio doméstico de criadas, mayordomos y jardineros.
Empero, ninguno de tales bienes y privilegios devendría suficiente para evitar la desgracia destinada a recaer sobre la pareja en tanto el ocio, el aburrimiento y un matrimonio fundado en falsas expectativas, aparejarían consecuencias funestas.
Si se atiende a la versión que de la vida conyugal del matrimonio Maybrick se nos proporciona en el “Comentario del Diario de Jack el Destripador” –debido a Shirley Harrison– la infidelidad haría irrupción en escena.
Aunque James Maybrick no se caracterizaba por ser un fiel esposo –puesto que como mínimo tendría una amante estable y frecuentaba asiduamente los burdeles– serían los deslices de Florie los desencadenantes de la tragedia.
Pues resultó que la bella Florence también encontraría un amante estable en la persona de un próspero comerciante vinculado a los negocios de su esposo.
Este amante sería Alfred Brierley, hombre apuesto y adinerado de treinta y seis años con quien la infiel Florie mantendrá un tórrido amorío a las escondidas.
Según se nos cuenta en el diario, James Maybrick sabía perfectamente de los devaneos e intrigas en los que estaba inmersa su mujer, pero fingía desconocerlos.
Seguiría con expectación y sigilo los avatares de la relación clandestina que vivía su cónyuge y se iría generando en su interior una morbosa y creciente fascinación que al cabo lo convertiría en un sórdido voyeaur de aquel amantazgo.
Y peor aún, –si concedemos crédito a lo que dice el manuscrito– resultaría el dolor y la furia desatados al descubrir la infidelidad de su esposa la causa motora que transformaría a James Maybrick de apacible y clásico burgués victoriano en un sanguinario asesino serial.
Se trata de una historia propia de “Dr. Jekyll y Mr. Hyde” muy efectista para armonizar con el drama que los crímenes de Jack el Destripador provocaron.
Estamos en presencia, además, de una historia con ribetes casi románticos:
La pasión sexual irrefrenable, el amor propio herido del esposo engañado, la doble moral burguesa de la Inglaterra de aquella época...
Todos esos conceptos confluyendo como si de piezas de un demencial rompecabezas se tratase.
Basta con agitar fuerte la retorta y sale a escena el monstruo.
Robert Louis Stevenson, creador de la fábula del “extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde” que por el año de 1888 hacía furor en los teatros británicos, no podría haber quedado más complacido al contemplar como su fantasía resultaba tan fielmente copiada por la realidad.
Claro está que la realidad no sería tan romántica ni espectacular si nos adscribimos a la postura de escéptica crítica que casi unánimemente han mostrado los “ripperólogos” respecto del contenido del manuscrito negando enfáticamente la existencia de cualquier veracidad en la historia allí relatada.
Y es que las incongruencias que revela la narración resultan demasiado grandes.
El texto, como se dijera, fue impreso sobre un álbum destinado a guardar postales y fotografías y carece de veinte de sus hojas iniciales las cuales fueron arrancadas posiblemente con un cuchillo o un objeto cortante similar.
Cuando comenzamos a leerlo nos encontramos con una frase cortada al medio y su tenor es el siguiente: “...lo que les espera se detendrían en este mismo instante. Pero ¿es eso lo que deseo? mi respuesta es no. Sufrirán lo mismo que yo. Yo me encargaré de eso. Recibí una carta de Michael quizás lo visite. Tendré que tomar alguna decisión respecto a los niños. Anhelo paz de espíritu pero creo sinceramente que eso no llegará hasta que haya obtenido mi venganza sobre la puta y el amo de la puta... perra necia, sé con certeza que ha concertado una cita con él en Withechapel. Así sea, mi resolución está firmemente tomada. Me refresqué en el Poste House fue allí donde finalmente decidí que va a ser en Londres. Y por que no, ¿Acaso no es un lugar ideal? Acaso no visito con frecuencia la Capital y acaso no tengo razones legítimas para hacerlo. Y quienes venden sus sucias mercancías pagarán, de eso no me cabe duda. Pero ¿pagaré yo? No lo creo soy demasiado inteligente para eso...”.
Por lo tanto, aunque las primeras hojas del álbum fueron sospechosamente arrancadas es muy fácil deducir lo que debía decir en la última hoja faltante precedente a la primera página que aparece –en el dudoso caso de que realmente existiera una “página anterior escrita”– ya que en la misma se estaría contando cómo fue que James Maybrick pilló juntos a los amantes sin que estos se percataran de que habían sido descubiertos.
Y ya allí de entrada el agradecido lector –que nada tiene que esperar para que su atención resulte de inmediato captada– conocerá la decisión letal adoptada por el esposo burlado.
En lugar de castigar a la infiel y al canalla seductor se vengará... ¡matando prostitutas en Londres!; –esto es, lejos de su Liverpool natal– capital a la cual tiene razones de negocios legítimas para acudir como prestamente nos informa.
Si bien es aceptado que los psicópatas carecen de motivaciones racionales para cometer sus crímenes, ya que el estudio de la mente de éstos –luego de ser capturados– demuestra que los motivos propulsores de sus actos suelen ser de lo más descabellados, por lo menos se puede reconocer en ellos un elemento de transición, un proceso que los conduce fatalmente a caer en las patologías que los convierten en azote de sus semejantes.
Un psicópata no deviene tal de golpe y porrazo por virtud de una única situación adversa por muy conmocionante que la misma le pudiera resultar.
¿Cuántos son los maridos de tiempos antiguos o modernos que tras descubrir la infidelidad de su pareja toman venganza matando a terceras personas?
Esto parecería que es llevar la ausencia de motivaciones lógicas a un extremo demasiado absurdo, aún para aplicarse sobre un caso criminal de los más misteriosos y raros en la historia del delito como lo fue el de Jack el Destripador.
La ausencia de las primeras hojas del álbum sobre el cual se escribió el diario es algo que sencillamente no se puede pasar por alto.
Lo más simple a pensar es que un falsificador se hizo de un álbum para postales y fotografías familiares antiguo y le arrancó las primeras páginas donde estarían pegados tales recortes, o bien cuando adquirió el álbum tales hojas iniciales ya se encontraban cortadas, por lo cual aprovechó las hojas restantes en blanco para fabricar sobre ellas la falsificación.
Parece muy atinado el razonamiento del ya referido perito en documentología Kennet Rendell quien acerca de este punto destacó: “...También me sorprendió que el diario hubiera sido escrito en un álbum de recortes, no en un diario normal. Estos álbumes, de un formato mucho mayor y hechos con un papel grueso absorbente, se utilizaban para guardar postales, fotografías, tarjetas de San Valentín y otras felicitaciones, y yo nunca había visto ninguno que fuera utilizado como diario. Era posible, pero muy improbable. A todos nos pareció muy sospechoso el hecho de que se hubieran arrancado unas veinte páginas del principio del volumen. No hay ninguna explicación lógica para que el supuesto autor, Maybrick, un hombre acomodado, hiciera tal cosa. En primer lugar, habría comprado un diario victoriano normal, pero si por algún motivo deseaba utilizar un álbum de recortes, hubiera comprado uno. Sería improbable que hubiera cogido uno que ya tenía y hubiera arrancado las hojas. Por otra parte, sería muy probable que alguien dispuesto a falsificar un diario, desconocedor de las diferencias entre un diario y un álbum, hubiera comprado un álbum en algún mercadillo de ocasión, arrancado las páginas ya utilizadas y conservado el resto para su creación...”.
Más adelante, en el diario se alude a las tribulaciones de Maybrick antes de llevar a término su primer homicidio, el cual de acuerdo con esta versión no se verificaría en Londres sino que sería concretado en la ciudad de Manchester contra la persona de una desconocida meretriz.
No se suministran mayores detalles de cómo fue que ejecutó este supuesto crimen, por lo que no sabemos si el mismo llevó igual sello que los cometidos por Jack el Destripador.
No queda claro si la eventual víctima fue ultimada mediante puñaladas, golpes, estrangulada, etc.
Tales omisiones resultan muy convenientes en particular si se considera que las autoridades de la época no tomaron nota de ningún asesinato del estilo de los de Jack que hubiese sido perpetrado en la ciudad de Manchester por aquel entonces.
En la parte que interesa a los crímenes, el autor refiere que alquiló un cuartito en la calle Middlesex, Withecapel, con la intención de disponer de un escondrijo donde ocultarse tras cometer sus ataques.
Posteriormente, pasa a describir su agresión contra Mary Ann Nichols sin brindar el nombre de la mujer; sólo menciona que la prostituta se mostró bien dispuesta a ejercer su oficio y que no chilló cuando la rajó con su cuchillo.
Dejará constancia de que lamentó no haber podido desprenderle la cabeza a la víctima como asegura era su intención.
No se consigna la fecha de ninguna de las anotaciones, pero luego del primer homicidio dirá que no dejaría pasar mucho tiempo para volver a asesinar pues quería repetir el placer lo antes posible, haciéndose de ese modo coincidir tales manifestaciones con las fechas muy próximas entre sí en que fueron victimizadas Polly Nichols y Annie Chapman.
Del segundo crimen en el documento se realizan unas tétricas alusiones a trozos de carne de esa víctima que el escritor pensaba freírlos para comérselos, lo cual supone otra coincidencia con hechos sabidos sobre aquel segundo asesinato canónico donde el homicida, cada vez más seguro de sí mismo, robase órganos a su presa.
También alude a los anillos de latón que quitó de los dedos de la mujer muerta y a la pista que habría dejado adrede en un sobre que se encontró entre las pertenencias de aquella occisa, a saber: la letra “M” estampada en el anverso de dicho sobre para cartas.
En ninguno de ambos casos se trata de datos que un falsificador estudioso de extremos que se saben respecto de los crímenes no pudiese conocer merced al estudio de fuentes convencionales sobre el tema.
Y cuando describe sus emociones tras la noche del “doble acontecimiento” expresa su asombro de que no lo hayan atrapado y el secreto placer que sintió ante el peligro de ser detenido.
Tanto odio le tomó al equino y al testigo que lo conducía cuando lo interrumpieron que manifiesta su deseo furioso de cortarle la cabeza: “...al maldito caballo y metérsela a la puta por la garganta hasta donde le cupiera... el necio se asustó, eso fue lo que me salvó...”.
Deviene sospechosa esa referencia, en tanto en general se cree que el Destripador huyó sin “terminar adecuadamente” su feroz faena al ser interrumpido, en efecto, por un transeúnte.
 Candidatos a constituir el peatón que involuntariamente molestó al criminal cuando iba a acometer la fase de destripamiento contra la asesinada “Liz Long” fueron sobre todo Israel Schwartz, John Gardner y J. Best, en tanto el primero aportó datos sobre el ataque sufrido por la mujer y los otros en el sumario describieron el aspecto del presumible último acompañante visto con la difunta.
 Y sucede que, Louis Diemschutz, quien sería el conductor del pony que literalmente se tropezaría con el cadáver de Elizabeth Stride frente al club político de la calle Berner, lo más posible es que no resultara quien “interrumpió” al criminal en su macabra tarea sino que aquél tras cortar el cuello de su víctima ya habría escapado raudo de la escena del homicidio inquieto tal vez por la presencia de testigos cercanos como los citados Schwartz, Gardner y Best.
De ser esto así, la referencia al “maldito caballo” y al “necio que se asustó” permitiéndole gracias a ello su exitosa huida no concuerdan con los hechos reales.
Más bien parecería que los anteriores comentarios estuvieron determinados por una lectura apresurada de libros y artículos en relación con ese crimen en particular donde siempre se destacó la escena del pony tropezando con el tendido cuerpo de Elizabeth Stride.
También despierta suspicacia la mención que acto seguido se efectúa para describir el homicidio de Catherine Eddowes, sobre que: “...Antes de un cuarto de hora encontré a otra sucia perra dispuesta a vender su mercancía. La puta como todas las demás estaba más que dispuesta...”.
Precisamente, de Kate Eddowes existen dudas de que en verdad fuera una meretriz profesional.
 Tal condición resultó negada enfáticamente por su pareja estable al declarar en la instrucción sumarial –John Kelly–, y a este hombre se unirían otros conocidos de la víctima quienes insistirían sobre su decencia pese a reconocer que era alcohólica.
De hecho esta infeliz mujer había venido con su compañero desde la localidad de Kent donde estuviera trabajando en la recolección de lúpulo, tarea que constituía uno de los trabajos zafrales comunes en aquel tiempo, y arribó al distrito de Withechapel un día antes de devenir su atroz muerte.
Una hija suya viviría a la sazón en Withechapel y, según se especuló, el viaje de Eddowes a esta fatídica localidad se debió a la intención de ir a visitar a aquella hija para pedirle dinero.
Además, cuando la desdichada tuvo su mortal encuentro con su asesino recién había salido de la prisión de la comisaría de Bishopsgate en donde había sido momentáneamente confinada por ebriedad y escándalo en la vía pública.
De donde se deriva que lo más probable es que la mujer siguiera bajo el efecto de la bebida cuando se vio forzada a retirarse de la comisaría y resulta plausible que Jack el Destripador la matase sólo porque devenía una víctima fácil, más que porque estuviese muy dispuesta a ejercer su oficio como se relata en el diario.
Finalmente, en cuanto atañe al último homicidio de la saga criminal cabe admitir que en la “agenda Maybrick” se formulan ciertas alusiones que no resultan tan fáciles de descartar.
La mención al hurto del corazón de Mary Jane Kelly no refiere a un hecho conocido sino en época reciente al haber estado extraviado durante mucho tiempo el texto original del informe de la autopsia practicada por el médico forense Dr. Thomas Bond quien dejó constancia de que el pericardio se hallaba abierto y el corazón ausente.
También posee su considerable peso el tema de las posibles letras “f” y “m” dibujadas con trazos de sangre en la pared de aquella mísera habitación y respecto de las cuales no se conoce que hubiera referencias ciertas hasta después de publicarse el diario atribuido a James Maybrick.
En fin, las líneas precedentes no pretenden constituir más que un apretado resumen de los informes y pistas emergentes a partir de la lectura del problemático manuscrito.
El texto, pues, por fuerza debe calificarse como de muy contradictorio y el primer impulso que nace es el de negar la veracidad de su contenido y coincidir con quienes opinan que se trata de un fraude bastante burdo.
Algunos datos, empero, no aceptan fácilmente tan cómoda explicación y la polémica encendida desde el año 1993 –hace ya más de una década– prosigue en pié.
James Maybrick, presumiblemente a su pesar, se ha convertido por obra y gracia del ingenio de los propulsores y beneficiarios del ya famoso diario en uno de los sospechosos más populares a ocupar cargo de haber sido el tristemente célebre y elusivo “Jack el Destripador”.





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