miércoles, 30 de septiembre de 2020

La noche del doble crimen de Jack el Destripador

 

Representación del descubrimiento del cadáver de  Elizabeth Stride, primera víctima de la "Noche del doble acontecimiento"

Representación del descubrimiento del cadáver de Catherine Eddowes, segunda víctima de la "Noche del doble acontecimiento"

Los homicidios tercero y cuarto de la serie indiscutida del asesino serial Jack el Destripador  tuvieron lugar ambos durante la madrugada del 30 de setiembre de aquel fatídico año y estuvieron separados por un lapso temporal de menos de una hora. A los luctuosos hechos verificados aquella noche se los calificó con el nombre de “el doble acontecimiento”. La mujer de origen sueco apodada “Liz Long” de cuarenta y cinco años de edad cuyo apellido de soltera era Gustafsdotter pero a la cual entonces se la conocía por su nombre de casada -Elizabeth Stride- fue hallada muerta con el característico profundo corte infligido de izquierda a derecha en su cuello. Su cuerpo exánime yacía tendido en un oscuro pasaje próximo a la entrada de un local político situado en la calle Berner. Al momento de cometerse el letal ataque se celebraba en ese club una reunión que venía concluyendo, tal como era la costumbre, en medio de alegres canciones de corte socialista entonadas por los participantes. Según toda la apariencia, esta vez el asesino no dispuso de tiempo suficiente para saciar su sed mutiladora, tal vez al resultar interrumpido por la presencia de un ocasional transeúnte. Aunque con algunas variantes, las circunstancias que rodearon el hallazgo del cadáver de Elizabeth Stride se han descrito como siguen: “...A la una de la madrugada, Louis Diemschutz, administrador del Club Educativo Internacional de Trabajadores sito en la calle Berner, regresó al club con su pony y su carro. Pese a lo avanzado de la hora, los ocupantes del club seguían divirtiéndose, bailando y cantando... Al dar la vuelta para entrar al callejón, el pony de Diemschutz se asustó y se negó a seguir. Tras una segunda negación del pony, Diemschutz se bajó del carro y, percibiendo un obstáculo en la oscuridad, hurgó con su fuste. Algo yacía en los adoquines, pero Diemschutz no pudo distinguir lo que era hasta que no encendió una cerilla. En el segundo de iluminación que le proporcionó la cerilla encendida, antes de que la brisa nocturna la apagara, el administrador vio el cuerpo de una mujer. Su primer pensamiento fue que la mujer se encontraba borracha. Entró al club a buscar una vela y, seguido por varios miembros del mismo, regresó al callejón. Levantaron a la mujer y vieron una herida en su cuello. Su ropa se hallaba mojada, pues había llovido ligeramente, y su cuerpo estaba todavía tibio... Se sugirió también que el pony del administrador se habría asustado menos debido al cuerpo que yacía en el suelo que a la percepción de la presencia del asesino en la total oscuridad...”. Este crimen o, cuando menos, los actos inmediatamente previos al mismo habrían sido presenciados por testigos. En especial cabe recordar a uno de ellos –Israel Schwartz– quien extrañamente no depuso en el sumario instruido tras el homicidio sino que sus declaraciones fueron sólo reproducidas por la prensa mediante publicaciones de los periódicos Star y Evening Post. Si tomamos en cuenta lo narrado por este hombre: “...Schwartz aseguró haber visto desde el extremo opuesto de la calle a un hombre que abordaba a una mujer parada junto al portillo del patio. El hombre la arrojó al suelo y la metió en el callejón a empujones. Schwartz dijo que “la mujer dio tres gritos, pero no muy fuerte”. Según su descripción, el hombre tendría unos 30 años de edad, y llevaba un bigotito castaño y una gorra con visera negra... Hacia la misma hora, declaró Schwartz, salió un segundo hombre de la cervecería situada en la esquina de la calle Fairclough y se detuvo silenciosamente en la sombra. El atacante, al ver a Schwartz, gritó de pronto “Lipski”. Se trataba de un insulto, ya que Lipski era un judío que había sido condenado por asesinato el año anterior. Aun teniendo en cuenta la oscuridad de la noche lluviosa y la escasa fiabilidad de cualquier identificación visual, la descripción que dio Schwartz del segundo hombre concuerda con la del individuo que fue visto ante el pub y la del que compró las uvas. A Schwartz le pareció que debía tener unos 35 años de edad y un metro ochenta de estatura, con el cabello claro y un bigote color arena. Iba vestido con un abrigo oscuro y un sombrero de fieltro de ala ancha, y llevaba un cuchillo. No obstante, el inspector Abberline informó al Ministerio del Interior el día 1 de noviembre que Schwartz, que no hablaba inglés y necesitaba un intérprete, había dicho que el segundo hombre estaba encendiendo una pipa, no que llevaba un cuchillo...”. Llegado a este punto deviene válido intercalar que en una carta con fecha 6 de octubre de 1888 remitida presuntamente a este testigo un bromista o, quizás, el verdadero asesino, tras iniciar el mensaje con la frase: “Te creíste muy listo cuando informaste a la policía”, le advertía que se equivocaba si pensaba que no lo había visto. Concluía sus líneas con la amenaza de asesinarlo y mandarle las orejas a su mujer si enseñaba la carta a la prensa o si ayudaba a la policía de cualquier manera. ¿Y qué había sido del criminal entre tanto? Sabemos que interrumpido en su sanguinaria faena salió prestamente en busca de una nueva víctima con la cual saciar su frenesí mutilador sin reparar en los crecientes riesgos de ser atrapado. Conforme se ha especulado: “...El Destripador tuvo tiempo de sobra para escapar mientras Luis Diemschutz corría a buscar una vela y antes de que los miembros del club salieran a ver que había ocurrido. Poco después de que comenzara la conmoción, una mujer que vivía unas puertas más allá, en el número 36 de Berner Street, salió a la calle y vio a un hombre joven que andaba con paso ligero en dirección a Comercial Road. Según la mujer, éste alzó la vista hacia las ventanas iluminadas del club, y llevaba una brillante cartera Gladstone, muy popular en aquella época y parecida a un maletín de médico...”. Tras ejecutar su primer ataque de aquella noche el psicópata se toparía con Catherine Eddowes, mujer de cuarenta y tres años, eliminándola con más saña aún que la empleada en las situaciones anteriores. También aquí el inicial acto homicida consistió en el clásico corte profundo inferido de izquierda a derecha en la garganta de la occisa. Ciertos autores sostienen que antes de asestar la cuchillada decisiva el criminal estrangulaba de frente a su presa para hacerle perder la conciencia, luego la derribaba al suelo con la cabeza hacia su izquierda y le seccionaba la garganta desplazando el arma blanca hacia sí a fin de que el chorro de la sangre arterial se proyectara en dirección contraria evitando mancharse, lo cual sugería que era diestro. A esta eventual maniobra previa de estrangulación practicada para dejar en indefensión a la persona agredida se la conoce actualmente a nivel de medicina forense bajo la denominación de “...anestesia previa de Bruoardel –a través de la cual–...se coloca a la víctima en estado de indefensión mediante un mecanismo lesivo y se la conduce a la muerte por otro...”. A escasas cuadras del escenario fatal se halló sobre la vereda un trozo de delantal empapado en sangre perteneciente presuntamente a esta difunta y que el matador habría usado para limpiarse sus manos. En la pared que daba frente a la zona donde se había arrojado la prenda se podía leer una inscripción trazada con tiza cuyo texto contenía una extraña alusión a que los judíos serán los hombres a los que no se culpará de nada. La interpretación a otorgarse a aquel graffiti victoriano determinaría interminables discusiones que aún al presente subsisten y que dieron origen a las hipótesis más variopintas. Muy llamativa fue igualmente la circunstancia de que el asesino tras atacar a Elizabeth Stride haya salido de la jurisdicción de la Policía Metropolitana inglesa para internarse dentro del ámbito de competencia reservado específicamente a la llamada “Policía de la City” londinense. Cabe preguntarse si tal actitud fue deliberada para generar confusión en las fuerzas del orden. Lo cierto es que apenas se estaban congregando los agentes policiales y los curiosos en torno al cadáver de “Liz Long” Stride unas pocas calles más hacía el oeste en Aldgate, avenida en donde se ubica la plaza Mitre, el Destripador ultimaría a su segunda presa de aquella noche. Atento a una descripción que con respecto a este infausto evento se diera: “...corrió rápidamente la sensacional noticia de que, esa noche, un policía que hacía su ronda en la plaza Mitre encontró una segunda mujer asesinada... Watkins, un policía con diecisiete años de experiencia, nunca había visto algo como lo que yacía ante el haz de su lámpara esa noche. Atravesó la plaza corriendo, hacia el almacén de Kearley and Tongue, para pedir ayuda al velador de noche. Tocaron su pito varias veces y a todo volumen, como se hacía tradicionalmente, y los refuerzos llegaron rápidamente. Mandaron llamar al doctor George Sequiera, que vivía en el barrio, y el inspector Collard llegó con el doctor F. Gordon Brown, el médico de la policía. El comandante (posteriormente sería teniente coronel y sir) Henry Smith, comisario en funciones de la policía de la City, pasaba la noche en la comisaría de Cloak Lane, cerca del puente Southwark. Le informaron del descubrimiento en Aldgate, se vistió inmediatamente y se apresuró a llegar a la escena del crimen en un cabriolé con tres detectives en los estribos del vehículo... La identificación de la víctima no significó mucha paz mental para el comandante Smith cuando se enteró de que con el nombre de Kate Kelly, la mujer había estado bajo la custodia de la policía por borrachera esa misma noche. A las 20.30, en Aldgate, encontraron a Catherine Eddowes, pues éste era su nombre verdadero, borracha e incapaz de mantenerse en pié y la llevaron a las celdas de la comisaría de Bishopsgate para que se le pasara la embriaguez. Poco después de la medianoche pidió que la pusieran en libertad y, puesto que al menos podía caminar, le permitieron marcharse. Dio como nombre el de Kate Kelly, y como dirección el número 6 de la calle Fashion, Spitalfields...”. Un suplementario motivo de polémica lo ofreció el apellido falso que Catherine Eddowes pretextara como suyo ante los policías de la seccional donde se la había recluido bajo los cargos de ebriedad y escándalo público. Se sacó a colación la extraña casualidad de que en el local policial Catherine precisamente afirmara apellidarse “Kelly” siendo que tal apellido era igual al de la próxima infortunada muerta por cuenta del maníaco. En la teoría de que estos crímenes integraron una conspiración a gran escala esta coincidencia reforzó la suspicacia de que alguno de los agentes de la comisaría de Bishopsgate, inducido a error por el apellido dado por Eddowes y creyendo que se trataba de Mary Jane Kelly, avisó de alguna forma al criminal para que éste llevara a cabo su maligna tarea. Y ello porque, de acuerdo con esa hipótesis, a esta última mujer se la había sindicado para ser eliminada por creérsela participante en un intento de chantaje en perjuicio de la Corona británica. De tal tentativa no formaría parte, paradójicamente, la asesinada Catherine Eddowes pero se explica su muerte como fruto de una equivocación padecida por el ejecutor y sus cómplices. Empleando argumentos de tal calibre se hará notar: “...cabe preguntarse la razón del especial ensañamiento con el cadáver de Eddowes, la única que no pertenecía al grupo original de chantajistas. Eddowes fue confundida con Kelly. La razón de tal error es sumamente interesante. Esa misma noche, Catherine Eddowes había estado detenida en la comisaría de Bishopsgate por escándalo público. Lo curioso de este hecho es que dio a los agentes un nombre falso; Mary Ann Kelly. No hay que ser muy suspicaz para suponer que alguien de la comisaría avisó al asesino o asesinos de que la última de las mujeres que estaban buscando, Mary Kelly, se encontraba detenida. De ahí también que se rubricara este asesinato con una inscripción. Al fin de cuentas iba a ser el último y, por tanto, merecía ponerle un punto final adecuado. Suponemos que la decepción debió de ser mayúscula al descubrir que se habían equivocado de presa...”. La poco creíble idea de que estos crímenes fueron el resultado de una sofisticada y malévola conspiración tuvo su génesis en el libro de Stephen Knigh “Jack the Ripper. The final solution” y fue pasando por el tamiz de posteriores versiones que le añadieron nuevos ingredientes y variaciones. Incluso en el dibujo gráfico “From Hell”, el cual posee la virtud de que su guionista aclara que su propuesta comporta sólo una fantasía literaria, se muestra a un corrupto policía dando aviso al allí designado como Destripador –que en esa historia está encarnado en el médico de la Corona Dr. William Gull– para que siga los pasos de la presunta Mary Jane Kelly y acabe con ella. Una vez apagados los ecos del doble crimen de aquel fatídico 30 de setiembre se produjeron dos situaciones peculiares. En primer lugar, la prensa arreció concediendo gran difusión al tema de los asesinatos el cual pasó a ser tapa de portada en la mayoría de los casi doscientos periódicos que entonces se publicaban en el país. El pánico de los habitantes del distrito aunado al sensacionalismo creciente que tomaba el caso comenzaría lentamente a forjar una historia con ribetes legendarios. Por si algo le había faltado a la trama ahora había adquirido estado público el apodo del hasta entonces anónimo matador. Y es que el pegadizo mote de “Jack el Destripador” fue determinante para asentar la fama de la cual gozaron estos crímenes. En nuestra época llamaríamos a esto marketing. No cabe dudar que de no haber sido por el inspirado nombre con que este asesino se bautizó a sí mismo –o fue bautizado por otros– sus crímenes, pese a lo espantosos que fueron, habrían quedado relegados en el olvido siendo opacados por la cantidad de víctimas logradas por homicidas seriales más modernos. Sin ir más lejos en 1994 se ajusticiaría en la entonces Unión Soviética a Andrei Romanovich Chikatilo bajo el cargo de cincuenta y tres asesinatos y, años más tarde, en Latinoamérica Luis Alfredo Garavito sería condenado a reclusión perpetua acusado de ocasionar casi doscientas muertes infantiles. En segundo orden, parecía estarse operando un intervalo. No se sumaban nuevos crímenes. El culpable parecía replegarse y descansar. Ahora, cuando más inquietud se había generado en la población y el brumoso perfil del matador de prostitutas empezaba a cobrar forma en la imaginación colectiva; ahora, cuando el anodino “Asesino de Withechapel” había sido sustituido por el muy concreto “Jack el Destripador” el criminal dejaba de golpear y se esfumaba. Ningún homicidio con su sello se verificó durante el mes octubre de 1888 en Withechapel ni tampoco en el resto de Inglaterra. Hasta quedaba la sensación de que el psicópata estaba deliberadamente creando un clima de “suspense” para fomentar en su público la mayor expectación posible. O tal vez se había vuelto más cauteloso a medida que percibía como se hacía sentir la intensa presión de la búsqueda y se iba acentuando la posibilidad de ser atrapado. El despliegue policial no tenía precedentes. Se requisaron las casas, tabernas y pensiones del distrito. Los miembros civiles del Comité de Vigilancia cooperaban patrullando día y noche por las calles más peligrosas. Los afiches con el texto y la letra de las cartas que presuntamente Jack había enviado a la prensa y a la policía se reproducían en las comisarías y por distintos lugares de la vía pública. Hasta se había llegado a recurrir al uso de perros sabuesos puestos a la orden de las autoridades para perseguir al homicida tras olfatear la sangre de una nueva víctima. El 11 de octubre de 1888 el mayor jerarca policial de Inglaterra Sir Charles Warren intervino en un simulacro realizado en plena vía pública con los dos mejores sabuesos del país “Barnaby” y “Burgho” donde se puso a prueba la capacidad de estos animales para perseguir pistas por la cuidad. Sin embargo, los canes perdieron el rastro del señuelo y el resultado del experimento fue más bien decepcionante. De cualquier forma, y aunque dando palos de ciego, se volvía evidente que la cacería se hallaba en pleno apogeo. ¿Presintiendo su aprehensión, se habría acobardado Jack el Destripador? ¿Cambiaría al menos de escenario buscando uno menos riesgoso donde proseguir sus ataques?

* Texto tomado de "El monstruo de Londres. La leyenda de Jack el Destripador" del autor Gabriel Antonio Pombo, páginas. 17 a 25.-



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