lunes, 14 de septiembre de 2020

ZODIAC KILLER. El asesino fantasma

Introducción y perfil criminal 

Jamás se pudo capturar al matador múltiple conocido por el alias de “El Asesino del Zodíaco” (“Zodiac Killer”) a despecho de una intensísima búsqueda policial, y su identidad representa un misterio hasta el día de hoy. Dicho delincuente constituyó un asesino secuencial cuyo coto de caza se radicó en California del Norte y en la Bahía de San Francisco (Estados Unidos de Norteamérica). La historia data de fines de la sexta década de la pasada centuria, cuando un fantasmal asesino perpetró un rosario de –cuando menos- cinco homicidios carentes de motivo que mantuvieron en vilo a la sociedad estadounidense. Sus atentados iban precedidos por espectaculares acciones mediáticas donde incluía la amenaza de que volvería a atacar. Al igual que Jack el Destripador, fue el propio individuo quien habría elegido y publicitado su seudónimo delictivo. El envío de cartas a la policía y a la prensa conformó una de las características cruciales en la personalidad de este psicópata, cuyos actos estuvieron signados por un compulsivo afán de notoriedad. En el haber mortuorio de Zodiac Killer se le reconoce un mínimo de cinco víctimas de su segura facturación -que los estudiosos de su saga denominan "canónicas"-, igual que en el caso de Jack the Ripper; y de aquí que la coincidencia en el número de vidas que segaron deviene otra de las curiosas semejanzas entre ambos homicidas seriales. El Zodíaco difiere del Destripador de Londres, sin embargo, por el hecho de que no todas sus víctimas resultaron mujeres. Su modus operandi consistía en disparar contra parejas de enamorados, a los cuales sorprendía en lugares solitarios. A su vez, en el decurso de una de tales agresiones pereció el muchacho que acompañaba a una de las chicas, e igualmente un taxista resultó victimado por este maníaco. Los crímenes Su campaña de terror vio su principio el 20 de diciembre de 1968 cuando la emprendió contra dos adolescentes -David Arthur Farraday de 17 años y Betty Lou Jensen de 16 años-, ejecutándolos a tiros con un arma de fuego de grueso calibre en Lake Herman Road, región limítrofe a la ciudad de Benicia. Se trataba de la primera cita de los chicos, quienes planeaban asistir a un concierto de navidad en Hogan Higt, a escasa distancia de la casa de Betty. Para su desgracia, a último momento modificaron sus planes y resolvieron visitar a un amigo que vivía más lejos. Por tal razón, antes de tomar rumbo al concierto, se detuvieron en un restaurante local para comer un bocadillo. Luego, a las 22.15, llegaron a un cruce existente en Lake Herman Road. Mientras aguardaban que se les franqueara el paso, el criminal aparcó su rodado contiguo al de sus futuras víctimas. Descendió raudamente y, revolver en mano, descerrajó una andanada contra la juvenil pareja. El primer impactó destrozó la cabeza del adolecente, y las cinco balas siguientes penetraron por la espalda de la muchacha, quien había salido de su vehículo intentando desesperadamente huir. Este doble crimen se investigó por los detectives del condado de Solano, en cuya jurisdicción fuera consumado; pero no se hallaron pistas dignas de seguir. El segundo lance fatídico volvió a tener por blanco a una pareja de jóvenes. El 4 de julio de 1969 en Blue Rocks Spring, en un campo de golf a las afueras de Vallejo, baleó a Michael Renault Mageau de 19 años y a Darlene Ferrin de 22 años, mientras conversaban dentro de un automóvil. Darlene falleció a consecuencia de sus heridas, siendo estériles los auxilios médicos que se le prodigaron en el Hospital Kaiser Foundation. Michael en cambio, aunque gravemente herido, logró sobrevivir. La agresión se llevó a cabo a la medianoche en el estacionamiento del citado campo de golf, área bajo la competencia de la policía del condado de Vallejo. En tanto los jóvenes permanecían en su coche otro vehículo aparcó repentinamente próximo a ellos, y enseguida arrancó alejándose de allí. Sin embargo, en menos de diez minutos el mismo rodado regresó conducido a alta velocidad por el malhechor y se estacionó detrás de quienes constituían su objetivo, a fin de impedirles cualquier escapatoria. Con un salto veloz el conductor salió de su automóvil. Portaba en una de sus manos una linterna cuyo potente haz lumínico dirigió sobre la cara de los chicos quienes, cegados por el resplandor, no advirtieron el revólver de grueso calibre que su atacante empuñaba con la otra mano. El agresor jaló del gatillo y una sucesión de balas se estrellaron en los cuerpos de los indefensos jóvenes, matando a la chica y salvando la vida el muchacho tras sufrir impactos en el cuello, el pecho y el rostro. Por primera vez el criminal se hizo público al llamar desde una cabina telefónica a la comisaría de Vallejo. Informó haber asesinado a dos personas, y señaló con precisión dónde se aparcaba el vehículo en cuyo interior encontrarían a los presuntos cadáveres. Y no sólo ello, sino que se atribuyó haber dado muerte a dos adolescentes en Lake Herman Road, Benicia, en alusión a los homicidios de David Faraday y Betty Lou Jensen. El tercer acometimiento lo llevó a cabo el 27 de septiembre de 1969 en la costa de un lago artificial -Lake Berriesa- ubicado en el condado de Napa. En dicha ocasión el perpetrador, vistiendo un extraño atuendo de corte militar con capucha negra, apuntó con su revólver a los jóvenes Bryan Calvin Hartnell de 20 años y Cecilia Ann Shepard de 22 años. A pesar de que el muchacho le ofreció su billetera y las llaves de su auto al asaltante, éste amarró a la pareja por medio de cuerdas y, acto seguido, extrajo una afilada cuchilla con la cual les infirió feroces incisiones. Hartnell sobrevivió milagrosamente, tras permanecer durante tres meses en estado de coma, luego de que seis puñaladas le atravesaron su espalda. La joven Shepard, por el contrario, expiró dos días más tarde, no obstante los febriles cuidados que se le dispensaron en el Hospital Queen of Valley de Napa. La última persona cuyo deceso se debió a la saña del monstruo fue un taxista que lo tuvo por pasajero. Paul Lee Stine, de 29 años, cayó bajo las balas de Zodíaco el 11 de octubre de 1969 en Presidio Heights, San Francisco. 

La cara mediática del "Zodiac Killer" 

El primero de agosto de 1969 tres cartas escritas por este trastornado arribaron a las redacciones de los periódicos Vallejo Times Heralds, San Francisco Chronicle y San Francisco Examiner. Las misivas estaban redactadas de manera prácticamente idéntica, y en ellas su autor se atribuía la comisión de los tres homicidios cometidos hasta la fecha. En el interior de los sobres que portaban los mensajes se incluía una hoja con el dibujo de un criptograma de unos trescientos caracteres. Según pretendía, allí se develaba la identidad del emisor, y se brindaba a la policía pistas para posibilitar su captura. Comenzaba la lucha mediática entre el Zodíaco y las autoridades. El remitente exigía que los comunicados salieran impresos en primera plana de los periódicos y amenazaba con que, en caso contrario, asesinaría a una docena de personas escogidas por las calles al azar ese fin de semana. Por fortuna, nunca concretó los anunciados crímenes. Aquella amenaza configuraría únicamente la primera en una sucesión de alardes y chapuzas que -en el marco de un perverso juego del gato con el ratón- la vanidad del psicópata emprendió, aún a riesgo de dejar indicios aptos para conducir a su arresto. Todas las comunicaciones lucían, a guisa de extraña firma, un logotipo en forma de símbolo reticular con una cruz trazada dentro de un pequeño círculo. Días después, el matrimonio compuesto por Donald y Bettye Harden de Salinas, California, finalmente descifró y tradujo el tenor del criptograma. Empero, en aquel texto no se mencionaba el apodo Zodíaco ni se revelaba- claro está- su nombre verdadero. La traducción al castellano de aquel intrigante recado aproximadamente mentaba así: "Me gusta matar gente porque es mucho más divertido que cazar animales en el bosque, porque el hombre es el animal más peligroso de todos. Matar a alguien es la experiencia más excitante. Es mejor aún que tener sexo con una chica, y lo mejor de todo es que cuando yo muera voy a renacer en el paraíso, y todos aquellos a los que he matado serán mis esclavos. No daré mi nombre porque ustedes tratarán de retrasar mi recolección de esclavos para mi vida en el más allá..."

Modus operandi del "Zodiac Killer".

Tal vez el homicida en serie cuyas andanzas mayor similitud guardan con respecto a las verificadas por Jack el Destripador –al menos en algunas facetas básicas– lo configura el enigmático individuo conocido por los medios de difusión bajo el alias de “Asesino del Zodíaco”. Varios parecidos procede advertir entre el desventrador londinense y este delincuente quien operó entre finales de la década de mil novecientos sesenta cuando perpetrara sus asesinatos y que durante la década del setenta se hiciera célebre al mantener en vilo a la sociedad estadounidense a través de actos mediáticos dentro de los cuales incluía la constante amenaza de volver a atacar. Su similitud con cuanto sucediera en la historia del homicida de Withechapel finca en que tampoco a éste las autoridades pudieron jamás apresarlo a despecho de una intensísima búsqueda policial y su identidad continúa siendo un misterio hasta el día de hoy. Dicho sujeto constituyó un asesino secuencial cuyo coto de caza se radicó básicamente en la zona de California del Norte. Al igual que habría acontecido con Jack the Ripper la propia persona sería quien eligió y publicitó su seudónimo criminal. También el envío de cartas a la prensa y a las autoridades policiales conformó una de las características cruciales en la personalidad de este psicópata así como su compulsivo afán por alcanzar notoriedad pública. En el haber mortuorio del “Zodíaco” se le reconoce un mínimo de cinco víctimas de su segura autoría –que los estudiosos interesados en su saga denominan con la expresión de “víctimas canónicas”, igual que ocurriera en el caso de Jack–, de aquí que la exacta coincidencia en el número de presas humanas cobradas por ambos delincuentes deviene otra de las notables semejanzas que a primera vista cabe visualizar en el accionar de estos dos asesinos seriales. Este ejecutor, sin embargo, difiere del Destripador de Londres en el hecho de que no todas sus víctimas resultaron ser mujeres en tanto solía disparar contra parejas de enamorados a las cuales sorprendía en lugares solitarios, y durante el transcurso de una de tales agresiones perdió la vida el muchacho que acompañaba a una de las chicas. Igualmente, un taxista resultó ultimado por el maníaco.  Como ya se señaló, su campaña de terror vio su principio el 20 de diciembre de 1968 cuando la emprendió contra dos adolescentes –David Arthur Faraday de 17 años y Betty Lou Jensen de 16 años– ejecutándolos mediante tiros de arma de fuego de grueso calibre en Lake Herman Road, zona próxima a los límites de la ciudad de Benicia. Se trataba de la primera cita de ambos chicos quienes planeaban asistir a un concierto de navidad que se llevaría a cabo en Hogan High, lugar emplazado a sólo unas cuadras de distancia de la casa de Betty. Para su desgracia los muchachos a último momento modificaron sus planes y resolvieron hacer una visita a un amigo que vivía más lejos. Por tal razón antes de enfilar para el concierto se detuvieron con su coche en un restaurante local a comer un bocadillo. Luego de esto, a eso de las 22 y 15, Faraday y Jensen se estacionaron con su coche en un cruce existente en Lake Herman Road. Mientras estaban detenidos en espera de que se les franqueara el paso el criminal aparcó su automóvil contiguo al lugar en donde estaba ubicado el de sus futuras víctimas. Raudamente descendió del rodado y, revolver en mano, descerrajó varios disparos contra la juvenil pareja.  La primera de las balas impactó en la cabeza del muchacho y las cinco siguientes penetraron en la espalda de la chica quien había descendido de su vehículo intentando desesperadamente huir. Este doble crimen se investigó por cuenta de la policía del condado de Solano, en cuyo ámbito de competencia el mismo fuera efectuado, pero no se hallaron pistas dignas de seguir. El segundo ataque mortal efectuado por el psicópata también tendría por blanco a una pareja de jóvenes. El 4 de julio de 1969, en la zona de Blue Rocks Spring en un campo de golf situado a las afueras de la localidad de Vallejo, agrediría a balazos a Michael Renault Mageau de 19 años y a Darlene Elizabeth Ferrin de 22 años mientras los muchachos se hallaban en el interior de un automóvil. Darlene fallecería como consecuencia de sus heridas pese a recibir desesperados  primeros auxilios en el Hospital Kaiser Foundation. Michael en cambio, aunque gravemente herido, logró sobrevivir. La agresión se llevó a cabo cerca de la media noche en el estacionamiento del citado campo de golf dentro de una zona que caía bajo la jurisdicción de la policía del condado de Vallejo. Mientras los jóvenes charlaban sentados en su coche otro vehículo aparcó repentinamente cerca de ellos pero enseguida arrancó alejándose de allí. Sin embargo, en menos de diez minutos el mismo rodado regresaría conducido a toda velocidad por el asesino y se estacionaría detrás del automóvil de quienes constituían su objetivo homicida para impedirles de ese modo cualquier posible escapatoria. El conductor dio un saltó veloz desde su vehículo portando en una de sus manos una potente linterna cuyo su haz lumínico dirigió sobre la cara de los chicos quienes cegados por el resplandor no pudieron advertir el revolver de grueso calibre que su atacante empuñaba en la otra mano. El agresor jaló del gatillo de su arma y una sucesión de tiros se estrellarían en los cuerpos de los indefensos jóvenes matando a la chica y salvando la vida el muchacho pese a recibir impactos de bala en el cuello, el pecho y el rostro. Por primera vez, el criminal se haría público al llamar desde una cabina de teléfono a la comisaría de Vallejo dando avisó de que había ultimado a dos personas y suministrando el lugar preciso donde se estacionaba el vehículo en cuyo interior encontrarían a los pretendidos cadáveres. Y no sólo ello sino que el comunicante igualmente se atribuyó haber dado muerte a dos adolescentes en Lake Herman Road, Benicia en alusión al asesinato de David Faraday y Betty Lou Jensen. El homicidio de la atractiva Darlene Ferrin sería clave, según la postura de algunos autores, para desvelar el misterio que rodeó a estos sucesos. La chica trabajaba como camarera en el pub Ferry ´s Waffle House sito en la localidad de Vallejo. Se pretendió que el criminal era un cliente regular y admirador de la atractiva joven. Esta última, de acuerdo a dicha versión, conocía bien la identidad de quien a la postre resultaría ser su asesino. Sería el temor de ser denunciado por la mujer –la cual de algún modo se habría enterado de los dos homicidios anteriores cometidos por este hombre– o, tal vez, una tentativa de chantaje practicada por parte de la chica el motivo determinante de la realización de este crimen en particular. Atento a esa hipótesis, expuesta en el libro titulado “Zodíaco” escrito por Robert Graysmith, el acompañante masculino de Darlene casi perdería la vida –tras recibir una andanada de disparos– por pura mala fortuna y tan solo debido a que se encontró en el momento y lugar equivocado. De todas formas, la teoría antedicha carece de pruebas firmes y se basa esencialmente en datos sólo circunstanciales. Además, de concederse crédito a la tesis de que Darlene Ferrin fue eliminada porque sabía demasiado y se había convertido en una amenaza para el maníaco –y que, por consiguiente, Michael Renault Mageau, fue gravemente herido porque el atacante no podía dejar testigos con vida– debería aceptarse que el Zodíaco habría aquí actuado no ya como un asesino serial sino como un spree killer. Como ya hemos visto, esta última representa una categoría de homicidas que los expertos en ciencia criminal concuerdan que se caracteriza porque allí el criminal se apersona a la escena del crimen movido por el objetivo de ultimar a uno o a varios individuos pero termina matando a otras personas en el decurso de su accionar y básicamente elimina también a esos terceros diversos del propósito central que fundamentase su comportamiento letal para hacer desaparecer de esa manera a testigos peligrosos. No se conocen casos de homicidas en serie que en el transcurrir de su secuencia criminal actuaran como si fueran spree killers. Cuando el Zodíaco ejecutó al taxista Paul Lee Stine no modificó por ello su naturaleza de asesino serial. Y lo dicho en tanto el objetivo cardinal de aquel acto radicó en conseguir una víctima, en matar por propio hecho de matar sin que ese acto lo realizara con una intención diversa a ese propósito como podría ser, por ejemplo, el interés económico o el deseo de silenciar a un testigo molesto. Su delito constituyó un fin en sí mismo. No se trató de un homicidio perpetrado a modo de medio para a través del mismo asegurar o facilitar un segundo delito el cual realmente configuraba el objetivo esencial del matador. De modo pues que las precedentes consideraciones vienen a contradecir la hipótesis de que –en aquel que finalmente conformase su tercer homicidio– el criminal ultimase a su víctima –e hiriera con pretensión de matar a su acompañante– inducido por razones distintas a la compulsión “pura” de asesinar que determina las acciones de un asesino en serie como innegablemente lo era el llamado Zodíaco. El tercer acometimiento criminal lo llevaría a cabo el homicida cuyos actos venimos reseñando el día 27 de setiembre de 1969 en la costa de un lago artificial –Lake Berriesa– ubicado en el condado de Napa. En dicha ocasión el ultimador, vistiendo un extraño atuendo de tipo militar con capucha negra, apuntó su revolver sobre los jóvenes Bryan Calvin Hartnell de 20 años y Cecilia Ann Shepard de 22 años. A pesar de que el muchacho le ofreciera su billetera y le entregó las llaves de su auto para que el asaltante se lo llevara éste amarró a la pareja mediante cuerdas que portaba a tal fin y, acto seguido, extrajo una afilada cuchilla con la cual procedió inferirles feroces incisiones. Hartnell sobrevivió milagrosamente tras permanecer en estado de coma durante tres meses luego de que seis puñaladas interesaron su espalda. La joven Shepard, por el contrario, expiraría dos días después, pese a los intensos cuidados que se le dispensaran en el hospital Queen of Valley de la localidad de Napa. La última persona cuya muerte con seguridad se debió a la saña criminal del monstruo resultó ser un taxista que lo tuvo por pasajero. Paul Lee Stine de 29 años caería bajo las balas del Zodíaco el 11 de octubre de 1969 en Presidio Heights, San Francisco. Con la realización de este último asesinato pareció que el psicópata estaba alterando radicalmente su patrón de conducta y su modus operandi homicida, razón por la cual al principio se dudó que el mismo sujeto que había cometido los crímenes antes descritos fuese igualmente el responsable de la muerte del infortunado trabajador del volante. No obstante, informes suministrados por testigos presenciales de la agresión contra el taxista y –posteriormente– la confirmación manifestada de modo directo a través de sus comunicados por cuenta del propio delincuente llevarían a la certeza de que este asesinato sin lugar a dudas también le perteneció. Conforme se anticipara, otro rasgo que asocia al criminal serial motejado como el “Zodíaco” con lo que se sabe o se cree saber acerca de Jack el Destripador estriba en que remitió una sucesión de misivas a la prensa y a la policía jactándose de sus delitos y amenazando –aunque sin llegar nunca a concretar sus advertencias– con acometer nuevos asesinatos. En su momento, vimos que Jack no fue necesariamente el autor siquiera de algunas de las cartas cuya creación se le adjudican. No obstante, lo cierto es que –fuera quien fuera el Destripador del East End de Londres– debió forzosamente tomar conocimiento de que decenas de comunicaciones se enviaban aduciendo que él las había redactado. Se torna muy llamativo que el criminal victoriano jamás hubiese, a su vez, enviado misivas para desmentir a aquellos que osaban fingir que eran el asesino, cuando en realidad tan sólo se trataba de bromistas motivados por el ocio o el humor negro o bien escribían movidos por otros intereses como, por ejemplo, –en la hipótesis de que los simuladores fueran periodistas– el deseo y la ambición de aumentar la venta de diarios y otras publicaciones. Pero en el caso del Zodíaco no cabe poner en discusión de que éste resultó ser el auténtico remitente de las cartas recibidas por los periódicos. Y es muy plausible, igualmente, que fuera el propio homicida quien se comunicó por vía telefónica a la televisión en el decurso de un espectacular programa emitido al efecto. El 1 de agosto de 1969 tres cartas escritas por este trastornado sujeto arribaron a en las redacciones de los periódicos Vallejo Times Heralds, San Francisco Chronicle y San Francisco Examiner. Las misivas estaban redactadas de manera prácticamente idéntica, y en ellas su autor se asignaba la comisión de los tres asesinatos inferidos hasta esa fecha. En el interior de los sobres que contenían las misivas también se incluía una hoja con el dibujo de un criptograma con unos trescientos sesenta caracteres. Según se aseguraba, allí se revelaba la identidad del emisor y se suministraban a la policía pistas para posibilitar su captura. Comenzaba la lucha mediática entre el Zodíaco y las autoridades. El remitente exigía que los comunicados fueran impresos en la primera plana de los respectivos periódicos y amenazaba con que, en caso contrario, se sentiría en la obligación moral de tener que asesinar a una docena de personas escogidas por las calles al azar ese mismo fin de semana. Por fortuna nunca se llevaron a efecto los anunciados crímenes. Aquella amenaza conformaría únicamente la primera muestra dentro una sucesión de alardes y chapuzas que, en el marco de un perverso juego del gato con el ratón, la vanidad del psicópata emprendió aún a riesgo de dejar indicios aptos para conducir finalmente a su arresto. Todas las comunicaciones portaban a modo de extraña firma un logotipo en forma de símbolo reticular en el cual se mostraba una cruz trazada dentro de un pequeño círculo. En el texto de una segunda carta, en esta ocasión mandada al periódico San Francisco Examiner, irónicamente se saludaba: “Querido editor, el Zodíaco al habla”. El saludo suponía una respuesta frente a las dudas planteadas por el jefe de policía de Vallejo, Mr Stiltzs ya que este investigador policial había conminado al remitente de los mensajes a proporcionar detalles más seguros y verificables para así poder creer que las cartas resultaban verídicas. Dicho jerarca aseguraba que el emisor de aquellas misivas no podía ser el auténtico criminal sino que debía tratarse de un bromista ávido de ver sus travesuras publicadas por los medios de prensa pues ninguna prueba había, según expresó, de que quien escribiera los comunicados verdaderamente hubiera victimizado a los jóvenes Fareday, Jensen y Ferrín dado que los datos aportados por las cartas pertenecían al dominio público y no informaban nada nuevo. El hecho de que el pretendido ejecutor hubiera enviado un anagrama o criptograma al parecer incomprensible y falaz –en tanto parecía no tener una posible traducción y un significado lógico– también abonaba la sospecha de que el remitente de misivas nada más era un dañino bromista. Pero el escepticismo comenzaría a diluirse cuando se pondría al descubierto el contenido oculto bajo el anagrama enviado a los periódicos por aquel presunto guasón de mal gusto. Y es que días después, el 8 de agosto de 1969, el matrimonio compuesto por Donald y Bettye Harden de Salinas, California finalmente descifró y tradujo el tenor del criptograma. No obstante, en ese peculiar mensaje no se suministraba el apodo del Zodíaco ni su nombre verdadero. La traducción al castellano de aquel misterioso impreso aproximadamente diría así: 

“Me gusta matar gente porque es mucho más divertido que matar animales en el bosque, porque el hombre es el animal más peligroso de todos. Matar algo es la experiencia más excitante. Es aún mejor que tener sexo con una chica, y la mejor parte es que cuando me muera voy a renacer en el paraíso y todos los que eh matado serán mis esclavos. No daré mi nombre porque ustedes tratarán de retrasar o detener mi recolección de esclavos para mi vida en el más allá…”.

 El texto completo del anagrama contenía además dieciocho símbolos finales que nunca se pudieron llegar a descifrar. Se sugeriría que en aquellos dieciocho símbolos el asesino había dejado su firma, sólo que lo hacía bajo un nombre y apellido que no tenía traducción posible.Y no resultaría aquella la única ocasión donde este delincuente propondría mensajes y acertijos crípticos. La primera vez que se supo del extraño símbolo reticular exhibiendo la cruz dentro de un círculo pequeño no fue por medio de una carta sino que resultó grabado en la chapa del automóvil de una de sus víctimas por el cuchillo del criminal luego de que éste llevara a cabo uno de sus más violentos ataques contra dos indefensos jóvenes. El símbolo sería conocido inicialmente a partir del 27 de setiembre de 1969 cuando el Zodíaco verificó su brutal atentado contra la juvenil pareja que acampaba a orillas del lago Berryesa. Luego de amarrar con las manos vueltas a sus espaldas y echar al suelo a Bryan Hartnell y a Cecilia Shepard el agresor comenzó a apuñalarlos frenéticamente. Una vez que creyera haber dejado muertas a sus presas se subiría al coche del muchacho, cuyas llaves de contacto le había obligado a entregarle, y echaría a andar durante un corto trecho dejando el rodado aparcado en la cercana zona de Knoxville Road.  Al descender trazaría en la puerta del vehículo –aparentemente con su cuchillo– el extraño símbolo de la cruz dentro del círculo.Y al lado del logotipo dejaría toscamente grabadas asimismo las palabras siguientes: 

Vallejo 12 – 20 – 68, 7 – 4 – 69, Set. 27 – 69: 30 by knife”

Pero sin duda el más impactante de los actos mediáticos promovidos por este personaje lo constituyó una llamada telefónica efectuada el 21 de octubre de 1969 –diez días luego de ocurrido el crimen del taxista Paul Lee Stine– a la comisaría de la localidad de Oakland por cuenta de una persona que afirmó ser el Zodíaco. Declaró estar dispuesto a entregarse a las autoridades siempre y cuando se le permitiera ser patrocinado legalmente en su defensa por un connotado jurista especializado en derecho penal. A tales efectos, el presunto homicida sugirió los nombres de F. Lee Bayley y de Melvin Belli, y también solicitó que le otorgasen una hora para poder hablar en un programa de televisión a efectos de explicarle al público las razones que lo habían movido a perpetrar los actos criminales que –según aseguró– estaba dispuesto a dejar definitivamente de realizar. El programa televisivo de referencia era conducido por el periodista Jim Dumbar y comenzaba a las seis y cuarenta y cinco de aquella mañana. Se dio aviso a los televidentes sobre la posible intervención del asesino Zodíaco rogándoles que no ocuparan la línea telefónica del canal para así facilitar su anunciada llamada. Fácil resulta imaginar la fortísima expectativa y el extraordinario “rating” que iría a alcanzar dicha audición. Tras la enorme ansiedad generada, siendo la hora siete y cuarenta y una de aquella mañana, sonaría el teléfono. La persona que se identificó como el “Zodíaco” dialogó con el abogado Melvin Belli durante breves instantes cortando la comunicación en la lógica creencia de que rastreaban su llamada. Volvió a comunicarse varias veces más prosiguiendo la conversación en cuyo curso se quejó de padecer de fuertes jaquecas las cuales, de acuerdo adujo, solamente le cesaban cuando cometía aquellos crímenes. De todos modos, se mostró arrepentido y dispuesto a entregarse una vez que el abogado estudiase a fondo su caso para preparar adecuadamente su defensa penal y, por último, aceptó entrevistarse con el jurista frente al almacén de Daly city, pero no compareció a la tan promocionada cita. A partir de aquella oportunidad este hombre seguiría esporádicamente llamando a la prensa, e incluso le envió a un periódico una carta conteniendo una tarjeta navideña a la cual adjuntó un trozo de la camisa manchada de sangre que había arrancado al infortunado taxista Paul Lee Stine, de manera tal que no quedasen dudas de que la comunicación provenía del verdadero homicida. Otra de las facetas que asocian a este asesino relativamente moderno con el real y a la vez mítico Jack el Destripador es, tal cual se ha señalado, que el criminal nunca fue aprehendido. E igualmente constituye otra de las similitudes el hecho, quizás difícil de entender, de que en determinado punto dejó –aparentemente en forma voluntaria– de asesinar. Pero: ¿por qué no siguió matando el Zodíaco?  A esta interrogante responde el especialista Colin Wilson: 

…su deseo de publicidad es el rasgo más destacado de su personalidad: el deseo de aterrar e intrigar. Estamos tentados a suponer, basándonos en sus ataques a parejas, que disfruta matando a mujeres y que debe verse impulsado por cierta clase de celos sexuales, aunque la muerte del taxista parece contradecirlo. Este crimen se cometió buscando publicidad… Durante una o dos semanas fue el hombre más discutido de toda América. A esto sigue su “aparición” en la televisión y tiene la satisfacción de enterarse que fue el show que consiguió mayor número de televidentes… Pero toda esta publicidad anónima tuvo que resultar peculiarmente frustrante. Quiso ser una figura pública y lo consiguió… Pero no puede seguir avanzando en el mundo de los famosos… al menos no conseguirá hacerlo sin que lo coja la policía. Trata de mantener vivo el interés escribiendo cartas, y mencionando nuevos crímenes, pero los crímenes no se materializan y el interés decae. Lo lógico sería que perpetrara uno nuevo. No obstante, su ambigua fama le ha liberado de parte de su frustración, de aquella frustración que lo convirtió en criminal…”.

Afán de publicidad, anhelo mediático, necesidad de evadirse de la insignificancia de su existencia cotidiana.Cabe concordar con los conceptos arriba extractados cuando de analizar la conducta de este peculiar delincuente se trata.

 Sospechosos 

Varios individuos –al presente todos ellos difuntos- fueron nominados para ocupar la identidad del escurridizo criminal. Cabe destacar, entre los mismos, a Arthur Leigh Allen, pedófilo que expiró el 26 de agosto de 1992. Un amigo denunció a Allen, y la policía de San Francisco lo interrogó. Ante su negativa, se cotejó su caligrafía con la contenida en las misivas adjudicadas a Zodíaco, y la escritura no concordó. Señal de que, en el fondo, los investigadores no lo reputaron como un sospechoso viable es que nunca le fueron levantados cargos. Se insistió, asimismo, con que el periodista Richard Gaikowski -quien, según colegas suyos, estaba obsesionado con el casopodría haber sido el homicida múltiple. Su rostro, en el cual habitualmente usaba lentes, pareció muy semejante a los retratos robot que circularon describiendo la apariencia del matador, y una de las cartas codificadas cita la palabra Gyke, diminutivo por el cual se conocía a Gaicowski. Por último, la sheriff que en 1969 atendió la llamada en la comisaría de Vallejo afirmó recientemente que –por más que habían transcurrido muchos años- estaba convencida de que la voz anónima que entonces escuchó era idéntica a la emitida por aquel hombre en una cinta grabada que le hicieron oír. Pese a todo, la evidencia contra este periodista, fallecido en el año 2002, se muestra muy endeble y meramente circunstancial. El nombre del –hasta el momento- último de los sospechosos de haber sido este verdugo, surgió en mayo de 2009. Una sensacional noticia revolucionó el ambiente cuando una norteamericana de 47 años, Deborah Pérez, salió a la opinión pública pretendiendo que su padre Guy Henrikson -un carpintero del condado de Orange fallecido 26 años atrás- había sido el tristemente célebre y nunca desenmascarado Zodiac Killer. La tardía denunciante apoyó sus afirmaciones esgrimiendo -en apariencia- algunas evidencias. Por ejemplo, exhibió unos lentes que, conforme adujo, pertenecieron al taxista ultimado por el homicida. Asimismo, hizo referencia a una carta dirigida al abogado Melvin Bell, la cual aseguró haber escrito ella misma a pedido de su progenitor cuando tan sólo contaba con 7 años de edad. Pero, al igual que aconteciera con los otros sospechosos, el caso contra Guy Henrikson pronto se diluyó por ausencia de pruebas.



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