EL MÉDICO ENVENENADOR y JACK THE RIPPER
En el mundo de los hechos reales existió, como sospechoso de haber sido Jack el Destripador, un siniestro médico cuya perversa conducta patentizó desequilibrios de tan extrema magnitud que hicieron pensar que estaba demente.
Nos referimos al Dr. Thomas Neill Cream.
Dicho sujeto hizo gala de sobrados méritos para ganarse un prominente puesto dentro de la lista de candidatos a haber sido el sanguinario matarife de Whitechapel. Se trató de un conocido asesino serial de prostitutas, a las cuales ultimó sañudamente entre los años 1891 y 1892 durante el transcurso de crueles homicidios ejecutados en Inglaterra. Su método, sin embargo, no consistía en asestar cuchilladas ni en practicar eviceraciones sino en el frío uso de venenos para despachar a sus víctimas, lo cual le granjearía ante la opinión pública el innoble apodo de “Envenenador de Lambert”, en virtud del lugar donde residía el criminal al tiempo de concretar sus últimos atentados. Este modus operandi, tan antagónico al empleado por Jack el Destripador, no representa la principal tacha a la postulación de este hombre a ser identificado como el infame asesino en serie victoriano. Se trataba, a su vez, de un drogadicto afecto a la ingesta de cocaína y morfina, y por razón de tal dependencia quizás se explique su desviada conducta homicida, que solo podría calificarse de demencial. Había nacido en Glasgow, Escocia en el año 1850, y a sus cuatro años de edad su familia lo llevó a residir a Canadá. En el año 1872 se matriculó en la universidad de Mac Gill donde se recibió de médico en marzo de 1876. Su primera esposa falleció como consecuencia de un aborto mal practicado por su propio cónyuge, y se sospechó que éste la había envenenado. Su inicial estadía en Gran Bretaña tuvo efecto entre los años 1876 y 1878 cuando cursó un postgrado en el Hospital de Santo Tomás. Volvería en el año 1879 a Canadá donde tuvo problemas con la ley por practicar abortos. En 1880 lo acusaron de perpetrar el asesinato de una joven en el transcurso de un frustrado aborto, pero logró salir libre. Al año siguiente conoció a una atractiva mujer, a la cual rápidamente convirtió en su amante. El homicidio por envenenamiento contra el marido de ésta –Mr. Daniel Scout– le valíó su primera condena, la cual fue a reclusión perpetua. Lo insólito estriba en que nadie consideraba culpable a Thomas Neill Cream, pero el hombre se involucró por su cuenta y riesgo en el caso al remitirle una carta al "coroner" (juez de instrucción) encargado de la indagatoria previa. En ese comunicado manifestaba su temor de que hubiese habido juego sucio en la muerte de Scout, y culpaba al farmacéutico de aquel difunto de haber actuado con negligencia fatal. Se exhumó el cadáver, y la subsiguiente autopsia permitió detectar que, en efecto, el occiso había sido víctima de homicidio a raíz de altas dosis de estricnina suministradas por el amante de su esposa. Comprobado el hecho criminal, las autoridades a cargo de las pesquisas interrogarían al sospechoso, y las pruebas en su contra lo incriminaron de manera concluyente habilitando su condena de cárcel a perpetuidad. Formalmente los registros de la prisión de Illinois dirán que el recluso solo salíó en libertad a partir del 12 de junio de 1891. En el mes de octubre de aquel año arribó por segunda y última vez a Inglaterra, radicándose en la ciudad de Liverpool. El dinero que había heredado tras el deceso de su padre le permitía viajar y mantenerse con holgura. Su comportamiento, una vez arribado a suelo de Gran Bretaña, dejó ver a las claras que el individuo padecía de grave desorden en su personalidad. Dos semanas después de su arribo ultimó a la primera de varias prostitutas, valiéndose de una cápsula con estricnina que ofreció a la mujer pretextando que se trataba de un medicamento. Como ocurriría con sus posteriores atentados, el verdadero móvil del homicida fincaba en el sadismo generado por el puro placer de matar. Ellen Donworth, joven de diecinueve años, llegó a dar, momentos antes de expirar, una descripción física de su asesino retratándolo como “…un caballero alto, tuerto, de tupidas patillas y sombrero de copa…”. Sin aprender la lección de sus antiguos traspiés el Dr. Thomas Neill Cream volvería a mandar cartas firmadas bajo seudónimos acusando a terceros, y fingiendo ser un detective que, a cambio de revelar pistas cruciales para detener al asesino de Ellen, requería a la policía una recompensa de trescientas mil libras. El día 20 de octubre de 1891 eliminó a otra meretriz –Matilda Clover– sirviéndose otra vez de una cápsula emponzoñada. También aquí el Dr. Thomas Neill Cream dirigiría increíbles mensajes a particulares alardeando conocer exactamente cuál era la identidad del culpable. Envió una misiva a una Condesa acusando a su esposo de ser el responsable de aquel crimen, y exigiéndole dinero por guardar silencio. En un segundo mensaje remitido al prominente médico William Broadbent, el cual firmó bajo el alias de “M. Malone”, le aseguraba que sabía que la referida prostituta había muerto por ingestión de estricnina, y que Broadbent era el culpable de cometer el asesinato. A cambio de percibir dos mil quinientas libras esterlinas el Dr. Thomas Neill Cream estaba dispuesto a no denunciarlo ante la justicia. La víctima de ese chantaje reveló el asunto a la policía y se tendió una trampa en pos de cazar al emisor de los extorsivos remitos, pero el pérfido galeno olfateó el peligro y logró escurrirse. Poniendo distancia, ante la investigación de estos crímenes, viajó el día 7 de enero de 1892 en barco rumbo a Canadá arribando a la ciudad de Québec, donde prosiguió con su hábito de redactar cartas acusatorias bajo nombres falsos. El 9 de abril siguiente retornó a Inglaterra para afincarse en Londres rentando una lujosa residencia en el número 103 de Lambert Place Road. Dos días después de instalarse perpetraría su último crimen –doble homicidio esta vez– contra Alice March y Emma Schivell, jóvenes meretrices que fueron victimizadas a través de la ingesta de cápsulas con estricnina. Ambas mujeres se alojaban en una pensión de la calle Stamford, y cuando su arrendadora oyó los agónicos gritos proferidos por las envenenadas acudió a la habitación de aquellas alcanzando a ver la presurosa huída del asesino, lo cual le permitió dar una detallada descripción de éste a las autoridades. A los pocos días del hecho luctuoso el extraviado facultativo fue finalmente arrestado, y esta vez ya no podría eludir la condena a muerte en la horca.
Una de las situaciones más raras de su extraña vida consistió en que el 15 de noviembre de 1892, segundos previos a perecer colgado, en castigo por sus absurdos crímenes, exclamó: ¡Yo soy Jack el…!. Y, aunque la cuerda al desnucarlo le impidió concluir la frase, se hizo patente que este tan peculiar envenenador quiso proclamarle al mundo que había sido el famoso Destripador, aún cuando por lo general se pondera que aquel gesto no fue sino un alarde vano propio de su extravagancia y delirio.
El obstáculo mayor para considerar que aquel excéntrico facultativo en verdad fuese quien pretendiera ser lo representa el hecho de que en el otoño de 1888 estaba recluido purgando condena en el presidio de Illinois, Estados Unidos. Pero, ¿de verdad Thomas Neill Cream se encontraba cautivo por aquel tiempo? En ese entonces era una persona muy acaudalada, y su dinero pudo permitirle la fuga merced a sobornos entregados a sus guardianes, mientras un doble o socías suyo ocupaba su lugar sustituyéndolo en la cárcel. La idea se presenta como alocada, pero pese a ello fue defendida con argumentos ingeniosos. En efecto: años antes de cobrar su triste notoriedad, Thomas Neill Cream fue detenido por la justicia inglesa acusado del delito de bigamia y, como las pruebas en su contra parecían abrumadoras, su abogado, Sir Edgard Marshall Hall, le aconsejó declararse culpable. El acusado se negó a inculparse e insistió en su inocencia, pretendiendo que en la época de ocurrir la supuesta bigamia se hallaba preso por otro delito en Sydney, Australia, y que quien contrajó matrimonio en su lugar fue un doble suyo cuya identificación seguidamente aportó. Al enviar el letrado los datos completos de su cliente al penal de Australia se le confirmó la veracidad de la coartada aducida por éste. Era cierto que había estado preso en aquella cárcel por las citadas fechas, y realmente la persona que se casó invocando ser Thomas Neill Cream –es decir su “doble”– auténticamente existía. El reportaje conteniendo el aludido reporte se publicó varios años más tarde en la biografía póstuma del abogado, escrita por Mr. Edgard Marjoribanks. No quedó claro si la defensa que Sir Marshall hiciera en beneficio de Thomas Neill Cream acaeció durante los años 1876 a 1878, fechas de la primera llegada de éste a Gran Bretaña, o si se verificó en un tiempo ulterior –como también se pretendió–, más concretamente en el curso del año 1888. De resultar cierta esta última fecha, ello apoyaría la suposición de que el médico estaba en libertad y en tierra británica cuando se cometieron las tropelías de Jack el Destripador. El padre de Thomas falleció en 1887 legándole una cuantiosa fortuna, lo cual indujo a pensar que un soborno habría posibilitado el escape, pasando su misterioso doble a ocupar su puesto dentro de aquella prisión durante el entretiempo. Como viéramos, al infame médico se le impusieron sus iniciales antecedentes penales cuando fue condenado a cadena perpetua tras ser imputado de envenenar con estricnina a Mr. Daniel Scout, el maduro esposo de Julia, la fémina de treinta y tres años que era amante del homicida. Los registros de la cárcel de Illinois indicaron, no obstante, que Thomas Neill Cream consiguió salir libre gracias a un indulto otorgado por el Gobernador de aquel estado norteamericano. Tal retiro recién se hizo efectivo el 21 de junio de 1891, a menos que fuera veraz lo de su fuga y ulterior encubrimiento logrado merced a sobornos tras la introducción del émulo que lo suplantó dentro de aquel presidio.
Pero si algo quedó claro en relación al extraño personaje que fue el Dr. Thomas Neill Cream es que más que un galeno demente y un sádico criminal resultó ser, esencialmente, un desorientado excéntrico, cuya conducta desvariada pudo, en buena medida, estar determinada por las drogas de cuyo consumo se fue tornando cada vez más dependiente conforme transcurría su tortuosa existencia. Algunas facetas lo asemejan al enigmático Jack the Ripper. Por ejemplo, un desmedido afán protagónico que se traslucía en el envío compulsivo de cartas, hábito que terminó siéndole fatal. Sin embargo, es mucho más lo que lo aleja que aquello que podría asociarlo con la figura del ejecutor serial del este de Londres. Y es que el Dr. Thomas Neill Cream sobre todo fue un envenenador y –que se sepa– jamás modificó su modus operandi homicida. Vale significar, se trataba de un ultimador que mataba a distancia, sin estar presente cuando agonizaban sus víctimas. Disfrutaba con la anticipación del crimen pero no era capaz de provocarlo del modo directo, crudo y salvaje como lo hacía el Destripador. La teoría de que tenía un doble que cumplió condena por él durante los desmanes de Whitechapel deviene insostenible desde el punto de vista lógico, más allá de que sea literariamente atractiva. Thomas Neill Cream, el médico demente o, al menos, el médico que estaba gravemente trastornado, ciertamente existió. No constituyó una ficción. Pero pese a la indudable veracidad de su existencia, parecería notorio que de ninguna forma pudo haber sido Jack el Destripador. Y ello por más que su vanidad le indujera a aparentar que sí lo había sido, y que en su postrero instante previo a expirar ahorcado por la soga del verdugo este hombre exclamara, para que la historia lo dejase registrado y algunos se lo creyeran, “¡…Yo soy Jack el...!”.
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