ASESINO SEXUAL SOSPECHOSO DE HABER SIDO
JACK THE RIPPER

Imagen a la izquierda: publicación de la sentencia de muerte emitida
contra William Henry Bury.
Imagen a la derecha: Dibujo del 
asesino sospechoso.
William Henry Bury contaba con veintinueve años de edad en 1888, y residía en la localidad inglesa de Bow, donde convivía con su joven cónyuge Ellen Eliot con la cual había contraído enlace en el mes de abril de aquel año. 
El matrimonio vivió en el East End de Londres hasta enero de 1889, cuando se mudaron a la ciudad escocesa de Dundee.
El hombre se apersonó en la estación de policía local en horas matinales del 10 de febrero de 1889 pretendiendo que su esposa -la cual ejercía la prostitución- había incurrido en suicidio. 
Pero las pruebas forenses se mostraron muy decisivas en su contra, y bastaron para esclarecer la situación sin dejar la menor sombra de duda.
La cruda realidad consistía en que este individuo había asesinado a la mujer, valiéndose de una cuerda que utilizó para estrangularla. 
Una vez desmayada, la remató asestándole certeras puñaladas y, luego de culminada su pérfida acción, escondió el cuchillo ensangrentado dentro del hueco de un tronco.
Una notable curiosidad radicó en que sobre la puerta de ingreso del edificio de apartamentos donde moraba el victimario alguien había trazado con letras de color rojo la advertencia:
"Jack el Destripador se oculta tras de esta puerta"
A su vez, en la pared adyacente a la escalera que conducía al sótano se leía, estampada con tiza, una segunda frase acusatoria:
"Jack el Destripador está en este sótano"
Algunos datos más objetivos incriminaban al sujeto, tornándolo un sospechoso legítimo de haber constituido el tan elusivo depredador de los barrios bajos londinenses. 
Dentro de tales coincidentes indicios se cuentan los hondos cortes practicados mediante cuchillo, apreciables en la zona abdominal y genital del cadaver de su malograda compañera.
Los médicos forenses intervinientes creyeron percibir marcadas analogías entre esta muerte y las patéticas incisiones ventrales inflingidas a los organismos de las féminas ultimadas por Jack the Ripper. 
En todas las situaciones, además, las extintas fungían como prostitutas, al igual que lo hacía la desafortunada Ellen.
El tribunal de Dundee encontró al acusado culpable de homicido especialmente agravado por el vínculo matrimonial. Durante el desarrollo de su proceso penal al menos dos detectives de Scotland Yard se trasladaron hasta aquella ciudad. Su propósito fincaba en determinar eventuales conexiones entre la secuencia mortuoria acontecida el pasado año en el Reino Unido y el uxoricidio protagonizado por este individuo.
No obstante, el reo jamás admitió la consumación de los decesos atribuidos, ni haber participado en grado alguno en los mismos. 
Persistiría en proclamar su inocencia, aunque cada día que transcurría confinado en la cárcel se volvía más patente que, de todos modos, lo iban a condenar a perecer en la horca sólo por el homicidio de su esposa.
Y así fue como el 24 de abril de 1889 William Henry Bury subió al cadalso de aquella prisión escocesa, donde fue colgado hasta morir en expiación por ese único crimen fehacientemente comprobado.
Días previos a tener cabida su malhadado desenlace, y mientras aguardaba su hora terminal encerrado en la cárcel de Dundee, lleno de aparente contricción, el recluso escribió una carta al reverendo E. J. Gough confesando su plena culpabilidad en la muerte de Ellen.
Dicho recaudo se conserva al presente en las oficinas del Archivo Nacional de Escocia. Muchos años más tarde, esa epístola devino objeto de minuciosos peritajes grafológicos, a efectos de establecer si su caligrafía concordaba con la de las misivas firmadas bajo el seudónimo "Jack the Ripper"; fundamentamente se la cotejó con la carta recordada como "Querido Jefe", y con el mensaje encabezado "Desde el Infierno".
Pero lo cierto fue que no se logró determinar coincidencia alguna entre los documentos peritados. La disimilitud de estilos y caligrafías resultaba tan ostensible, aún a los ojos de los profanos, que sólo cabía concluir que los escritos pertenecían a la facturación de manos diferentes.
- "Jack el Destripador. La leyenda continúa", capítulo IV "Jack. El asesino sexual", pags. 147 a 149.

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