lunes, 21 de mayo de 2012

John Haigh: El señor del ácido

JOHN GEORGE HAIGH: EL VAMPIRO DE LONDRES o EL SEÑOR DEL ACIDO



Atildado y cínico: John Haigh, el asesino del baño de ácido





La señora Durand Deacon, una de las víctimas.






En la fotografía de abajo:
el criminal detenido por la policía










John George Haigh asesinó a seis personas adineradas para robarlas, luego de pergeñar sendas estafas. Su modus operandi ultimador consistía en introducir los cadáveres dentro de amplios recipientes metálicos, y sumergirlos en un corrosivo baño de ácido sulfúrico con el objeto de diluir todo rastro de los organismos. Esta innoble práctica de exterminio le valió el apodo de "Señor del ácido". Otro seudónimo delictivo con que el periodismo lo bautizó fue "Vampiro de Londres", pues concretó sus atentados en la capital inglesa, y se jactó de haber probado la sangre de sus víctimas.

El crimen que precipitaría la caída en desgracia de este victimario, y pondría al descubierto su serie mortuoria, lo representó el consumado en perjuicio de una elegante y obesa dama de sesenta y nueve años llamada Olivia Durand Deacon. Esta señora fue vista por última vez durante la mañana del 18 de febrero de 1949 cuando acudía a una cita con el atildado Mr. Haigh. El caballeroso estafador condujo a la fémina hasta su fábrica instalada en la localidad de Crawley, Sussex, con el pretexto de finiquitar los detalles del ficticio negocio de manufactura de uñas postizas, en el cual le había propuesto invertir a la acaudalada Olivia.

Resultó el propio Haigh quien, acompañado de una amiga de la desaparecida -la señora Constantine Lane-, se presentó el 20 de febrero de ese año ante las autoridades denunciando la extraña ausencia de su futura socia. El hombre se apresuró a informar que Mrs. Durand Deacon no había concurrido al encuentro fijado, y que tampoco volvió nunca a ponerse en contacto con él. Luego de chequear los antecedentes del denunciante los investigadores supieron que aquél era responsable de estafas y timos varios contra mujeres, y este dato determinó que el sujeto fuera citado nuevamente a declarar.

En su testimonio el sospechoso afirmó ser director de la empresa Hurslea Product Limited. Pronto se comprobó que esa aseveración era otra de sus falsedades. Lo único cierto radicaba en que el pretenso empresario arrendaba un espacioso almacén y depósito que dicha firma tenía instalado en la calle Leopold. El gerente de la empresa declaró a la policía que John Haigh rentaba ese depósito alegando ser ingeniero, y lo usaba para trabajo experimental no especificado.

El 28 de febrero de 1949 la policía obtuvo orden judicial para revisar el recinto, y en el mismo se ubicaron pruebas que culpabilizaban al individuo. Hallaron varias bombonas metálicas con etiquetas que indicaban "ácido sulfúrico". También localizaron una bomba manual, un par de guantes de goma y un delantal manchado de sangre, a la vez que advirtieron salpicaduras sanguinolentas esparcidas sobre la entrada de tierra. Más comprometedor aún fue el hallazgo de un revolver calibre 38 con rastros de haber sido usado recientemente.

Otro documento en apariencia inofensivo -pero que terminaría siendo vital- fue un recibo expedido por una tintorería en pago por la limpieza de un abrigo de lana persa propiedad de la desaparecida Olivia. Más tarde su supo que las costosas joyas de la dama fueron entregadas a una casa de empeños donde su sedicente socio las había vendido. Mediaban evidencias suficientes para llevar a juicio al sospechoso.

El 28 de febrero de ese año el ya factible culpable fue conducido a la misma comisaría donde escasos días atrás se presentase voluntariamente para denunciar la desaparición de su asociada. Enfrentado a las pruebas el indagado admitió haberse apropiado de los bienes de la mujer. Trató de ganar tiempo y endosó a los investigadores una versión fantástica acerca de un supuesto chantaje en se vio implicado, y del cual se excusaba de suministrar más datos para no verse obligado a involucrar a personas inocentes.

Pero la confianza del criminal en salir impune estaba cifraba en la ausencia del cuerpo del delito. Así se lo confesó directamente a los agentes que lo habían detenido: ¿Cómo podrán demostrar que la he matado si no queda ningún rastro de ella?, les preguntó.

El matador cometía un grave error, pues aunque hizo desaparecer el cuerpo de su socia mediante el ácido, no todo había desaparecido. Una pericia en el macabro depósito, dirigida por el patólogo Keigh Simpson, acreditó la presencia de una dentadura postiza intacta, unos cálculos biliares, y los fragmentos óseos de un pie de la víctima, que habían resistido la corrosión a que fueran sometidos. Con pruebas suficientes se inició el proceso penal. La defensa del depredador se aferró al único argumento que le pareció potable: invocar el desequilibrio mental de su patrocinado.

El acusado hizo todo lo posible por librarse fingiéndose orate, y alegó creerse un vampiro que bebía la sangre de sus víctimas. Cabía ya hablar de víctimas en plural, dado que pronto se descubrió que Haigh había repetido su esquema ultimador años atrás. Se supo de otros cinco decesos, cuyas víctimas desaparecieron aniquiladas a consecuencia del baño de ácido que el estafador y asesino les propinaba.

El inicial homicidio databa de 1944 y fue concretado en desmedro de William Mc Swan, opulento empresario. A este asesinato le siguió el perpetrado contra los parientes del difunto, los jóvenes Donald y Ami Mc Swan en 1946. A su vez, en 1948, el matrimonio formado por el doctor Archibald Henderson y su esposa Rosalie correría igual destino.

El victimario adujo haber bebido ritualmente sorbos de sangre de todos estos cadáveres, a los que luego desintegró sumergiéndolos en ácido sulfúrico. Casi parece de más acotar que la defensa basada en enajenación mental no tuvo éxito. Todo indicaba que John George Haigh estaba lúcido al momento de inferir sus desmanes. El motivo de sus crímenes consistió en una mezcla de afán de lucro y de perverso placer.

En la mañana del lunes 10 de agosto de 1949, en acatamiento de la sentencia impuesta, el responsable de las criminales desapariciones fue colgado hasta morir. La ejecución pública la llevó a cabo Mr. Pierrepoint, el cual era el más célebre de los verdugos oficiales de Gran Bretaña por aquellos tiempos, cuando todavía imperaba la pena capital en ese país.

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