LAS UVAS, EL LAUDANO y JACK THE RIPPER
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Dibujo contemporáneo de Matthew Packer:
el comerciante que vendió uvas a Jack el Destripador
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Liz Stride y su anónimo acompañante
comprando racimos de uvas a Matthew Packer

Cartel publicitario del filme "From Hell"
Si algo caracterizó al caso criminal de Jack el Destripador fueron las rarezas y los pequeños enigmas que lo rodearon. No podía extrañar entonces que las películas estrenadas mucho después de los añejos crímenes de 1888 se beneficiaran grandemente con las llamativas anécdotas y las muchas curiosidades verificadas en torno.
Sonados ribetes mediáticos alcanzó, entre otras, la historia del tendero que narró a la policía cómo, en horas previas al doble crimen consumado en la madrugada del 30 de septiembre de aquel año, le habría vendido uvas a un hombre cuya actitud le pareció particularmente sospechosa.
Las uvas constituyeron un tópico recurrente en la mitología edificada alrededor del monstruo de Londres. No en vano en la obra gráfica "From Hell" se insiste en que el homicida serial ofrecía a sus víctimas racimos de esa fruta -que previamente empapaba en narcotizante láudano- a fin de ganarse su confianza antes de agredirlas. El filme homónimo retoma el tema de las uvas, y allí podemos observar al Inspector Frederick Abberline -interpretado por Johnny Deep- olfateando y rozando con sus dedos los labios de las mujeres muertas para comprobar la reciente ingestión de dicho alimento.
Cuando en esa película un intrigado Sargento George Godley le pregunta a su superior por qué razón siempre hallaban restos de uvas próximos a los cadáveres, meditabundo el Inspector Abberline le responde que los racimos se los daba el asesino a las mujeres "para ganarse su confianza". Dado que, presuntamente, las uvas costaban muy caras por entonces en el mísero distrito, se especuló que únicamente un cliente rico estaba en condiciones de convidar con ellas a sus futuras víctimas. Y como, a estar a lo argüido en aquella ficción, la fruta había sido rociada con láudano, el efecto adormecedor consiguiente facilitaba la faena ultimadora.
Empero, todo esto deviene falso. Ni las uvas ostentaban el precio prohibitivo que se alega, ni existen pruebas de que el victimario las obsequiase a sus presas humanas en pos de facilitar la mortífera tarea. Se adujo que en la escena del crimen de Catherine Eddowes fueron localizadas cáscaras y semillas, pero tal dato no consta en los registros policiales, sino que lo propaló un periódico sensacionalista, y luego no se volvió a mencionar el asunto.
Si el mito de las uvas salió de algún lado, cabría estimar que fue a partir de las declaraciones vertidas por un anciano llamado Matthew Packer. Este comerciante relató a la policía que en horas precedentes al "doble acontecimiento" se personó a comprarle unos racimos, a su tienda emplazada en la calle Berner, un hombre en compañía de una fémina, a la cual después reconocería en la morgue como la infortunada >Elizabeth Stride. Mr. Packer describió con minucioso detalle a ese sujeto, y la descripción circuló de inmediato, siendo ponderada un retrato fidedigno del matador.
Tiempo más tarde, en un artículo editado en el Evening News el 31 de octubre de 1888, el negociante dijo que había visto de nuevo a ese tipo merodear cerca de su puesto de frutas y verduras en Commercial Road, y se percató que aquél lo miraba fijamente con expresión hosca. El sospechoso andaba rondando el negocio con aviesas intenciones, y cuando el verdulero salió a enfrentarlo, junto con un lustrabotas que le ofreció ayuda, dicho individuo huyó subiéndose raudo a un tranvía que transitaba por las proximidades.
A modo de colofón de este relato, cabe apuntar que cuando Matthew Packer ya había cobrado cierta notoriedad merced a sus declaraciones públicas, dos hombres se allegaron a él y le contaron una curiosa anécdota. Los caballeros pretendían saber cuál era la identidad del asesino a quien la prensa tildaba Jack the Ripper. Aseguraron al frutero que aquél era un primo de ellos venido de los Estados Unidos. El pariente estaba severamente trastornado y los aires londinenses no habían hecho más que agudizar su desquicio.
Preguntados por Packer sobre qué pruebas tenían de su culpabilidad, le contestaron que el primo mostraba la compulsión de llamar a todo el mundo "Jefe", hábito adquirido en tierras norteamericanas. La infausta misiva encabezada "Querido Jefe" sin duda era creación suya; incluso la caligrafía le pertenecía. El problema consistía en que la policía andaba muy despistada mientras el peligroso loco continuaba suelto, y con ánimo de vengarse de los testigos que aportaron datos suyos a las autoridades.
El viejo comerciante quedó sumamente impresionado, y se rumoreó que cerró sus negocios durante varios días. Por precaución no salió de su casa durante un tiempo. Sin embargo, afortunadamente, el "primo americano" no daría señales de vida, y se considera que en realidad nunca existió. Se habría tratado de una broma que dos pícaros gastaron a costa del bueno de Matthew Packer. (Fuente de esta versión: nota publicada en el Daily Telegraph el 15 de noviembre de 1888, citada por Stewart Evans y Keith Skinner, Jack el Destripador. Cartas desde el Infierno. ediciones Jaguar, Madrid, España, 2003, pags. 156-158)
http://www.playgroundmag.net/food/Jack-Destripador-uvas-muerte_0_1892810715.html?utm_source=facebook.com&utm_medium=post&utm_campaign=jack-Destripador-uvas-muerte
ResponderEliminarSe agradece la mención que en el artículo obrante en la web con fecha 30 de diciembre de 2016, y cuyo enlace abajo se consigna, se efectúa a este artículo y a mi libro "El monstruo de Londres. La leyenda de Jack el Destripador", transcribiendo en parte lo escrito por mí en ambos lugares.
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