EL MONSTRUO DE LONDRES
PERFIL DE UN ASESINO SERIAL
Portada de "El monstruo de Londres. La leyenda de Jack el Destripador" (2008)
Portada de "Jack el Destripador. La leyenda continúa" (2015)
Retrato robot del infame asesino serial
Representación cinematográfica del monstruo de Londres
Si algo podemos decir sin temor a equivocarnos acerca del carnicero que gestó el caos en Inglaterra desde postrimerías del año 1888 es que fue un asesino serial. Ello pese a que tal definición no existía por la época de acontecer estos tan luctuosos eventos.Y es que la expresión “asesino en serie” o “serial” deviene un término relativamente nuevo.
No cabe dudar que el
comportamiento de Jack el Destripador se peculiarizó por ser propio de aquella
clase de criminales que mataban sin una razón aparente obrando impulsados por
una compulsión malévola y en apariencia irrefrenable. La condición de criminal
secuencial se la otorga al monstruo de Londres la circunstancia de que contó en
su lista mortuoria con más de tres víctimas de su segura autoría. Y ello, en tanto los especialistas han sostenido que solamente en los casos de las víctimas Mary Ann Nichols, Annie Chapman y Catherine Eddowes resulta seguro de que fueron ultimadas por la misma mano homicida, dada la concordancia en el corte inferido en sus cuellos, mediante el cual se les quitase la vida, y la posterior evisceración practicada sobre sus cadáveres.
Tres víctimas como mínimo
representa el número que –atento a la opinión de los criminalistas
contemporáneos– son causadas por un delincuente de esta calaña. En torno a este rasgo en la
conducta de los asesinos seriales se ha expresado: “…el homicida serial habrá de llevar a cabo un mínimo de tres acciones
diferentes, con intervalos fríos (cool – off). En cada una de ellas puede
producir más de un homicidio. Habitualmente, cada criminal de este tipo tiene
una especie de comportamiento y un ritual que le son característicos, y que
mantiene inalterados durante la secuencia de homicidios; del análisis de
aquellos puede elaborarse un perfil psicológico del homicida… A partir de estos
perfiles se ha efectuado una clasificación de los homicidios dividiéndolos en
dos categorías principales: organizados y desorganizados. Estas tienen
correspondencia con patologías síquicas y fueron determinadas por estudios
efectuados a aquellos asesinos seriales que han sido aprehendidos…”[1].
También configura una
peculiaridad inherente a la conducta asumida por esta clase de criminales el
hecho de seguir fielmente un patrón específico en su modo de ultimar. Es verdad que pueden operarse
algunas variantes en la concreta manera de matar a una u otra víctima, pero en
lo básico es dable advertir un común denominador delator de que el crimen fue
llevado a cabo por la mano de un idéntico agresor.
La incapacidad para detenerse
una vez emprendida su saga asesina conforma otra particularidad que los
teóricos resaltan en la actitud de un homicida serial. Ninguna reflexión de orden
moral frena al perpetrador una vez que se ha lanzado a la realización su raid vesánico. Ni siquiera consideraciones de
sentido común o la necesidad de obrar con cautela para evitar su inminente
aprehensión hacen que el delincuente se abstenga de asesinar. Solo dejará de matar si lo
capturan, se enferma o muere, o si un hecho particular ajeno a su voluntad
–como, por ejemplo, ser detenido por la comisión de otro delito– le priva de
llevar a término sus violencias.
Su compulsión no es debida a
factores aleatorios pues no depende tanto de la sociedad en que vive sino que
estaría básicamente determinada por su carga genética. Al menos esta última
constituye la opinión predominante manejada por los modernos expertos en el
tema de la criminalidad seriada. Según desarrollos formulados
en torno a este tópico por la psiquiatra especializada en la psicología de los
asesinos secuenciales Dra. Helen Morrison:
“…Los
asesinos en serie nunca se suicidan antes de ser apresados, y rara vez lo hacen
en la cárcel… Tengo la firme convicción de que hay algo en los genes que
conduce a una persona a convertirse en un asesino en serie. O lo que es lo
mismo, el asesino en serie está predeterminado antes de nacer. Es un asesino en
serie durante los nueve meses en los que se desarrolla en el útero, antes de
que puedan haber influido las maldades de padres, profesores y cuidadores. Es
un asesino en serie en estado de feto y, aún antes, lo es desde que el
espermatozoide fecunda el óvulo y determina la composición genética de un nuevo
ser. Los genes darán lugar a un cerebro trastornado, a un cerebro “enfermo” con
predisposición a generar un asesino en serie…”[2].
¿Fue Jack el Destripador el
primer asesino en serie que registró la historia?
Ciertamente que no lo fue. Pero resulta por lejos el más
conocido en tiempos recientes. Representa el prototipo de
esta clase de criminales y debe ser catalogado como el modelo y paradigma del homicida
serial por antonomasia. Poco importa que en el pasado
siglo XX y también, sin dudas, durante el correr del actual siglo XXI hayan sido
capturados o se mantengan impunes otros que cuenten en su tétrico haber con
muchas más muertes que las cinco –o algunas más– ocasionadas por el mítico
Jack the Ripper.
Este criminal –al igual que
sucede con las marcas comerciales registradas– debido a la constante repetición
de su nombre ha conseguido hacerse de un lugar preeminente en el inconsciente
colectivo y ya no podrá ser desalojado de allí. El desventrador del East End
londinense fue un asesino en serie, sobre todo, porque utilizó un patrón
delictivo estable a la hora de concretar sus desmanes y operó dentro de un
terreno o coto de caza muy concreto y en extremo restringido. La zona de acción elegida para
verificar las matanzas se centró esencialmente en el distrito de Withechapel y,
a lo máximo, comprendió a otros arrabales aledaños a éste como los barrios de
Spitalfield y Aldgate. Vale significar: este hombre
perpetró sus ataques dentro del espacio de un estrecho perímetro equivalente a
poco más de una milla cuadrada.
Como nunca fue aprehendido no
se sabe qué edad ni que aspecto físico tenía al tiempo de realizar sus
atentados más allá de las declaraciones y descripciones formuladas por los
testigos directos o indirectos de algunas de las muertes. Si nuestro asesino hubiera
encuadrado dentro de las características psicofísicas más frecuentes que en
épocas modernas se detectaron como inherentes a los homicidas secuenciales muy
probablemente habría sido un hombre joven, con menos de cuarenta años al
momento de incurrir en su primer crimen. Cabe presumir que se trataba de
un heterosexual porqué éstos escogen como víctimas a mujeres, mientras que los
homosexuales masculinos por lo común finiquitan a individuos pertenecientes a
su mismo sexo. Atendiendo al dato objetivo de
que todas las mujeres asesinadas eran caucásicas y europeas Jack posiblemente
habría sido un hombre de piel blanca y de origen europeo pues a menudo los
victimarios en serie optan por cazar presas dentro su propia raza y grupo
étnico.
Otra faceta exhibida por estos
criminales finca en su prominente coeficiente intelectual el cual se halla por
encima de la media no ya de otros delincuentes comunes sino del resto de la
ciudadanía en general. En el concreto caso del
Destripador, la presencia de una refinada –aunque perversa– inteligencia se
evidenció sobradamente desde el momento en que jamás fue posible atraparlo a
despecho de la intensa cacería desplegada durante años por cuenta de la mayor
fuerza policial existente en su tiempo.
A los homicidas seriales
igualmente se los clasifica como organizados y desorganizados atendiendo al
modo de ejecución de sus asesinatos, la disposición de los cuerpos, y otras
señales que dejan en el escenario de los crímenes. El victimario organizado
deviene, precisamente, aquel que denota un mayor coeficiente de inteligencia en
comparación cono el nivel inferior al de éste –aunque no necesariamente menor
al del resto de la población– que es dable apreciar en el homicida secuencial
desorganizado.
Pero en el monstruo de Londres
se observa –sin embargo y llamativamente– algún matiz que la actual ciencia
criminalística asigna a los asesinos en serie desorganizados. Por ejemplo, se sostiene que
éstos suelen inferir extensas mutilaciones a los cadáveres mientras que, por el
contrario, el homicida organizado no hace eso pero, en cambio, con frecuencia
ejecuta actividades sádicas cuando sus víctimas aún están con vida. Jack el Destripador le debe su
macabro mote al hecho fundamental de que –valga la redundancia– destripaba los
cuerpos de las mujeres a quienes asesinaba. Su insana faena la ejercía una
vez provocado el deceso y –en términos generales– los estudiosos han sostenido
que mataba de una manera rápida y eficaz cuidándose de no ocasionar un innecesario
dolor físico y no provocar terror a sus víctimas.
Por lo tanto, aquí cabe
relevar dos aspectos que no encajan con el retrato psicológico inherente a un
asesino organizado conforme con las pautas que hemos venido mencionando. Jack, pese a las apariencias,
no habría sido un sádico –no disfrutaba haciendo sufrir a quienes agredía– sino
que podría ser catalogado como un asesino “místico” el cual después de ultimar
extraía órganos a los cadáveres y se los llevaba como trofeos de un ritual o
para consumirlos. Este último rasgo no condice
con el exacto perfil que la moderna ciencia forense diseñó para detectar cuando
se está ante la presencia de un homicida secuencial organizado, pero así resultó
de todos modos.
Cuanto se sabe acerca de las
actividades del mutilador londinense encuadra con la mayoría de los parámetros
señalados en el comportamiento de un criminal en serie organizado. Empero, su proceder –por muy
extraño que nos resulte– se apartó notablemente de estos patrones en cuanto a
dos puntos en concreto. En primer término, porque no
maltrataba a sus presas más allá de lo imprescindible a fin de quitarles la
vida. En segundo lugar porque, pese
al rasgo anterior, se encarnizaba con los cadáveres, o bien –cuando menos– la sórdida
mutilación que sobre los cuerpos infería parece revestir un valor clave para la
psiquis de este individuo. Da la sensación de que el
homicidio en sí mismo constituyese para él apenas un medio, un molesto escollo
previo que no tenía más remedio que sortear a fin de poder alcanzar el
verdadero objetivo que lo obsesionaba.
Y aunque la característica de
haber sido un prototípico asesino serial es definitoria y crucial para
comprender la figura del Destripador, no menos importante se vuelve tomar en
cuenta –aunque parezca una obviedad– que ante todo se trató de un asesino. Esto es: más que un criminal
–que ciertamente lo fue– Jack constituyó un asesino. Aún a aquel criminal que
perpetra actos a los cuales correctamente cabe ponderarlos como homicidios –o
sea, cuando se trata de acciones causadas con conciencia y voluntad de provocar el deceso a una o a varias personas- no siempre se lo podrá catalogar
estrictamente de ser un asesino.
No a todo criminal que mata se
lo puede definir como asesino dado que a veces el homicidio por sí sólo no
deviene lo esencial sino que únicamente representa un medio para poder acceder
a un fin diverso al crimen mismo. Tal resulta la hipótesis, por
ejemplo, de cuando se ultima para asegurar el fruto exitoso de un robo
silenciando a testigos. Es decir, de aquellos casos
que en derecho penal se denominan como “delitos de medio” porque se llevan a
cabo para garantizar la verificación de otro ilícito que es el que en realidad
le interesa cometer al delincuente. Lo mismo vale para cuando se
termina realizando el crimen en forma intencional, pero sin que la voluntad y
el deseo de victimar hubiere conformado el motor inicial en la conducta de
quien finalmente se convierte en matador.
Referencias:
[1] Daniel Silva y Raúl Torre, Investigación criminal de homicidios seriales, pág. 57.Referencias:
Excelente texto sobre el perfil asesino de Jack el Destripador, análisis que se puede hace extensivo a otros casos emblemáticos sobre asesinos en serie. Desde ya, mis mas sinceras felicitaciones por sus profundos conocimientos sobre el crimen y la era victoriana y su formidable manera de expresarlos!
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