miércoles, 22 de julio de 2015

Elizabet Stride: La víctima mal atribuida a Jack the Ripper

                       
           LIZ "LA LARGA" y LOS COPYCATS
                     ELIZABETH  STRIDE  NO  FUE  UNA VICTIMA  DEL  DESTRIPADOR


                                                                  La desgarbada Liz Stride,
                                                                       según un dibujo contemporáneo
                                                                    Su ex concubino y presunto homicida:
                                                                               Michael "riñón" Kidney
Fotografía mortuoria de Elizabeth Stride

     En nuestro anterior artículo expusimos la hipótesis de que Catherine Eddowes no hubiese resultado victimada por Jack el Destripador, sino que pereciera a manos de un imitador oportunista.
    Cabe decir ahora que más insistente que ese caso ha sido el rumor de que la otra presa humana de la llamada "Noche del Doble Acontecimiento" del 30 de setiembre de 1888 no cayó segada por el filoso cuchillo de Jack. 
      Así es: se sugiere que otro de aquellos homicidios presumiblemente indiscutidos –el de la veterana prostituta de origen sueco Elizabeth Stride– se debió a la irrupción en escena de un asesino oportunista e imitador que la habría ultimado valiéndose del caos y de la histeria imperantes. Varios expertos han destacado la posibilidad de que la fémina conocida por el mote de Long Liz no constituyese en verdad una de las víctimas de aquella secuencia.
    Como ejemplo de tal duda cabe mencionar a Stewart Evans y Paul Gainey, autores que listan el capítulo séptimo de su investigación Jack the Ripper. First american serial killer [1] –Jack el Destripador. Primer asesino serial americano– con el interrogativo título de A double event? –¿Un doble evento?– para enfatizar así el escepticismo que les merece la inclusión de aquella a quien tradicionalmente se catalogó como la tercera víctima canónica en el elenco del verdugo victoriano.
    Entre otras diferencias con las demás muertes, recalcan que aquí el fallecimiento de la mujer se produjo en una zona iluminada y concurrida, cerca de la entrada de un club político donde se venía desarrollando una animada sesión; extremo que contrasta con la búsqueda de lugares oscuros y discretos por los que optó el célebre depredador para asestar los otros fatídicos golpes.
    También difería el tipo de cuchillo esgrimido para segar la garganta de la occisa con el arma que fuese utilizada en las demás oportunidades. A su vez, aquí no medió estrangulación manual previa.
    Y, por supuesto, tampoco estaban presentes las mutilaciones ni las extracciones de órganos observables en el resto de las agresiones, pese a que no está acreditado de modo fehaciente que el ultimador se hubiese visto interrumpido en medio de su accionar. Lo cierto fue que los testigos deponentes no sorprendieron al asesino in fraganti sino que, o bien describen un ataque precedente –a empujones– contra la mujer, o bien se toparon con el cadáver cuando el culpable ya había abandonado el teatro del crimen.
    Los citados escritores, aparte de asegurar que Elizabeth Stride no configuró una presa humana del Destripador, insinúan saber quien fue su victimario. Conforme pretenden estas especulaciones, el matador imitativo estaría claramente identificado, pues el fenecimiento de esta prostituta se sospechó que fue faena de su amante de aquel momento, un belicoso irlandés llamado Michael Kidney.
    Este individuo, cuyo apellido rememora inquietantes evocaciones en los crímenes de Jack el Destripador –porque equivale a riñón en lengua inglesa– en verdad exhibió un comportamiento tan asombroso que despertó justificada suspicacia en investigadores ulteriores; aún cuando debe admitirse que no fue reputado sospechoso por la policía de la época. Sin embargo, tanto sus declaraciones inmediatas al violento desenlace, cuanto sus actitudes posteriores, dieron pábulo a acentuados recelos.
    De ser veraz la conjetura de que dicho hombre constituyó el ultimador de su novia, no cabría dudar interpretó a entera satisfacción el papel de inocente, como si de un buen actor aficionado que supo cubrir hábilmente sus huellas se hubiese tratado.
    Por ejemplo, habría sabido fingir indignación frente a la incompetencia de que hacía gala la policía a la hora de desenmascarar al culpable de la muerte de su amada Elizabeth. Atento se nos cuenta en una descripción de este evento:
     «... Michael Kidney, el irlandés con el que Liz la Larga había pasado los últimos años de su vida, entró en la comisaría de la calle Leman, a la noche siguiente de haber reconocido el cadáver. Estaba completamente borracho. Llevaba las ropas destrozadas y el rostro magullado como si hubiese sostenido varios pugilatos en una taberna, pero se hallaba revestido de la dignidad del gladiador que acaba de ser atacado por los leones. Asiendo al sargento de servicio por las solapas, el irlandés pronunció una de las frases más extrañas, indicadoras de un intenso dolor: Si hubiesen asesinado a Liz la Larga en mi distrito, yo ya me habría matado…» [2] 

    Tal vez la especialista que más ha argumentado acerca de la posible culpabilidad de Michael Kidney fungiendo en el rol de matador imitativo, lo configure A. P. Wolf, quien manejando ingeniosas razones sugirió la candidatura de dicho individuo en su excelente ensayo Jack. The myth –Jack. El mito–. [3]
    Entre otros extremos, aquella comentarista hace hincapié en que la escena antes extractada tuvo lugar el 1º de octubre de 1888, un día después del asesinato de Elizabeth Stride, cuando en realidad por esa fecha todavía la policía no tenía idea de cuál era la identidad de la mujer victimada.
    Por consecuencia, el incidente provocado en la comisaría de la calle Leman, donde tan histriónicamente Kidney manifiesta su desazón echando en cara a los agentes policiales lo ineficaces que eran por no descubrir al ejecutor de su amante, es valorado como una de las más firmes pruebas de la responsabilidad que le cabría al sujeto.
    Y es que sucedió que la exacta identidad de la occisa no devino revelada al público sino transcurridos varios días después de la agresión del 30 de setiembre de 1888, lo cual implica que al día entrante se proseguía aún sin conocer de quien se trataba.
    ¿Cómo pudo saber en aquel momento este hombre que la todavía anónima víctima del Destripador no era otra sino su amante Long Liz? Y, más aún: ¿Cómo podía saberlo si al declarar en interrogatorios posteriores reconoció que desde días atrás, a raíz de una disputa, se encontraba separado de ella?
    Otros autores justifican que era factible, no obstante, que Michael Kidney se hubiese enterado de la muerte de su ex concubina por intermedio de los rumores que de boca en boca se esparcían entre la gente de los bajos ambientes de la capital y, atento a ello, ese conocimiento anticipado del hecho que demostró poseer carecería de valor decisivo a fin de incriminarlo.
    En tal sentido, Alan Moore acota que la experiencia referente a homicidios consumados en asentamientos urbanos acredita que los rumores callejeros a menudo se muestran más acertados, y son más avanzados, que la información manejada por la policía en el decurso de sus indagatorias. Opina que como la comunicación sólo es posible entre iguales, debe tomarse en cuenta que todos quienes poblasen el East End durante aquel trágico otoño debían contar con sobrados motivos para esconder información –e inclusive mentirle a la policía si eran interrogados–, pero entre ellos la historia trasmitida sería muy distinta.
    Para este experto, el retraso oficial en identificar a la inicial de las dos víctimas del 30 de setiembre como Elizabeth Stride en absoluto implicaba que los habitantes del distrito no supiesen, prácticamente a partir de los primeros momentos de acaecido el crimen, de quien se trataba la difunta.
    Y es que la mujer era una muy conocida prostituta local, razón por la cual siendo aquel hombre su pareja habitual y, eventualmente, su proxeneta, resultaría lógico suponer que debió ser una de las primeras personas en tomar conocimiento de la terrible desgracia recaída sobre su compañera o pupila.[4]





[1]     Jack the Ripper. First american serial  killer, capítulo 7, págs. 76 a 95.
[2]     Otoño de terror, págs. 133 y 134.
[3]     Wolf, A.P, Jack. The myth, Editorial Robert Hale, Londres, Inglaterra, 1993.
[4]    From Hell, apéndice comentario a viñetas de págs. 283 y 284.

1 comentario:

  1. Un escrito que viene a profundizar el texto anterior sobre los copycats victorianos y su incidencia en el caso de Jack el Destripador. Otro excelente texto a los cuales nos tiene acostumbrados el Dr. Pombo!

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Gracias por comunicarse con Gabriel Pombo.