LIZ "LA LARGA" y LOS COPYCATS
ELIZABETH STRIDE NO FUE UNA VICTIMA DEL DESTRIPADOR
La desgarbada Liz Stride,
según un dibujo contemporáneo
Su ex concubino y presunto homicida:
Michael "riñón" Kidney
Fotografía mortuoria de Elizabeth Stride
En nuestro anterior artículo expusimos la hipótesis de que Catherine Eddowes no hubiese resultado victimada por Jack el Destripador, sino que pereciera a manos de un imitador oportunista.
Cabe decir ahora que más insistente que ese caso ha sido el rumor de que la otra presa humana de la llamada "Noche del Doble Acontecimiento" del 30 de setiembre de 1888 no cayó segada por el filoso cuchillo de Jack.
Así es: se sugiere que otro de aquellos homicidios presumiblemente indiscutidos –el de la
veterana prostituta de origen sueco Elizabeth Stride– se debió a la irrupción
en escena de un asesino oportunista e imitador que la habría ultimado
valiéndose del caos y de la histeria imperantes. Varios expertos han destacado
la posibilidad de que la fémina conocida por el mote de Long Liz no constituyese
en verdad una de las víctimas de aquella secuencia.
Como ejemplo de tal duda cabe mencionar a
Stewart Evans y Paul Gainey, autores que listan el capítulo séptimo de su
investigación Jack the Ripper. First american serial killer [1] –Jack el Destripador. Primer asesino serial
americano– con el interrogativo título de A double event? –¿Un doble evento?–
para enfatizar así el escepticismo que les merece la inclusión de aquella a
quien tradicionalmente se catalogó como la tercera víctima canónica en el elenco
del verdugo victoriano.
Entre otras diferencias con las demás
muertes, recalcan que aquí el fallecimiento de la mujer se produjo en una zona
iluminada y concurrida, cerca de la entrada de un club político donde se venía
desarrollando una animada sesión; extremo que contrasta con la búsqueda de
lugares oscuros y discretos por los que optó el célebre depredador para asestar
los otros fatídicos golpes.
También difería el tipo de cuchillo esgrimido
para segar la garganta de la occisa con el arma que fuese utilizada en las
demás oportunidades. A su vez, aquí no medió estrangulación manual previa.
Y, por supuesto, tampoco estaban presentes
las mutilaciones ni las extracciones de órganos observables en el resto de las
agresiones, pese a que no está acreditado de modo fehaciente que el ultimador
se hubiese visto interrumpido en medio de su accionar. Lo cierto fue que los
testigos deponentes no sorprendieron al asesino in fraganti sino que, o
bien describen un ataque precedente –a empujones– contra la mujer, o bien se
toparon con el cadáver cuando el culpable ya había abandonado el teatro del
crimen.
Los citados escritores, aparte de asegurar
que Elizabeth Stride no configuró una presa humana del Destripador, insinúan
saber quien fue su victimario. Conforme pretenden estas especulaciones, el
matador imitativo estaría claramente identificado, pues el fenecimiento de esta
prostituta se sospechó que fue faena de su amante de aquel momento, un belicoso
irlandés llamado Michael Kidney.
Este individuo, cuyo apellido rememora
inquietantes evocaciones en los crímenes de Jack el Destripador –porque
equivale a riñón en lengua inglesa– en verdad exhibió un comportamiento tan
asombroso que despertó justificada suspicacia en investigadores ulteriores; aún
cuando debe admitirse que no fue reputado sospechoso por la policía de la
época. Sin embargo, tanto sus declaraciones inmediatas al violento desenlace,
cuanto sus actitudes posteriores, dieron pábulo a acentuados recelos.
De ser veraz la conjetura de que dicho
hombre constituyó el ultimador de su novia, no cabría dudar interpretó a entera
satisfacción el papel de inocente, como si de un buen actor aficionado que supo
cubrir hábilmente sus huellas se hubiese tratado.
Por ejemplo, habría sabido fingir
indignación frente a la incompetencia de que hacía gala la policía a la hora de
desenmascarar al culpable de la muerte de su amada Elizabeth. Atento se nos
cuenta en una descripción de este evento:
«...
Michael Kidney, el irlandés con el que Liz la Larga había pasado los últimos
años de su vida, entró en la comisaría de la calle Leman, a la noche siguiente
de haber reconocido el cadáver. Estaba completamente borracho. Llevaba las
ropas destrozadas y el rostro magullado como si hubiese sostenido varios
pugilatos en una taberna, pero se hallaba revestido de la dignidad del
gladiador que acaba de ser atacado por los leones. Asiendo al sargento de
servicio por las solapas, el irlandés pronunció una de las frases más extrañas,
indicadoras de un intenso dolor: Si hubiesen asesinado a Liz la Larga en mi
distrito, yo ya me habría matado…» [2]
Tal
vez la especialista que más ha argumentado acerca de la posible culpabilidad de
Michael Kidney fungiendo en el rol de matador imitativo, lo configure A. P.
Wolf, quien manejando ingeniosas razones sugirió la candidatura de dicho
individuo en su excelente ensayo Jack. The myth –Jack. El mito–. [3]
Entre otros extremos, aquella comentarista
hace hincapié en que la escena antes extractada tuvo lugar el 1º de octubre de
1888, un día después del asesinato de Elizabeth Stride, cuando en realidad por
esa fecha todavía la policía no tenía idea de cuál era la identidad de la mujer
victimada.
Por consecuencia, el incidente provocado en
la comisaría de la calle Leman, donde tan histriónicamente Kidney manifiesta su
desazón echando en cara a los agentes policiales lo ineficaces que eran por no
descubrir al ejecutor de su amante, es valorado como una de las más firmes
pruebas de la responsabilidad que le cabría al sujeto.
Y es
que sucedió que la exacta identidad de la occisa no devino revelada al público sino
transcurridos varios días después de la agresión del 30 de setiembre de 1888,
lo cual implica que al día entrante se proseguía aún sin conocer de quien se
trataba.
¿Cómo pudo saber en aquel momento este
hombre que la todavía anónima víctima del Destripador no era otra sino su
amante Long Liz? Y, más aún: ¿Cómo podía saberlo si al declarar en
interrogatorios posteriores reconoció que desde días atrás, a raíz de una
disputa, se encontraba separado de ella?
Otros autores justifican que era factible,
no obstante, que Michael Kidney se hubiese enterado de la muerte de su ex
concubina por intermedio de los rumores que de boca en boca se esparcían entre
la gente de los bajos ambientes de la capital y, atento a ello, ese
conocimiento anticipado del hecho que demostró poseer carecería de valor
decisivo a fin de incriminarlo.
En tal sentido, Alan Moore acota que la
experiencia referente a homicidios consumados en asentamientos urbanos acredita
que los rumores callejeros a menudo se muestran más acertados, y son más
avanzados, que la información manejada por la policía en el decurso de sus
indagatorias. Opina que como la comunicación sólo es posible entre iguales, debe
tomarse en cuenta que todos quienes poblasen el East End durante aquel trágico
otoño debían contar con sobrados motivos para esconder información –e inclusive
mentirle a la policía si eran interrogados–, pero entre ellos la historia
trasmitida sería muy distinta.
Para este experto, el retraso oficial en
identificar a la inicial de las dos víctimas del 30 de setiembre como Elizabeth
Stride en absoluto implicaba que los habitantes del distrito no supiesen,
prácticamente a partir de los primeros momentos de acaecido el crimen, de quien
se trataba la difunta.
Y es que la mujer era una muy conocida
prostituta local, razón por la cual siendo aquel hombre su pareja habitual y,
eventualmente, su proxeneta, resultaría lógico suponer que debió ser una de las
primeras personas en tomar conocimiento de la terrible desgracia recaída sobre
su compañera o pupila.[4]
Un escrito que viene a profundizar el texto anterior sobre los copycats victorianos y su incidencia en el caso de Jack el Destripador. Otro excelente texto a los cuales nos tiene acostumbrados el Dr. Pombo!
ResponderEliminar