LOS DETECTIVES ANALIZAN LA EVIDENCIA.
"EL ANIMAL MÁS PELIGROSO", CAPÍTULO 14.
El grupo de oyentes comprendió que Arthur había terminado su exposición sobre el crimen de Catherine Eddowes, pero intuyeron que aún no era tiempo de formularle preguntas.
Aguardaron a que borrase las notas escrituradas en el pizarrón y arrojase a la papelera el trozo de tiza gastado.
Lo vieron acomodar en el escritorio, por enésima ocasión, la resma de papeles repletas de anotaciones hasta que encontró lo que buscaba: sus apuntes sobre el último y más atroz asesinato del rufián. Los datos que había recabado acerca de la muerte de Mary Jane Kelly.
Sus asistentes masculinos no denotaron emoción cuando el anfitrión les dijo que pasaría a ponerlos al tanto de lo que se sabía oficialmente de ese homicidio.
Esta pasividad de los hombres contrastaba con la única fémina presente, a la cual se veía ansiosa por intervenir.
Legrand comenzó a imprimir trazos blancos sobre el tapiz negro: «Jeanette», «Ginger», «Fair Emma» y «Miller´s Court».
Iba a empezar a hablar pero advirtió la cada vez más notoria inquietud de la joven, quien se revolvía en su silla de mimbre y se mordía el labio inferior; un tic nervioso suyo que él bien conocía.
Le preguntó:
–Te dicen algo estas palabras?
A ello, la aludida repuso:
–Claro. Los tres primeros son apodos mediante los cuales se conocía a la víctima y «La Corte del Molino» designa al bloque de apartamentos en donde vivía aquella chica y en cuya habitación número trece la masacraron.
Legrand sonrió.
–Felicitaciones señorita.
Y tras otear desde su tarima alternativamente a los otros tres detectives auxiliares, como solicitándoles un tácito permiso, volvió a dirigirse a la joven.
–Presiento que este asunto te interesa en especial y que dispones de información privilegiada, la cual estamos deseosos de conocer. Tal vez sea mejor que aquí cambiemos de estrategia. Yo le iré trasmitiendo a nuestros camaradas qué datos recabé en persona y tu intercalarás algunas noticias que obtuviste por tu cuenta.–
Hizo un alto y completó interrogativo:
– ¿Estamos todos de acuerdo?
Como nadie contestó, asumió que sí estaban conformes con su planteo.
Esto fue la luz verde para que Bárbara comenzara con su relación de hechos.
–Tienes razón. Para mí éste no es un caso más. No es que una vida humana valga más que otra y, lo cierto es que todos estos crímenes son repugnantes...– se interrumpió, buscando hallar las palabras justas con las cuales plasmar su idea.
–Pero esta mujer..., lo joven y bonita que era. ¡Qué desperdicio absurdo! ¡Cuánta maldad y ensañamiento!
–Bueno estamos trabajando para descubrir quién fue el degenerado que la asesinó, para atraparlo y entregarlo a las autoridades. Así quedará vengada la muerte de la desdichada Kelly– concedió con timbre grave Arthur.
Tras lo cual prosiguió:
–Y ahora, vayamos al grano: ¿qué averiguaste en tus correrías disfrazada de buscona? ¿Quién te figuras que pudo haberla matado?
La periodista vaciló ante una pregunta tan directa. No planeaba empezar su intervención de esta manera pero, apremiada por la mirada inquisitiva de su jefe, soltó:
–Se que la policía ya parece haberlo desestimado como culpable, pero yo mantengo mis sospechas sobre su ex concubino.
–¿El tal Joseph Barnett?
–Sí. Aunque Mary se acostaba con muchos no lo hacía por sentimiento, sino porque era su único medio de subsistencia. Su último compañero sentimental fue este individuo. De eso no hay dudas. Y tampoco quedan dudas de que se habían peleado. Ella lo botó y él podría haber quedado con rencor.
Y para hacer ver que sus recelos era fundados la detective insistió, aportando detalles:
–No se trató de una simple rencilla entre amantes. El 30 de octubre tuvieron una gresca muy fiera donde se agredieron con todo lo que tenían a mano. Tan grave fue que rompieron el vidrio de una ventana. A través de esa hendidura fue que el cobrador miró hacía adentro cuando la buscó para reclamar la renta, y se llevó el susto de su vida. Joseph era violento pero ella no se quedaba atrás. Sobre todo cuando estaba borracha era mujer de armas tomar.
Quedó en silencio, intervalo que fue aprovechado por Arthur, quien desentendiéndose del resto y apuntándole con la tiza que sostenía en su mano diestra, le preguntó asertivamente:
–¿Y si te dijera que interrogué a sus vecinas del edificio? Todas ellas me hablaron bien de ese hombre. Aseguraron que quería sinceramente a la muchacha y que deseaba sacarla de la promiscuidad y la miseria.– Realizó un breve paréntesis y, con aire pensativo, continuó:
–El problema con Barnett es que suele quedarse sin trabajo y entonces no tiene dinero para pagar la renta ni dar de comer a su novia. Debido a eso, a ella no le quedaba más remedio que prostituirse, supuestamente a sus espaldas,
–¿Supuestamente?
–No debemos ser ingenuos. El tipo con seguridad sabía que su pareja trabajaba de ramera, pero se hacía el tonto porque le servía.
Y, con tono crítico, agregó:
–En lo que coincido contigo Bárbara es que la relación entre ellos era muy conflictiva. Barnett contó que Mary vivía aterrada por los asesinatos y, como era iletrada, le pedía que le leyera los pormenores sangrientos de los crímenes que los periódicos publicaban. Quizás tuviera la corazonada de que podría convertirse en la próxima víctima. Por tanto, es explicable que hiciera alguna locura al sentirse bajo una presión tan terrible.
–¿A qué te refieres? – le interrogó la muchacha, que por entonces era el único interlocutor del líder del equipo.
Charles y Thomas tomaban pausadas notas. John había dejado a un lado su pluma y su cuaderno, mientras miraba hacia el techo con desinterés.
–Joseph tenía sus motivos para enfrascarse en la pelea que nos contaste.
–¿Cuáles motivos?
–Una cosa es que imaginase que Jeanette se prostituía, ya fuera por necesidad o no; pero de ahí a aceptar que tenía sexo con otra mujer ya era soportar demasiado.
–¿Qué?
–Aunque que se trata de un chisme, es posible que la tal María Harvey, que en la encuesta judicial admitió compartir la habitación con Mary durante las dos noches previas a su homicidio, fuera amante suya.
Bárbara demoró en asimilar la chocante noticia. Cuando lo hizo, se dirigió a Arthur y, con cierto enojo, le preguntó:
–Entonces, ¿porqué me porfiaste que Joe Barnett era un santo? Si guardaba tanto resentimiento bien pudo haberla asesinado por orgullo masculino herido.
Con paciencia, Legrand respondió:
–No descarto del todo la hipótesis del concubino despechado. Pero como antes señalaste, los oficiales a cargo, entre ellos mi amigo el inspector Moore, lo interrogaron a fondo y no lo ven como un potencial responsable. No tiene la pinta de un asesino salvaje. Además, cabría desecharlo por la razón del artillero.
–¿Sí? ¿y cuál sería aquí esa razón tan poderosa?
–Por muchas ganas que tuviera de matar a Kelly, no podría haber ejecutado a las anteriores víctimas. De haber sido él quien liquidó a Mary Jane se habría tratado entonces de un crimen pasional, pero contra las restantes meretrices él no albergaba nada personal. Ni amor ni odio. Probablemente ni siquiera las conociera. Y todos los forenses concuerdan en que, al menos desde Polly Nichols en adelante, todas ellas perecieron a manos del mismo criminal.
Bárbara no encontró argumentos para rebatir ese razonamiento y, como los otros pesquisas no dieron muestras de desear participar, se dio por cerrado el examen del triste caso de la bella irlandesa pelirroja.
APENDICE.
Capítulo 14.
Joseph Barnett pareja de la víctima Mary Jane Kelly, aludido desde la página , tenía treinta años y estaba cesado de su trabajo habitual cuando ocurrió la bestial carnicería. Trabajaba como changador en el mercado de pescado de Billingsgate y ocasionalmente fungía de peón de la construcción. (1)
La referencia que efectúa Barbara Doyle en la carilla a la pelea del 30 de octubre de 1888 entre Jeanette y su novio, que provocó el abandono de aquél del número 13 del albergue donde cohabitaban, así como el dato de que entonces se rompió el cristal de la ventana contigua a la puerta de ingreso, emana de las declaraciones formuladas por Barnett y constan en la mayoría de los registros sobre el caso. Sin embargo, no es seguro que dicha rotura tuviese cabida durante la trifulca, como se sostiene en los reportes de los cuales extraje esta versión (2) sino que pudo haberse debido a una greña de vieja data.
El individuo testimonió que una vez acontecida la reyerta, a pesar de la separación, ambos volvieron a verse fuera de la vivienda otras veces. De acuerdo aseguró, tenían la costumbre de introducir el brazo a través de esa hendija para abrir desde adentro el pórtico empujando el cerrojo interior, puesto que habían extraviado la única llave y no contaban con dinero para fabricar una copia. (3) (4)
No escasearon deponentes ratificando que el joven regresó en más de una ocasión a visitar a su querida y que los vieron bebiendo en una taberna en compañía de Julia Venturney, otra muchacha residente de Miller´s Court; información que apoya la tesis de que la inestable pareja se hallaba en proceso de reconciliación. (5)
Cuando menos un escritor ha sugerido una relación lésbica entre ambas féminas, como explicación a la generosidad de Kelly al alojar a otra joven que, a despecho del exiguo espacio en aquel cuchitril, durmió con ella compartiendo la única cama allí instalada. (6)
Aunque Joseph Barnett configura un candidato muy improbable de haber sido el homicida de aquella desventurada, en el año 1995 se postuló que éste no sólo habría matado a su pareja sino que también finiquitó a las otras víctimas, pues era Jack the Ripper. Para Bruce Paley, autor del ensayo: «Jack el Destripador. La simple verdad», este individuo fue el ultimador en cadena de Whitechapel y su motivación para asesinar estribó en una mezcla de celos, frustración y orgullo masculino herido. (7)
NOTAS
Capítulo 14
(1) Jack the Ripper: The 21st century investigation, ps. 259-260.
(2) Jack el Destripador. Recapitulación y veredicto, p.80.
(3) Retrato de un asesino. Jack el Destripador. Caso cerrado, p.341.
(4) Jack el Destripador. Recapitulación y veredicto, p.75.
(5) Retrato de un asesino. Jack el Destripador. Caso cerrado, ps.346-347.
(6) From Hell, Apéndice explicativo de viñetas de las páginas 323-326.
(7) Paley, Bruce, The simple truth, Libro Editorial, Nueva York, Estados Unidos, 1995.
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