lunes, 15 de abril de 2019

Dr. Thomas Bond. Gran forense de la era victoriana

DOCTOR THOMAS BOND.
ESBOZO DE SU VIDA Y SU ACTUACION EN LOS CASOS DEL DESCUARTIZADOR DEL TÁMESIS Y DE JACK THE RIPPER.
                                Dr Thomas Bond From The Graphic. Copyright The British Library Board                                             .

Breve biografia del forense Thomas Bond.

Este extraordinario médico nació en Somerset, en el seno de una familia británica que ya contaba con destacados galenos como su tío materno el doctor Joseph McCann de Southampon. Comenzó su preparación en el hospital King College de Londres, donde ganó la medalla de oro de la universidad londinense al aprobar su examen final para obtener la licenciatura en cirugía. 
En 1864 fue nombrado como parte del equipo médico de la Cruz Roja de Myanmar, graduándose en el año 1865. En el siguiente año de 1866 se unió a las fuerzas de la Prusia imperial, y sirvió a su ejército asistiendo a enfermos graves en un brote epidémico de cólera. Revistó para el Imperio prusiano en la guerra austro-prusiana, ejerciendo en hospitales de campaña instalados detrás de las líneas italianas durante el conflicto bélico. Participó efectuando labores similares en la guerra franco-prusiana de 1870-1871. (1) (2).
 Su intervención en calidad de cirujano en tales contiendas militares lo dotó de gran práctica, y coadyuvó a su destreza en la aplicación de técnicas de reconstrucción facial y anatómica. 
 A su retorno a Gran Bretaña, el doctor Thomas Bond accedió al cargo de Cirujano Asistente de la Policía Metropolitana en 1873, y el destino quiso que ya entonces se enfrentase a macabros sucesos.

A principios de setiembre de ese año apareció en la ribera sur del río Támesis, en Battersea, un torso femenino seccionado y, días más tarde, emergieron otros fragmentos, entre ellos la cabeza que se hallaba muy deteriorada. 
El joven galeno emprendió, en colaboración con el cirujano policial Felix Kempster, un arduo y lóbrego trabajo y fue reconstruyendo el cadáver cosiendo una por una las piezas. Recomponer el rostro de la finada significó un enorme desafío, pues la nariz y la barbilla estaban desolladas, y a la testa le había sido arrancado el cuero cabelludo. La piel de la cara de la víctima fue equipada de la manera más natural posible en esas horribles circunstancias. (3)
Pese a que este pionero intento de reconstrucción forense se llevó a cabo con sumo "ingenio y habilidad"  -conforme manifestasen los periódicos- el cuerpo sólo podría ser reconocido por aquellos que estaban más: "íntimamente familiarizados con las características físicas de la persona fallecida". La policía rechazó a muchos sujetos que se acercaron para saciar su morbo de contemplar el cuerpo destrozado. Entre éstos estaban "los comerciantes de horrores" que trataron de obtener un esbozo de aquellos despojos.
Pero la policía obró con celo profesional, y únicamente a quienes se consideró con legítimas razones para ver los restos les fue exhibida una fotografía de los mismos.
Comentando aquellas lesiones, la revista médica The Lancet informó que: "Contrariamente a la opinión popular, el cuerpo no había sido troceado, pero era cierto que las articulaciones se han abierto con habilidad, y los huesos resultaron perfectamente desarticulados, incluso en las articulaciones complicadas del tobillo y el codo. A su vez, en la articulación de la cadera y del hombro los huesos fueron toscamente aserrados".
 Dado que devenía notorio que detrás del hallazgo se ocultaba una mano criminal, un veredicto de "asesinato con premeditación contra alguna persona o personas desconocidas" fue alcanzado por el jurado en la encuesta judicial.  El gobierno ofreció una recompensa de doscientas libras, y un perdón gratuito para cualquier cómplice que denunciara al ejecutor. A despecho de tal medida, jamás se supo la identidad de la víctima, no se practicaron aprehensiones, y el asunto quedó a fojas cero. 
En el mes de junio del siguiente año de 1874 el organismo descuartizado de una fémina se extrajo de las aguas del Támesis, en la región de Putney. El rotativo News of the Worlddel 14 de junio subrayó que el cadáver carecía de cabeza y de extremidades, salvo una pierna, y que el torso fue trasladado a la morgue de Fulham.
Esos dos crímenes escalofriantes representaron un preludio de lo que ocurriría trece años más tarde cuando el cirujano ejercitó la autopsia sobre el cadáver de la mujer desmembrada en Rainham en mayo de 1887, homicidio atribuido al Descuartizador del Támesis. Y tras descubrirse el 2 de octubre del siguiente año de 1888 un torso femenino descompuesto dentro del sótano de la obra en construcción del Nuevo Scotland Yard ("El misterio de Whitehall"), también se le encargó la necropsia de esa nueva víctima del Asesino del Torso de Támesis.
A vez, cuando a fines del verano y en el otoño de 1888 arreciaron los cruentos asesinatos de Jack el Destripador, otra vez le correspondería al doctor Thomas Bond desplegar una labor prominente.
 El forense colaboró en la autopsia de Mary Jane Kelly ultimada el 9 de noviembre de 1888 y también, de Alice McKenzie  victimada el 17 de julio de 1889. 
 Respecto de esta última occisa, el doctor Bond creyó que su deceso fue ocasionado por Jack the Ripper en virtud de la coincidencia entre las heridas sufridas por la difunta, y debido a otros datos recabados en la escena del crimen, los cuales estimó que eran muy similares a los hallados en los casos donde sin duda operó el asesino de Whitechapel. 

Su criterio fue resistido por sus colegas George Bagster Phillips y Frederick Gordon Brown, quienes no advirtieron ningunas semejanzas y les pareció disímil el modus operandi empleado en esa emergencia. El parecer de estos galenos prevaleció y, por lo general, se considera que la citada víctima no pertenece al elenco fatal provocado por el.monstruo de Londres.
No obstante, la prueba de que la opinión de Bond era muy respetada por las autoridades británicas se refleja en el hecho de que el 25 de octubre de 1888, el jerarca número dos de Scotland Yard Robert Anderson envió al médico una carta pidiendo su ayuda en la investigación sobre los homicidios del este de Londres. Le remitió copias de las evidencias recogidas en las indagatorias en las muertes de Polly Nichols, Annie Chapman, Elizabeth Stride y Catherine Eddowes, con la solicitud de que le diera su opinión profesional acerca del asunto. Éste examinó los documentos durante dos semanas y entregó su respuesta el 10 de noviembre. Mary Jane Kelly había sido masacrada la mañana anterior, y el cirujano dedicó buena parte de ese día a la elaboración de la autopsia. Es probable que ese salvaje homicidio motivase al facultativo a apresurarse en concluir el reporte que venía preparando.
El informe del médico representó un documento muy excepcional, considerando la lejana época en que fue escrito. Sin embargo, se le ha criticado que ese peritaje contradijo los pareceres de otros facultativos intervinientes en autopsias de las víctimas de Jack the Ripper (forenses George Basgter Phillips, Sedgwick Saunders y Frederick Gordon Brown), y que dio cabida a especulaciones más propias de deducciones a lo Sherlock Holmes que de un dictamen clínico serio. (4)
Aparte de lo fundadas que pudiesen ser tales tachas, esta pericia constituyó un perfilamiento criminal o «profiling» extremadamente avanzado para aquellos tiempos. La perfilación criminológica es un método forense para aproximar las indagatorias policiales al esclarecimiento de los delitos. No establece la identidad del culpable, pero deja plasmadas sus características psicológicas y, de esa forma, los investigadores pueden focalizar su atención con eficacia sobre sospechosos plausibles. 
Este cirujano victoriano devino un pionero de los modernos estudios de perfilación criminal del FBI y de otras instituciones policiales y académicas, erigiéndose en un digno precursor de emblemáticos peritos en el estudio de los homicidas múltiples. El desarrollo de la técnica del profiling aplicada a los asesinos en serie es relativamente nuevo – década de 1970 – y contó con figuras cumbres de la talla de Robert Ressler, John Douglas y Roy Hazelwood, fundadores del programa para la aprehensión de criminales violentos del FBI (VICAP, por sus siglas en inglés). (5) 
Luego de padecer una larga enfermedad con períodos de depresión e insomnio, donde se hizo adicto a la morfina, el insigne profesional se suicidó arrojándose desde una ventana el 5 de septiembre de 1901. Cifraba cincuenta y nueve años y dejó tras de sí una viuda y cinco hijos
En su obituario se destacó: "El ilustrísimo señor Dr.Thomas Bond, miembro del Royal College of Surgeons y cirujano del Hospital de Westminster, se suicidó ayer por la mañana, en un brote de demencia, saltando por una ventana del tercer piso de su casa, en The Santuary N° 7 Westminster. El Dr. Bond estudió en el King´s College, y se convirtió en miembro del Real Colegio de Cirujanos en 1864. En 1865 se licenció en medicina por la Universidad de Londres, en 1866 se licenció en cirugía y fue medalla de oro, y el mismo año se convirtió en Miembro por examen del Real Colegio de Cirujanos. Después, durante un corto período, estuvo al servicio del ejército prusiano en la guerra Austro-prusiana de 1867; y en la guerra Franco-prusiana de 1870 volvió a servir para el ejército de Prusia. Tras regresar a Inglaterra fue designado como cirujano asistente y, en poco tiempo, médico y cirujano del Hospital de Westminster, y de la división A de la policía. Debido a este último nombramiento su atención se dirigió pronto hacia cuestiones médico-legales en las que enseguida se convirtió en un reconocido experto; ha participado en las investigaciones de casi todos los casos de asesinatos importantes desde hace muchos años. También fue requerida con frecuencia su experiencia en casos reales o supuestos de lesiones sufridas por pasajeros de tren, y tanto la Great Eastern como la Great Western Railway Companies contaron con él permanentemente en calidad de cirujano consultor. Escribió el artículo sobre "Lesiones Ferroviarias" para el Diccionario de Cirugía de Heath, y colaboró ocasionalmente con diversas revistas médicas. La salud del Dr. Bond se había estado deteriorando desde tiempo atrás, y se dijo que en los últimos meses sufría de melancolía, una forma de trastorno mental con depresión en la cual los intentos de suicidio no son infrecuentes"

(1) Obituario del Dr. Thomas Bond, año 1901, volumen I, pag. 1721 en revista médica The Lancet.
(2) Stewart Evans y Keith Skinner, The ultimate Jack the Riper Sourcebook, editorial Constable y Robinson Ltd, 2001, IBSN 1-84119-452-2, Londres, Inglaterra, pags.  482-485.
(3) Begg, Paul, Jack the Ripper. The definitive history, editorial Pearson Education Limited, Londres, Inglaterra, 2005, p.304.
(4) Ibañez Peinado, José, Métodos, técnica e instrumentos de la investigación criminológica, editorial Dikinson, Madrid, España, 2015, p.529. 
(5) Obituario, D. Thomas Bond, The Times of London, 7 de junio de 1901.

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Con el correspondiente permiso, se reproduce aquí el artículo publicado en el sitio web "Misterios de nuestro mundo" por el ingeniero Juan Carlos Anselmi, en el cual se reseñan tributos realizados desde obras de ficción al eximio médico forense victoriano Thomas Bond.

lunes, 12 de marzo de 2018


El Doctor Thomas Bond en dos novelas victorianas

La época victoriana, período violento y confuso, y también de pobreza y marginación, esbozada en dos escritos de ficción

El médico forense Thomas Bond(1841-1901) fue un cirujanoinglés que incursionó con éxito en variadas áreas científicas, pero que, más allá de sus innegables méritos, esencialmente deviene recordado por su participación en el caso del llamado asesino serial  Jack el Destripador (operante desde el 31 de agosto hasta el 9 de noviembre de 1888).

Bond trabajó en ese asunto criminal a petición de las autoridades de Scotland Yard. A esta fuerza presentó, el 10 de noviembre de 1888, un informe pericial en donde diagramó un minucioso perfil psicológico de aquel homicida secuencial.

Su precursor reporte es considerado en la actualidad como un brillante antecedente de la labor de criminólogos expertos en perfilación de asesinos en serie, iniciada en la década setenta del siglo XX, y entre quienes vale destacar a Roy HazelwoolJohn Douglas y Robert Ressler (peritos del programa Violent Criminal Apprehension Program –VICAP de lucha contra el crimen violento y sexual, unidad del FBI).

Aunque menos difundido, el galeno también cumplió un valioso rol en otro caso delictivo de aquella época, cual fue el del llamado “Descuartizador del Támesis o “Asesino del Torso de Támesis”, un terrible victimario serial cuyo alias se debe al modus operandi del cual se valía, consistente en ultimar féminas cuyos despedazados cadáveres luego esparcía por las riberas de aquel río.

Dos novelas de reciente data rinden justo homenaje al citado insigne médico.


La inicial de ellas fue escrita por la novelista británica Sarah Pinborough, y llevó por título “El segundo asesino” en su edición en lengua española (Editorial Colmena, Barcelona, 2013).

En esta ficción, Thomas Bond asume decididamente el papel protagónico. Aunque el relato es coral, y otras voces narrando en primera persona también aportan su punto de vista al lector, es la voz del propio médico la que constituye el hilo conductor de la obra desde el comienzo hasta su desenlace.

En esta novela, el cirujano es presa de su (presunta) adicción al opio, y en sus insomnes recorridas por los bajos fondos, se tropieza con dos personajes que lo ponen rumbo a desenmascarar al rufián que mutila mujeres y que arroja sus trozos en el río.

Uno de ellos es Aaron Kosminski, un lunático que gozó de existencia histórica, y de quien algunos estudiosos del caso de Jack el Destripador creyeron (sin auténticas pruebas) que pudo haber sido el mismísimo Asesino de Whitechapel.

El otro asistente en los afanes detectivescos del doctor es ficticio, y está encarnado por un anónimo sacerdote cuya obsesión radica en perseguir a un espíritu perverso usurpador de cuerpos humanos, que mata para saciar su sed de sangre, al cual se identifica como El Upir.

Será esa entidad malvada la responsable de los homicidios del Descuartizador del Támesis; y el doctor Thomas Bond, junto a sus dos colaboradores ocasionales, se enfrentará a ella en un dramático e increíble final.

De cuanto venimos mencionando, queda patente que la obra de Sarah Pinborough se inscribe dentro del realismo fantástico, en una narración plena de fantasía donde abundan las escenas de suspenso y terror.

Esta faceta no quita, empero, que se trata de una lectura por demás entretenida y de ritmo absorbente. No cabe dudar que la escritora británica posee oficio y talento, a la par que demuestra haber estudiado a cabal conciencia el contexto histórico, político y social, de la Inglaterra victoriana en el cual se desarrolla la trama de “El segundo asesino”.

La otra novela que aborda los crímenes setiales de Jack the Ripper y del Descuartizador del Támesis, y en donde también interviene el doctor Thomas Bond, es la obra titulada El animal más peligroso” (Montevideo, Uruguay, 2016) del escritor e investigador uruguayo Gabriel Pombo.

El  prestigioso médico no resulta aquí el protagonista, sino que asume el rol de un personaje secundario, el cual, sin embargo, reviste importancia clave para la dilucidación de la obra.

A diferencia de la novelista inglesa, Gabriel Pombo acomete los misterios de esas dos series de asesinatos victorianos irresueltos desde un plano realista, donde la ficción parece casi una excusa para amenizar el caudal de información objetiva que el escritor proporciona al lector a lo largo de su libro.

Así pues, el célebre informe que Thomas Bond ofreció a Scotland Yard es motivo de análisis entre el galeno y su amigo (que en esta novela es el sagaz detective Arthur Legrand).

Y es también el doctor Bond quien, en un encuentro en la morgue en mayo de 1887 mientras examina el descompuesto cadáver de una víctima del Asesino del Torso de Támesis, le hará saber al investigador privado que ese homicidio resulta obra del mismo criminal que entre 1873 y 1874 asesinó mujeres y arrojó sus mutilados restos al río Támesis.

Sin la vital ayuda de Thomas Bond, el detective protagonista de “El animal más peligroso” y su equipo parapolicial estarían a oscuras y fracasarían en sus pesquisas. Sólo gracias al médico podrán advertir que los asesinatos de Whitechapel de 1888 y los homicidios del Descuartizador del Támesis están íntimamente conectados.

Otra diferencia con “El segundo asesino”, es que aquí el relato se realiza en tercera persona mediante la voz de un cronista omnisciente. Este narrador omnipresente consigue captarnos, valiéndose de una prosa ágil y sugerente que hace que el suspensese palpe en toda la historia, mientras se nos va haciendo notorio que algo cada vez peor va a ocurrir.

El animal más peligroso transita entre varios géneros literarios, adoptando características de todos ellos: el de la novela de misterio, el de las narraciones de terror, y el del relato de aventuras detectivescas.

Sin embargo, a pesar de que el núcleo de la trama parecería algo complicado y confuso, el escritor sale airoso de esta mezcla de géneros. Así da cima a una obra sólida en la que cada palabra está pensada para arribar a un desenlace que el lector difícilmente podría prever, y en donde todas las piezas finalmente encastran.

Como reflexión última, cabría resaltar que, más allá de sus peculiaridades propias y de sus claras disimilitudes, las novelas victorianas: “El segundo asesino” de Sarah Pinborough, con su predominio de fantasía,  y “El animal más peligroso” de Gabriel Pombo, con su prevalecía de la crónica histórica por sobre la parte de ficción, tienen ambas algo en común: Las dos dejan muy en alto a la figura de este gran cirujano británico.

Los dos homicidas en serie que motivaron las novelas aquí comentadas quedaron impunes, pero si alguien pudo haber puesto a la policía en buen camino para su identificación y captura, no cabe vacilar que ese alguien fue el ilustre médico forense Thomas Bond.

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Gracias por comunicarse con Gabriel Pombo.