lunes, 29 de julio de 2019

El animal más peligroso. Prólogo.



EL ANIMAL MÁS PELIGROSO. 
                                                                  PROLOGO A CARGO DE SUSANA GÓMEZ
                                                               (Literata, administradora del sitio web: Susurros de Bibliotecas).

                                                                     Susana Gómez
En julio de 2016 llegaba a las librerías la primera edición de "El animal más peligroso. Un thriller victoriano" de Gabriel Antonio Pombo. Tras una revisión concienzuda en el verano sudamericano de 2018/2019 su autor decidió complementar esa primera edición, incorporando este prólogo y un apéndice con sus respectivas notas. Para todos aquellos que no conozcan a este escritor les adelanto que no es sólo conocido por sus libros de investigación y ensayos, sino que su dominio sobre la época victoriana y, en especial, respecto de la figura de Jack el Destripador, le ha llevado a dar conferencias y a participar en congresos, siendo considerado hoy en día como uno de los «ripperólogos» (expertos en Jack el Destripador) más destacados del mundo. En este texto preliminar voy a enfatizar algunos aspectos que considero importantes que se conozcan de antemano, como son el marco histórico y la diferencia existente entre los distintos tipos de personajes que pasearán por esta historia, emborronando a su paso la delgada línea que separa realidad de ficción.

EL ANIMAL MÁS PELIGROSO. UN THRILLER VICTORIANO. 
El animal más peligroso, es un thriller victoriano con tintes de novela negra. Una obra de ficción que generará y mantendrá en nosotros, al transitar por su lectura, un alto grado de intriga que únicamente se resolverá, como tendrán la oportunidad de comprobar, al llegar al desenlace. Pero no podemos hablar del argumento o de los protagonistas sin profundizar primero en el contexto histórico, responsable directo de la ambientación.

EL MARCO HISTÓRICO 
Aunque el desarrollo de la obra se articulará, esencialmente, desde mayo de 1887 a septiembre de 1889, es necesario remontarnos hasta comienzos de ese siglo XIX para comprender los eventos que se verificarían después y que marcaron a la mayoría de las obras decimonónicas. Ese amplio ínterin, que abarca casi cien años, estuvo pautado por la Revolución Industrial y por la gran hegemonía del Imperio británico. El imperio se había centrado en la conquista y en la colonización, algo que le había llevado de forma indirecta a un período de intensa actividad comercial. Todo ello contribuyó al crecimiento económico en el Reino Unido. Pero, tal cual suele ocurrir, esa brillantez económica sólo se vio reflejada en los bolsillos de la clase más pudiente. Sin embargo hay unos detalles que no podemos obviar, pues a todo período de esplendor le sigue uno no tan luminoso: la ya citada Revolución Industrial y la «plaga de la patata», que asoló los cultivos en toda Europa en la década de 1840 y que en Irlanda se tradujo en una gran hambruna, obligaron a un éxodo masivo, en su mayor parte desde áreas rurales hacia las ciudades británicas, en busca de una vida mejor. Así fuimos llegando casi al momento terminal de la época victoriana, que se denomina «victorianismo tardío», entre 1873 y 1901 (lapso que coincide aproximadamente con el tiempo en que transcurre esta obra), donde las dificultades en el Reino Unido se agravaron. Muchas empresas fueron a la quiebra, arrastrando consigo a pequeños negocios y repercutiendo, como siempre, en los más desfavorecidos. Algunas áreas de la capital, que ya eran regiones marginales atestadas de gente, atrajeron a las peores actividades y con ellas a más pobreza, hacinamiento, insalubridad y delincuencia. A esto, que no es poco, hay que añadir que durante esos años, en los cuales se sitúa la novela, el malhadado barrio de Whitechapel ubicado en el East End de Londres sufrió un incremento considerable en sus habitantes, debido a otra ola migratoria proveniente de Europa. Los asesinatos, los ajustes de cuentas y los robos, que se habían convertido en algo habitual, se multiplicaron sin que nadie en las altas esferas se molestase en ponerles remedio. Justo en ese período crucial, aparecen las figuras del Descuartizador del Támesis y de Jack el Destripador, cuyos ataques causarán un terror generalizado en Inglaterra. Durante un corto espacio de tiempo convivirán ambos victimarios secuenciales, como podremos ver, pero Jack logrará eclipsar al Asesino del Torso por el mayor impacto mediático de sus crímenes.
Ese será el contexto histórico, la ambientación de fondo sobre la cual se entreteje el argumento. Hay quien se atrevió a asegurar que ambos asesinos en serie eran la misma persona; aunque seremos testigos de como nuestro protagonista principal, el detective Arthur Legrand, se encarga de echar por tierra esa hipótesis, de forma fehaciente, desde los primeros capítulos. Lo que no debemos olvidar en ningún momento es que, hoy en día, los expertos siguen discrepando respecto de la identidad de esos dos homicidas victorianos. Eso ha dado lugar no sólo a infinidad de teorías, sino también a multitud de obras de ficción, un género perfecto para elucubrar. En este texto, Pombo aplica la técnica de mezclar realidad con ficción haciendo uso de ese recurso tan potente, la famosa: «licencia del escritor», que permite rellenar vacíos argumentales y jugar con los hechos y/o con el desenlace a su antojo, sin necesidad de dar explicaciones por ello. Aun así habría que aclarar que esta historia se construye alrededor de un alto componente de datos verificados. Me atrevo a decir que más o menos un 65%, ya que los acontecimientos que se cuentan sobre Jack el Destripador y el Descuartizador del Támesis, así como acerca de las víctimas, son genuinos. Por lo tanto, todos los personajes, reales y ficticios, pasearán juntos por la trama y ahí reside lo interesante: hacer que los lectores no distingamos entre unos y otros. Para terminar con este apartado que he dedicado al marco histórico, no debo olvidar hacer mención a una sociedad fundada precisamente por aquellos días, el 10 de septiembre de 1888, con el fin de hacer frente a la inseguridad creciente en Whitechapel y los distritos circundantes, la cual también tendrá su protagonismo en este relato.

EL COMITÉ DE VIGILANCIA DE WHITECHAPEL 
Este comité, que estaba bajo la presidencia de George Akin Lusk y cuyos costes eran sufragados por los comerciantes de la zona, era un grupo no gubernamental formado por ciudadanos comunes que colaboraron con las fuerzas del orden en la búsqueda de Jack el Destripador. La asociación, para mayor efectividad, contrató a detectives, entre los que se encontraban Charles Legrand y John Batchelor, dos personajes reales que harán acto de aparición en algún momento de nuestra historia y que dan juego al escritor para demostrarnos que hasta el más mínimo detalle queda bajo su control.
                            George Akin Lusk, presidente del Comité de Vigilancia de Whitechapel.

«EL AUTOR SOLO ESCRIBE LA MITAD DEL LIBRO. DE LA OTRA MITAD DEBE OCUPARSE EL LECTOR» 
Esta cita no es mía; es de un gran novelista de lengua inglesa de la época, Joseph Conrad, pero me da pie para introducirles en otro apartado que creo valioso. Cuando un novelista publica su obra, la historia o el camino de esta no se detiene ahí. Los lectores, con nuestra imaginación, somos los encargados y los únicos responsables de poner el punto y final. Es frecuente que, tras finalizar una lectura, la encadenemos con otra de similar contenido, porque muchos libros nos conducirán hasta otros y esa es la forma en que la literatura y la cultura se mantienen vivas, alimentándose, regenerándose y evolucionando. Que un libro te lleve a otro es importante, significa que hemos encontrado algo atractivo entre sus páginas, que ha despertado interés y ganas de conocer o ahondar en un tema. Ese va a ser el elemento constante en esta novela. Pombo no solo sabe desarrollar el argumento de forma amena y didáctica, sino que consigue azuzar nuestra curiosidad lectora por varios personajes que aparecerán a lo largo de la narración. Su forma de ambientar y de realzar los escenarios, recubiertos de un halo siniestro y misterioso, nos guía no sólo a iniciar un viaje al pasado, a esa década oscura londinense sino que, quizás también, nos incitará a buscar más información sobre los personajes y eventos que en el libro se citan.

PERSONAJES REALES FRENTE A PERSONAJES FICTICIOS
La primera vez que leí este texto hubo algo que llamó poderosamente mi atención. El escritor creaba unos personajes ficticios, protagonistas absolutos y encargados de orientarnos por los entresijos de su novela. En cambio, determinados hechos históricos y sus artífices cobraban tanta intensidad que lograban casi eclipsarlos. Pensarán que eso es algo normal, que los individuos reales tienen más peso que los que no lo son, pero eso no es del todo así. Es cierto que no existe nada que pueda equipararse a la realidad. Por eso muchos autores de ficción a la hora de elaborar sus argumentos, para que estos resulten creíbles, deciden nutrirlos con altas dosis de realidad, algo que ya sabemos que va a ocurrir aquí. Pero con los personajes no sucede igual. Un personaje inventado puede dar, en algunos casos, mucho más jugo que uno real. Podemos dotarle del grado de profundidad psicológica que queramos y nadie nos discutirá su personalidad, salvo que resulte totalmente plano y no aporte nada al argumento, porque es un personaje inventado, imaginado así y plasmado después en el papel insuflándole la vida. Nadie va a indagar, ni a corroborar, si lo que su creador cuenta sobre él es cierto pero, en cambio, con un individuo de existencia real sí lo haremos, porque el novelista con él debe ceñirse a los hechos veraces. Retomando la idea inicial, cuando creamos a un personaje lo que queremos es tener todos los detalles atados y que no haya vacíos argumentales en sus vidas. Así llegamos al quid de la cuestión: ¿por qué deslucían los personajes reales, mencionados únicamente para crear ambiente, ante los que no lo eran? La clave está en el enigma, en esa leyenda negra que existe en torno a delincuentes como Jack el Destripador y ese otro asesino apodado El Descuartizador del Támesis. Ese abismo que se abre alrededor a esas figuras y que va creciendo con el tiempo, transformándolas en iconos de la criminología, se ha tornado en una especie de morbo in crescendo por saber cómo y por qué surgieron y, lo más importante, por qué, tras un breve lapso, desaparecieron sin dejar rastro. Esa incógnita es lo que hace que se despierte el interés en nosotros y que su presencia se convierta en omnipresente en toda la obra, restando relevancia a los verdaderos protagonistas. El escritor, como ya tendrán oportunidad de comprobar, va a introducir en la trama a varios tipos de personajes. Los reales y omnipresentes nos van a perseguir a lo largo del argumento, acechando detrás de cada escena y cubriéndolas con una pátina de intriga. En este apartado habría que hacer una matización…
Debido a los grandes conocimientos del autor y al extenso y arduo trabajo de documentación que ha hecho sobre uno de los asesinos más macabros de la historia: Jack el Destripador, parecería que este intenta asaltar las páginas de la novela cuchillo en ristre asumiendo un protagonismo que no le pertenece, ya que es respecto del Descuartizador del Támesis sobre quien se construye la historia de «El animal más peligroso».
El Descuartizador o Asesino del Torso de Támesis coincidió, como ya he referido, durante un tiempo muy reducido con Jack el Destripador y, quizás, ese fue el motivo por el cual sus crímenes tuvieron menos notoriedad, pasando casi desapercibidos. El modus operandi de este otro asesino en serie consistía en desmembrar a las víctimas, todas ellas mujeres, prestando especial hincapié en las cabezas, que deformaba para evitar que se las reconociese, arrojando después sus restos en diversos puntos del río Támesis. Los reales pero secundarios. Estos personajes, que irán entrando y saliendo de escena, cumplen una función meramente ambiental, aunque la trascendencia de su papel histórico siempre influenciará a cualquier obra donde aparezcan mencionados. Serán, entre otros, Frederick George Abberline, inspector jefe de la Policía Metropolitana de Inglaterra; Henry Moore, inspector jefe de Scotland Yard; y Thomas Bond, cirujano forense de la policía, encargado de las autopsias y uno de los precursores en elaborar un perfil criminológico. Habrá otros individuos, que gozaron de existencia real y que se sumarán a los ya mencionados, pero serán personajes incidentales, dada su escasa presencia o importancia en el desarrollo de los acontecimientos.

Los verdaderos protagonistas. Esta función recae sobre personajes ficticios. Un tándem perfecto, quizás demasiado interesante para ser analizado a la ligera, lo conforman Arthur Legrand y Bárbara Doyle. Ellos son los encargados de guiarnos por el argumento, haciendo, de paso, un precioso guiño con sus nombres a uno de los novelistas británicos más célebres y creador del detective de ficción más famoso: Sherlock Holmes. El detective Arthur Legrand se ajusta al estereotipo del dandi decimonónico que tenemos en mente. Hombre culto y educado, orgulloso, a la par que apasionado y entusiasta. Alguien que sabe en todo momento lo que quiere. Bárbara Doyle, al contrario que el personaje masculino, es la encargada de romper con los tópicos, ya que dista bastante de los estereotipos de aquella era. Al igual que ya lo hizo Nathaniel Hawthorne con su heroína, Hester Prynne, en «La letra escarlata», o Emily Brontë con su Catherine en «Cumbres borrascosas», por citar sólo a un par de ejemplos, Gabriel Pombo va a crear a un personaje femenino de gran fortaleza, alejándolo así del papel delicado, sumiso y pasivo que imponía la sociedad de la época a las mujeres y, al mismo tiempo, dotándolo de independencia. Bárbara representa a ese grupo minoritario de mujeres que luchaban por hacerse un hueco en un mundo de hombres y que fueron capaces de poner del revés los pensamientos y principios de la rígida sociedad victoriana. Pero hay otro personaje omnisciente y omnipresente que nos acompañará a lo largo del relato:

EL NARRADOR. 
Conoce hasta el último detalle de lo que ocurre y de lo que falta por suceder. Decide qué datos son trascendentes para el lector y en qué momento debe contarlo. Pero lo más importante es que permanece neutral al margen de ideas y acontecimientos, siendo también el responsable de hacernos retroceder en algún momento al pasado.

CONSIDERACIONES FINALES.
 Para terminar con esta introducción les planteo mis dudas, que quizás al dejarlas por escrito también se conviertan en las suyas. Tras más de un siglo sin resolver estos tenebrosos crímenes, creo que ya nadie logrará echar luz sobre los casos y develarlos, con lo que el mito seguirá vivo y alimentando la leyenda negra. ¿Quién se escondía tras esos asesinos? ¿Fueron uno o dos criminales, o alguien más se unió a ellos, aprovechándose de la situación e imitándoles, haciendo suyo el lema de «a mar revuelto, ganancia de pescadores»? ¿Realmente fueron homicidios premeditados o víctimas al azar, con el propósito de llamar la atención sobre esa zona marginal? ¿Las mutilaciones a las que se vieron sometidas las víctimas, se infligieron por sadismo o fetichismo? Como pueden advertir, las preguntas se amontonan y eso que he obviado mencionar que se barajó la posibilidad de que tras la anónima figura de Jack el Destripador se escondiesen varias personas de renombre.
Quizás la clave de estos asesinatos macabros que asolaron esa etapa victoriana esté a la vista de todos, pero nadie ha sido capaz de identificarla con claridad. Busquen entre las páginas de esta novela y, al llegar al final, se verán cautivados con ese desenlace alternativo que su autor nos ofrece. Por mi parte, sólo me queda despedirme deseando que este prólogo no haya sido demasiado pesado, sino de su agrado y, sobre todo, desearles de corazón que disfruten de este thriller victoriano.

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Gracias por comunicarse con Gabriel Pombo.