lunes, 30 de diciembre de 2019

Jack el Destripador: ¿asesino en serie organizado o desorganizado?

PERFIL PSICOLÓGICO DE JACK EL DESTRIPADOR

     Robert Ressler: insigne perfilador del FBI, autor de la clasificación de asesinos en serie organizados y desorganizados.
          Alan Moore: genial escritor de cómics y experto en el caso de Jack the Ripper
             
 
Jack el Destripador: el eterno desconocido.

En la operativa vesánica del Destripador confluyen características de los asesinos secuenciales organizados, junto con aspectos que únicamente devendrían peculiares a los ejecutores en cadena desorganizados. Este eficaz verdugo planeaba concienzudamente y con cuidadoso rigor sus ataques,conocía el terreno a la perfección, y sabía dónde se localizaba cada una de las posibles vías de escape. También era evidente que portaba uno o más cuchillos a la hora de acometer las agresiones. Todos estos patrones de conducta sólo resultan inherentes a un depredador en serie organizado. No obstante, la paradoja consiste en que también efectuaba ciertas conductas de jaez casi ritual,que claramente se asignan al comportamiento conocido en los matadores en cadena desorganizados. El más notorio de estos actos residía en las extensas y salvajes mutilaciones que practicaba post mórtem. Otra faceta singular visible en el accionar de los criminales seriales desorganizados estriba en que no suelen mantener relaciones sexuales con sus víctimas, aunque acostumbran ejecutar actos violentos que no revisten como fin la obtención de la satisfacción carnal del agresor. A la inversa, en los crímenes perpetrados por Jack del Destripador no se aprecia el ingrediente de brutalidad y salvajismo previo a la muerte. No se solazaba con causar agonía a las agredidas ni las sometía a un intenso terror. Se cree que las desgraciadas rameras fallecían en forma rápida, merced a un limpio y certero tajo asestado de izquierda a derecha en sus gargantas, con un afilado cuchillo que les cercenaba la vena yugular. Tal vez previamente las mujeres fueron desmayadas con una enérgica maniobra de estrangulamiento que tenía por objeto hacerles perder la conciencia para facilitar el corte decisivo pero, al mismo tiempo, ese diestro accionar conllevaba el efecto de ahorrarles sufrimiento y pánico. De tal suerte, un especialista en la materia de la talla de Alan Moore, guionista de la novela gráfica "From Hell", dedicada a esos homicidios en serie victorianos, ha especulado: 
«…Yo no tengo la sensación de crueldad intencionada y gozosa en ninguno de los asesinatos de Jack el Destripador. Distanciamiento total y desconexión con respecto a la realidad humana de sus víctimas, sí. Crueldad no. Todas ellas parecen haber sido asesinadas de manera rápida y eficaz, algunas aparentemente mediante estrangulación, antes de las mutilaciones. No da la impresión de que las hubieran aterrorizado o torturado…»
 En definitiva,el criterio más aceptado se inclina por creer que Jack the Ripper no era un sádico. Vale decir, no se regodeaba infligiendo dolor o provocando miedo a sus presas humanas mientras ellas permanecían con vida, sino que su primordial interés radicaba en el cadáver; en la extracción de órganos para conservarlos cuál si fuesen trofeos,o para ingerirlos en el marco de un impío ceremonial místico o caníbal. Esta sañuda obsesión con los cadáveres lo revelaría como un homicida serial desorganizado. Pero otras aristas de su nefasta operativa delatan que se regía por un elevado grado de organización cuando abordaba su matanza. También en este aspecto Jack el Destripador representa un criminal especialísimo, de una rareza tan inusual que desafía el encuadre de los criminólogos. En virtud de esa compleja mezcla de rasgos –que imposibilitan englobarlo dentro de los esquemas modernos en materia de criminalidad serial–es que se torna tan arduo emitir un pronóstico acerca de cuál podría haber sido la individualidad de tan desconcertante sujeto. Y es que si este delincuente pudiera ser encasillado dentro de una de ambas clasificaciones; o sea, si se lo pudiera catalogar como un asesino secuencial «organizado puro», o bien como un «desorganizado puro», cabría aventurar un perfilamiento psicológico de su personalidad. Lo último, porque la clasificación a la cual hicimos referencia le atribuye, por ejemplo, al matador serial organizado un apreciable coeficiente intelectual, a la par que lo estima competente y con un trabajo fijo y especializado. Respecto de sus caracteres personales, se pondera que el ultimador en serie organizado probablemente deviene hijo único, o el hijo mayor de padres que gozaron de sólida estabilidad laboral. Asimismo,se piensa que esta clase de individuo no fue sometido cuando niño a disciplina rigurosa, y que se trata de un heterosexual con conductas parafílicas. En el caso del finiquitador en secuencia desorganizado se postula la
observancia de patrones casi siempre antagónicos a los antes descritos. Se vaticina que un segador de vidas de esta calaña detenta una inteligencia media o baja, y que resulta socialmente inmaduro, de magra calificación laboral e inestable en sus empleos. En el plano individual, se lo presume como hijo menor o intermedio de padres con inseguridad laboral, y  se sugiere que en su infancia estuvo subyugado bajo un férreo contralor paterno. 
Aunque Jack el Destripador refleja en forma promiscua peculiaridades ínsitas en ambas categorías de homicidas seriales, enjundiosos expertos en el fenómeno de la criminalidad seriada dictaminaron que pertenecía rígidamente a sólo una de ambas clasificaciones. 
 Nada menos que el perfilador del FBI Robert K. Ressler sustentó que el aniquilador victoriano por fuerza conformó un ultimador en serie de perfil desorganizado. Justificando su parecer este profesional argumentó: 
 «…Jack el Destripador era un “asesino desorganizado”, un hombre perturbado, y cada vez más perturbado con cada nueva víctima. La intensificación de la violencia, las amputaciones y el desorden general que reinaba en el lugar de los hechos eran buena prueba de ello. Si se trataba de un perturbado cuyo estado mental empeoraba progresivamente, es probable que tocara fondo completamente y que se volviera demasiado loco para seguir cometiendo crímenes, por lo que habría terminado suicidándose o encerrado en un manicomio. 
En cualquiera de los dos casos, habría desaparecido de la sociedad. El suicidio o la reclusión de por vida explicarían por que jamás fue capturado...»
 Y ya fuese se considere a este ejecutor como un asesino serial organizado, desorganizado, o con rasgos inherentes a ambas tipologías, hay consenso sobre su acabado conocimiento del terreno o coto de caza en el que operó. Sus frustrados perseguidores pudieron establecer que la posesión de un cabal conocimiento del territorio constituyó el factor más determinante a fin de que el criminal los haya podido burlar,manteniéndose impune. El desventrador de los suburbios londinenses representó un clásico asesino en serie porque utilizó un patrón delictivo estable a la hora de consumar sus irrupciones, y operó en un coto de cacería muy concreto y en extremo restringido. El ámbito de acción elegido para verificar sus crueldades se centró en el distrito de Whitechapel, ubicado en el sector este de la capital británica y, a lo máximo, comprendió a otros arrabales aledaños como Spitalfields, Hoxton, Wapping, y Aldgate. 
Vale significar,el victimario perpetró sus ataques dentro de un estrecho perímetro equivalente a poco más de una milla cuadrada.Tanto si este ejecutor residía o no en los barrios marginales de Londres donde acaecieron las tropelías, se hizo patente que dominaba perfectamente la conformación de las calles y la localización de los albergues, pensiones y tabernas allí existentes. En especial, conocía la manera de escapar una vez concluido cada avance letal. Estaba al tanto de todos los callejones y de las calles que terminaban sin salida, y sabía cómo huir desde un patio hacia otro. 
En la fatídica madrugada del 30 de setiembre de 1888 este implacable y fantasmagórico verdugo eliminó a dos infortunadas mujeres en la que dio en llamarse la «Noche del doble acontecimiento», pese a que la policía custodiaba fuertemente la región y cualquier equivocación, fallo u olvido, hubiera posibilitado aprehender al ofensor. Se volvió palmario, a partir de entonces, que el responsable conocía las rondas que efectuaban los agentes, y que había cronometrado la rutina de cada uno de ellos. También sabía dónde se emplazaba la fuente pública  donde se lavó tras matar a Catherine Eddowes, su segunda víctima en esa oportunidad. Acreditó dominar la configuración de aquellos sórdidos barrios de memoria. 
Tal cual, en torno al conocimiento del terreno de caza y el su modus operandi de este ejecutor, manifestó Tom Cullen en su clásica obra sobre el caso: "Otoño de Terror": 
«…Tanto si Jack el Destripador vivía o no en el East End…Había estudiado el terreno como un general estudia su campo de operaciones. Su vida dependía de su conocimiento de la zona. Por ejemplo, la noche del doble acontecimiento, cuando la policía estuvo tras sus huellas, un olvido, un paso en falso, le habrían colocado en manos de la ley. Conocía las rondas de la Policía. Evidentemente, había cronometrado sus vueltas, se había entrenado en reconocer sus pisadas, anotando su falta de percepción. Si Jack el Destripador no era del East End, y todos los indicios abonan esta opinión, conocía la zona de memoria. Flotaba sobre aquella zona infestada por la maldad como un genio de la perversión…»
 El absoluto gobierno que demostró poseer este depredador acerca del coto de caza o territorio de acción dentro del cual practicaba sus avances (el East End de Londres) refuerza la creencia de que vivía allí en forma permanente, y que disponía de un refugio donde esconderse de inmediato una vez culminada cada agresión. Whitechapel y sus adyacencias no resultaban ciertamente propicios para que pasara desapercibido un personaje de elevada alcurnia,el cual–metafóricamente–resaltaría como una mosca blanca en medio del populoso fárrago de marginados que atestaban aquel distrito. 
Al respecto, el gran Jack London retrató crudamente al este de Londres y a sus habitantes –a quienes frecuentó catorce años después de acaecidos los homicidios–sirviéndose de estas expresiones: 
«…No se puede hallar en el planeta un espectáculo más denigrante que el atroz East End´, con sus distritos de Whitechapel, Hoxton, Spitalfields, Bethnal Green y Wapping hasta los muelles de la India Oriental. El color con el que se presenta la vida aquí es gris y monótono. Todo ha quedado reducido a desamparo, desesperanza, abandono y suciedad. Una bañera es un objeto desconocido, algo tan ilusorio como la ambrosía de los dioses. La gente es sucia y cualquier tentación de aseo se convierte en una farsa,cuando no en tragedia o drama. El viento transporta fétidos olores, y la lluvia, cuando arrecia, se parece más a la grasa que al agua del cielo.
Incluso los adoquines parecen haber recibido un baño de cebo. El resultado es una vasta y repugnante suciedad que bien podía haber escupido el Vesubio o el Mount Pelée… La población está embotada y son pocos los dados a utilizar su imaginación, como los miles de grises y negruzcos ladrillos que alberga el paisaje. Abandonados también por su fe religiosa, sus únicas creencias se sustentan en un estúpido materialismo, fatal para el espíritu y los buenos instintos…»
 Ciertamente que aquel antiguo degollador tuvo mucha suerte al haber actuado en un tiempo cuando la criminología era una ciencia que recién daba sus primeros pasos, y cuando la policía no contaba para su labor con peritos en la elaboración de perfiles criminales. 



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