Blog del autor Gabriel Pombo dedicado a Jack el Destripador, la era victoriana y a otros asesinos en serie
miércoles, 20 de enero de 2021
El médico vengador que fue Jack el Destripador
Durante largo tiempo la conjetura de que el asesino serial de prostitutas a quien se asignó el mote de Jack el Destriapdor había sido un cirujano mentalmente desequilibrado resultó una de las ideas más aceptadas, aunque nunca existieron pruebas genuinas para fundamentar el cargo. Varios hechos y datos atizaron la leyenda del médico loco y vengador. Entre los mismos es válido mencionar lo próximo que estaba el hospital de Londres a los lugares dónde acaecieron los homicidios, dado que se emplazaba -y se emplaza hoy día- en pleno corazón del distrito de Whitechapel, en el cual tuvieron efecto las matanzas. A este dato objetivo cabría adicionar al persistente rumor de que el criminal hacía uso de un bisturí cuando acometía sus eviceraciones, y también, a la presunta habilidad quirúrgica apreciable en las mutilaciones que exhibían los cadáveres de las víctimas. Por lo general, los cirujanos forenses intervinientes en las autopsias resaltaron que el homicida hizo gala de estimables conocimientos de anatomía y quirúrgicos cuando emprendió su macabra tarea. Al trascender estas opiniones al plano público contribuyeron a dar pábulo a la creencia popular de que el feroz delincuente pertenecía a la profesión médica. De tal modo, el Dr. Ralf Rees Llewellyn, primer facultativo actuante, haría notar en su reporte que las incisiones practicadas sobre el cadáver de Mary Ann "Polly" Nichols se habían llevado a cabo con habilidad y pericia técnica. La aludida postura se vio refrendada por el sentir que, a su turno, manifestara el Dr. Frederick Gordon Brown, médico forense de la City de Londres, el cual en su informe para la autopsia de Catherine Eddowes se inclinó por que el criminal había acreditado poseer gran sapiencia al detectar la posición interna de los órganos, en especial para extirpar el riñón, órgano que por estar recubierto de una membrana es difícil de localizar aun para un cirujano experto. A éstos galenos se les sumó el forense Dr. George Bagster Phillips, a quien le correspondiera examinar a cuatro de los cinco cadáveres de las víctimas del Destripador. Este facultativo admitió que el victimario debía forzosamente de contar con un alto grado de información con respecto a la anatomía humana. Una voz discorde estuvo dada por la opinión del Dr. Thomas Bond quien en su reporte para la autopsia de Mary Jane Kelly se pronunció por que el perpetrador no tenía noción alguna de anatomía, puesto que sus habilidades ni siquiera empardaban a las que podían esperarse en un matarife de reses. Lo cierto es que, tras los pareceres suministrados en los reportes clínicos de las autopsias, no podría descartarse con facilidad la creencia de que el criminal disponía de considerables conocimientos anatómicos y de gran destreza para la disección. Estas opiniones fertilizaron el terreno para la tesis de que un médico demente había sido el responsable del caos homicida desatado en el otoño de 1888.
El primer libro que presentó la teoría data de 1929 y se debió al
ingenio creativo exhibido por un periodista australiano de nombre
Leonard Matters. Aquí se describía a un ficticio médico al cual en la trama se
designaba como “Doctor Stanley” –lo cual de hecho no era sino otra manera de decir “Doctor x”– quien perdiera la razón tras comprobar que su único hijo murió por culpa de una infección de sífilis contraída tras un apasionado encuentro sexual con la tan familiar víctima canónica Mary Jane Kelly. El dolor convertiría al respetable galeno en un vengativo y desequilibrado psicópata que luego de arrasar con la causante del drama de su hijo y, de paso, con otras mujeres de igual clase, huiría rumbo a la República Argentina donde instalaría prósperos negocios para finalmente –entrada la década de mil novecientos veinte– concluir sus días internado en un hospital de la ciudad de Buenos Aires víctima de un cruel cáncer, no sin antes convocar a su lecho de
muerte la presencia de un ex discípulo para así descargar su conciencia confesándole haber sido el terrible Jack the Ripper.
Ciertas anécdotas que vieron la luz tiempo después de presentada la teoría del Dr. Stanley parecerían dotar de alguna veracidad a la historia. Así por ejemplo, se menciona el caso de la carta dirigida a la prensa por una persona que firmara como A. L. Lee de Torquay quien alegara que su padre habría trabajado en la morgue de la ciudad de Londres emplazada en Golden Lane por la época de los crímenes canónicos del Destripador. Este hombre adujo que la labor de su progenitor consistía en recoger los cuerpos sin vida de quienes fallecían en la zona de la llamada “City londinense” y trasladarlos a la aludida morgue. En las ocasiones cuando era menester efectuar una investigación para determinar si el deceso se había verificado por causas naturales o podría haber mediado un homicidio la tarea del padre del informante básicamente consistía en preparar los cadáveres para que el médico forense oficial Dr. Spilbury realizara las autopsias. También intervenía en éstas el inmediato superior del padre del comunicante quien era el Dr. Cecil Saunders profesional que, además de sus funciones como cirujano forense, fungía en calidad de “coroner” de la ciudad de Londres; o sea, como el jerarca encargado de la instrucción sumarial apta para establecer si se estaba o no en presencia de un asesinato. Lo interesante de la narración reside en que en esta carta escrita por Mr. Lee por primera vez aparece un tercero ajeno a la historia creada por Leonard Matters señalando que a esa morgue solía concurrir otro facultativo amigo del citado médico forense quien compartía con éste amenas conversaciones. Asimismo, ese hombre se llevaba bien con el padre del informante al cual cada vez que lo veía le obsequiaba un habano. El apellido de aquel galeno era nada menos que Stanley. Un día en especial el médico jefe del padre del remitente y aquel último verían ingresar en la morgue sumamente alterado al Dr. Stanley, al extremo de que le oyeron exclamar furioso: ¡Las putas se han apoderado de mi hijo, me vengaré!
El exabrupto proferido por el presunto Dr. Stanley obedecía a que su hijo había sido infectado por una enfermedad venérea incurable contraída como consecuencia de mantener trato sexual con prostitutas. Al poco tiempo de ser escuchada la amenaza fue que principiaron a sucederse los espantosos asesinatos con mutilación en el distrito de Whitechapel. El padre de Mr. Lee no tuvo la menor duda de que el causante de las muertes sólo podía serlo el vengativo cirujano cumpliendo supromesa aniquiladora. Aquel facultativo proseguiría visitando el depósito de cadáveres para charlar con su amigo el médico forense y coroner Cecil Saunders durante todo el tiempo en que se verificaron los crímenes. Lo llamativo es que no bien se llevó a cabo el homicidio del 9 de noviembre de 1888 contra la persona de Mary Jane Kelly el extraño galeno desaparecería abruptamente de escena. Al preguntarle el padre de Mr. Lee al Dr. Cecil Saunders sobre el paradero actual de su excéntrico colega se le aseguraría que aquél se encontraba fuera del país y posiblemente nunca más retornaría. Ante la insistencia manifestada por Mr. Lee su superior terminó por admitir con pesar encontrarse casi seguro de que su enajenado amigo en realidad era el asesino en serie al cual la prensa designaba como Jack el Destripador. Pero excepto por ese dudoso apoyo anecdótico nada avala la veracidad de la existencia de aquel hipotético cirujano desequilibrado y, mucho menos aún, su condición de ultimador de las pobres
meretrices victimizadas en el East End londinense entre los meses de
agosto y noviembre de 1888.
Y, por el contrario, pueden esgrimirse críticas muy fundadas en
contra de la teoría que propone la culpabilidad del pretendido Dr.
Stanley en el papel de demente médico vengador.
En su mayor parte los estudiosos que ulteriormente examinaron
la cuestión fustigaron duramente a la hipótesis planteada por Mr
Leonard Matters. En tal sentido, se enfatizaría que el resultado de la autopsia realizada sobre el destrozado cadáver de Mary Jane Kelly devino
categórico y concluyente al dictaminar que no sufría de enfermedades venéreas, lo cual sin duda se hubiera consignado en caso contrario. Cuando escribió su informe tras la autopsia practicada a aquella occisa el Dr. George Bagster Phillips relacionó que la difunta se
hallaba cursando la primera fase de gestación y que se encontraba
totalmente sana salvo por las trazas de alcoholismo detectadas en su
organismo. Las limitaciones de la ciencia forense de aquella época no eran
tan grandes como para no advertir ese tan notorio extremo, y no cabe
poner en duda lo informado en la autopsia de referencia.
Por lo tanto, ya desde el inicio la conjetura de que Mary Jane Kelly
trasmitió una enfermedad venérea al hipotético hijo del también
hipotético Dr. Stanley carece de base real para ser postulada con
fundamento serio. Y se ha dicho, igualmente, que aún a finales del siglo XIX la sífilis no provocaba dentro de plazos tan breves los estragos que se
pretendiera produjo sobre el organismo del hijo de aquel supuesto
médico. De aquí que la sugerencia de que el cirujano enfermó de odio al
contemplar a su hijo convertido en un despojo humano ya en 1888
–cuando de acuerdo con la versión aportada por Leonard Matters
contrajo la enfermedad a mediados del año 1886– tampoco concuerda.
Tal vez la crítica más atractiva a la poco meditada tesis del
médico orate fuera la ironía ofrecida por el criminalista
norteamericano Edmund Pearson quien al referirse a esta conjetura
indicó que el valor que cabía asignarle a la presunta declaración
formulada por el Dr. Stanley en su lecho de muerte confesando haber
sido Jack el Destripador: “…tiene tan poca relación con los hechos
de la criminología como la que tienen las hazañas de Pedro el conejo
y Jerry el ratón almizclero con la zoología…”
El cuentito publicado en el año 1929 gracias a la inspiración del
pluricitado Leonard Matters, a despecho de su absoluta carencia de
pruebas y de la patente intención de su mismo creador de proponerlo
sólo como una ficción –por extraño que pudiera resultar–, atrajo con
insistencia la atención y fue repetido, con elaboradas variantes, en
diversos artículos que vieran la luz pública ulteriormente.
Incluso en tiempos tan recientes como el año 2006 en el remozado teatro “Liceo” de Buenos Aires se representaría exitosamente una interesante versión titulada “Jack el Destripador. Un thriller musical” con libro y letras de Mariano Tacagni, música orquestada por Angel Mahler, y con muy buenas actuaciones de un abigarrado elenco dentro del cual se lucían las excelentes voces de Juan Rodó y Giselle Dufour. El guión de este “music hall” se inspiró vagamente en la vieja fábula de Mr. Matters acerca del cirujano loco Dr. Stanley, lo que supone la supervivencia hasta tiempos recientes de esta antigua teoría, según la cual el anónimo homicida serial de Whitechapel fue un médico desquiciado y vengativo.
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