martes, 19 de enero de 2021

Los Bonnie and Clyde que fueron Jack el Destripador

PAREJAS DE ASESINOS QUE FUERON JACK THE RIPPER EN LA FICCIÓN
La idea de que una pareja de asesinos, actuando al estilo de unos Bonnie and Clyde de la era victoriana, hubiesen cometido los homicidios del East End de Londres de 1888 atribuidos a Jack el Destripador fue esgrimida en atractivos libros de ficción. Entre estas obras corresponde dejar constancia de la novela “The nigth of the Ripper” redactada por el celebrado creador de la terrorífica “Psicosis”, Robert Bloch. En esa narración el novelista propondrá como pareja criminal a la compuesta por un médico ruso llamado Alexander Pedachenko, encargado de practicar los ataques de los cuales lograba salir impune gracias al auxilio de su novia, una bella enfermera que sufría de desórdenes psiquiátricos. La estructura de la novela está construida con solidez y la trama permite una lectura ágil y cautivante. Aquí el nuestro conocido Inspector Frederick Abberline y un novato médico norteamericano residente del Hospital de Londres lucharán codo con codo en pos de resolver el enigma. En una dramática escena final el joven doctor descubrirá horrorizado que la mujer a la cual ama sin ser correspondido es una psicópata cómplice de un desalmado y lunático cirujano responsable de las matanzas. Cabe apuntar que Alexander Pedachenko no es sino el apodo de un imaginario sospechoso a la identidad de Jack el Destripador. Estaríamos, pues, frente a otra de las transformaciones proteicas asignadas al legendario Jack the Ripper. Nunca existió el médico asesino Alexander Pedachenko. Se trató únicamente de una creación literaria. Pero su inexistencia en el mundo real no le impidió a su figura estar presente tanto en tramas cuyos autores admitieron de manera expresa que se trataba de ficciones como en relatos de obras pretendidamente serias.De tal guisa se había aseverado que el pretendido sujeto era un cirujano sádico quien resultó introducido en Gran Bretaña por la Ochrana –policía secreta rusa de la época de los zares– y fue alentado a provocar los asesinatos para desacreditar a las autoridades inglesas dejando en evidencia lo incompetentes que eran a la hora de atrapar a un asesino muy inteligente. Respecto a los móviles que animarían al enteléquico Dr. Alexander Pedachenko a llevar a cabo sus barrabasadas, su motivación simplemente radicaba en que éste hombre constituía un ejecutor nato con varias muertes en su haber perpetradas en su Rusia natal donde era considerado por las autoridades como el más peligroso y desalmado criminal del momento. Pero finalmente la milicia secreta zarista consiguió detenerlo, y se le ofreció su liberación a cambio de que hiciera de las suyas en Gran Bretaña, país donde lo ingresarían de manera clandestina. Los rusos sabían bien que el psicópata continuaría con sus desmanes en Whitechapel a dónde se lo trasladase en el año 1888, ya que al parecer por razones diplomáticas se cuidaron de que su sicario no eliminase a otros miembros de la población británica más que a marginadas prostitutas. En cuanto al sistema utilizado para garantizar el éxito de sus ataques, al Dr. Alexander Pedachenko lo auxiliaban dos cómplices, un amigo suyo llamado Levitski, y una joven modista apellidada Winberg. La mujer se aproximaba a las futuras víctimas emprendiendo una amable charla a fin de distraerlas mientras el cómplice masculino montaba guardia vigilando por si aparecían los policías. Una vez armado ese escenario el cruel Alexander Pedachenko, hasta entonces oculto entre las sombras, arremetía raudamente cuchillo en mano y ultimaba a las infelices con fría eficacia cortándoles el cuello para dar muestras, acto seguido, de su pericia profesional a la hora de mutilar los cuerpos exánimes. La historieta del médico ruso homicida concluye con su salida del Reino Unido amparado, una vez más, por la policía secreta zarista. Su primera escala devendría en Bélgica, país en donde viviría por un corto lapso pretendiendo ser el Conde Luiskobo. Su segunda y última parada la haría en Moscú, ciudad en la que –como ya no servía más a los pérfidos propósitos de la policía secreta rusa– sería capturado y puesto en un manicomio donde fallecería en el año 1908. No les iría mejor a sus cómplices a quienes se encerraría de por vida en los campos de concentración de la gélida localidad de Yakutsk. Volviendo a la historia narrada en “La noche del Destripador”, Mr. Bloch sugiere que el binomio matador integrado por el Dr. Alexander Pedachenko y la enfermera se entendía a la perfección al tiempo de consumar los crímenes. El novelista no olvidaría sacar provecho de las extrañas declaraciones de Mrs. Caroline Maxwel y de Mr. Maurice Lewis, personas que –como viéramos anteriormente– fueron los testigos que al deponer durante el sumario judicial instruido tras la muerte de Mary Jane Kelly aseguraron haberla visto con vida y gozando de buena salud en horas donde –según el dictamen de los médicos forenses– ya se había producido su deceso. La solución propuesta radica en que los declarantes no mintieron al ser interrogados por las fuerzas del orden sino realmente creyeron de buena fe que la mujer a la cual avistaron luciendo las ropas de Kelly acompañada por un hombre desconocido era la infortunada víctima, cuando en verdad se trataba de la enfermera y de su cómplice el médico Destripador. Todo el libro de Robert Bloch destila una ingeniosa fantasía muy bien narrada, y en ella reside su mérito como novela de ficción. Sin embargo, si de ingeniosidades presentes en una novela se trata, en cuanto concierne al tópico del dúo de asesinos “Jack y Jill”, no podría dejarse de mencionar una creación literaria en la cual la cómplice del Destripador deviene ser nada menos que… ¡Mary Jane Kelly! Que la más patética de las víctimas del homicida de Withechapel sea propuesta como la asesina de sus compañeras de oficio constituye lo máximo en materia de fantasía literaria. Empero, no debemos olvidar que la idea se ofrece tan sólo como una fabulación, lo cual siempre habla bien de los escritores que aclaran ese punto de antemano a diferencia de aquellos que pretenden estar formulando una teoría sería y caen luego en el consiguiente descrédito, como sucede con los artículos periodísticos del antes citado ex policía Arthur Buttler. En “The Michaelmas girls” –“Las muchachas de San Miguel”– de John Brooks Barry, según quedó dicho, se postula la persona de Mary Kelly como integrante femenina de un binomio de criminales. El título de la novela se debe a que dos de las víctimas de Jack perecieron el día de San Miguel –29 de setiembre, o al día siguiente–. La fiesta de San Miguel y Todos los Santos coincidía en Inglaterra con el principio de un trimestre. En dicha fecha se comenzaban los arriendos, se pagaban los alquileres y se contrataban a los sirvientes. También constituía el último período de los tribunales y de los cursos universitarios. San Miguel, príncipe entre los ángeles, deviene habitualmente retratado en el día del juicio final asiendo una balanza por medio de la cual le toma el peso a las almas de los difuntos resucitados. John Brooks Barry plantea que los dos asesinos ultimaron –aparte de a las cinco víctimas clásicas– a una sexta mujer: Martha Tabram–Turner. La componente femenina del dúo matador –o sea, Mary Kelly– actuaba movida por inclinaciones lésbicas y en su interior bullía un sórdido deseo de destruir a sus compañeras de profesión. Para ejecutar su venganza se valdría de un hombre ajeno a sus actividades habituales, quien tenía un temor visceral a las mujeres al extremo de serle imposible la consumación del coito. El único escape psicológico del individuo consistía en practicar actos de crueldad y sadismo para procurar de esa forma obtener la satisfacción y el desahogo equivalente a la normal realización carnal. La prostituta lesbiana y el frustrado sádico se unen en una campaña homicida, y actuando como si fueran una única persona transfieren la responsabilidad de sus acciones a la intervención de un anónimo tercero. A esta entidad que operará como una suerte de simbólica extensión de ambos la bautizarán, para deleite de la prensa y temor del público, con el nombre de Jack el Destripador Los desquiciados creerán ver en el cuchillo a un elemento fálico el cual emplearán para atentar contra la sexualidad de sus víctimas. Los crímenes estarán imbuidos por un carácter ritual donde el hombre los ejecutará para beneficio de la mórbida satisfacción de su compañera. Ello justificará la manera en que se infligen los cortes a los cuerpos, la forma en que los órganos son colocados en torno de éstos, y la razón de ser de otras pistas en apariencia incomprensibles que desconcertaron a los detectives a cargo de la investigación. El minúsculo cuarto arrendado por Mary Jane Kelly, estratégicamente situado en Miller´s Court, próximo a la calle Dorset y a los aledaños en donde se cometerían los crímenes, se transformará en el centro de operaciones de la campaña vesánica desatada por el letal binomio. Cada vez que concretaban las agresiones se refugiaban en dicha habitación evitando de esa manera la captura. Las víctimas no sospechaban de su compañera ni del hombre que se presentaba junto a ella, y esto les permitió valerse del factor sorpresa facilitándose así el éxito de los ataques mortales. La noche del 29 de setiembre de 1888, cuando tuviera lugar el doble homicidio, los perpetradores escaparon de la plaza Mitre transitando rumbo al norte en pleno corazón de Withechapel tomando por Aldgate y llegando luego a la calle Goulston en uno de cuyos pasajes dejarían tirado un trozo del delantal tinto en sangre que habían quitado a Catherine Eddowes Por pura casualidad, sobre el cercano friso de una de las paredes internas de aquel pasaje lucía pintada la consigna: “Los judíos son los hombres que no serán culpados en vano”. Minutos más tarde, encaminándose por la calle Dorset, el victimario se detendrá un instante para lavarse sus manos ensangrentadas en las aguas de una fuente pública. Ninguno de estos gestos provocativos los habrían podido realizar con impunidad si no contaban con el refugio emplazado en el número 13 de la pensión de Miller´s Court donde Kelly se escondería con su sanguinario socio. Sin embargo, para que el ritual quedase perfecto era necesario llevar a cabo un postrer acto de fantasía y engaño a fin de que Mary pudiese desaparecer sin dejar rastro y nadie jamás llegara a sospechar de su culpa.A tal fin, planearon el asesinato de una joven indigente a quien atrajeron a la guarida bajo la promesa de brindarle esa noche comida y abrigo. Una vez dentro la eliminarían haciendo gala de su habitual eficacia, pero asegurándose de que esta vez las mutilaciones revistiesen una magnitud desmedida, de suerte de volver así imposible la identificación del cadáver. Todo el mundo creería que el cuerpo destrozado forzosamente tenía que pertenecer a la desgraciada Mary Kelly, en tanto ésta bella fémina había sido la última ocupante de aquella pequeña vivienda. La pareja completaría el artificio cuando Mary se haría ver horas después del asesinato por las calles y tabernas de Withechapel, en un último gesto de burla y osadía. Los testigos declarantes en la instrucción sumarial no mintieron ni se equivocaron al prestar sus testimonios sino que verdaderamente fue a Kelly a quien vieron. Ello explica la sucinta charla que Mrs. Maxwel mantuvo con ella y cuyo relato le trasmitiera a la policía. Fue acertada la descripción que aquella señora aportó acerca de su encuentro con la atractiva prostituta dejando constancia de que la misma parecía muy cansada y abatida en aquel momento, al punto tal de que la testigo la creyera “enferma”, según relacionara en sus declaraciones. El mal aspecto que exhibía la asesina, y que tan vivamente impresionó a Caroline Maxwell, no resultaba sino la consecuencia lógica de la atroz faena de destripar y desfigurar el cadáver de la infeliz vagabunda llevada a cabo horas atrás en conjunto con su cómplice. La monstruosa tarea había sobrepasado los límites que incluso una desquiciada como ella podía permitirse sin sentir repugnancia. Como broche final de su imaginativa novela Brooks sacó a colación el retraso habido al tiempo de enterrar el presunto cadáver de Mary Kelly, en tanto el funeral recién fue llevado a efecto en la iglesia de St. Leonard Shoreditch nueve días después de acaecido el deceso. Se especuló que la demora bien pudo deberse a que la policía trató hasta último momento de descubrir la auténtica identidad del cadáver, o a que conocía la artimaña y procuró durante el intervalo atrapar a la pareja homicida.

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