martes, 11 de mayo de 2021

El Monstruo de Londres y sus crímenes

En las postrimerías del siglo XIX Londres, capital de Inglaterra, se erigía como la metrópoli del mayor imperio mundial de esa época. La zona más paupérrima de la gran urbe la conformaban los barrios bajos del sector este londinense, el llamado “East End”. Esta última era considerada un ámbito marginal en abierta oposición al “West End” donde se congregaba la clase alta inglesa. Dentro del territorio del East End se ubicaba el distrito de Whitechapel –Capilla blanca– con sus barrios pobres y conflictivos. Este sector de la ciudad configuró el terreno que sirvió de coto de caza durante un muy restringido período, desde agosto hasta noviembre durante el otoño europeo del año 1888, a un asesino serial que mató y mutiló con insólito ensañamiento al menos a cinco mujeres. El impacto que tal matanza ejerció sobre la sociedad victoriana fue tremendo, al extremo de que hizo volver la atención de las clases altas y del resto de la población a la problemática de la marginalidad y la miseria entonces imperante en los suburbios de Gran Bretaña. Así fue que el dramaturgo contemporáneo a los sucesos George Bernard Shaw apuntó en una carta dirigida al periódico Star publicada el 24 de setiembre de 1888: “…Mientras nosotros convencionales Social Demócratas, desperdiciábamos nuestro tiempo en educación, agitación y organización, cierto genio independiente tomó el asunto en sus manos y mediante el simple asesinato y destripamiento de cuatro mujeres convirtió a la prensa propietaria en una forma inepta de comunismo…”. No hay certeza sobre si el psicópata perpetró más crímenes que los cinco que se le adjudican y tampoco se sabe si ejecutó algún homicidio fuera de los márgenes de Whitechapel y sus barrios aledaños. Sin embargo, no existen registros firmes sobre asesinatos llevados a cabo con igual modus operandi por aquel tiempo en otros rincones de la gran isla británica. Por esta razón, los especialistas en el asunto mantienen cierto consenso al estimar que las mujeres eliminadas a manos del maníaco resultaron cinco. Aquí se sigue la opinión pronunciada por el Inspector de Scotland Yard Sir Melville Macnaghten quien con enfática redundancia declaró que el Destripador habría cobrado “cinco víctimas y nada más que cinco”. No obstante, aunque se evade del modelo delictual que en los posteriores homicidios se diseñaría, otro de sus asesinatos podría haber sido el perpetrado sobre la meretriz de treinta y cinco años Martha Turner, también conocida como Martha Tabran o Tabram por su apellido de casada, la cual fue ultimada mediante treinta y nueve cortes inciso punzantes asestados en la madrugada del 7 de agosto de 1888. No hubo destripamiento en dicha oportunidad y las heridas infligidas difieren de las que se infirieron en los casos venideros. En especial estaba ausente el degollamiento que de izquierda a derecha del cuello se provocaba a las asesinadas, preludio de la evisceración que era practicada sobre los cadáveres y que se consideró como la “marca de fábrica” del criminal. Los acontecimientos en torno a esta muerte serían tal como se ha señalado: “...Martha Turner murió a manos de un asesino que utilizaba un cuchillo. Turner conocida también como Tabram, era una mujer casada que se ganaba la vida como prostituta. Ese día festivo Turner, como la mayoría de los habitantes del East End, había salido a divertirse, lo que en su caso significaba pasar casi todo el día en las tabernas. Estuvo toda la noche bebiendo en el Angel and Crown, cerca de la iglesia de Withechapel, y hablando con un soldado con quien salió cuando la taberna cerró. Esta fue la última vez que la vieron con vida. Alrededor de las tres y media de la mañana, Albert Crow, un cochero que regresaba a su casa en el número 35 de los edificios de George Yard, vio que alguien yacía acurrucado en el descansillo del primer piso. Pasó rápidamente de lado, impaciente sin duda por acostarse y, en todo caso, pensando que la forma inerte pertenecía a un borracho. Como a las cinco de la mañana John Reeves, empleado de uno de los mercados, salió de su habitación para dirigirse al trabajo. Al bajar la escalera, vio que una mujer yacía en el descansillo en un charco de sangre. Dio la alarma y la policía acudió prontamente mientras amanecía el nuevo día... La policía conocía a la prostituta de treinta y cinco años porque abordaba regularmente a los hombres en los muelles y la zona de Tower Hamlets. Como la última vez que la vieron viva iba acompañada de un soldado, las sospechas recayeron naturalmente sobre la guarnición de la Torre de Londres. Se llevó a cabo un desfile de sospechosos para identificar al soldado, y el que había acompañado a Turner dio un paso adelante y pudo probar que volvió a unirse a camaradas de la compañía alrededor de la una y media de la mañana. Esto era mucho antes de la hora en que se creía que había sido asesinada la mujer; en todo caso, la habían visto regresar sola al Angel and Crown como a la una cuarenta de la madrugada...”. Corrió el pertinaz rumor de que este crimen pudo haber sido ocasionado por uno o más integrantes de bandas de rufianes que amedrentaban a las meretrices reclamándoles dinero. De tales pandillas la conocida indistintamente por los motes de “The Nichols Boys” –“Los Muchachos de la calle Nichols”– o “The Old Nichols” –“Los Viejos de la calle Nichols”– era conceptuada como la más peligrosa y violenta que operaba en aquel suburbio, por lo que fue objeto de indagatoria y estrecha vigilancia por parte de la policía. La inclusión de pandillas como la citada en artículos de prensa y en películas sobre Jack the Ripper ha resultado frecuente. Sin embargo, el valor real que reviste tal inclusión más que ostentar un fundamento histórico parecería ser el de servir para decorar y conferirle un toque pintoresco a la trama. Aunque ciertamente personajes de tan baja estofa como éstos poblaban la malhadada localidad de Withechapel. Por ejemplo, en el film “From Hell” dirigido por los hermanos Hugues los espectadores podrán ver a esos malvados acosando a las futuras víctimas de Jack al extremo de acercarles puñales a sus cuellos bajo la amenaza de matarlas si no les traían en pocas horas varias libras esterlinas cada una para saldar el pago de sus pretendidos servicios por protección, y cosas por el estilo. En un artículo moderno se hace referencia a ellos anotando: “...La banda del Old Nichol –era– un grupo de proxenetas y rufianes de la peor catadura, que tenía atemorizadas a las prostitutas del barrio, se había vuelto cada vez más exigente y ya había apuñalado a un par de mujeres que no habían conseguido dinero suficiente como para pagar la “protección”. De hecho, cuando comenzaron las macabras andanzas del Destripador, ésta y otras bandas similares constituyeron el grueso de los primeros sospechosos investigados por la policía…”. De todos modos, aunque la muerte de la infortunada Martha pudiera haberse debido a la intervención de canallas como los referidos tampoco se descarta que el suyo constituyera el inicial crimen protagonizado por la figura anónima que más adelante se erigiera en el homicida serial destinado a adquirir mayor renombre en la historia. La matanza se llevó a término en medio de un frenético acuchillamiento donde el criminal no le sustrajo órganos al cadáver ni, en apariencia, practicó sobre éste ninguna clase de ritual. A pesar de ello, y conforme se indicase, hay autores que igualmente estiman con fundadas razones que Martha Tabram habría representado la primera presa del psicópata al que luego se bautizara con el seudónimo de “Jack el Destripador”. Se conjetura que este primigenio episodio hizo las veces de un ensayo para el asesino, y en todo ensayo se pueden cometer errores.En esta vena se ha afirmado: “...El psicópata suele acechar a su víctima antes de establecer contacto con ella, y durante ese período alimenta sus fantasías violentas. A veces realiza simulacros con objeto de poner a prueba su modus operandi y planea con sumo cuidado sus actos para asegurarse el éxito y la impunidad. Los ensayos pueden prolongarse durante años antes del violento debut, pero ni la práctica ni las estrategias garantizan una actuación perfecta. Los errores ocurren, sobre todo en el estreno, y el que cometió Jack el Destripador en su primer asesinato fue propio de un aficionado... Cuando Martha Tabram condujo a su asesino al rellano del primer piso del número 37 de George Yard Buildings, él le cedió la el mando a ella, arriesgándose sin saberlo a que su plan se torciera. Quizás el territorio de Martha no fuese el escenario que él tenía en mente. Acaso sucediera algo más que él no había previsto, como un insulto o una provocación... Más de un siglo después de los hechos no puedo reconstruir lo que sucedió en aquel rellano oscuro y maloliente, pero está claro que el asesino montó en cólera. Perdió el control... Fuera cual fuese su móvil, debió de aprender una valiosa lección de su brutal ataque a Martha Tabran: perder el control y asestar treinta y nueve puñaladas a una persona es una guarrada. Aunque no dejase huellas de sangre en el rellano ni en ninguna otra parte –suponiendo que los testigos ofrecieran una descripción fidedigna del escenario del crimen–, debió de mancharse las manos, la ropa y la puntera de las botas o de los zapatos, lo que dificultaría su huida...”. Otro homicidio del que cabe aquí dejar constancia, y al cual en la época de acontecer estos crímenes se lo reputó como firme candidato a haber sido el primer asesinato del mutilador victoriano, fue el concretado contra la persona de una veterana meretriz alcohólica de cuarenta y cinco años llamada Emma Elizabeth Smith. Esta mujer resultó brutalmente atacada en circunstancias confusas el 3 de abril de 1888 presuntamente por una pandilla de rufianes -como los ya mencionados “The Old Nichols”- dedicados a explotar a las prostitutas exigiéndoles dinero por “protección”, y su deceso se produjo en el Hospital de Londres de Witechapel Road el día siguiente al de la agresión que sufriera falleciendo como consecuencia de una peritonitis originada por gravísimas heridas que incluyeron la salvaje introducción de un palo, botella o instrumento similar en su vagina. Pero la primera víctima “oficial” e indiscutida de Jack el Destripador la constituyó Mary Ann Nichols, conocida en su ambiente por el apodo de “Polly”, cuyo deceso acaeció durante la noche del 31 de agosto de 1888.Su cadáver encontrado en plena acera exhibía un amplio tajo en la garganta acompañado de profundas heridas que habían interesado su abdomen y su región genital dejando al descubierto sus vísceras. Polly Nichols era una prostituta alcohólica que había experimentado tiempos mejores, pero a sus cuarenta y dos años iba rumbo a un destino declinante y malvivía pernoctando en míseras pensiones. La última de las que habitó se asentaba en pleno corazón de Withechapel, en la calle Thrawl, a escasos metros de donde terminaría tan trágicamente su existencia y la noche en que perdiera la vida, en particular, habría sido expulsada por su casero por no contar con los cuatro peniques necesarios para abonar el precio que por día costaba una cama. Esa víspera le comentó a una compañera de oficio que había obtenido tres veces el importe preciso para pagarse la estadía pero que en lugar de hacerlo prefirió gastárselo en comprar ginebra. Sin embargo, estaba dispuesta a hacer un último intento y estaba segura de tener éxito, por lo que se arregló sus modestas vestimentas lo mejor que pudo y jactándose de lo bien que le quedaba el sombrero nuevo que esa noche estrenaba aseguró que pronto conseguiría el dinero con el cual alquilaría la habitación. Le pidió al encargado de la pensión que le reservara una cama porque pronto regresaría con la suma debida para pagarla y salió de allí con paso inseguro a causa de la ingesta del alcohol que saturaba su organismo a esa altura de la noche. No podía imaginar, por cierto, que le estaba deparada una muerte atroz a poco de caminar unas escasas cuadras. El mutilado cadáver de “Polly” fue descubierto cerca de las 3 y 45 de la madrugada del 31 de agosto de 1888 por el policía John Neil mientras cumplía su patrullaje de rutina por la zona de Bucks Row. Tal como se ha descrito: “...Cuando dirigió el haz de luz de su linterna de lente abombada a la entrada, el policía Neil se dio cuenta inmediatamente de que el fardo amorfo era el cuerpo de una mujer. Yacía de espaldas, con un brazo cerca de la verja del establo y el otro estirado sobre el suelo; su toca de paja negra se encontraba a corta distancia. A la luz de la lámpara, el policía Neil vio una horrible cuchillada en el cuello de la mujer, de la cual la sangre había salido en pequeños chorros hacia el arroyo. Lo que Neil no sabía en ese momento era que el cuerpo había sido descubierto ya por un cargador del mercado, de camino al trabajo. George Cross había encontrado el cuerpo en la semioscuridad, alrededor de las cuatro de la mañana, cuando caminaba Bucks Row abajo. Al principio creyó que se trataba de una lona alquitranada que se había caído de una carreta, Cuando la examinó más de cerca, se dio cuenta de que la forma era la de una mujer postrada. Sin el beneficio de una luz, creyó que probablemente estaba borracha, pero cuando vio que su falta había sido levantada hasta la cintura, pensó que era la víctima de una violación. Cross seguía examinando la situación cuando otra persona que caminaba a esa temprana hora, John Paul, llegó calle abajo. “Ven a ver a esta mujer”, le dijo Cross y, como pensaba todavía que estaba borracha, sugirió que ambos la levantaran. Paul se negó a ayudarlo y, en cambio, se dobló para tocar el rostro y las manos de la mujer; estaban muy frías. Indicó que creía que había muerto y le bajó la falda para proteger su pudor. Los dos hombres decidieron avisar a un policía y fueron a buscarlo sin saber que el cuerpo que habían encontrado había sido acuchillado en la garganta, de oreja a oreja, y su abdomen rajado... El cuerpo era el de una mujer de entre cuarenta y cuarenta y cinco años, pero no se supo de inmediato su identidad. Varias mujeres que creían poder identificarla visitaron el depósito en el transcurso del día, más, aparte de satisfacer su curiosidad, ninguna reconoció el cadáver. El sello de uno de los asilos de Lambeth en una de las enaguas de la mujer proporcionó una pista. Gracias a ello, el inspector Helson pudo descubrir la identidad de la muerta. Los habitantes de la calle Thrawl, en Spitalfilds, la conocían como “Polly” y, finalmente, se supo que se llamaba Mary Ann Nichols, una prostituta de cuarenta y dos años...”. Circuló con insistencia la hablilla de que la policía creía que Polly Nichols y también Martha Tabram habían sido asesinadas en un lugar distinto a donde finalmente se hallaron sus cuerpos y que luego fueron trasladadas en algún carruaje. En particular, en el caso de Mary Ann Nichols habría llamado la atención, aparte de la escasa cantidad de sangre percibida a su alrededor, lo seco que estarían su cuerpo y sus ropas pese a la lluvia que había caído en la noche del crimen. Pero se trató de simples conjeturas y rumores que ni siquiera fueron relacionados en el ulterior sumario que al efecto se levantara. La instrucción judicial culminaría con una declaración del jurado convocado a tales fines en la cual se dejó constancia de que la occisa había perdido la vida a manos de persona o personas desconocidas. Esta misma conclusión se repetiría como una letanía en los próximos sumarios que las venideras muertes irían a provocar.El segundo homicidio incuestionable de esta vesánica saga tuvo efecto el sábado 8 de setiembre de 1888 en cuya madrugada el cadáver de Annie Chapman de cuarenta y cinco a quien sus allegados llamaban “Annie la Morena” fue hallado frente al patio trasero de una casa de inquilinato sita en el número 29 de la calle Hanbury, lugar frecuentemente utilizado por las meretrices para ejercer el comercio sexual. Esta desdichada era baja de estatura y obesa, aunque en realidad no estaba bien nutrida y, además, sufría los estragos de una enfermedad pulmonar grave tan avanzada que el médico forense examinante dejaría constancia en su reporte que la occisa estaba destinada a fallecer en los próximos meses a consecuencia de ese mal por más que no hubiera entrado en escena su victimario. Había estado casada y tenía dos hijos. Abandonada por su marido a raíz de su afición a la bebida hacía trabajos ocasionales para sobrevivir como vender flores y labores de ganchillo en ferias vecinales y, ocasionalmente, cuidar a ancianos. No obstante, la necesidad la forzaba a prostituirse y, al igual que sucedía con las otras víctimas, pernoctaba en albergues de la peor catadura. Los momentos precedentes a su patético fin han quedado registrados en diversos relatos, a saber: “...Hacia las once y media de la noche del 7 de septiembre, Timothy Donovan, encargado del albergue de Crossingham, dejó entrar a Annie Chapman en la cocina, la que sacó del bolsillo una cajita que contenía dos píldoras. La caja se rompió y entonces ella envolvió las píldoras en un sobre roto que encontró tirado en el suelo. A continuación dijo que salía a ganarse algún dinero. Annie Chapman fue vista por última vez por la señora Elizabeth Darrell, parada en la acera del número 29 de la calle Hanbury. La hora no se conoce con exactitud, pero fue entre las 5 y las 5,30 de la mañana. Estaba hablando con un hombre “que había conocido tiempos mejores”, y la señora Darrell pudo oír que le preguntaba: ¿Lo harás? Sí. Respondió ella...”. La deponente llamada Mrs. Elizabeth Darrel fue designada como Elizabeth Long de acuerdo con otras descripciones pero se considera que se trató de la misma persona a la cual se la conocía a través de dos apellidos diversos. Respecto de dicha testigo también se indicaría que: “...caminaba por Hanbury Street en dirección al mercado de Spitalfiels cuando vio a un hombre que charlaba con una mujer a unos metros de la valla que rodeaba el número 29 de Hanbury, donde una hora después encontrarían el cadáver de Annie Chapman. Chapman. En el proceso la Sra Long declaró que sabía “de fijo” que la mujer era Annie Chapman...”. Otro testificante lo constituyó Mr. Albert Cadosh quien: “...vivía en la casa de al lado, en el número 25 de Hanbury, cuyo patio trasero lindaba con el número 29 y estaba entonces separado de éste por una valla provisional de madera que medía entre un metro con cincuenta y cinco centímetros y un metro con setenta. Más tarde declaró a la policía que a las cinco y veinticinco salió al patio y oyó que alguien exclamaba “no” al otro lado de la valla. Al cabo de unos instantes, algo pesado chocó contra las estacas. No trató de averiguar qué había causado el ruido ni quién había dicho “no”...”. Igualmente depondría en la misma emergencia una vendedora de pescado de nombre Harriet Hardiman que era vecina del lugar donde acaeciera el deceso en tanto se alojaba en la pensión en cuyo pasaje interno se halló el cadáver. Esta señora aseveró estar convencida de que eran las seis de la mañana cuando la despertó un alboroto procedente desde el exterior. Acotó, al responder en aquella indagatoria, que ruidos como los que oyó en ese momento eran normales allí y explicó que los residentes del número 29 de la calle Hanbury entraban y salían a todas horas de manera que tanto la puerta trasera como la delantera quedaban siempre abiertas y otro tanto sucedía con la puerta de ingreso del pasadizo que conducía al patio interior. A partir de testimonios del tenor de los supra mencionados las autoridades dedujeron que era fácil penetrar al pasaje donde la desgraciada Annie perdiera la vida y que seguramente ella se dirigió a ese lugar voluntariamente en compañía de su asesino suponiendo que aquél hombre sólo era un cliente más. La persona destinada a encontrar el cuerpo sin vida fue John Davis, un mozo de cuadra que vivía en la referida casa de inquilinato. Cuando salió de la pensión rumbo a su trabajo en el mercado de Spitalfieds se llevaría la muy ingrata sorpresa de toparse con el desfigurado cadáver de esta víctima yaciendo sobre el suelo del patio a medio camino entre la casa y la valla. Unos pocos instantes previos a concretarse ese hallazgo otro residente de la pensión apellidado Richardson se había sentado muy tranquilo sobre los escalones de piedra existentes en la entrada y, una vez allí, se dedicó a reparar un calzado estropeado.Y aunque Annie Chapman por fuerza ya debía de hallarse muerta cuando el joven se entretenía con dicha tarea éste se mantuvo muy firme al asegurar en el sumario que no había visto ni oído nada extraño. Momentos después de acaecido el macabro descubrimiento por cuenta de John Davis los curiosos se aproximaron a la escena del crimen. El espectáculo que ante sus ojos ofrecía el cuerpo mutilado de la mujer resultaba por demás conmovedor. Y es que el cuello de esta difunta aparecía seccionado de forma similar al de la anterior víctima pero en este caso exhibía incisiones tan hondas y salvajes que daban a entender que el maníaco había tratado de decapitarla. Asimismo le habían practicado la extracción del útero y de porciones de la vejiga y la vagina. La autopsia sería encomendada al médico forense Dr. George Bagster Phillips. Según se dijera, los resultados del análisis sobre las mutilaciones inflingidas fueron considerados: “...tan horripilantes que no se dieron a conocer al público, aunque se publicaron en un número posterior de la revista médica The Lancet... el médico encontró que el rostro y la lengua de la mujer estaban hinchados y que había magulladuras en la cara y el pecho, el dedo anular presentaba también señales de abrasión donde los dos anillos de latón habían sido sacados a la fuerza. El cuello había sido cortado de izquierda a derecha con dos incisiones paralelas bien determinadas como a un centímetro de distancia una de otra. El abdomen había sido abierto por completo y una parte de los intestinos, seccionada de su sostén mesentérico, le habían sacado el abdomen y colocado en el hombro izquierdo de la mujer postrada, mientras que, de la región pélvica del cuerpo, el útero y los ovarios, parte de la vagina y una parte de la vejiga habían sido seccionadas totalmente y arrancados. Comprobó que la causa de la muerte fue un sincope o fallo del corazón debido a una pérdida masiva de sangre por el cuello cortado...”. El violento final de “Annie la Morena”, operado sólo una semana después de tener efecto el similar homicidio de “Polly”Ann Nichols, incrementó grandemente el temor y la zozobra entre los habitantes de los barrios bajos quienes intuían que un mismo sujeto era el culpable de los desmanes y que de seguro los volvería a repetir a menos que fuese aprehendido. Luego de ocurridos estos trágicos sucesos un grupo compuesto inicialmente por dieciséis comerciantes del East End se reunió para dar génesis al que dio en llamarse “Comité de Vigilancia de Whitechapel” el cual tuvo por Presidente al empresario constructor Mr. George Akin Lusk. A cargo de estos animosos ciudadanos se emprendieron patrullajes nocturnos por las callejuelas próximas a donde se habían concretado los crímenes proporcionándose de tal suerte un inesperado apoyo civil a la labor de la policía. A todo esto, el responsable de tanta conmoción todavía no era reconocido por la prensa bajo el mote o alias que con el correr del tiempo le reportaría su histórica notoriedad sino simplemente era designado bajo el más modesto rótulo del “Asesino de Whitechapel”. Otro acontecimiento digno de destaque que se verificó luego del atentado contra Annie Chapman fue que la policía detuvo en calidad de sospechoso a un zapatero de procedencia hebrea llamado John Pizer al cual el periodismo motejó “Delantal de Cuero” por la prenda que usaba para ejercer su oficio. Algún tiempo más tarde esta persona fue puesta en libertad por insuficiencia de pruebas en su contra e incluso le ganó a un periódico local un juicio por difamación obteniendo así una indemnización de modesto monto. Los homicidios tercero y cuarto de la serie indiscutida tuvieron lugar ambos durante la madrugada del 30 de setiembre de aquel fatídico año y estuvieron separados por un lapso temporal de menos de una hora. A los luctuosos hechos verificados aquella noche se los calificó con el nombre de “el doble acontecimiento”. La mujer de origen sueco apodada “Liz Long” de cuarenta y cinco años de edad cuyo apellido de soltera era Gustafsdotter pero a la cual entonces se la conocía por su nombre de casada -Elizabeth Stride- fue hallada muerta con el característico profundo corte infligido de izquierda a derecha en su cuello. Su cuerpo exánime yacía tendido en un oscuro pasaje próximo a la entrada de un local político situado en la calle Berner. Al momento de cometerse el letal ataque se celebraba en ese club una reunión que venía concluyendo, tal como era la costumbre, en medio de alegres canciones de corte socialista entonadas por los participantes. Según toda la apariencia, esta vez el asesino no dispuso de tiempo suficiente para saciar su sed mutiladora, tal vez al resultar interrumpido por la presencia de un ocasional transeúnte.Aunque con algunas variantes, las circunstancias que rodearon el hallazgo del cadáver de Elizabeth Stride se han descrito como siguen: “...A la una de la madrugada, Louis Diemschutz, administrador del Club Educativo Internacional de Trabajadores sito en la calle Berner, regresó al club con su pony y su carro. Pese a lo avanzado de la hora, los ocupantes del club seguían divirtiéndose, bailando y cantando... Al dar la vuelta para entrar al callejón, el pony de Diemschutz se asustó y se negó a seguir. Tras una segunda negación del pony, Diemschutz se bajó del carro y, percibiendo un obstáculo en la oscuridad, hurgó con su fuste. Algo yacía en los adoquines, pero Diemschutz no pudo distinguir lo que era hasta que no encendió una cerilla. En el segundo de iluminación que le proporcionó la cerilla encendida, antes de que la brisa nocturna la apagara, el administrador vio el cuerpo de una mujer. Su primer pensamiento fue que la mujer se encontraba borracha. Entró al club a buscar una vela y, seguido por varios miembros del mismo, regresó al callejón. Levantaron a la mujer y vieron una herida en su cuello. Su ropa se hallaba mojada, pues había llovido ligeramente, y su cuerpo estaba todavía tibio... Se sugirió también que el pony del administrador se habría asustado menos debido al cuerpo que yacía en el suelo que a la percepción de la presencia del asesino en la total oscuridad...”. Este crimen o, cuando menos, los actos inmediatamente previos al mismo habrían sido presenciados por testigos. En especial cabe recordar a uno de ellos –Israel Schwartz– quien extrañamente no depuso en el sumario instruido tras el homicidio sino que sus declaraciones fueron sólo reproducidas por la prensa mediante publicaciones de los periódicos Star y Evening Post. Si tomamos en cuenta lo narrado por este hombre: “...Schwartz aseguró haber visto desde el extremo opuesto de la calle a un hombre que abordaba a una mujer parada junto al portillo del patio. El hombre la arrojó al suelo y la metió en el callejón a empujones. Schwartz dijo que “la mujer dio tres gritos, pero no muy fuerte”. Según su descripción, el hombre tendría unos 30 años de edad, y llevaba un bigotito castaño y una gorra con visera negra... Hacia la misma hora, declaró Schwartz, salió un segundo hombre de la cervecería situada en la esquina de la calle Fairclough y se detuvo silenciosamente en la sombra. El atacante, al ver a Schwartz, gritó de pronto “Lipski”. Se trataba de un insulto, ya que Lipski era un judío que había sido condenado por asesinato el año anterior. Aun teniendo en cuenta la oscuridad de la noche lluviosa y la escasa fiabilidad de cualquier identificación visual, la descripción que dio Schwartz del segundo hombre concuerda con la del individuo que fue visto ante el pub y la del que compró las uvas. A Schwartz le pareció que debía tener unos 35 años de edad y un metro ochenta de estatura, con el cabello claro y un bigote color arena. Iba vestido con un abrigo oscuro y un sombrero de fieltro de ala ancha, y llevaba un cuchillo. No obstante, el inspector Abberline informó al Ministerio del Interior el día 1 de noviembre que Schwartz, que no hablaba inglés y necesitaba un intérprete, había dicho que el segundo hombre estaba encendiendo una pipa, no que llevaba un cuchillo...”. Llegado a este punto deviene válido intercalar que en una carta con fecha 6 de octubre de 1888 remitida presuntamente a este testigo un bromista o, quizás, el verdadero asesino, tras iniciar el mensaje con la frase: “Te creíste muy listo cuando informaste a la policía”, le advertía que se equivocaba si pensaba que no lo había visto. Concluía sus líneas con la amenaza de asesinarlo y mandarle las orejas a su mujer si enseñaba la carta a la prensa o si ayudaba a la policía de cualquier manera. ¿Y qué había sido del criminal entre tanto? Sabemos que interrumpido en su sanguinaria faena salió prestamente en busca de una nueva víctima con la cual saciar su frenesí mutilador sin reparar en los crecientes riesgos de ser atrapado. Conforme se ha especulado: “...El Destripador tuvo tiempo de sobra para escapar mientras Luis Diemschutz corría a buscar una vela y antes de que los miembros del club salieran a ver que había ocurrido. Poco después de que comenzara la conmoción, una mujer que vivía unas puertas más allá, en el número 36 de Berner Street, salió a la calle y vio a un hombre joven que andaba con paso ligero en dirección a Comercial Road. Según la mujer, éste alzó la vista hacia las ventanas iluminadas del club, y llevaba una brillante cartera Gladstone, muy popular en aquella época y parecida a un maletín de médico...”. Tras ejecutar su primer ataque de aquella noche el psicópata se toparía con Catherine Eddowes, mujer de cuarenta y tres años, eliminándola con más saña aún que la empleada en las situaciones anteriores. También aquí el inicial acto homicida consistió en el clásico corte profundo inferido de izquierda a derecha en la garganta de la occisa. Ciertos autores sostienen que antes de asestar la cuchillada decisiva el criminal estrangulaba de frente a su presa para hacerle perder la conciencia, luego la derribaba al suelo con la cabeza hacia su izquierda y le seccionaba la garganta desplazando el arma blanca hacia sí a fin de que el chorro de la sangre arterial se proyectara en dirección contraria evitando mancharse, lo cual sugería que era diestro. A esta eventual maniobra previa de estrangulación practicada para dejar en indefensión a la persona agredida se la conoce actualmente a nivel de medicina forense bajo la denominación de “...anestesia previa de Bruoardel –a través de la cual–...se coloca a la víctima en estado de indefensión mediante un mecanismo lesivo y se la conduce a la muerte por otro...”. A escasas cuadras del escenario fatal se halló sobre la vereda un trozo de delantal empapado en sangre perteneciente presuntamente a esta difunta y que el matador habría usado para limpiarse sus manos. En la pared que daba frente a la zona donde se había arrojado la prenda se podía leer una inscripción trazada con tiza cuyo texto contenía una extraña alusión a que los judíos serán los hombres a los que no se culpará de nada. La interpretación a otorgarse a aquel graffiti victoriano determinaría interminables discusiones que aún al presente subsisten y que dieron origen a las hipótesis más variopintas. Muy llamativa fue igualmente la circunstancia de que el asesino tras atacar a Elizabeth Stride haya salido de la jurisdicción de la Policía Metropolitana inglesa para internarse dentro del ámbito de competencia reservado específicamente a la llamada “Policía de la City” londinense. Cabe preguntarse si tal actitud fue deliberada para generar confusión en las fuerzas del orden. Lo cierto es que apenas se estaban congregando los agentes policiales y los curiosos en torno al cadáver de “Liz Long” Stride unas pocas calles más hacía el oeste en Aldgate, avenida en donde se ubica la plaza Mitre, el Destripador ultimaría a su segunda presa de aquella noche. Atento a una descripción que con respecto a este infausto evento se diera: “...corrió rápidamente la sensacional noticia de que, esa noche, un policía que hacía su ronda en la plaza Mitre encontró una segunda mujer asesinada... Watkins, un policía con diecisiete años de experiencia, nunca había visto algo como lo que yacía ante el haz de su lámpara esa noche. Atravesó la plaza corriendo, hacia el almacén de Kearley and Tongue, para pedir ayuda al velador de noche. Tocaron su pito varias veces y a todo volumen, como se hacía tradicionalmente, y los refuerzos llegaron rápidamente. Mandaron llamar al doctor George Sequiera, que vivía en el barrio, y el inspector Collard llegó con el doctor F. Gordon Brown, el médico de la policía. El comandante (posteriormente sería teniente coronel y sir) Henry Smith, comisario en funciones de la policía de la City, pasaba la noche en la comisaría de Cloak Lane, cerca del puente Southwark. Le informaron del descubrimiento en Aldgate, se vistió inmediatamente y se apresuró a llegar a la escena del crimen en un cabriolé con tres detectives en los estribos del vehículo... La identificación de la víctima no significó mucha paz mental para el comandante Smith cuando se enteró de que con el nombre de Kate Kelly, la mujer había estado bajo la custodia de la policía por borrachera esa misma noche. A las 20.30, en Aldgate, encontraron a Catherine Eddowes, pues éste era su nombre verdadero, borracha e incapaz de mantenerse en pié y la llevaron a las celdas de la comisaría de Bishopsgate para que se le pasara la embriaguez. Poco después de la medianoche pidió que la pusieran en libertad y, puesto que al menos podía caminar, le permitieron marcharse. Dio como nombre el de Kate Kelly, y como dirección el número 6 de la calle Fashion, Spitalfields...”. Un suplementario motivo de polémica lo ofreció el apellido falso que Catherine Eddowes pretextara como suyo ante los policías de la seccional donde se la había recluido bajo los cargos de ebriedad y escándalo público. Se sacó a colación la extraña casualidad de que en el local policial Catherine precisamente afirmara apellidarse “Kelly” siendo que tal apellido era igual al de la próxima infortunada muerta por cuenta del maníaco. En la teoría de que estos crímenes integraron una conspiración a gran escala esta coincidencia reforzó la suspicacia de que alguno de los agentes de la comisaría de Bishopsgate, inducido a error por el apellido dado por Eddowes y creyendo que se trataba de Mary Jane Kelly, avisó de alguna forma al criminal para que éste llevara a cabo su maligna tarea. Y ello porque, de acuerdo con esa hipótesis, a esta última mujer se la había sindicado para ser eliminada por creérsela participante en un intento de chantaje en perjuicio de la Corona británica. De tal tentativa no formaría parte, paradójicamente, la asesinada Catherine Eddowes pero se explica su muerte como fruto de una equivocación padecida por el ejecutor y sus cómplices. Empleando argumentos de tal calibre se hará notar: “...cabe preguntarse la razón del especial ensañamiento con el cadáver de Eddowes, la única que no pertenecía al grupo original de chantajistas. Eddowes fue confundida con Kelly. La razón de tal error es sumamente interesante. Esa misma noche, Catherine Eddowes había estado detenida en la comisaría de Bishopsgate por escándalo público. Lo curioso de este hecho es que dio a los agentes un nombre falso; Mary Ann Kelly. No hay que ser muy suspicaz para suponer que alguien de la comisaría avisó al asesino o asesinos de que la última de las mujeres que estaban buscando, Mary Kelly, se encontraba detenida. De ahí también que se rubricara este asesinato con una inscripción. Al fin de cuentas iba a ser el último y, por tanto, merecía ponerle un punto final adecuado. Suponemos que la decepción debió de ser mayúscula al descubrir que se habían equivocado de presa...”. La poco creíble idea de que estos crímenes fueron el resultado de una sofisticada y malévola conspiración tuvo su génesis en el libro de Stephen Knigh “Jack the Ripper. The final solution” y fue pasando por el tamiz de posteriores versiones que le añadieron nuevos ingredientes y variaciones. Incluso en el dibujo gráfico “From Hell”, el cual posee la virtud de que su guionista aclara que su propuesta comporta sólo una fantasía literaria, se muestra a un corrupto policía dando aviso al allí designado como Destripador –que en esa historia está encarnado en el médico de la Corona Dr. William Gull– para que siga los pasos de la presunta Mary Jane Kelly y acabe con ella. Una vez apagados los ecos del doble crimen de aquel fatídico 30 de setiembre se produjeron dos situaciones peculiares. En primer lugar, la prensa arreció concediendo gran difusión al tema de los asesinatos el cual pasó a ser tapa de portada en la mayoría de los casi doscientos periódicos que entonces se publicaban en el país. El pánico de los habitantes del distrito aunado al sensacionalismo creciente que tomaba el caso comenzaría lentamente a forjar una historia con ribetes legendarios. Por si algo le había faltado a la trama ahora había adquirido estado público el apodo del hasta entonces anónimo matador. Y es que el pegadizo mote de “Jack el Destripador” fue determinante para asentar la fama de la cual gozaron estos crímenes. En nuestra época llamaríamos a esto marketing. No cabe dudar que de no haber sido por el inspirado nombre con que este asesino se bautizó a sí mismo –o fue bautizado por otros– sus crímenes, pese a lo espantosos que fueron, habrían quedado relegados en el olvido siendo opacados por la cantidad de víctimas logradas por homicidas seriales más modernos. Sin ir más lejos en 1994 se ajusticiaría en la entonces Unión Soviética a Andrei Romanovich Chikatilo bajo el cargo de cincuenta y tres asesinatos y, años más tarde, en Latinoamérica Luis Alfredo Garavito sería condenado a reclusión perpetua acusado de ocasionar casi doscientas muertes infantiles. En segundo orden, parecía estarse operando un intervalo.No se sumaban nuevos crímenes. El culpable parecía replegarse y descansar. Ahora, cuando más inquietud se había generado en la población y el brumoso perfil del matador de prostitutas empezaba a cobrar forma en la imaginación colectiva; ahora, cuando el anodino “Asesino de Withechapel” había sido sustituido por el muy concreto “Jack el Destripador” el criminal dejaba de golpear y se esfumaba. Ningún homicidio con su sello se verificó durante el mes octubre de 1888 en Withechapel ni tampoco en el resto de Inglaterra. Hasta quedaba la sensación de que el psicópata estaba deliberadamente creando un clima de “suspense” para fomentar en su público la mayor expectación posible. O tal vez se había vuelto más cauteloso a medida que percibía como se hacía sentir la intensa presión de la búsqueda y se iba acentuando la posibilidad de ser atrapado. El despliegue policial no tenía precedentes. Se requisaron las casas, tabernas y pensiones del distrito. Los miembros civiles del Comité de Vigilancia cooperaban patrullando día y noche por las calles más peligrosas. Los afiches con el texto y la letra de las cartas que presuntamente Jack había enviado a la prensa y a la policía se reproducían en las comisarías y por distintos lugares de la vía pública. Hasta se había llegado a recurrir al uso de perros sabuesos puestos a la orden de las autoridades para perseguir al homicida tras olfatear la sangre de una nueva víctima. El 11 de octubre de 1888 el mayor jerarca policial de Inglaterra Sir Charles Warren intervino en un simulacro realizado en plena vía pública con los dos mejores sabuesos del país “Barnaby” y “Burgho” donde se puso a prueba la capacidad de estos animales para perseguir pistas por la cuidad. Sin embargo, los canes perdieron el rastro del señuelo y el resultado del experimento fue más bien decepcionante. De cualquier forma, y aunque dando palos de ciego, se volvía evidente que la cacería se hallaba en pleno apogeo. ¿Presintiendo su aprehensión, se habría acobardado Jack el Destripador?¿Cambiaría al menos de escenario buscando uno menos riesgoso donde proseguir sus ataques? Pronto la población saldría de dudas. Así fue que en los primeros días de noviembre de aquel año toda Gran Bretaña se vería estremecida al enterarse que había tenido efecto uno de los asesinatos más horrorosos e indignantes de sus anales criminales. La orgía de sangre desatada por el psicópata llegaría al paroxismo con el crimen de la más joven y atractiva de sus víctimas, Mary Jane Kelly de 25 años, a la cual literalmente descuartizaría dentro del estrecho interior de una miserable chabola sita en el número 13 de Miller´s Court durante la madrugada del 9 de noviembre del trágico otoño de 1888. Mary estaba atrasada en el pago de la renta del cuchitril que ocupaba y en el cual había convivido hasta apenas unos días atrás con un peón de la construcción de nombre Joseph Barnett, pero ese hombre se retiró de la vivienda porque, a estar a la versión que luego suministró a la policía, Kelly había llevado a vivir con ella a una prostituta. En realidad no se supo si María Harvey, que así se llamaba esta mujer, era una meretriz o se ganaba la vida trabajando como lavandera. Y tampoco quedó nunca aclarado si ésta mantenía con Mary Jane Kelly una relación lésbica como se ha sugerido. Joseph Barnett antes de hacer abandono del lecho de su concubina había protagonizado con ella varias peleas y en medio de una de estas refriegas se arrojaron toda clase de objetos rompiendo el vidrio de la ventana contigua a la puerta de entrada. De acuerdo con la versión proporcionada por aquel ex concubino habían perdido la llave de la única puerta de ingreso y tomaron la costumbre de abrirla desde adentro introduciendo la mano por la abertura del vidrio quebrado. La desaparecida llave del triste hogar de esta atractiva víctima representaría todo un misterio puesto que al suceder el crimen la habitación se hallaba cerrada por dentro y fue preciso derribarla para dar ingreso a los policías y médicos forenses. El mutilado cadáver tuvo por descubridor a Thomas Bowyer conocido como “Indian Harris” por tratarse de un militar retirado del ejército inglés de la India quien mejoraba los ingresos de su magra jubilación trabajando como empleado de comercio al servicio de Mr. John M´ Carthy, dueño de las miserables habitaciones ocupadas en su mayoría por mujeres de la vida como la difunta Kelly. En horas de la mañana del domingo 9 de noviembre de 1888 el dependiente se apersonó al número 13 de Miller´s Court para tratar de cobrar la renta adeudada. Afuera podía oírse el jolgorio de un día festivo para los londinenses en el cual se celebraba la fiesta del Lord Mayor, título que recibe el Alcalde de Londres, York y otras ciudades importantes del Reino Unido. El macabro hallazgo que Mr. Bowyer tendría la desgracia de hacer fue relatado en los siguientes términos: “...Eran alrededor de las 10 y 45 de la mañana del 9 de noviembre, y un gentío jubiloso se dirigía a contemplar el paso de la carroza dorada, una de las celebraciones tradicionales que aún hoy acompañan la investidura anual de un Lord Mayor de Londres. La llamada de Bowyer no obtuvo respuesta. Introduciendo la mano por la ventana rota, apartó la mugrienta cortina improvisada y escudriñó el cuchitril que constituía el patético hogar de Mary Jane Kelly. Sobre la cama empapada de sangre yacía todo lo que quedaba del cuerpo de la muchacha. Estaba desnuda, aparte de un menguado camisón. Se había producido un resuelto intento de cortarle la cabeza. Tenía el estómago rajado, completamente abierto. Le habían seccionado la nariz, los pechos y las orejas, y fragmentos de piel arrancados de la cara y los muslos yacían junto al cuerpo despellejado. Los riñones, el hígado y otros órganos estaban esparcidos alrededor del cadáver, que tenía los ojos muy abiertos, con una mirada fija y aterrorizada en el rostro mutilado y desfigurado...”. Y prosiguiendo el relato de acuerdo a la descripción suministrada por otros comentaristas: “...Horrorizado, Bowyer regresó corriendo al colmado de M´Carthy y le soltó a éste lo que había descubierto. El tendero y su ayudante volvieron corriendo a Miller´s Court y M´Carthy miró a través de la ventana rota hacia la sangrienta escena del interior... M´Carthy envió a su empleado a buscar ayuda a la comisaría de la calle Comercial mientras el permanecía afuera del número 13 de Miller´s Court. El inspector Beck llegó prontamente y, tras una ojeada por la ventana, envió un telegrama pidiendo que fuera el superintendente de la división, Arnold. Notificaron al inspector Abberline de Scotland Yard y llamaron también al doctor Phillips. Abberline llegó al lugar hacia las 11.30 y dio instrucciones de acordonar Miller´s Court. La puerta del número 13 estaba cerrada con llaves y los resultados de este último crimen tuvieron que observarse a través de la ventana rota. Según el doctor Phillips, a la víctima obviamente ya no le servía ninguna ayuda... Finalmente, a las 13 30, el superintendente Arnold decidió responsabilizarse del asunto. Primero, ordenó que quitaran la ventana a fin de que se examinara adecuadamente el cuarto y se pudiesen tomar fotografías. Cuando terminaron esta tarea, John M´Carthy rompió la puerta con un piquete...”. ¡Parecía más la obra de un demonio que de un hombre! habría exclamado Mr. John M´Carthy, casero de la infortunada inquilina, al deponer en el sumario subsiguiente dejando constancia de la terrible impresión que le produjo el hallazgo que estremeció incluso a los más endurecidos policías que concurrieron a la tétrica habitación. Este brutal crimen puso punto final, según las apariencias, a la locura asesina desatada por Jack. No se llegó nunca a procesar a nadie por las horribles muertes, y Mr. James Berry, quien ejercía por aquellos años el cargo de verdugo oficial de Gran Bretaña no pudo ejecutar al culpable. A no dudar que lo hubiera ejecutado ya que la muerte en la horca constituía, de acuerdo a la legislación entonces imperante, el destino que la ley y la sociedad agredida le reservaban al sádico personaje. Los homicidios seriales que se acaban de relatar acaecieron en un espacio y tiempo en extremo peculiar que contribuyó a dotarlos de la enorme trascendencia que poseyeron. Se enmarcaron dentro una época en la cual Inglaterra se erigía en la principal potencia mundial y su capital Londres representaba una de las urbes más pobladas del globo con una población próxima a los diez millones de personas. Su policía, la mundialmente célebre “Scotland Yard” era, por añadidura, altamente respetada en virtud de su profesionalismo y se la tenía por prácticamente infalible. Y precisamente, el fracaso en atrapar al primer homicida serial de los tiempos modernos provocó una conmoción tan aguda que determinó la dimisión del supremo jefe de la policía en tanto el General Charles Warren renunció el mismo día en que se cometió último homicidio de segura autoría del criminal siendo sustituido tiempo más tarde por Sir James Monro. Paradójicamente, más renombrado que Sir Charles Warren en la historia de Jack el Destripador resultó uno de sus subordinados, el Inspector de Scotland Yard Mr. Frederick George Abberline.Este detective contaba con fuerte experiencia por haber actuado en años anteriores específicamente en el distrito de Withechapel. Dicha cualidad determinó que fuera reasignado allí para comandar las operaciones en pos de dar caza al matador de prostitutas. La posteridad lo elevó al sitial de figura romántica. Algo así como el idealista que enfrenta al mal encarnado en la postura del malévolo asesino que persiguió y a las poderosas fuerzas ocultas lo protegían. De tal modo se lo podrá ver en el ya citado film “From Hell” en donde la calidad actoral de Johnnie Deep hace olvidar lo inverosímil del papel asignado al Abberline que allí se representa. Por cierto que el verdadero policía además de no ser tan joven como se lo pretende en esa historia tampoco consumía drogas ni poseía talentos místicos aptos para permitirle dar solución a los crímenes gracias a previas visiones que la ingesta de opio le generaba. También la figura del valeroso Inspector Abberline destacará en la trama de ágiles novelas. Entre éstas –y sólo a modo de ejemplo– cabe recordar a “La noche del Destripador” creada por la pluma de Robert Bloch, autor que cimentara su fama tras el éxito de su novela “Psicosis” inspirada en la vida del psicópata y necrófilo norteamericano Ed Gein y que fuera llevada al cine por el genial Alfred Hitchcock. La circunstancia de que en dicha novela Mr. Bloch termine adscribiéndose a la improbable tesis de que en realidad el Destripador estaba conformado por dos personas, una sociedad integrada por una perversa pareja al estilo de “Jack” y “Jill”, no desmerece su atractivo como entretenimiento. En un interesante racconto sobre el “currículum vitae” de este detective victoriano la novelista estadounidense Patricia Cornwell resaltó: “... Frederick George Abberline era un hombre modesto, afable y honrado, tan fiable y metódico como los relojes que reparaba antes de ingresar en la policía metropolitana en 1863. Durante sus treinta años de servicio, ganó ochenta y cuatro menciones de honor y premios de jueces, magistrados y el feje de la policía... Aunque no escribió su autobiografía ni permitió que nadie contara su historia, llevaba una especie de diario: un álbum de unas cien páginas con recortes sobre los casos en los que trabajó, acompañados de comentarios escritos en letra grande y elegante... No aparece siquiera una referencia velada a Jack el Destripador. No hay una sola palabra sobre el escándalo de Cleveland Street –un burdel masculino descubierto en 1889–, que debió de ser complicado para Abberline ya que entre los acusados había hombres cercanos a la Corona... Sospecho que sufrió por los crímenes del Destripador y que dedicó muchas noches a deambular por las calles, especulando, deduciendo y tratando de encontrar pistas hasta en el sucio y denso aire... Abberline debió de sentirse triste y furioso en el otoño de 1888, cuando se vio obligado a confesar a la prensa que “por el momento no se ha podido obtener la más remota pista”. Estaba acostumbrado a vencer a los criminales. Se dijo que había trabajado tanto para resolver los crímenes del Destripador que “casi se derrumbó bajo la presión”... A pesar de su experiencia y sus méritos, Abberline no consiguió resolver el caso más importante de su vida. Sería una pena que ese fracaso le hubiera causado dolor y remordimientos, aunque solo fuera por un instante, mientras trabajaba en su jardín en sus años de retiro. Frederick Abberline se fue a la tumba sin saber a qué se había enfrentado...”. Los medios de prensa se cebaron con la policía incrementando la acidez de sus críticas a medida que transcurrían los días y no sólo no se lograba detener al responsable sino que aquél continuaba sumando víctimas en su sangriento haber. En cuanto a la estructura de las fuerzas del orden que intentaron sin fortuna la aprehensión del criminal -y a la que comúnmente se conoce como “Scotland Yard”- cabe precisar que por un lado se hallaba la Policía Metropolitana con control sobre todo el país, y gozando de una más acotada jurisdicción estaba la denominada “Policía de la City” – o sea, la “Policía de la ciudad de Londres”- Esta última tenía por jefe principal en aquellos tiempos al Inspector Mayor Sir Henry Smith y su esfera de autoridad comprendía sólo a la zona del Londres antiguo -por lo cual abarcaba unas escasas millas- mandando sobre la totalidad del territorio inglés, incluido el resto de su capital, la “Policía de la Metro”. Dicha diferenciación revestiría importancia en el decurso de los crímenes de Withechapel porque uno de ellos en concreto -el perpetrado contra Catherine Eddowes- cayó dentro de la competencia de la Policía de la City londinense. Llamativamente un incidente ligado a este asesinato, la pintada sobre una pared en la calle Goulston -presuntamente realizada por el homicida-distante a escasas cuadras de donde se halló el cadáver, quedaría fuera del ámbito competencial de la Policía de la City. El críptico mensaje que hasta el presente continúa siendo motivo de discusión entre los estudiosos del tema aludía a que los judíos serían los hombres a quienes no se culparía por nada. Pero la palabra consignada en el muro al parecer decía “Juwes” y no “Jews” como tendría que haber sido escrita en correcto idioma inglés. La decisión del jefe máximo de la Policía Metropolitana de hacer borrar ese mensaje daría origen a posiciones encontradas entre los investigadores. Una ficticia aunque creíble descripción acerca de esta disputa nos la brinda Robert Bloch en “La noche del Destripador”. Allí nos cuenta: “...cuando el mayor Smith apareció en escena, otra sorpresa reclamó toda su atención. Detrás del punto en donde yacía el trozo del delantal manchado de sangre, se alzaba una lóbrega entrada. En el friso oscuro de la pared se habían garrapateado tres líneas con tiza. Smith observó el mensaje: Los judíos no son los hombres que serán acusados por nada. Las palabras estaban todavía allí a las cinco de la madrugada cuando llegó Sir Charles Warren. El mayor Smith le esperaba con Mac Williams, inspector de la Policía de la City, y dos detectives. Warren examinó el mensaje a través de su monóculo, y después hizo un ruido desdeñoso. Bórrenlo – dijo. El mayor Smith ya había sufrido bastantes sorpresas durante las últimas horas, y esta era la gota final. Pero Sir Charles... ¡esto es evidencia importante! He ordenado a uno de mis hombres que vaya en busca de una cámara y tan pronto como se haga de día fotografiaremos el escrito... ¡A paseo cuando se haga de día! –Warren se sacó el monóculo e hizo un gesto con él–. No podemos esperar más. En Petticoat Lane hay un mercado los domingos y dentro de pocos minutos los vendedores ya estarán ahí. Si alguno de ellos ve un mensaje como éste tendremos un alboroto entre manos. ¿Podría hacer una sugerencia señor? – Uno de los detectives habló suavemente – Si son los judíos lo que le preocupan ¿no podríamos borrar la primera línea? Quizá si quitamos esa palabra precisamente... Warren sacudió la cabeza. No quiero arriesgarme. Bórrelo todo hombre... ¡todo! El detective vacilaba y el mayor Smith dio un paso adelante.Le ruego me perdone. Sir Charles, pero estoy aquí a cargo de todo y rehúso dar mi permiso para borrarlo. ¡Al cuerno su permiso! –rugió Warren– La Policía de la City tiene autoridad sobre Mitre Square, pero esta calle está bajo la jurisdicción metropolitana, y yo doy las ordenes aquí, y quiero que se borre ese escrito... ¡inmediatamente! El detective miró intensamente a su superior, pero el mayor Smith no reaccionó. Warren se volvió al inspector Mac Williams y al otro detective; ninguno de ellos se movió. Insubordinación ¿eh? –El rostro de Warren era ceñudo– Si ese es vuestro juego ¡yo mismo borraré ese condenado escrito! Y así lo hizo...”. Y aún el lugar exacto donde se estampó la pintada resultó fuente de dudas. A estar a una versión ofrecida en un reporte del Superintendente Thomas Arnold la consigna escrita con tiza sobre la pared se situaba a la altura de los hombros y estaba ubicada en el pasaje interior a la puerta que daba entrada al número 108 de la calle Goulston. De aquí que el comunicado no habría quedado tan visible como tradicionalmente se muestra en las películas sobre Jack el Destripador donde raramente deja de recordarse esta escena. Por su parte Sir Charles Warren, quien finalmente asumiría la responsabilidad de hacer desaparecer el ominoso graffiti, explicaría las razones de su resolución por medio de un informe policial de circulación interna. “...La escritura estaba en la jamba del arco abierto o entrada, visible para cualquiera de la calle y no podría haber sido cubierto sin peligro de que la cobertura se rompiese enseguida. Tuvo lugar una discusión sobre si la escritura podía cubrirse o si se podría dejar parte de ella durante una hora hasta que pudiera ser fotografiada, pero una vez valorado el estado de nerviosismo de la población de Londres en general en aquel momento en que se había promovido un fuerte sentimiento contra los judíos, y el hecho de que en poco tiempo habría una gran concurrencia de gente en las calles, y al tener ante mi el informe de que, de ser dejada allí, era probable que la casa fuese destruida (en lo que a partir de mi propia observación, yo estaba completamente de acuerdo), consideré preferible borrar completamente la escritura, tras haber sacado una copia de la que adjunto un duplicado...”.Una breve reseña de los más recordados investigadores que de un modo directo o indirecto se abocaron a la persecución del Destripador, además de los ya mencionados Warren y Abberline, debería incluir a Sir Robert Anderson y a Sir James Monro, aunque estos jerarcas no ejercieron sus cargos durante el período crítico del otoño de 1888. El primero por haber pedido licencia por enfermedad y el segundo porque había renunciado al asumir Sir Charles Warren, aunque luego de que éste último dimitiese fue llamado para ocupar el cargo vacante. Asimismo cabe mencionar al Inspector Donald Swanson de la Policía Metropolitana y al Jefe de la Policía de la City Sir Henry Smith junto al Superintendente de la misma Thomas J. Arnold. Otros funcionarios del orden destacados fueron Walter Andrews, Joseph Henry Nelson, Edmund Reid, el Inspector Frederick Williamson, el Detective Sargento William Thick –quien detuviera al sospechoso apodado “Delantal de Cuero”– el Detective Sargento Stephen White, el Detective Sargento George Godley, los Detectives Walter Drew y Robert Sagar, y los policías que respectivamente hicieran los hallazgos de los cuerpos de distintas víctimas como John Neil, James Harvey, William Smith y Edward Watkins entre otros. Pero sin importar el empeño que en su labor pusieron los citados policías y muchos otros más el fracaso en la captura del criminal no les sería perdonado por los medios de comunicación de la época. Para la prensa los horrores que tuvieron cabida desde agosto de aquel año configuraron un estupendo regalo que sabrían diestramente capitalizar. Su papel en el fomento de la leyenda y mitología de “Jack the Ripper” devendría determinante. De hecho, el alias “Jack el Destripador” sale a la luz pública a partir de una célebre y muy controvertida carta dirigida bajo el encabezado de “Querido Jefe” –“Dear Boss”– al Director de un renombrado órgano de prensa británico de la época: la Agencia Central de Noticias. Y tal cual acertadamente se ha puesto de manifiesto en torno a este punto: “...Jack el Destripador apareció en un momento en que los periódicos estaban sedientos de sensacionalismo. La mayor difusión de la enseñanza y los avances de la tecnología habían conducido a una guerra de tiradas entre los casi doscientos diarios de Gran Bretaña... Todas las muertes habían ocurrido los fines de semana, en los límites de las misma milla cuadrada de sórdidas callejuelas que era, y sigue siendo, una de las zonas más miserables de Londres. El asesino estrangulaba a las mujeres, las apuñalaba y finalmente las mutilaba en ataques cada vez más feroces... Pese a la atrocidad de los crímenes, seguramente habrían sido olvidados o considerados como la consecuencia habitual del mero riesgo profesional de la prostitución de no ser por el modo en que el asesino provocaba a la policía con notas y pistas y porque, en una infame carta de burla, se dio un apodo que provocó escalofríos en todo Londres y mucho más allá: Jack el Destripador...”. Aparte de los homicidios que la mayoría de los especialistas imputan al desventrador del East End y que resultaran aludidos líneas atrás, otros crímenes posteriores también podrían haber sido de su autoría aunque el modus operandi y otros aspectos disímiles en su ejecución determinan que por lo común no se los incluya en la lista. En especial, los investigadores hacen a este respecto alusión a la muerte de Alice Mac Kenzie, prostituta a la cual se conocía por el seudónimo de “pipa de barro” dado que solía portar una pipa de dicho material asida a un collar la cual al ser visualizada bajo su cadáver ayudó a que la identificaran. Alice resultó victimizada el día 17 de julio de 1889. El Dr. Thomas Bond –uno de los facultativos que examinaron su cadáver– opinó que su matador era el tan buscado asesino serial. Del hecho de que desde el principio las autoridades temieron que este homicidio pudiese haber sido obra del criminal de Withechapel da cuenta la circunstancia de que dicho forense fue llamado para colaborar en este examen precisamente a causa de que había tomado parte en la autopsia de Mary Kelly. El médico percibió ciertas coincidencias entre las muertes inequívocamente inferidas por el monstruo de Londres y la forma en que Mac Kenzie fue ultimada. No obstante, prevaleció la posición del Dr. Frederick Gordon Brown y de otros galenos quienes desestimaron cualquier posibilidad de que el fallecimiento de esta mujer constituyese facturación del ya famoso psicópata. * Fragmento extraído del capítulo 1 "Los crímenes" del ensayo del autor Gabriel Pombo, titulado "El Monstruo de Londres. La leyenda de Jack el Destripador".
 

2 comentarios:

Gracias por comunicarse con Gabriel Pombo.