Blog del autor Gabriel Pombo dedicado a Jack el Destripador, la era victoriana y a otros asesinos en serie
martes, 11 de mayo de 2021
El Monstruo de Londres y sus crímenes
En las postrimerías del siglo XIX Londres, capital de Inglaterra, se
erigía como la metrópoli del mayor imperio mundial de esa época.
La zona más paupérrima de la gran urbe la conformaban los
barrios bajos del sector este londinense, el llamado “East End”.
Esta última era considerada un ámbito marginal en abierta
oposición al “West End” donde se congregaba la clase alta inglesa. Dentro del territorio del East End se ubicaba el distrito de
Whitechapel –Capilla blanca– con sus barrios pobres y conflictivos.
Este sector de la ciudad configuró el terreno que sirvió de coto de
caza durante un muy restringido período, desde agosto hasta noviembre
durante el otoño europeo del año 1888, a un asesino serial que mató y mutiló
con insólito ensañamiento al menos a cinco mujeres.
El impacto que tal matanza ejerció sobre la sociedad victoriana fue
tremendo, al extremo de que hizo volver la atención de las clases altas y del
resto de la población a la problemática de la marginalidad y la miseria
entonces imperante en los suburbios de Gran Bretaña.
Así fue que el dramaturgo contemporáneo a los sucesos George
Bernard Shaw apuntó en una carta dirigida al periódico Star publicada el 24
de setiembre de 1888: “…Mientras nosotros convencionales Social Demócratas,
desperdiciábamos nuestro tiempo en educación, agitación y organización, cierto
genio independiente tomó el asunto en sus manos y mediante el simple asesinato
y destripamiento de cuatro mujeres convirtió a la prensa propietaria en una
forma inepta de comunismo…”.
No hay certeza sobre si el psicópata perpetró más crímenes que los
cinco que se le adjudican y tampoco se sabe si ejecutó algún homicidio fuera
de los márgenes de Whitechapel y sus barrios aledaños.
Sin embargo, no existen registros firmes sobre asesinatos llevados
a cabo con igual modus operandi por aquel tiempo en otros rincones de la gran
isla británica.
Por esta razón, los especialistas en el asunto mantienen cierto
consenso al estimar que las mujeres eliminadas a manos del maníaco
resultaron cinco.
Aquí se sigue la opinión pronunciada por el Inspector de Scotland
Yard Sir Melville Macnaghten quien con enfática redundancia declaró que el
Destripador habría cobrado “cinco víctimas y nada más que cinco”.
No obstante, aunque se evade del modelo delictual que en los posteriores
homicidios se diseñaría, otro de sus asesinatos podría haber sido el perpetrado
sobre la meretriz de treinta y cinco años Martha Turner, también conocida
como Martha Tabran o Tabram por su apellido de casada, la cual fue
ultimada mediante treinta y nueve cortes inciso punzantes asestados en la
madrugada del 7 de agosto de 1888. No hubo destripamiento en dicha oportunidad y las heridas infligidas
difieren de las que se infirieron en los casos venideros.
En especial estaba ausente el degollamiento que de izquierda a derecha
del cuello se provocaba a las asesinadas, preludio de la evisceración que era
practicada sobre los cadáveres y que se consideró como la “marca de fábrica”
del criminal.
Los acontecimientos en torno a esta muerte serían tal como se ha
señalado: “...Martha Turner murió a manos de un asesino que utilizaba un
cuchillo. Turner conocida también como Tabram, era una mujer casada que se
ganaba la vida como prostituta. Ese día festivo Turner, como la mayoría de los
habitantes del East End, había salido a divertirse, lo que en su caso significaba
pasar casi todo el día en las tabernas. Estuvo toda la noche bebiendo en el Angel
and Crown, cerca de la iglesia de Withechapel, y hablando con un soldado con
quien salió cuando la taberna cerró. Esta fue la última vez que la vieron con
vida. Alrededor de las tres y media de la mañana, Albert Crow, un cochero que
regresaba a su casa en el número 35 de los edificios de George Yard, vio que
alguien yacía acurrucado en el descansillo del primer piso. Pasó rápidamente de
lado, impaciente sin duda por acostarse y, en todo caso, pensando que la forma
inerte pertenecía a un borracho. Como a las cinco de la mañana John Reeves,
empleado de uno de los mercados, salió de su habitación para dirigirse al
trabajo. Al bajar la escalera, vio que una mujer yacía en el descansillo en un
charco de sangre. Dio la alarma y la policía acudió prontamente mientras
amanecía el nuevo día... La policía conocía a la prostituta de treinta y cinco años
porque abordaba regularmente a los hombres en los muelles y la zona de Tower
Hamlets. Como la última vez que la vieron viva iba acompañada de un soldado,
las sospechas recayeron naturalmente sobre la guarnición de la Torre de
Londres. Se llevó a cabo un desfile de sospechosos para identificar al soldado, y
el que había acompañado a Turner dio un paso adelante y pudo probar que
volvió a unirse a camaradas de la compañía alrededor de la una y media de la
mañana. Esto era mucho antes de la hora en que se creía que había sido
asesinada la mujer; en todo caso, la habían visto regresar sola al Angel and
Crown como a la una cuarenta de la madrugada...”.
Corrió el pertinaz rumor de que este crimen pudo haber sido
ocasionado por uno o más integrantes de bandas de rufianes que
amedrentaban a las meretrices reclamándoles dinero.
De tales pandillas la conocida indistintamente por los motes de “The
Nichols Boys” –“Los Muchachos de la calle Nichols”– o “The Old Nichols”
–“Los Viejos de la calle Nichols”– era conceptuada como la más peligrosa y violenta que operaba en aquel suburbio, por lo que fue objeto de indagatoria y
estrecha vigilancia por parte de la policía.
La inclusión de pandillas como la citada en artículos de prensa y en
películas sobre Jack the Ripper ha resultado frecuente.
Sin embargo, el valor real que reviste tal inclusión más que ostentar un
fundamento histórico parecería ser el de servir para decorar y conferirle un
toque pintoresco a la trama.
Aunque ciertamente personajes de tan baja estofa como éstos poblaban
la malhadada localidad de Withechapel.
Por ejemplo, en el film “From Hell” dirigido por los hermanos Hugues
los espectadores podrán ver a esos malvados acosando a las futuras víctimas
de Jack al extremo de acercarles puñales a sus cuellos bajo la amenaza de
matarlas si no les traían en pocas horas varias libras esterlinas cada una para
saldar el pago de sus pretendidos servicios por protección, y cosas por el estilo.
En un artículo moderno se hace referencia a ellos anotando: “...La
banda del Old Nichol –era– un grupo de proxenetas y rufianes de la peor
catadura, que tenía atemorizadas a las prostitutas del barrio, se había vuelto
cada vez más exigente y ya había apuñalado a un par de mujeres que no habían
conseguido dinero suficiente como para pagar la “protección”. De hecho,
cuando comenzaron las macabras andanzas del Destripador, ésta y otras
bandas similares constituyeron el grueso de los primeros sospechosos
investigados por la policía…”.
De todos modos, aunque la muerte de la infortunada Martha pudiera
haberse debido a la intervención de canallas como los referidos tampoco se
descarta que el suyo constituyera el inicial crimen protagonizado por la figura
anónima que más adelante se erigiera en el homicida serial destinado a
adquirir mayor renombre en la historia.
La matanza se llevó a término en medio de un frenético acuchillamiento
donde el criminal no le sustrajo órganos al cadáver ni, en apariencia, practicó
sobre éste ninguna clase de ritual.
A pesar de ello, y conforme se indicase, hay autores que igualmente
estiman con fundadas razones que Martha Tabram habría representado la
primera presa del psicópata al que luego se bautizara con el seudónimo de
“Jack el Destripador”.
Se conjetura que este primigenio episodio hizo las veces de un ensayo
para el asesino, y en todo ensayo se pueden cometer errores.En esta vena se ha afirmado: “...El psicópata suele acechar a su víctima
antes de establecer contacto con ella, y durante ese período alimenta sus
fantasías violentas. A veces realiza simulacros con objeto de poner a prueba su
modus operandi y planea con sumo cuidado sus actos para asegurarse el éxito y
la impunidad. Los ensayos pueden prolongarse durante años antes del violento
debut, pero ni la práctica ni las estrategias garantizan una actuación perfecta.
Los errores ocurren, sobre todo en el estreno, y el que cometió Jack el
Destripador en su primer asesinato fue propio de un aficionado... Cuando
Martha Tabram condujo a su asesino al rellano del primer piso del número 37
de George Yard Buildings, él le cedió la el mando a ella, arriesgándose sin
saberlo a que su plan se torciera. Quizás el territorio de Martha no fuese el
escenario que él tenía en mente. Acaso sucediera algo más que él no había
previsto, como un insulto o una provocación... Más de un siglo después de los
hechos no puedo reconstruir lo que sucedió en aquel rellano oscuro y
maloliente, pero está claro que el asesino montó en cólera. Perdió el control...
Fuera cual fuese su móvil, debió de aprender una valiosa lección de su brutal
ataque a Martha Tabran: perder el control y asestar treinta y nueve puñaladas a
una persona es una guarrada. Aunque no dejase huellas de sangre en el rellano
ni en ninguna otra parte –suponiendo que los testigos ofrecieran una
descripción fidedigna del escenario del crimen–, debió de mancharse las manos,
la ropa y la puntera de las botas o de los zapatos, lo que dificultaría su huida...”.
Otro homicidio del que cabe aquí dejar constancia, y al cual en la época
de acontecer estos crímenes se lo reputó como firme candidato a haber sido el
primer asesinato del mutilador victoriano, fue el concretado contra la persona
de una veterana meretriz alcohólica de cuarenta y cinco años llamada Emma
Elizabeth Smith.
Esta mujer resultó brutalmente atacada en circunstancias confusas el 3
de abril de 1888 presuntamente por una pandilla de rufianes -como los ya
mencionados “The Old Nichols”- dedicados a explotar a las prostitutas
exigiéndoles dinero por “protección”, y su deceso se produjo en el Hospital de
Londres de Witechapel Road el día siguiente al de la agresión que sufriera
falleciendo como consecuencia de una peritonitis originada por gravísimas
heridas que incluyeron la salvaje introducción de un palo, botella o
instrumento similar en su vagina.
Pero la primera víctima “oficial” e indiscutida de Jack el Destripador la
constituyó Mary Ann Nichols, conocida en su ambiente por el apodo de
“Polly”, cuyo deceso acaeció durante la noche del 31 de agosto de 1888.Su cadáver encontrado en plena acera exhibía un amplio tajo en la
garganta acompañado de profundas heridas que habían interesado su
abdomen y su región genital dejando al descubierto sus vísceras.
Polly Nichols era una prostituta alcohólica que había experimentado
tiempos mejores, pero a sus cuarenta y dos años iba rumbo a un destino
declinante y malvivía pernoctando en míseras pensiones.
La última de las que habitó se asentaba en pleno corazón de
Withechapel, en la calle Thrawl, a escasos metros de donde terminaría tan
trágicamente su existencia y la noche en que perdiera la vida, en particular,
habría sido expulsada por su casero por no contar con los cuatro peniques
necesarios para abonar el precio que por día costaba una cama.
Esa víspera le comentó a una compañera de oficio que había obtenido
tres veces el importe preciso para pagarse la estadía pero que en lugar de
hacerlo prefirió gastárselo en comprar ginebra.
Sin embargo, estaba dispuesta a hacer un último intento y estaba segura
de tener éxito, por lo que se arregló sus modestas vestimentas lo mejor que
pudo y jactándose de lo bien que le quedaba el sombrero nuevo que esa noche
estrenaba aseguró que pronto conseguiría el dinero con el cual alquilaría la
habitación.
Le pidió al encargado de la pensión que le reservara una cama porque
pronto regresaría con la suma debida para pagarla y salió de allí con paso
inseguro a causa de la ingesta del alcohol que saturaba su organismo a esa
altura de la noche.
No podía imaginar, por cierto, que le estaba deparada una muerte atroz
a poco de caminar unas escasas cuadras.
El mutilado cadáver de “Polly” fue descubierto cerca de las 3 y 45 de la
madrugada del 31 de agosto de 1888 por el policía John Neil mientras cumplía
su patrullaje de rutina por la zona de Bucks Row.
Tal como se ha descrito: “...Cuando dirigió el haz de luz de su linterna de
lente abombada a la entrada, el policía Neil se dio cuenta inmediatamente de que
el fardo amorfo era el cuerpo de una mujer. Yacía de espaldas, con un brazo
cerca de la verja del establo y el otro estirado sobre el suelo; su toca de paja
negra se encontraba a corta distancia. A la luz de la lámpara, el policía Neil vio
una horrible cuchillada en el cuello de la mujer, de la cual la sangre había
salido en pequeños chorros hacia el arroyo. Lo que Neil no sabía en ese
momento era que el cuerpo había sido descubierto ya por un cargador del
mercado, de camino al trabajo. George Cross había encontrado el cuerpo en la semioscuridad, alrededor de las cuatro de la mañana, cuando caminaba Bucks
Row abajo. Al principio creyó que se trataba de una lona alquitranada que se
había caído de una carreta, Cuando la examinó más de cerca, se dio cuenta de
que la forma era la de una mujer postrada. Sin el beneficio de una luz, creyó que
probablemente estaba borracha, pero cuando vio que su falta había sido
levantada hasta la cintura, pensó que era la víctima de una violación. Cross
seguía examinando la situación cuando otra persona que caminaba a esa
temprana hora, John Paul, llegó calle abajo. “Ven a ver a esta mujer”, le dijo
Cross y, como pensaba todavía que estaba borracha, sugirió que ambos la
levantaran. Paul se negó a ayudarlo y, en cambio, se dobló para tocar el rostro y
las manos de la mujer; estaban muy frías. Indicó que creía que había muerto y le
bajó la falda para proteger su pudor. Los dos hombres decidieron avisar a un
policía y fueron a buscarlo sin saber que el cuerpo que habían encontrado había
sido acuchillado en la garganta, de oreja a oreja, y su abdomen rajado... El
cuerpo era el de una mujer de entre cuarenta y cuarenta y cinco años, pero no se
supo de inmediato su identidad. Varias mujeres que creían poder identificarla
visitaron el depósito en el transcurso del día, más, aparte de satisfacer su
curiosidad, ninguna reconoció el cadáver. El sello de uno de los asilos de
Lambeth en una de las enaguas de la mujer proporcionó una pista. Gracias a
ello, el inspector Helson pudo descubrir la identidad de la muerta. Los
habitantes de la calle Thrawl, en Spitalfilds, la conocían como “Polly” y,
finalmente, se supo que se llamaba Mary Ann Nichols, una prostituta de
cuarenta y dos años...”.
Circuló con insistencia la hablilla de que la policía creía que Polly
Nichols y también Martha Tabram habían sido asesinadas en un lugar
distinto a donde finalmente se hallaron sus cuerpos y que luego fueron
trasladadas en algún carruaje.
En particular, en el caso de Mary Ann Nichols habría llamado la
atención, aparte de la escasa cantidad de sangre percibida a su alrededor, lo
seco que estarían su cuerpo y sus ropas pese a la lluvia que había caído en la
noche del crimen.
Pero se trató de simples conjeturas y rumores que ni siquiera fueron
relacionados en el ulterior sumario que al efecto se levantara.
La instrucción judicial culminaría con una declaración del jurado
convocado a tales fines en la cual se dejó constancia de que la occisa había
perdido la vida a manos de persona o personas desconocidas.
Esta misma conclusión se repetiría como una letanía en los próximos
sumarios que las venideras muertes irían a provocar.El segundo homicidio incuestionable de esta vesánica saga tuvo efecto el
sábado 8 de setiembre de 1888 en cuya madrugada el cadáver de Annie
Chapman de cuarenta y cinco a quien sus allegados llamaban “Annie la
Morena” fue hallado frente al patio trasero de una casa de inquilinato sita en
el número 29 de la calle Hanbury, lugar frecuentemente utilizado por las
meretrices para ejercer el comercio sexual.
Esta desdichada era baja de estatura y obesa, aunque en realidad no
estaba bien nutrida y, además, sufría los estragos de una enfermedad
pulmonar grave tan avanzada que el médico forense examinante dejaría
constancia en su reporte que la occisa estaba destinada a fallecer en los
próximos meses a consecuencia de ese mal por más que no hubiera entrado en
escena su victimario.
Había estado casada y tenía dos hijos.
Abandonada por su marido a raíz de su afición a la bebida hacía
trabajos ocasionales para sobrevivir como vender flores y labores de ganchillo
en ferias vecinales y, ocasionalmente, cuidar a ancianos.
No obstante, la necesidad la forzaba a prostituirse y, al igual que
sucedía con las otras víctimas, pernoctaba en albergues de la peor catadura.
Los momentos precedentes a su patético fin han quedado registrados
en diversos relatos, a saber: “...Hacia las once y media de la noche del 7 de
septiembre, Timothy Donovan, encargado del albergue de Crossingham, dejó
entrar a Annie Chapman en la cocina, la que sacó del bolsillo una cajita que
contenía dos píldoras. La caja se rompió y entonces ella envolvió las píldoras en
un sobre roto que encontró tirado en el suelo. A continuación dijo que salía a
ganarse algún dinero. Annie Chapman fue vista por última vez por la señora
Elizabeth Darrell, parada en la acera del número 29 de la calle Hanbury. La
hora no se conoce con exactitud, pero fue entre las 5 y las 5,30 de la mañana.
Estaba hablando con un hombre “que había conocido tiempos mejores”, y la
señora Darrell pudo oír que le preguntaba: ¿Lo harás? Sí. Respondió ella...”.
La deponente llamada Mrs. Elizabeth Darrel fue designada como
Elizabeth Long de acuerdo con otras descripciones pero se considera que se
trató de la misma persona a la cual se la conocía a través de dos apellidos
diversos.
Respecto de dicha testigo también se indicaría que: “...caminaba por
Hanbury Street en dirección al mercado de Spitalfiels cuando vio a un hombre
que charlaba con una mujer a unos metros de la valla que rodeaba el número 29
de Hanbury, donde una hora después encontrarían el cadáver de Annie Chapman.
Chapman. En el proceso la Sra Long declaró que sabía “de fijo” que la mujer
era Annie Chapman...”.
Otro testificante lo constituyó Mr. Albert Cadosh quien: “...vivía en la
casa de al lado, en el número 25 de Hanbury, cuyo patio trasero lindaba con el
número 29 y estaba entonces separado de éste por una valla provisional de
madera que medía entre un metro con cincuenta y cinco centímetros y un metro
con setenta. Más tarde declaró a la policía que a las cinco y veinticinco salió al
patio y oyó que alguien exclamaba “no” al otro lado de la valla. Al cabo de unos
instantes, algo pesado chocó contra las estacas. No trató de averiguar qué había
causado el ruido ni quién había dicho “no”...”.
Igualmente depondría en la misma emergencia una vendedora de
pescado de nombre Harriet Hardiman que era vecina del lugar donde
acaeciera el deceso en tanto se alojaba en la pensión en cuyo pasaje interno se
halló el cadáver.
Esta señora aseveró estar convencida de que eran las seis de la mañana
cuando la despertó un alboroto procedente desde el exterior.
Acotó, al responder en aquella indagatoria, que ruidos como los que oyó
en ese momento eran normales allí y explicó que los residentes del número 29
de la calle Hanbury entraban y salían a todas horas de manera que tanto la
puerta trasera como la delantera quedaban siempre abiertas y otro tanto
sucedía con la puerta de ingreso del pasadizo que conducía al patio interior.
A partir de testimonios del tenor de los supra mencionados las
autoridades dedujeron que era fácil penetrar al pasaje donde la desgraciada
Annie perdiera la vida y que seguramente ella se dirigió a ese lugar
voluntariamente en compañía de su asesino suponiendo que aquél hombre
sólo era un cliente más.
La persona destinada a encontrar el cuerpo sin vida fue John Davis, un
mozo de cuadra que vivía en la referida casa de inquilinato.
Cuando salió de la pensión rumbo a su trabajo en el mercado de
Spitalfieds se llevaría la muy ingrata sorpresa de toparse con el desfigurado
cadáver de esta víctima yaciendo sobre el suelo del patio a medio camino entre
la casa y la valla.
Unos pocos instantes previos a concretarse ese hallazgo otro residente de
la pensión apellidado Richardson se había sentado muy tranquilo sobre los
escalones de piedra existentes en la entrada y, una vez allí, se dedicó a reparar
un calzado estropeado.Y aunque Annie Chapman por fuerza ya debía de hallarse muerta
cuando el joven se entretenía con dicha tarea éste se mantuvo muy firme al
asegurar en el sumario que no había visto ni oído nada extraño.
Momentos después de acaecido el macabro descubrimiento por cuenta
de John Davis los curiosos se aproximaron a la escena del crimen.
El espectáculo que ante sus ojos ofrecía el cuerpo mutilado de la mujer
resultaba por demás conmovedor.
Y es que el cuello de esta difunta aparecía seccionado de forma similar
al de la anterior víctima pero en este caso exhibía incisiones tan hondas y
salvajes que daban a entender que el maníaco había tratado de decapitarla.
Asimismo le habían practicado la extracción del útero y de porciones de
la vejiga y la vagina.
La autopsia sería encomendada al médico forense Dr. George Bagster
Phillips.
Según se dijera, los resultados del análisis sobre las mutilaciones
inflingidas fueron considerados: “...tan horripilantes que no se dieron a
conocer al público, aunque se publicaron en un número posterior de la revista
médica The Lancet... el médico encontró que el rostro y la lengua de la mujer
estaban hinchados y que había magulladuras en la cara y el pecho, el dedo
anular presentaba también señales de abrasión donde los dos anillos de latón
habían sido sacados a la fuerza. El cuello había sido cortado de izquierda a
derecha con dos incisiones paralelas bien determinadas como a un centímetro de
distancia una de otra. El abdomen había sido abierto por completo y una parte
de los intestinos, seccionada de su sostén mesentérico, le habían sacado el
abdomen y colocado en el hombro izquierdo de la mujer postrada, mientras que,
de la región pélvica del cuerpo, el útero y los ovarios, parte de la vagina y una
parte de la vejiga habían sido seccionadas totalmente y arrancados. Comprobó
que la causa de la muerte fue un sincope o fallo del corazón debido a una
pérdida masiva de sangre por el cuello cortado...”.
El violento final de “Annie la Morena”, operado sólo una semana
después de tener efecto el similar homicidio de “Polly”Ann Nichols,
incrementó grandemente el temor y la zozobra entre los habitantes de los
barrios bajos quienes intuían que un mismo sujeto era el culpable de los
desmanes y que de seguro los volvería a repetir a menos que fuese
aprehendido.
Luego de ocurridos estos trágicos sucesos un grupo compuesto
inicialmente por dieciséis comerciantes del East End se reunió para dar génesis al que dio en llamarse “Comité de Vigilancia de Whitechapel” el cual
tuvo por Presidente al empresario constructor Mr. George Akin Lusk.
A cargo de estos animosos ciudadanos se emprendieron patrullajes
nocturnos por las callejuelas próximas a donde se habían concretado los
crímenes proporcionándose de tal suerte un inesperado apoyo civil a la labor
de la policía.
A todo esto, el responsable de tanta conmoción todavía no era
reconocido por la prensa bajo el mote o alias que con el correr del tiempo le
reportaría su histórica notoriedad sino simplemente era designado bajo el más
modesto rótulo del “Asesino de Whitechapel”.
Otro acontecimiento digno de destaque que se verificó luego del
atentado contra Annie Chapman fue que la policía detuvo en calidad de
sospechoso a un zapatero de procedencia hebrea llamado John Pizer al cual el
periodismo motejó “Delantal de Cuero” por la prenda que usaba para ejercer
su oficio.
Algún tiempo más tarde esta persona fue puesta en libertad por
insuficiencia de pruebas en su contra e incluso le ganó a un periódico local un
juicio por difamación obteniendo así una indemnización de modesto monto.
Los homicidios tercero y cuarto de la serie indiscutida tuvieron lugar
ambos durante la madrugada del 30 de setiembre de aquel fatídico año y
estuvieron separados por un lapso temporal de menos de una hora.
A los luctuosos hechos verificados aquella noche se los calificó con el
nombre de “el doble acontecimiento”.
La mujer de origen sueco apodada “Liz Long” de cuarenta y cinco años
de edad cuyo apellido de soltera era Gustafsdotter pero a la cual entonces se la
conocía por su nombre de casada -Elizabeth Stride- fue hallada muerta con el
característico profundo corte infligido de izquierda a derecha en su cuello.
Su cuerpo exánime yacía tendido en un oscuro pasaje próximo a la
entrada de un local político situado en la calle Berner.
Al momento de cometerse el letal ataque se celebraba en ese club una
reunión que venía concluyendo, tal como era la costumbre, en medio de
alegres canciones de corte socialista entonadas por los participantes.
Según toda la apariencia, esta vez el asesino no dispuso de tiempo
suficiente para saciar su sed mutiladora, tal vez al resultar interrumpido por
la presencia de un ocasional transeúnte.Aunque con algunas variantes, las circunstancias que rodearon el
hallazgo del cadáver de Elizabeth Stride se han descrito como siguen: “...A la
una de la madrugada, Louis Diemschutz, administrador del Club Educativo
Internacional de Trabajadores sito en la calle Berner, regresó al club con su
pony y su carro. Pese a lo avanzado de la hora, los ocupantes del club seguían
divirtiéndose, bailando y cantando... Al dar la vuelta para entrar al callejón, el
pony de Diemschutz se asustó y se negó a seguir. Tras una segunda negación del
pony, Diemschutz se bajó del carro y, percibiendo un obstáculo en la oscuridad,
hurgó con su fuste. Algo yacía en los adoquines, pero Diemschutz no pudo
distinguir lo que era hasta que no encendió una cerilla. En el segundo de
iluminación que le proporcionó la cerilla encendida, antes de que la brisa
nocturna la apagara, el administrador vio el cuerpo de una mujer. Su primer
pensamiento fue que la mujer se encontraba borracha. Entró al club a buscar
una vela y, seguido por varios miembros del mismo, regresó al callejón.
Levantaron a la mujer y vieron una herida en su cuello. Su ropa se hallaba
mojada, pues había llovido ligeramente, y su cuerpo estaba todavía tibio... Se
sugirió también que el pony del administrador se habría asustado menos debido
al cuerpo que yacía en el suelo que a la percepción de la presencia del asesino en
la total oscuridad...”.
Este crimen o, cuando menos, los actos inmediatamente previos al
mismo habrían sido presenciados por testigos.
En especial cabe recordar a uno de ellos –Israel Schwartz– quien
extrañamente no depuso en el sumario instruido tras el homicidio sino que sus
declaraciones fueron sólo reproducidas por la prensa mediante publicaciones
de los periódicos Star y Evening Post.
Si tomamos en cuenta lo narrado por este hombre: “...Schwartz aseguró
haber visto desde el extremo opuesto de la calle a un hombre que abordaba a
una mujer parada junto al portillo del patio. El hombre la arrojó al suelo y la
metió en el callejón a empujones. Schwartz dijo que “la mujer dio tres gritos,
pero no muy fuerte”. Según su descripción, el hombre tendría unos 30 años de
edad, y llevaba un bigotito castaño y una gorra con visera negra... Hacia la
misma hora, declaró Schwartz, salió un segundo hombre de la cervecería situada
en la esquina de la calle Fairclough y se detuvo silenciosamente en la sombra. El
atacante, al ver a Schwartz, gritó de pronto “Lipski”. Se trataba de un insulto, ya
que Lipski era un judío que había sido condenado por asesinato el año anterior.
Aun teniendo en cuenta la oscuridad de la noche lluviosa y la escasa fiabilidad
de cualquier identificación visual, la descripción que dio Schwartz del segundo
hombre concuerda con la del individuo que fue visto ante el pub y la del que
compró las uvas. A Schwartz le pareció que debía tener unos 35 años de edad y un metro ochenta de estatura, con el cabello claro y un bigote color arena. Iba
vestido con un abrigo oscuro y un sombrero de fieltro de ala ancha, y llevaba un
cuchillo. No obstante, el inspector Abberline informó al Ministerio del Interior el
día 1 de noviembre que Schwartz, que no hablaba inglés y necesitaba un
intérprete, había dicho que el segundo hombre estaba encendiendo una pipa, no
que llevaba un cuchillo...”.
Llegado a este punto deviene válido intercalar que en una carta con
fecha 6 de octubre de 1888 remitida presuntamente a este testigo un bromista
o, quizás, el verdadero asesino, tras iniciar el mensaje con la frase: “Te creíste
muy listo cuando informaste a la policía”, le advertía que se equivocaba si
pensaba que no lo había visto.
Concluía sus líneas con la amenaza de asesinarlo y mandarle las orejas a
su mujer si enseñaba la carta a la prensa o si ayudaba a la policía de cualquier
manera.
¿Y qué había sido del criminal entre tanto?
Sabemos que interrumpido en su sanguinaria faena salió prestamente
en busca de una nueva víctima con la cual saciar su frenesí mutilador sin
reparar en los crecientes riesgos de ser atrapado.
Conforme se ha especulado: “...El Destripador tuvo tiempo de sobra para
escapar mientras Luis Diemschutz corría a buscar una vela y antes de que los
miembros del club salieran a ver que había ocurrido. Poco después de que
comenzara la conmoción, una mujer que vivía unas puertas más allá, en el
número 36 de Berner Street, salió a la calle y vio a un hombre joven que andaba
con paso ligero en dirección a Comercial Road. Según la mujer, éste alzó la vista
hacia las ventanas iluminadas del club, y llevaba una brillante cartera
Gladstone, muy popular en aquella época y parecida a un maletín de médico...”.
Tras ejecutar su primer ataque de aquella noche el psicópata se toparía
con Catherine Eddowes, mujer de cuarenta y tres años, eliminándola con más
saña aún que la empleada en las situaciones anteriores.
También aquí el inicial acto homicida consistió en el clásico corte
profundo inferido de izquierda a derecha en la garganta de la occisa.
Ciertos autores sostienen que antes de asestar la cuchillada decisiva el
criminal estrangulaba de frente a su presa para hacerle perder la conciencia,
luego la derribaba al suelo con la cabeza hacia su izquierda y le seccionaba la garganta desplazando el arma blanca hacia sí a fin de que el chorro de la
sangre arterial se proyectara en dirección contraria evitando mancharse, lo
cual sugería que era diestro.
A esta eventual maniobra previa de estrangulación practicada para
dejar en indefensión a la persona agredida se la conoce actualmente a nivel de
medicina forense bajo la denominación de “...anestesia previa de Bruoardel –a
través de la cual–...se coloca a la víctima en estado de indefensión mediante un
mecanismo lesivo y se la conduce a la muerte por otro...”.
A escasas cuadras del escenario fatal se halló sobre la vereda un trozo
de delantal empapado en sangre perteneciente presuntamente a esta difunta y
que el matador habría usado para limpiarse sus manos.
En la pared que daba frente a la zona donde se había arrojado la
prenda se podía leer una inscripción trazada con tiza cuyo texto contenía una
extraña alusión a que los judíos serán los hombres a los que no se culpará de
nada.
La interpretación a otorgarse a aquel graffiti victoriano determinaría
interminables discusiones que aún al presente subsisten y que dieron origen a
las hipótesis más variopintas.
Muy llamativa fue igualmente la circunstancia de que el asesino tras
atacar a Elizabeth Stride haya salido de la jurisdicción de la Policía
Metropolitana inglesa para internarse dentro del ámbito de competencia
reservado específicamente a la llamada “Policía de la City” londinense.
Cabe preguntarse si tal actitud fue deliberada para generar confusión
en las fuerzas del orden.
Lo cierto es que apenas se estaban congregando los agentes policiales y
los curiosos en torno al cadáver de “Liz Long” Stride unas pocas calles más
hacía el oeste en Aldgate, avenida en donde se ubica la plaza Mitre, el
Destripador ultimaría a su segunda presa de aquella noche.
Atento a una descripción que con respecto a este infausto evento se
diera: “...corrió rápidamente la sensacional noticia de que, esa noche, un policía
que hacía su ronda en la plaza Mitre encontró una segunda mujer asesinada...
Watkins, un policía con diecisiete años de experiencia, nunca había visto algo
como lo que yacía ante el haz de su lámpara esa noche. Atravesó la plaza
corriendo, hacia el almacén de Kearley and Tongue, para pedir ayuda al velador
de noche. Tocaron su pito varias veces y a todo volumen, como se hacía
tradicionalmente, y los refuerzos llegaron rápidamente. Mandaron llamar al
doctor George Sequiera, que vivía en el barrio, y el inspector Collard llegó con el
doctor F. Gordon Brown, el médico de la policía. El comandante (posteriormente
sería teniente coronel y sir) Henry Smith, comisario en funciones de la policía de
la City, pasaba la noche en la comisaría de Cloak Lane, cerca del puente Southwark. Le informaron del descubrimiento en Aldgate, se vistió
inmediatamente y se apresuró a llegar a la escena del crimen en un cabriolé con
tres detectives en los estribos del vehículo... La identificación de la víctima no
significó mucha paz mental para el comandante Smith cuando se enteró de que
con el nombre de Kate Kelly, la mujer había estado bajo la custodia de la policía
por borrachera esa misma noche. A las 20.30, en Aldgate, encontraron a
Catherine Eddowes, pues éste era su nombre verdadero, borracha e incapaz de
mantenerse en pié y la llevaron a las celdas de la comisaría de Bishopsgate para
que se le pasara la embriaguez. Poco después de la medianoche pidió que la
pusieran en libertad y, puesto que al menos podía caminar, le permitieron
marcharse. Dio como nombre el de Kate Kelly, y como dirección el número 6 de
la calle Fashion, Spitalfields...”.
Un suplementario motivo de polémica lo ofreció el apellido falso que
Catherine Eddowes pretextara como suyo ante los policías de la seccional
donde se la había recluido bajo los cargos de ebriedad y escándalo público.
Se sacó a colación la extraña casualidad de que en el local policial
Catherine precisamente afirmara apellidarse “Kelly” siendo que tal apellido
era igual al de la próxima infortunada muerta por cuenta del maníaco.
En la teoría de que estos crímenes integraron una conspiración a gran
escala esta coincidencia reforzó la suspicacia de que alguno de los agentes de
la comisaría de Bishopsgate, inducido a error por el apellido dado por
Eddowes y creyendo que se trataba de Mary Jane Kelly, avisó de alguna
forma al criminal para que éste llevara a cabo su maligna tarea.
Y ello porque, de acuerdo con esa hipótesis, a esta última mujer se la
había sindicado para ser eliminada por creérsela participante en un intento de
chantaje en perjuicio de la Corona británica.
De tal tentativa no formaría parte, paradójicamente, la asesinada
Catherine Eddowes pero se explica su muerte como fruto de una equivocación
padecida por el ejecutor y sus cómplices.
Empleando argumentos de tal calibre se hará notar: “...cabe preguntarse
la razón del especial ensañamiento con el cadáver de Eddowes, la única que no
pertenecía al grupo original de chantajistas. Eddowes fue confundida con Kelly.
La razón de tal error es sumamente interesante. Esa misma noche, Catherine
Eddowes había estado detenida en la comisaría de Bishopsgate por escándalo
público. Lo curioso de este hecho es que dio a los agentes un nombre falso;
Mary Ann Kelly. No hay que ser muy suspicaz para suponer que alguien de la
comisaría avisó al asesino o asesinos de que la última de las mujeres que estaban
buscando, Mary Kelly, se encontraba detenida. De ahí también que se rubricara este asesinato con una inscripción. Al fin de cuentas iba a ser el último y, por
tanto, merecía ponerle un punto final adecuado. Suponemos que la decepción
debió de ser mayúscula al descubrir que se habían equivocado de presa...”.
La poco creíble idea de que estos crímenes fueron el resultado de una
sofisticada y malévola conspiración tuvo su génesis en el libro de Stephen
Knigh “Jack the Ripper. The final solution” y fue pasando por el tamiz de
posteriores versiones que le añadieron nuevos ingredientes y variaciones.
Incluso en el dibujo gráfico “From Hell”, el cual posee la virtud de que
su guionista aclara que su propuesta comporta sólo una fantasía literaria, se
muestra a un corrupto policía dando aviso al allí designado como Destripador
–que en esa historia está encarnado en el médico de la Corona Dr. William
Gull– para que siga los pasos de la presunta Mary Jane Kelly y acabe con ella.
Una vez apagados los ecos del doble crimen de aquel fatídico 30 de
setiembre se produjeron dos situaciones peculiares.
En primer lugar, la prensa arreció concediendo gran difusión al tema de
los asesinatos el cual pasó a ser tapa de portada en la mayoría de los casi
doscientos periódicos que entonces se publicaban en el país.
El pánico de los habitantes del distrito aunado al sensacionalismo
creciente que tomaba el caso comenzaría lentamente a forjar una historia con
ribetes legendarios.
Por si algo le había faltado a la trama ahora había adquirido estado
público el apodo del hasta entonces anónimo matador.
Y es que el pegadizo mote de “Jack el Destripador” fue determinante
para asentar la fama de la cual gozaron estos crímenes.
En nuestra época llamaríamos a esto marketing.
No cabe dudar que de no haber sido por el inspirado nombre con que
este asesino se bautizó a sí mismo –o fue bautizado por otros– sus crímenes,
pese a lo espantosos que fueron, habrían quedado relegados en el olvido
siendo opacados por la cantidad de víctimas logradas por homicidas seriales
más modernos.
Sin ir más lejos en 1994 se ajusticiaría en la entonces Unión Soviética a
Andrei Romanovich Chikatilo bajo el cargo de cincuenta y tres asesinatos y,
años más tarde, en Latinoamérica Luis Alfredo Garavito sería condenado a
reclusión perpetua acusado de ocasionar casi doscientas muertes infantiles.
En segundo orden, parecía estarse operando un intervalo.No se sumaban nuevos crímenes.
El culpable parecía replegarse y descansar.
Ahora, cuando más inquietud se había generado en la población y el
brumoso perfil del matador de prostitutas empezaba a cobrar forma en la
imaginación colectiva; ahora, cuando el anodino “Asesino de Withechapel”
había sido sustituido por el muy concreto “Jack el Destripador” el criminal
dejaba de golpear y se esfumaba.
Ningún homicidio con su sello se verificó durante el mes octubre de 1888
en Withechapel ni tampoco en el resto de Inglaterra.
Hasta quedaba la sensación de que el psicópata estaba deliberadamente
creando un clima de “suspense” para fomentar en su público la mayor
expectación posible.
O tal vez se había vuelto más cauteloso a medida que percibía como se
hacía sentir la intensa presión de la búsqueda y se iba acentuando la
posibilidad de ser atrapado.
El despliegue policial no tenía precedentes.
Se requisaron las casas, tabernas y pensiones del distrito.
Los miembros civiles del Comité de Vigilancia cooperaban patrullando
día y noche por las calles más peligrosas.
Los afiches con el texto y la letra de las cartas que presuntamente Jack
había enviado a la prensa y a la policía se reproducían en las comisarías y por
distintos lugares de la vía pública.
Hasta se había llegado a recurrir al uso de perros sabuesos puestos a la
orden de las autoridades para perseguir al homicida tras olfatear la sangre de
una nueva víctima.
El 11 de octubre de 1888 el mayor jerarca policial de Inglaterra Sir
Charles Warren intervino en un simulacro realizado en plena vía pública con
los dos mejores sabuesos del país “Barnaby” y “Burgho” donde se puso a
prueba la capacidad de estos animales para perseguir pistas por la cuidad.
Sin embargo, los canes perdieron el rastro del señuelo y el resultado del
experimento fue más bien decepcionante.
De cualquier forma, y aunque dando palos de ciego, se volvía evidente
que la cacería se hallaba en pleno apogeo.
¿Presintiendo su aprehensión, se habría acobardado Jack el
Destripador?¿Cambiaría al menos de escenario buscando uno menos riesgoso donde
proseguir sus ataques?
Pronto la población saldría de dudas.
Así fue que en los primeros días de noviembre de aquel año toda Gran
Bretaña se vería estremecida al enterarse que había tenido efecto uno de los
asesinatos más horrorosos e indignantes de sus anales criminales.
La orgía de sangre desatada por el psicópata llegaría al paroxismo con
el crimen de la más joven y atractiva de sus víctimas, Mary Jane Kelly de 25
años, a la cual literalmente descuartizaría dentro del estrecho interior de una
miserable chabola sita en el número 13 de Miller´s Court durante la
madrugada del 9 de noviembre del trágico otoño de 1888.
Mary estaba atrasada en el pago de la renta del cuchitril que ocupaba y
en el cual había convivido hasta apenas unos días atrás con un peón de la
construcción de nombre Joseph Barnett, pero ese hombre se retiró de la
vivienda porque, a estar a la versión que luego suministró a la policía, Kelly
había llevado a vivir con ella a una prostituta.
En realidad no se supo si María Harvey, que así se llamaba esta mujer,
era una meretriz o se ganaba la vida trabajando como lavandera.
Y tampoco quedó nunca aclarado si ésta mantenía con Mary Jane Kelly
una relación lésbica como se ha sugerido.
Joseph Barnett antes de hacer abandono del lecho de su concubina
había protagonizado con ella varias peleas y en medio de una de estas
refriegas se arrojaron toda clase de objetos rompiendo el vidrio de la ventana
contigua a la puerta de entrada.
De acuerdo con la versión proporcionada por aquel ex concubino
habían perdido la llave de la única puerta de ingreso y tomaron la costumbre
de abrirla desde adentro introduciendo la mano por la abertura del vidrio
quebrado.
La desaparecida llave del triste hogar de esta atractiva víctima
representaría todo un misterio puesto que al suceder el crimen la habitación
se hallaba cerrada por dentro y fue preciso derribarla para dar ingreso a los
policías y médicos forenses.
El mutilado cadáver tuvo por descubridor a Thomas Bowyer conocido
como “Indian Harris” por tratarse de un militar retirado del ejército inglés de
la India quien mejoraba los ingresos de su magra jubilación trabajando como
empleado de comercio al servicio de Mr. John M´ Carthy, dueño de las miserables habitaciones ocupadas en su mayoría por mujeres de la vida como
la difunta Kelly.
En horas de la mañana del domingo 9 de noviembre de 1888 el
dependiente se apersonó al número 13 de Miller´s Court para tratar de cobrar
la renta adeudada.
Afuera podía oírse el jolgorio de un día festivo para los londinenses en el
cual se celebraba la fiesta del Lord Mayor, título que recibe el Alcalde de
Londres, York y otras ciudades importantes del Reino Unido.
El macabro hallazgo que Mr. Bowyer tendría la desgracia de hacer fue
relatado en los siguientes términos: “...Eran alrededor de las 10 y 45 de la
mañana del 9 de noviembre, y un gentío jubiloso se dirigía a contemplar el paso
de la carroza dorada, una de las celebraciones tradicionales que aún hoy
acompañan la investidura anual de un Lord Mayor de Londres. La llamada de
Bowyer no obtuvo respuesta. Introduciendo la mano por la ventana rota, apartó
la mugrienta cortina improvisada y escudriñó el cuchitril que constituía el
patético hogar de Mary Jane Kelly. Sobre la cama empapada de sangre yacía
todo lo que quedaba del cuerpo de la muchacha. Estaba desnuda, aparte de un
menguado camisón. Se había producido un resuelto intento de cortarle la
cabeza. Tenía el estómago rajado, completamente abierto. Le habían seccionado
la nariz, los pechos y las orejas, y fragmentos de piel arrancados de la cara y los
muslos yacían junto al cuerpo despellejado. Los riñones, el hígado y otros
órganos estaban esparcidos alrededor del cadáver, que tenía los ojos muy
abiertos, con una mirada fija y aterrorizada en el rostro mutilado y
desfigurado...”.
Y prosiguiendo el relato de acuerdo a la descripción suministrada por
otros comentaristas: “...Horrorizado, Bowyer regresó corriendo al colmado de
M´Carthy y le soltó a éste lo que había descubierto. El tendero y su ayudante
volvieron corriendo a Miller´s Court y M´Carthy miró a través de la ventana rota
hacia la sangrienta escena del interior... M´Carthy envió a su empleado a buscar
ayuda a la comisaría de la calle Comercial mientras el permanecía afuera del
número 13 de Miller´s Court. El inspector Beck llegó prontamente y, tras una
ojeada por la ventana, envió un telegrama pidiendo que fuera el superintendente
de la división, Arnold. Notificaron al inspector Abberline de Scotland Yard y
llamaron también al doctor Phillips. Abberline llegó al lugar hacia las 11.30 y
dio instrucciones de acordonar Miller´s Court. La puerta del número 13 estaba
cerrada con llaves y los resultados de este último crimen tuvieron que observarse
a través de la ventana rota. Según el doctor Phillips, a la víctima obviamente ya
no le servía ninguna ayuda... Finalmente, a las 13 30, el superintendente Arnold decidió responsabilizarse del asunto. Primero, ordenó que quitaran la ventana a
fin de que se examinara adecuadamente el cuarto y se pudiesen tomar
fotografías. Cuando terminaron esta tarea, John M´Carthy rompió la puerta con
un piquete...”.
¡Parecía más la obra de un demonio que de un hombre! habría
exclamado Mr. John M´Carthy, casero de la infortunada inquilina, al deponer
en el sumario subsiguiente dejando constancia de la terrible impresión que le
produjo el hallazgo que estremeció incluso a los más endurecidos policías que
concurrieron a la tétrica habitación.
Este brutal crimen puso punto final, según las apariencias, a la locura
asesina desatada por Jack.
No se llegó nunca a procesar a nadie por las horribles muertes, y Mr.
James Berry, quien ejercía por aquellos años el cargo de verdugo oficial de
Gran Bretaña no pudo ejecutar al culpable.
A no dudar que lo hubiera ejecutado ya que la muerte en la horca
constituía, de acuerdo a la legislación entonces imperante, el destino que la ley
y la sociedad agredida le reservaban al sádico personaje.
Los homicidios seriales que se acaban de relatar acaecieron en un
espacio y tiempo en extremo peculiar que contribuyó a dotarlos de la enorme
trascendencia que poseyeron.
Se enmarcaron dentro una época en la cual Inglaterra se erigía en la
principal potencia mundial y su capital Londres representaba una de las
urbes más pobladas del globo con una población próxima a los diez millones
de personas.
Su policía, la mundialmente célebre “Scotland Yard” era, por añadidura,
altamente respetada en virtud de su profesionalismo y se la tenía por
prácticamente infalible.
Y precisamente, el fracaso en atrapar al primer homicida serial de los
tiempos modernos provocó una conmoción tan aguda que determinó la
dimisión del supremo jefe de la policía en tanto el General Charles Warren
renunció el mismo día en que se cometió último homicidio de segura autoría
del criminal siendo sustituido tiempo más tarde por Sir James Monro.
Paradójicamente, más renombrado que Sir Charles Warren en la
historia de Jack el Destripador resultó uno de sus subordinados, el Inspector
de Scotland Yard Mr. Frederick George Abberline.Este detective contaba con fuerte experiencia por haber actuado en años
anteriores específicamente en el distrito de Withechapel.
Dicha cualidad determinó que fuera reasignado allí para comandar las
operaciones en pos de dar caza al matador de prostitutas.
La posteridad lo elevó al sitial de figura romántica.
Algo así como el idealista que enfrenta al mal encarnado en la postura
del malévolo asesino que persiguió y a las poderosas fuerzas ocultas lo
protegían.
De tal modo se lo podrá ver en el ya citado film “From Hell” en donde la
calidad actoral de Johnnie Deep hace olvidar lo inverosímil del papel asignado
al Abberline que allí se representa.
Por cierto que el verdadero policía además de no ser tan joven como se
lo pretende en esa historia tampoco consumía drogas ni poseía talentos
místicos aptos para permitirle dar solución a los crímenes gracias a previas
visiones que la ingesta de opio le generaba.
También la figura del valeroso Inspector Abberline destacará en la
trama de ágiles novelas.
Entre éstas –y sólo a modo de ejemplo– cabe recordar a “La noche del
Destripador” creada por la pluma de Robert Bloch, autor que cimentara su
fama tras el éxito de su novela “Psicosis” inspirada en la vida del psicópata y
necrófilo norteamericano Ed Gein y que fuera llevada al cine por el genial
Alfred Hitchcock.
La circunstancia de que en dicha novela Mr. Bloch termine
adscribiéndose a la improbable tesis de que en realidad el Destripador estaba
conformado por dos personas, una sociedad integrada por una perversa
pareja al estilo de “Jack” y “Jill”, no desmerece su atractivo como
entretenimiento.
En un interesante racconto sobre el “currículum vitae” de este detective
victoriano la novelista estadounidense Patricia Cornwell resaltó: “... Frederick
George Abberline era un hombre modesto, afable y honrado, tan fiable y
metódico como los relojes que reparaba antes de ingresar en la policía
metropolitana en 1863. Durante sus treinta años de servicio, ganó ochenta y
cuatro menciones de honor y premios de jueces, magistrados y el feje de la
policía... Aunque no escribió su autobiografía ni permitió que nadie contara su
historia, llevaba una especie de diario: un álbum de unas cien páginas con
recortes sobre los casos en los que trabajó, acompañados de comentarios escritos en letra grande y elegante... No aparece siquiera una referencia velada a Jack el
Destripador. No hay una sola palabra sobre el escándalo de Cleveland Street –un
burdel masculino descubierto en 1889–, que debió de ser complicado para
Abberline ya que entre los acusados había hombres cercanos a la Corona...
Sospecho que sufrió por los crímenes del Destripador y que dedicó muchas
noches a deambular por las calles, especulando, deduciendo y tratando de
encontrar pistas hasta en el sucio y denso aire... Abberline debió de sentirse triste
y furioso en el otoño de 1888, cuando se vio obligado a confesar a la prensa que
“por el momento no se ha podido obtener la más remota pista”. Estaba
acostumbrado a vencer a los criminales. Se dijo que había trabajado tanto para
resolver los crímenes del Destripador que “casi se derrumbó bajo la presión”... A
pesar de su experiencia y sus méritos, Abberline no consiguió resolver el caso
más importante de su vida. Sería una pena que ese fracaso le hubiera causado
dolor y remordimientos, aunque solo fuera por un instante, mientras trabajaba
en su jardín en sus años de retiro. Frederick Abberline se fue a la tumba sin
saber a qué se había enfrentado...”.
Los medios de prensa se cebaron con la policía incrementando la acidez
de sus críticas a medida que transcurrían los días y no sólo no se lograba
detener al responsable sino que aquél continuaba sumando víctimas en su
sangriento haber.
En cuanto a la estructura de las fuerzas del orden que intentaron sin
fortuna la aprehensión del criminal -y a la que comúnmente se conoce como
“Scotland Yard”- cabe precisar que por un lado se hallaba la Policía
Metropolitana con control sobre todo el país, y gozando de una más acotada
jurisdicción estaba la denominada “Policía de la City” – o sea, la “Policía de la
ciudad de Londres”-
Esta última tenía por jefe principal en aquellos tiempos al Inspector
Mayor Sir Henry Smith y su esfera de autoridad comprendía sólo a la zona
del Londres antiguo -por lo cual abarcaba unas escasas millas- mandando
sobre la totalidad del territorio inglés, incluido el resto de su capital, la
“Policía de la Metro”.
Dicha diferenciación revestiría importancia en el decurso de los
crímenes de Withechapel porque uno de ellos en concreto -el perpetrado
contra Catherine Eddowes- cayó dentro de la competencia de la Policía de la
City londinense.
Llamativamente un incidente ligado a este asesinato, la pintada sobre
una pared en la calle Goulston -presuntamente realizada por el homicida-distante a escasas cuadras de donde se halló el cadáver, quedaría fuera del
ámbito competencial de la Policía de la City.
El críptico mensaje que hasta el presente continúa siendo motivo de
discusión entre los estudiosos del tema aludía a que los judíos serían los
hombres a quienes no se culparía por nada.
Pero la palabra consignada en el muro al parecer decía “Juwes” y no
“Jews” como tendría que haber sido escrita en correcto idioma inglés.
La decisión del jefe máximo de la Policía Metropolitana de hacer borrar
ese mensaje daría origen a posiciones encontradas entre los investigadores.
Una ficticia aunque creíble descripción acerca de esta disputa nos la
brinda Robert Bloch en “La noche del Destripador”.
Allí nos cuenta: “...cuando el mayor Smith apareció en escena, otra
sorpresa reclamó toda su atención. Detrás del punto en donde yacía el trozo del
delantal manchado de sangre, se alzaba una lóbrega entrada. En el friso oscuro
de la pared se habían garrapateado tres líneas con tiza. Smith observó el
mensaje: Los judíos no son los hombres que serán acusados por nada. Las
palabras estaban todavía allí a las cinco de la madrugada cuando llegó Sir
Charles Warren. El mayor Smith le esperaba con Mac Williams, inspector de la
Policía de la City, y dos detectives. Warren examinó el mensaje a través de su
monóculo, y después hizo un ruido desdeñoso. Bórrenlo – dijo.
El mayor Smith ya había sufrido bastantes sorpresas durante las últimas
horas, y esta era la gota final.
Pero Sir Charles... ¡esto es evidencia importante! He ordenado a uno de
mis hombres que vaya en busca de una cámara y tan pronto como se haga de día
fotografiaremos el escrito...
¡A paseo cuando se haga de día! –Warren se sacó el monóculo e hizo un
gesto con él–. No podemos esperar más. En Petticoat Lane hay un mercado los
domingos y dentro de pocos minutos los vendedores ya estarán ahí. Si alguno de
ellos ve un mensaje como éste tendremos un alboroto entre manos.
¿Podría hacer una sugerencia señor? – Uno de los detectives habló
suavemente – Si son los judíos lo que le preocupan ¿no podríamos borrar la
primera línea? Quizá si quitamos esa palabra precisamente...
Warren sacudió la cabeza.
No quiero arriesgarme. Bórrelo todo hombre... ¡todo!
El detective vacilaba y el mayor Smith dio un paso adelante.Le ruego me perdone. Sir Charles, pero estoy aquí a cargo de todo y
rehúso dar mi permiso para borrarlo.
¡Al cuerno su permiso! –rugió Warren– La Policía de la City tiene
autoridad sobre Mitre Square, pero esta calle está bajo la jurisdicción
metropolitana, y yo doy las ordenes aquí, y quiero que se borre ese escrito...
¡inmediatamente!
El detective miró intensamente a su superior, pero el mayor Smith no
reaccionó. Warren se volvió al inspector Mac Williams y al otro detective;
ninguno de ellos se movió.
Insubordinación ¿eh? –El rostro de Warren era ceñudo– Si ese es vuestro
juego ¡yo mismo borraré ese condenado escrito! Y así lo hizo...”.
Y aún el lugar exacto donde se estampó la pintada resultó fuente de
dudas.
A estar a una versión ofrecida en un reporte del Superintendente
Thomas Arnold la consigna escrita con tiza sobre la pared se situaba a la
altura de los hombros y estaba ubicada en el pasaje interior a la puerta que
daba entrada al número 108 de la calle Goulston.
De aquí que el comunicado no habría quedado tan visible como
tradicionalmente se muestra en las películas sobre Jack el Destripador donde
raramente deja de recordarse esta escena.
Por su parte Sir Charles Warren, quien finalmente asumiría la
responsabilidad de hacer desaparecer el ominoso graffiti, explicaría las
razones de su resolución por medio de un informe policial de circulación
interna.
“...La escritura estaba en la jamba del arco abierto o entrada, visible para
cualquiera de la calle y no podría haber sido cubierto sin peligro de que la
cobertura se rompiese enseguida. Tuvo lugar una discusión sobre si la escritura
podía cubrirse o si se podría dejar parte de ella durante una hora hasta que
pudiera ser fotografiada, pero una vez valorado el estado de nerviosismo de la
población de Londres en general en aquel momento en que se había promovido
un fuerte sentimiento contra los judíos, y el hecho de que en poco tiempo habría
una gran concurrencia de gente en las calles, y al tener ante mi el informe de
que, de ser dejada allí, era probable que la casa fuese destruida (en lo que a
partir de mi propia observación, yo estaba completamente de acuerdo), consideré
preferible borrar completamente la escritura, tras haber sacado una copia de la
que adjunto un duplicado...”.Una breve reseña de los más recordados investigadores que de un modo
directo o indirecto se abocaron a la persecución del Destripador, además de
los ya mencionados Warren y Abberline, debería incluir a Sir Robert
Anderson y a Sir James Monro, aunque estos jerarcas no ejercieron sus
cargos durante el período crítico del otoño de 1888.
El primero por haber pedido licencia por enfermedad y el segundo
porque había renunciado al asumir Sir Charles Warren, aunque luego de que
éste último dimitiese fue llamado para ocupar el cargo vacante.
Asimismo cabe mencionar al Inspector Donald Swanson de la Policía
Metropolitana y al Jefe de la Policía de la City Sir Henry Smith junto al
Superintendente de la misma Thomas J. Arnold.
Otros funcionarios del orden destacados fueron Walter Andrews,
Joseph Henry Nelson, Edmund Reid, el Inspector Frederick Williamson, el
Detective Sargento William Thick –quien detuviera al sospechoso apodado
“Delantal de Cuero”– el Detective Sargento Stephen White, el Detective
Sargento George Godley, los Detectives Walter Drew y Robert Sagar, y los
policías que respectivamente hicieran los hallazgos de los cuerpos de distintas
víctimas como John Neil, James Harvey, William Smith y Edward Watkins
entre otros.
Pero sin importar el empeño que en su labor pusieron los citados
policías y muchos otros más el fracaso en la captura del criminal no les sería
perdonado por los medios de comunicación de la época.
Para la prensa los horrores que tuvieron cabida desde agosto de aquel
año configuraron un estupendo regalo que sabrían diestramente capitalizar.
Su papel en el fomento de la leyenda y mitología de “Jack the Ripper”
devendría determinante.
De hecho, el alias “Jack el Destripador” sale a la luz pública a partir de
una célebre y muy controvertida carta dirigida bajo el encabezado de
“Querido Jefe” –“Dear Boss”– al Director de un renombrado órgano de
prensa británico de la época: la Agencia Central de Noticias.
Y tal cual acertadamente se ha puesto de manifiesto en torno a este
punto: “...Jack el Destripador apareció en un momento en que los periódicos
estaban sedientos de sensacionalismo. La mayor difusión de la enseñanza y los
avances de la tecnología habían conducido a una guerra de tiradas entre los casi
doscientos diarios de Gran Bretaña... Todas las muertes habían ocurrido los
fines de semana, en los límites de las misma milla cuadrada de sórdidas
callejuelas que era, y sigue siendo, una de las zonas más miserables de Londres. El asesino estrangulaba a las mujeres, las apuñalaba y finalmente las mutilaba
en ataques cada vez más feroces... Pese a la atrocidad de los crímenes,
seguramente habrían sido olvidados o considerados como la consecuencia
habitual del mero riesgo profesional de la prostitución de no ser por el modo en
que el asesino provocaba a la policía con notas y pistas y porque, en una infame
carta de burla, se dio un apodo que provocó escalofríos en todo Londres y mucho
más allá: Jack el Destripador...”.
Aparte de los homicidios que la mayoría de los especialistas imputan al
desventrador del East End y que resultaran aludidos líneas atrás, otros
crímenes posteriores también podrían haber sido de su autoría aunque el
modus operandi y otros aspectos disímiles en su ejecución determinan que por
lo común no se los incluya en la lista.
En especial, los investigadores hacen a este respecto alusión a la muerte
de Alice Mac Kenzie, prostituta a la cual se conocía por el seudónimo de “pipa
de barro” dado que solía portar una pipa de dicho material asida a un collar
la cual al ser visualizada bajo su cadáver ayudó a que la identificaran.
Alice resultó victimizada el día 17 de julio de 1889.
El Dr. Thomas Bond –uno de los facultativos que examinaron su
cadáver– opinó que su matador era el tan buscado asesino serial.
Del hecho de que desde el principio las autoridades temieron que este
homicidio pudiese haber sido obra del criminal de Withechapel da cuenta la
circunstancia de que dicho forense fue llamado para colaborar en este examen
precisamente a causa de que había tomado parte en la autopsia de Mary
Kelly.
El médico percibió ciertas coincidencias entre las muertes
inequívocamente inferidas por el monstruo de Londres y la forma en que Mac
Kenzie fue ultimada.
No obstante, prevaleció la posición del Dr. Frederick Gordon Brown y
de otros galenos quienes desestimaron cualquier posibilidad de que el
fallecimiento de esta mujer constituyese facturación del ya famoso psicópata.
* Fragmento extraído del capítulo 1 "Los crímenes" del ensayo del autor Gabriel Pombo, titulado "El Monstruo de Londres. La leyenda de Jack el Destripador".
Me aburrí leyendo
ResponderEliminarTe conozco mascarita
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