Blog del autor Gabriel Pombo dedicado a Jack el Destripador, la era victoriana y a otros asesinos en serie
lunes, 24 de mayo de 2021
Jack el Destripador. Crímenes Infames
En las postrimerías del siglo XIX Londres, capital de Inglaterra, se
erigía como la metrópoli del mayor imperio mundial de esa época.
La zona más paupérrima de la gran urbe la conformaban los
barrios bajos del sector este londinense, el llamado “East End”.
Esta última era considerada un ámbito marginal en abierta
oposición al “West End” donde se congregaba la clase alta inglesa. Dentro del territorio del East End se ubicaba el distrito de
Whitechapel –Capilla blanca– con sus barrios pobres y conflictivos.
Este sector de la ciudad configuró el terreno que sirvió de coto de
caza durante un muy restringido período, desde agosto hasta noviembre
durante el otoño europeo del año 1888, a un asesino serial que mató y mutiló
con insólito ensañamiento al menos a cinco mujeres.
El impacto que tal matanza ejerció sobre la sociedad victoriana fue
tremendo, al extremo de que hizo volver la atención de las clases altas y del
resto de la población a la problemática de la marginalidad y la miseria
entonces imperante en los suburbios de Gran Bretaña. No hay certeza sobre si el psicópata perpetró más crímenes que los
cinco que se le adjudican y tampoco se sabe si ejecutó algún homicidio fuera
de los márgenes de Whitechapel y sus barrios aledaños.
Sin embargo, no existen registros firmes sobre asesinatos llevados
a cabo con igual modus operandi por aquel tiempo en otros rincones de la gran
isla británica.
Por esta razón, los especialistas en el asunto mantienen cierto
consenso al estimar que las mujeres eliminadas a manos del maníaco
resultaron cinco.
Aquí se sigue la opinión pronunciada por el Inspector de Scotland
Yard Sir Melville Macnaghten quien con enfática redundancia declaró que el
Destripador habría cobrado “cinco víctimas y nada más que cinco”.
La primera víctima “oficial” e indiscutida de Jack el Destripador la
constituyó Mary Ann Nichols, conocida en su ambiente por el apodo de
“Polly”, cuyo deceso acaeció durante la noche del 31 de agosto de 1888.Su cadáver encontrado en plena acera exhibía un amplio tajo en la
garganta acompañado de profundas heridas que habían interesado su
abdomen y su región genital dejando al descubierto sus vísceras.
Polly Nichols era una prostituta alcohólica que había experimentado
tiempos mejores, pero a sus cuarenta y dos años iba rumbo a un destino
declinante y malvivía pernoctando en míseras pensiones.
La última de las que habitó se asentaba en pleno corazón de
Withechapel, en la calle Thrawl, a escasos metros de donde terminaría tan
trágicamente su existencia y la noche en que perdiera la vida, en particular,
habría sido expulsada por su casero por no contar con los cuatro peniques
necesarios para abonar el precio que por día costaba una cama.
Esa víspera le comentó a una compañera de oficio que había obtenido
tres veces el importe preciso para pagarse la estadía pero que en lugar de
hacerlo prefirió gastárselo en comprar ginebra.
Sin embargo, estaba dispuesta a hacer un último intento y estaba segura
de tener éxito, por lo que se arregló sus modestas vestimentas lo mejor que
pudo y jactándose de lo bien que le quedaba el sombrero nuevo que esa noche
estrenaba aseguró que pronto conseguiría el dinero con el cual alquilaría la
habitación.Le pidió al encargado de la pensión que le reservara una cama porque pronto regresaría con la suma debida para pagarla y salió de allí con paso inseguro a causa de la ingesta del alcohol que saturaba su organismo a esa altura de la noche.
No podía imaginar, por cierto, que le estaba deparada una muerte atroz
a poco de caminar unas escasas cuadras.
El mutilado cadáver de “Polly” fue descubierto cerca de las 3 y 45 de la
madrugada del 31 de agosto de 1888 por el agente John Neil mientras cumplía
su patrullaje de rutina por la zona de Bucks Row.Cuando dirigió el haz de luz de su linterna de lente abombada a la entrada, el policía Neil se dio cuenta inmediatamente de que el fardo amorfo era el cuerpo de una mujer. Yacía de espaldas, con un brazo cerca de la verja del establo y el otro estirado sobre el suelo; su toca de paja negra se encontraba a corta distancia. A la luz de la lámpara, el policía Neil vio una horrible cuchillada en el cuello de la mujer, de la cual la sangre había salido en pequeños chorros hacia el arroyo.
La instrucción judicial culminaría con una declaración del jurado
convocado a tales fines en la cual se dejó constancia de que la occisa había
perdido la vida a manos de persona o personas desconocidas.
Esta misma conclusión se repetiría como una letanía en los próximos
sumarios que las venideras muertes irían a provocar.El segundo homicidio incuestionable de esta vesánica saga tuvo efecto el
sábado 8 de setiembre de 1888 en cuya madrugada el cadáver de Annie
Chapman de cuarenta y cinco a quien sus allegados llamaban “Annie la
Morena” fue hallado frente al patio trasero de una casa de inquilinato sita en
el número 29 de la calle Hanbury, lugar frecuentemente utilizado por las
meretrices para ejercer el comercio sexual.
Esta desdichada era baja de estatura y obesa, aunque en realidad no
estaba bien nutrida y, además, sufría los estragos de una enfermedad
pulmonar grave tan avanzada que el médico forense examinante dejaría
constancia en su reporte que la occisa estaba destinada a fallecer en los
próximos meses a consecuencia de ese mal por más que no hubiera entrado en
escena su victimario.Luego de ocurridos estos trágicos sucesos un grupo compuesto
inicialmente por dieciséis comerciantes del East End se reunió para dar génesis al que dio en llamarse “Comité de Vigilancia de Whitechapel” el cual
tuvo por Presidente al empresario constructor Mr. George Akin Lusk.
A cargo de estos animosos ciudadanos se emprendieron patrullajes
nocturnos por las callejuelas próximas a donde se habían concretado los
crímenes proporcionándose de tal suerte un inesperado apoyo civil a la labor
de la policía. A todo esto, el responsable de tanta conmoción todavía no era
reconocido por la prensa bajo el mote o alias que con el correr del tiempo le
reportaría su histórica notoriedad sino simplemente era designado bajo el más
modesto rótulo del “Asesino de Whitechapel”.
Los homicidios tercero y cuarto de la serie indiscutida tuvieron lugar
ambos durante la madrugada del 30 de setiembre de aquel fatídico año y
estuvieron separados por un lapso temporal de menos de una hora.
A los luctuosos hechos verificados aquella noche se los calificó con el
nombre de “el doble acontecimiento”.
La mujer de origen sueco apodada “Liz Long” de cuarenta y cinco años
de edad cuyo apellido de soltera era Gustafsdotter pero a la cual entonces se la
conocía por su nombre de casada -Elizabeth Stride- fue hallada muerta con el
característico profundo corte infligido de izquierda a derecha en su cuello.
Su cuerpo exánime yacía tendido en un oscuro pasaje próximo a la
entrada de un local político situado en la calle Berner.
Al momento de cometerse el letal ataque se celebraba en ese club una
reunión que venía concluyendo, tal como era la costumbre, en medio de
alegres canciones de corte socialista entonadas por los participantes.
Según toda la apariencia, esta vez el asesino no dispuso de tiempo
suficiente para saciar su sed mutiladora, tal vez al resultar interrumpido por
la presencia de un ocasional transeúnte.
Tras ejecutar su primer ataque de aquella noche el psicópata se toparía
con Catherine Eddowes, mujer de cuarenta y tres años, eliminándola con más
saña aún que la empleada en las situaciones anteriores.
También aquí el inicial acto homicida consistió en el clásico corte
profundo inferido de izquierda a derecha en la garganta de la occisa.
Una vez apagados los ecos del doble crimen de aquel fatídico 30 de
setiembre se produjeron dos situaciones peculiares.
En primer lugar, la prensa arreció concediendo gran difusión al tema de
los asesinatos el cual pasó a ser tapa de portada en la mayoría de los casi
doscientos periódicos que entonces se publicaban en el país.
El pánico de los habitantes del distrito aunado al sensacionalismo
creciente que tomaba el caso comenzaría lentamente a forjar una historia con
ribetes legendarios. Por si algo le había faltado a la trama ahora había adquirido estado público el apodo del hasta entonces anónimo matador.
Y es que el pegadizo mote de “Jack el Destripador” fue determinante
para asentar la fama de la cual gozaron estos crímenes.
En segundo orden, parecía estarse operando un intervalo.No se sumaban nuevos crímenes.
El culpable parecía replegarse y descansar.
Ahora, cuando más inquietud se había generado en la población y el
brumoso perfil del matador de prostitutas empezaba a cobrar forma en la
imaginación colectiva; ahora, cuando el anodino “Asesino de Withechapel”
había sido sustituido por el muy concreto “Jack el Destripador” el criminal
dejaba de golpear y se esfumaba.
Ningún homicidio con su sello se verificó durante el mes octubre de 1888
en Withechapel ni tampoco en el resto de Inglaterra.
Hasta quedaba la sensación de que el psicópata estaba deliberadamente
creando un clima de “suspense” para fomentar en su público la mayor
expectación posible.
O tal vez se había vuelto más cauteloso a medida que percibía como se
hacía sentir la intensa presión de la búsqueda y se iba acentuando la
posibilidad de ser atrapado. El despliegue policial no tenía precedentes.
Se requisaron las casas, tabernas y pensiones del distrito.
Los miembros civiles del Comité de Vigilancia cooperaban patrullando
día y noche por las calles más peligrosas. Los afiches con el texto y la letra de las cartas que presuntamente Jack había enviado a la prensa y a la policía se reproducían en las comisarías y por distintos lugares de la vía pública.
Hasta se había llegado a recurrir al uso de perros sabuesos puestos a la
orden de las autoridades para perseguir al homicida tras olfatear la sangre de
una nueva víctima.¿Presintiendo su aprehensión, se habría acobardado Jack el
Destripador?¿Cambiaría al menos de escenario buscando uno menos riesgoso donde
proseguir sus ataques?
Pronto la población saldría de dudas.
Así fue que en los primeros días de noviembre de aquel año toda Gran
Bretaña se vería estremecida al enterarse que había tenido efecto uno de los
asesinatos más horrorosos e indignantes de sus anales criminales.
La orgía de sangre desatada por el psicópata llegaría al paroxismo con
el crimen de la más joven y atractiva de sus víctimas, Mary Jane Kelly de 25
años, a la cual literalmente descuartizaría dentro del estrecho interior de una miserable chabola sita en el número 13 de Miller´s Court durante la
madrugada del 9 de noviembre del trágico otoño de 1888. Sobre la cama empapada de sangre yacía todo lo que quedaba del cuerpo de la muchacha. Estaba desnuda, aparte de un menguado camisón. Se había producido un resuelto intento de cortarle la cabeza. Tenía el estómago rajado, completamente abierto. Le habían seccionado la nariz, los pechos y las orejas, y fragmentos de piel arrancados de la cara y los muslos yacían junto al cuerpo despellejado. Los riñones, el hígado y otrosórganos estaban esparcidos alrededor del cadáver, que tenía los ojos muy abiertos, con una mirada fija y aterrorizada en el rostro mutilado y desfigurado.
¡Parecía más la obra de un demonio que de un hombre! habría
exclamado Mr. John M´Carthy, casero de la infortunada inquilina, al deponer
en el sumario subsiguiente dejando constancia de la terrible impresión que le
produjo el hallazgo que estremeció incluso a los más endurecidos policías que
concurrieron a la tétrica habitación.
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